Ayer, en el Comité Federal del PSOE, Zapatero anunció
que no sería candidato en las Generales de dos mil doce. Por vez primera
expresó la convicción personal para sintetizar tal decisión. Demasiado tarde.
La realidad, empero, es muy diferente. Un escenario económico delirante y sin
visos de arreglo mediato, asimismo desacreditado nacional e internacionalmente
(lastre fatal, contaminador), predispuso a los barones regionales a la
exigencia del pronunciamiento definitivo; es decir, lo echaron. Constituye un
motín en toda regla. Entraña el último esfuerzo para salvar algún enclave
municipal o autonómico. Menos tranquilizador resulta su denuedo por aguantar
-al frente del gobierno- hasta agotar la legislatura y, según palabras
textuales, completar las decisiones que acaben con la crisis (cínico compulsivo
o bromista genial). Le exhorto a convocar elecciones anticipadas o, a lo sumo,
proceda como un presidente prejubilado y no haga nada. Sería el primer servicio
al país y justificante precioso de su indemnización futura.
Se va Zapatero, sí. Queda, sin embargo, la ristra de
indocumentados (o menos) corresponsables, cómplices, del desbarajuste. Durante
siete largos años, nadie se atrevió a cuestionarlo, a la crítica discordante,
disidente. Nadie, salvo algunos de la vieja guardia arrinconados indignamente,
queda impoluto -sin contaminar por el siniestro virus del zapaterismo- para
conducir al partido por otros derroteros; aquellos que, superando demagogias y
falsos eslóganes, puedan contribuir a realizar una política en beneficio de
todos los ciudadanos. Se deben desterrar tics decimonónicos, usos republicanos,
tácticas totalitarias. Urge interpretar el momento. PP y PSOE precisan una dirección de consenso
para (como mínimo) cambiar la Ley Electoral, acordar una Ley de Educación
racional, organizar la Universidad, prestigiar y liberalizar la Justicia y
reconducir el Estado de las Autonomías.
El presidente más autócrata de la transición abandona
(forzado) el poder, derrochando ínfulas democráticas al anunciar primarias para
elegir sucesor en lugar del "dedazo como otros". Los medios empiezan
a hacer cábalas e incluso a arrimar el ascua a su sardina (en adelante, el
señor Rodríguez va a comprobar el frío que se siente cuando sea -de hecho ya lo
es- un cadáver al sol). Barajan, olvidadizos, los nombres de Rubalcaba, Chacón,
Bono o, en el colmo del desvarío, Blanco. Pero, señores, a qué jugamos.
Cualquiera de ellos haría bueno al mismísimo Zapatero. No podemos olvidarnos de
Maquiavelo, resucitado en el siglo XXI, junto al GAL, el 13 M o el Faisán. Qué
ilustres meninges pretenden encaramar a la presidencia del Gabinete a una
antiespañola confesa. Recuerden la operación Roca, prócer no nacionalista, en
épocas donde aún no se había enconado (por políticos irresponsables) el
enfrentamiento entre catalanes y resto de españoles. Podemos sufrir un
presidente inútil (a las pruebas me remito), pero no cabe en la jobniana idiosincrasia
hispana una presidenta antiespañola; nos pasaríamos de la raya. Yo soy de
Cuenca; por tanto, a Bono quien no lo conozca, lo compre. Al señor Blanco
(antes Pepiño) pobrecillo, sus paisanos no lo quieren ni de alcalde y los
gallegos "tienen mucho mundo".
¿Entonces? Utilizando una expresión rompedora: no me
"mola" ninguno del abanico conocido. Desde mi punto de vista, el
sucesor ha de presentar, como credenciales idóneas, una buena formación
académica; pero prioritariamente espíritu conciliador, alejado de dogmatismos y
nada sectario. Desde luego ninguno que haya abrevado el elixir prodigioso,
planetario, ni se hubiera ubicado próximo al pesebre contiguo. Desconozco la
fauna política en sus diversas especies; espero, no obstante, se encuentre
algún individuo capaz de concentrar cualidades apropiadas en una y otra
reserva.
El acontecer histórico no admite optimismos. España
viene sufriendo el azote injustificado de gobernantes tan pésimos que rebasan
con creces la marca lógica, en razón de los merecimientos atribuidos al pueblo
que los sustenta. La encuesta del CIS revela que el tercer problema con que se
enfrenta la sociedad son los políticos. Para mi es el primero y casi único.
Zapatero va a ser -sin duda y con diferencia- el peor
gobernante de España, en siglos; asistido por el mutismo encubridor, cobarde y
necesario de oportunistas, cuando no el aplauso descarado de medios agradecidos.
Ha hecho de la necesidad virtud; deja un país devastado, no sólo económicamente,
y en la UCI a su propio partido. Resultaba impensable pudiera realizarse labor
destructora tan perfecta. Lo peor es que dice adiós impunemente. ¡Maldito!
No hay comentarios:
Publicar un comentario