martes, 29 de marzo de 2011

EL TSUNAMI SE LLEVÓ A ZAPATERO


Los pueblos mediterráneos, a caballo entre el fatalismo y la renuncia, acuñan pensamientos en los que este impulso -labrado a golpe de siglos- deja su impronta provechosa. "No hay mal que por bien no venga" es un proverbio paradigmático cuya traducción expresa la dicotomía contradictoria que aflige al individuo en su afán de pervivencia. Lares y penates, espíritus ancestrales, impiden al mal (a menudo materializado en cuerpo humano) hollar nuestros hogares, preservando así estancias y haciendas. Bien por esta intersección, bien a expensas del escarmiento popular que engrana infortunios y venturas bajo la supervisión de ininteligibles leyes físicas e incluso psíquicas, el terrible seísmo -sus imponentes consecuencias- sufrido por Japón ha salvado a España.

Imagino al amable lector perplejo, confuso; adornado simbólicamente con ese bocadillo inquisidor que el dibujante desorbita en el tebeo. Desmenuzaré despacio mis conclusiones recopiladas tras intensas horas de reflexión y análisis. Zapatero presenta una biografía pública muy clarificadora. Maximino Barte, su mentor político al que arrebató la secretaría general del PSOE leonés en mil novecientos ochenta y nueve  (con traición incluida), debe conservar frescas las "bondades" de tan ilustre y probo discípulo ideológico. De lealtad laxa, sin tribulaciones que le aten a personas o cosas, roído por una ambición desbordante, el silente diputado va escalando posiciones al tiempo que esgrime proyectos pomposos (puras fabulaciones oníricas) y un "talante" antagónico; así definido por la metafísica moderna para quien se deja llevar por la ilusión.

El señor Rodríguez inicia su periplo político joven, insípido, sin apenas experiencia laboral. Escaso de bagaje, exprime al máximo el indudable hechizo personal y la habilidad camaleónica que le caracteriza. Consumado táctico, espera el momento preciso para ir eliminando antagonistas. Despótico con modales tibios, pactistas, considera lastre a quien no le sirve, sembrando el camino de cadáveres al sol. Aguerrido pacifista, vehemente vendedor de quimeras, diestro (siniestro) retórico sin mensaje, seduce al más suspicaz y prevenido. Es el Louis de Rougemont (gran farsante) español. Yo, escéptico impenitente, me confieso engañado, asimismo, por quien la doblez forma parte medular de su código existencial.

Con estos mimbres, nuestro presidente lleva siete años desmantelando el PSOE, arrastrándolo a la hecatombe. Todavía peor, se empeña en fracturar a España y arruinar a los españoles. Una sociedad enfrentada, un país andrajoso, cinco millones de parados, financieramente faltos y sin protagonismo internacional, sería un escenario suficiente (necesario) para mandar a las tinieblas al inútil que nos gobierna; un mago infausto, un mercader del humo. Así sucedería en cualquier Estado democrático; pero España sigue siendo diferente.

 
Zapatero sólo muestra adhesión a las encuestas. Son, en términos musicales, su metrónomo; quien marca los ritmos, el que ajusta los tiempos. Conoce como nadie apetitos y flaquezas, sabe qué y cuándo hablar u orquestar un mutis sigiloso. Exhibe una estrategia diabólica, pues se deja enterrar antes que correligionarios y rivales certifiquen su obituario. Ladino, contribuye a levantar falsas expectativas para descubrir las cartas desleales. Tres factores oportunamente manipulados le harían conseguir una tercera legislatura: un amago de crecimiento económico, el abandono de la violencia por parte de ETA y -para terminar- una oposición roma; acaso la clave decisiva.

Efectivamente, el recambio era él mismo. Ni Rubalcaba (¿dónde llegaríamos?) ni Chacón (conversa sin fianza). Los otros, el banquillo, se encuentran a buen recaudo, en dique seco. Para su desgracia, ese imponderable trágico del terremoto arrebató toda posibilidad de ejecutar la maniobra que, con gran estrategia, tenía meditada. El tsunami posterior, entre millares de víctimas, ahogaba los planes de Zapatero. Ya no puede ofrecer, tras asolar la economía globalizada y abrir el debate nuclear, ningún brote para el citerior año electoral y su derrota se otea segura. La sociedad, hambrienta, esquilmada, harta, no suscribe más patrañas. Una carnicería humana le dio el poder y un cataclismo natural se lo va a arrebatar.

Érebo, dios mediterráneo de la oscuridad y la sombra, parece ser (según todos los efluvios) norte y guía de su calamitosa actividad pública.

 

 

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