Teóricamente la ONU está integrada por ciento noventa
y dos países. Se define como un gobierno global que facilita la cooperación
internacional. En periodos de calma, esta Institución acomete sin ataduras los propósitos
previstos a la usanza democrática. El inconveniente surge cuando dos
territorios se enfrentan o son violados, por algún sátrapa sanguinario,
derechos humanos básicos. Entonces interviene un órgano especial: el Consejo de
Seguridad. Constituye la columna vertebral de la paz y la seguridad entre los
países porque capacita para utilizar medios militares; es decir, concede
licencia para iniciar una guerra "legal". Adolece, sin embargo, de un
defecto congénito: sus resoluciones no son democráticas y, por tanto, lucen una
inconsistencia tácita. Lo forman quince miembros, de los cuales China, EEUU,
Francia, Gran Bretaña y Rusia son permanentes y poseen derecho a veto; o sea,
ostentan la facultad de invalidar cualquier resolución, fundiendo interés
nacional y refrendo con idéntico ropaje.
Los derechos humanos encubren la excusa idónea para
que las grandes potencias actúen si lo exigieran indiscutibles réditos
económicos. Caso contrario, a nadie afligen; terminan por ser noticia incómoda
de telediario, papel mojado. El control y usufructo del petróleo supone la
única motivación de peso para amparar las libertades ciudadanas en los países
del Próximo Oriente. La industria occidental se asienta en los hidrocarburos
(ídolos con pie de barro). Cuando aquellos lugares, encharcados de oro negro,
navegan por aguas procelosas; cuando la zona siente el estallido social,
político y militar; Europa, sobremanera, trastabilla penosa; abre sus fauces
ardientes y cobija (entre graves desavenencias) ansias de ocupación o dominio.
¿Por qué no intervenir hace años, al coronar el crudo los
ciento cincuenta dólares barril? Presumo dos razones a bote pronto. Nadie,
entonces, espoleaba las exigencias de libertad y democracia; ningún régimen
dictador, oneroso, veía en peligro su supervivencia y no se vislumbraba un
escenario represivo que alumbrara dudas sobre la implicación occidental en
salvaguardar los derechos del hombre, auspiciados por la revolución burguesa.
Cometiera yo un yerro terrible si no identificara segunda razón y crisis
financiera. Justamente, EEUU y Europa (aliados inseparables) sufren un trance
inusual, incluso explosivo. Parece que algunos Estados empiezan a superarse, a
dar muestras incipientes de lenta recuperación, pagando un tributo agudo las
respectivas comunidades. El alza continua del crudo ponía en evidente riesgo la
posibilidad de mejora, con peligro eventual de retroceso. Los líderes
previnieron, suponiéndoles alguna inquietud por el bienestar ciudadano, además
(o en primera instancia) su reelección.
Una serie de planteamientos y cuitas llevó a las
grandes potencias a forzar la resolución 1973, promovida por Francia, Gran
Bretaña y Líbano (de comparsa). Fue aprobada por diez votos a favor y cinco
abstenciones. Muestra el título jurídico de legal porque ningún miembro con
derecho a veto se opuso a ella, contrariamente a lo ocurrido en mil novecientos
noventa y uno y dos mil tres. Oculta intenciones oscuras salvando ese propósito
plausible de "proteger a los civiles y a las áreas pobladas bajo amenazas
de ataques". Quedó excluida la intervención terrestre. Desde una
conciencia limpia, resulta patético solapar legalidad e interés.
España, amante de la paz, se transforma misteriosamente
en belicista inducido con ejecutivos socialistas, que no de izquierdas. Alcanzó
el récord de manifestantes contra la guerra de Irak. Propaganda, incultura e
irreflexión se conjugaron (quizás conjuraron) para descabalgar a un gobierno
esperanzador, como constata la mayoría absoluta otorgada por los ciudadanos,
con el concurso ¿fortuito? del atentado más sangriento vivido en Europa. Una
hábil táctica, plena de vicios éticos y estéticos, consiguió generar una mente
social ajena a la guerra que nunca emprendimos. Hoy, desoyendo otra vez a la
mayoría, el Parlamento aprueba -casi por unanimidad- nuestra participación en
la guerra, tal cual. ¡Vaya fruto obtenido con ese abono sin sustancia, hecho de
la nada!
El gobierno, desarbolado por IU (la izquierda exacta),
al abrigo de medios cómplices e "intelectuales del mal menor" pone un
énfasis burdo en propagar las diferencias abismales entre la guerra de Irak
–ilícita- y la "intervención humanitaria" -asimismo bendita- en Libia.
La legitimidad de una, y no de otras, es arbitraria; viene impuesta por los
intereses de esos países con derecho a veto.
Hablar ahora de interposición legal con aviones y
barcos de guerra, aparte traslucir cierta actitud mordaz, es una falacia vil
que ofende a cualquier pueblo crítico.
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