lunes, 7 de marzo de 2011

CUANDO EL DESPOTISMO ENTRA EN POLÍTICA


Las ciencias han jugado un papel decisivo a la hora de consumar esa aspiración colectiva reputada como estado del bienestar; propósito común, máxime en países adscritos al mundo occidental. Sin embargo, presentan asimismo un rostro que envilece a unos y asombra a muchos. Psicología y psiquiatría protagonizaron, siglos atrás, importantes progresos. Su semilla se esparció en campos complementarios. La educación, no siempre orientada al mejor fin, ocupa una dimensión significativa. Corregir delirios, concebir estructuras grupales, proyectar técnicas y dinámicas de masas, terminan por completar su práctica.

 Insisto, todo objeto presenta dos caras. El estudio de la mente se aplica en resolver (minimizar al menos) los problemas del conocimiento, pero también puede consagrarse al manejo e instauración de una determinada mente colectiva o, todavía peor, a anular la personalidad individual. Con instigaciones que afectan a esquemas y afectos vitales, naciones belicistas, estados totalitarios y clanes mafiosos convertían al individuo en juguetes rotos a disposición incondicional de sus hacedores. Una forma típica de doblar voluntades -otro paso estimable para conseguir ese propósito buscado- consistía en impartir órdenes ilógicas, sin ningún sentido; aparentemente caprichosas.

 Mediados los años sesenta, en plena dictadura franquista (si bien algo mitigada), tuve que saldar mis obligaciones militares. Colmenar Viejo -y su canícula ardiente- fue testigo mudo de un adiestramiento previo para terminar, en Alcalá de Henares, los catorce meses preceptivos. Pese al estadio jaranero y fausto de la juventud, apenas conservo un recuerdo grato. Se acumulan, por contra, aquellos desagradables, hirientes, ignominiosos. Tropelías, ordenes absurdas (remota toda conclusión racional), quebraban voluntades y principios bajo el discurso recurrente de forjar una disciplina castrense. Supuso un periodo duro para quienes respirábamos escepticismo. Aún sigo inquiriendo si aquel atropello a la dignidad humana obedecía únicamente a intereses del propio sistema o si, en verdad, era un proceso corriente de saneamiento marcial. "Antes de entrar aquí hay que dejar los huevos colgados en la puerta". Tal lema -socorrido hasta la saciedad- resumía con esplendor el método usado en la despersonalización. Así fraguaban, de paso o de esencia, una sociedad entregada al poder.

 Ahora vivimos en democracia o eso parece. No es óbice este escenario para que el país se haya convertido en extenso campamento donde prohibiciones u órdenes, adosadas al cuerpo legal, chocan frontalmente con la mínima exigencia lógica; ninguna aporta un ápice de cordura. Los jóvenes, sin mayoría de edad, son irresponsables política y jurídicamente hablando; no obstante pueden abortar con plena autonomía. Ayer se impidió fumar aduciendo pretextos muy precarios. Hoy constriñen la velocidad en autovías y autopistas. Cada día aparece un nuevo capricho u ocurrencia, ocultos siempre en el estúpido biombo del bien ciudadano cuando somos conscientes de que el gobernado -individual o colectivamente- les importa un bledo. Quieren una sociedad desvertebrada.

 Desde mis vivencias militares pasaron casi cincuenta años. Reniego de esa concepción que mantiene una falacia evidente: "el tiempo cambia todo". A lo sumo, digo yo, suaviza el matiz. Me ahoga un poder semejante al tanta veces recriminado; palpo una misma intención manipuladora e intervencionista; confirmo similar afán  por forjar una sociedad a la que someter con sigilo aunque se evalúe lo contrario; equívoco que origina al ciudadano una turbadora conciencia ética, fuente de débito a sufragar mediante el agradecimiento eterno. Las últimas ocurrencias, sospecho, pretenden un empeño fiscalizador. Ni más ni menos. Sería el colmo, y es una posibilidad que no excluyo, se aspirara a mediatizar, hasta el paroxismo, esta masa heterogénea puesta a punto desde los años noventa del pasado siglo. ¿Han oído hablar de la LOGSE? Constituyó una siembra inteligente cuyos réditos vienen recogiéndose hace años.

 La España que me honra, sea cual fuere su formato, sigue siendo un pueblo sojuzgado; carne oportuna de ingeniería social; colectividad de continuo extraviada; políticos desaprensivos, ayunos de coherencia, corruptos y corruptores. Ladinos. Impresentables. Representan la cuota monstruosa del despotismo iletrado.

 

 

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