Las ciencias han jugado un papel decisivo a la hora de
consumar esa aspiración colectiva reputada como estado del bienestar; propósito
común, máxime en países adscritos al mundo occidental. Sin embargo, presentan
asimismo un rostro que envilece a unos y asombra a muchos. Psicología y
psiquiatría protagonizaron, siglos atrás, importantes progresos. Su semilla se
esparció en campos complementarios. La educación, no siempre orientada al mejor
fin, ocupa una dimensión significativa. Corregir delirios, concebir estructuras
grupales, proyectar técnicas y dinámicas de masas, terminan por completar su
práctica.
Insisto,
todo objeto presenta dos caras. El estudio de la mente se aplica en resolver
(minimizar al menos) los problemas del conocimiento, pero también puede
consagrarse al manejo e instauración de una determinada mente colectiva o,
todavía peor, a anular la personalidad individual. Con instigaciones que
afectan a esquemas y afectos vitales, naciones belicistas, estados totalitarios
y clanes mafiosos convertían al individuo en juguetes rotos a disposición
incondicional de sus hacedores. Una forma típica de doblar voluntades -otro
paso estimable para conseguir ese propósito buscado- consistía en impartir
órdenes ilógicas, sin ningún sentido; aparentemente caprichosas.
Mediados
los años sesenta, en plena dictadura franquista (si bien algo mitigada), tuve
que saldar mis obligaciones militares. Colmenar Viejo -y su canícula ardiente-
fue testigo mudo de un adiestramiento previo para terminar, en Alcalá de
Henares, los catorce meses preceptivos. Pese al estadio jaranero y fausto de la
juventud, apenas conservo un recuerdo grato. Se acumulan, por contra, aquellos
desagradables, hirientes, ignominiosos. Tropelías, ordenes absurdas (remota
toda conclusión racional), quebraban voluntades y principios bajo el discurso
recurrente de forjar una disciplina castrense. Supuso un periodo duro para
quienes respirábamos escepticismo. Aún sigo inquiriendo si aquel atropello a la
dignidad humana obedecía únicamente a intereses del propio sistema o si, en
verdad, era un proceso corriente de saneamiento marcial. "Antes de entrar
aquí hay que dejar los huevos colgados en la puerta". Tal lema -socorrido
hasta la saciedad- resumía con esplendor el método usado en la
despersonalización. Así fraguaban, de paso o de esencia, una sociedad entregada
al poder.
Ahora
vivimos en democracia o eso parece. No es óbice este escenario para que el país
se haya convertido en extenso campamento donde prohibiciones u órdenes,
adosadas al cuerpo legal, chocan frontalmente con la mínima exigencia lógica;
ninguna aporta un ápice de cordura. Los jóvenes, sin mayoría de edad, son
irresponsables política y jurídicamente hablando; no obstante pueden abortar
con plena autonomía. Ayer se impidió fumar aduciendo pretextos muy precarios.
Hoy constriñen la velocidad en autovías y autopistas. Cada día aparece un nuevo
capricho u ocurrencia, ocultos siempre en el estúpido biombo del bien ciudadano
cuando somos conscientes de que el gobernado -individual o colectivamente- les
importa un bledo. Quieren una sociedad desvertebrada.
Desde mis
vivencias militares pasaron casi cincuenta años. Reniego de esa concepción que
mantiene una falacia evidente: "el tiempo cambia todo". A lo sumo,
digo yo, suaviza el matiz. Me ahoga un poder semejante al tanta veces
recriminado; palpo una misma intención manipuladora e intervencionista;
confirmo similar afán por forjar una
sociedad a la que someter con sigilo aunque se evalúe lo contrario; equívoco
que origina al ciudadano una turbadora conciencia ética, fuente de débito a
sufragar mediante el agradecimiento eterno. Las últimas ocurrencias, sospecho,
pretenden un empeño fiscalizador. Ni más ni menos. Sería el colmo, y es una
posibilidad que no excluyo, se aspirara a mediatizar, hasta el paroxismo, esta
masa heterogénea puesta a punto desde los años noventa del pasado siglo. ¿Han
oído hablar de la LOGSE? Constituyó una siembra inteligente cuyos réditos
vienen recogiéndose hace años.
La España
que me honra, sea cual fuere su formato, sigue siendo un pueblo sojuzgado;
carne oportuna de ingeniería social; colectividad de continuo extraviada;
políticos desaprensivos, ayunos de coherencia, corruptos y corruptores.
Ladinos. Impresentables. Representan la cuota monstruosa del despotismo
iletrado.
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