viernes, 27 de enero de 2017

DELIRIO VERSUS PRAGMATISMO

Escuchamos frecuentemente -con falta de rigor, a la ligera- que acechan tiempos nuevos, horizontes inciertos, misteriosos, pero ilusionantes. Nada hay nada tan traumático como sembrar vanas esperanzas. Algunos, malintencionados, codiciosos, desparraman sobre el barbecho social semillas nulas de fruto, concebidas para evocar odios medio enterrados. No es tiempo de esparcir potingues reparadores, sugerentes, cuando existen recetas ordinarias aunque sean laboriosas. Las gravísimas crisis del pasado siglo trajeron consigo nazismo y totalitarismo, caras terribles de la misma moneda. Aquellos tiempos sí eran nuevos; estos, anuncian un revival necio, probable, pues ni conocemos ni interesa la historia. El milagro prometido entonces, costó millones de muertos y decenios de miseria. Pagaron un alto peaje por dar oídos a aventureros cuyas promesas, inverosímiles en circunstancias normales, hechizaron a cuantiosos sectores de la sociedad. Seguimos sin aprender.
El desastre económico de Lehman Brothers, en dos mil ocho, añadió aquí al gobierno Zapatero. Superado por los acontecimientos, don José Luis tuvo que adelantar las elecciones. Sin comerlo ni beberlo, probablemente espantado, Rajoy recibió una mayoría absoluta tan inmerecida como inútil. Desde mi punto de vista, hizo bueno a Zapatero si tasamos las facultades -presuntas- de uno y otro. La suma de estos tres ingredientes onerosos, insoportables, concibió dos partidos dispares pero lógicos. Hastiada la ciudadanía de un bipartidismo inoperante, sordo, suicida, abrió desesperadamente los brazos europeos (en mayo de dos mil catorce) a Podemos y, con menor entusiasmo, a Ciudadanos. Unos chicos hijos de papá, leídos, desenvueltos, arrogantes, sin oficio ni beneficio, descubrieron la gallina de los huevos de oro. Sediento el individuo, con hambre de arbitraje, asqueado de indignidades, (a)prestaba oídos escasos de reflexión, armado de necia torpeza, casi apático. Hubo, aquí sí, una conjunción planetaria debida al ahogo laboral, cinismo populista e ingenuidad colectiva. ¿Quién podría creerlo? Trocaron paro o marco mileurista por seguro y suculento salario.
Lejos, a años luz, del llamado Jueves Negro que convulsionó aquella sociedad e hizo posible la Segunda Guerra Mundial, esta crisis ha movido los cimientos políticos del llamado mundo civilizado. De ella se han alimentado populismos arcaicos, junto a otros de nuevo cuño, cuyos efectos -que se presumen próximos- generan inquietud cuando no terror. Trump instaura el ejemplo proverbial. Nos esperan días de expectación, de zozobra. Nuestra piel de toro ve aparecer a Ciudadanos y a Podemos. Ambos surgen por inacción acrisolada de quienes copaban los diferentes gobiernos democráticos. El personal pasó de A a Z sin solución de continuidad. Ahora solamente el PP mantiene esa atadura engañosa que facilita el poder; los demás lamen heridas de escisión
PSOE y Podemos abren sus carnes a la dinámica interna para consolidar proyectos, tal vez doctrina, que hagan creíble al segundo mientras trata de recuperar prestigio el primero. Ciudadanos pugna animoso buscando el espacio ideológico que no existe porque un PP hábil acapara el amplio abanico que va desde la derecha liberal hasta los confines de una izquierda socialdemócrata. Ha elaborado un monstruo para asfixiar a rivales al tiempo que trampea a votantes. Ciudadanos debe esperar a que la exasperación, el fuego, complete su efecto devastador -ya cercano- y aproveche aquella quimera mitológica, cien por cien inverosímil, de que otro PP renazca como el Fénix. Entonces tendrá un peso renovador, transcendental. El PSOE acaricia claras oportunidades de futuro abandonando rutinarios tics decimonónicos, caducos y estériles. Ojo a Pedro Sánchez, individuo nocivo para el partido, que acaba de anunciar su candidatura a la secretaría general. Si encuentra su camino, jamás podrá ser absorbido por cualquier aventura que se realice a su izquierda. Los españoles y europeos (ahora hay que contar también con ellos) son enemigos de experimentos en general, menos a la carta.
Podemos apuesta por albergar todos los vicios: machista, arrogante, fatuo, oligarca, oscuro. Le fascina hacerse notar, ofrecer esta carta de presentación mediante el mañoso recurso de envolverse en la dialéctica contraria, aunque involuntariamente enseña la patita. Abarco al partido porque cualquier populismo está hecho a imagen y semejanza de su líder incontestable, carismático; insalubre siempre. Por tal razón, Podemos exhibe una naturaleza acorde a las muchas manifestaciones, tal vez gestos y afanes, realizadas por sus dirigentes más destacados. A poco, va divulgando distintas facetas que dejan conocer su verdadera identidad. Hay enormes divergencias entre dichos y hechos. Se les está cayendo el velo que difuminaba un rostro, quizás jeta, auténtico, definido, repulsivo. Empieza un confuso itinerario que le llevará a ninguna parte. 
Vista Alegre II destapará, con toda crudeza, el enfrentamiento encarnizado, no entre Iglesias y Errejón -que también- sino entre dos grupos que no caben en la misma sigla. Su ADN, un hechizo a las purgas, les ha llevado demasiado lejos. Eclipsado Monedero, ese verso asonante con la rima primigenia, quedó una imagen y un proyecto (probablemente dicotómicos, disyuntivos) que, bajo el aparente acuerdo instruido por la voz cantante, originaron dos clanes inconexos, antagonistas. Mitad debate estratégico, mitad lucha por acumular poder, Podemos se desangra. Bescansa y anticapitalistas conforman una comparsa transitoria pese a algunos medios empecinados en proclamar una realidad ad hoc.
Pablo Iglesias personifica un escaparate muy logrado, estético, sugerente, pero anodino. A su soberbia e inconsciencia, Errejón proporciona cotejado con él peor imagen. Sin embargo, su pragmatismo o agudeza le lleva a entrever que oponerse de manera radical al statu quo europeo solo permite asaltar el limbo. Tan realistas como él, sus seguidores aumentan (conquista voluntades) porque saben que no hay otra forma de alcanzar el poder, la regalía, el acomodo. Después del vano cónclave, decía Miguel Urbán -pobre- que el objetivo de Podemos es desbancar a PP, PSOE y Ciudadanos para asumir ellos el gobierno. Así, solos, contra los tres. Pero… ¿de dónde han salido estos señores? Pablo Iglesias y sus sosias anuncian, prepotentes, candorosos, el ocaso de Podemos. Al tiempo.
 
 

viernes, 20 de enero de 2017

CONSTRUIMOS UNA DEMOCRACIA CON PIES DE BARRO

Las primeras acotaciones al gigante, coloso o ídolo, con pies de barro aparecieron en el libro de Daniel. Relata un sueño de Nabucodonosor (rey de Babilonia) que descifró dicho profeta. Nabucodonosor veía en sueños una estatua gigantesca cuya cabeza era de oro, pecho y brazos de plata, vientre y caderas de bronce, piernas de hierro y pies hechos de hierro y arcilla sin mezclar. Por efecto de una piedra sobre tan anómalos pies, desaparecían estos y, a poco, se desintegraba toda la figura. Daniel interpreta que después de Nabucodonosor (el oro) vendrían reinos cada vez más débiles (plata, bronce, hierro, respectivamente) hasta llegar a lo inconsistente (hierro y arcilla) que provocaría su ocaso. Nuestra democracia, con enorme parecido al dato babilónico respecto a su decrepitud, se encuentra en fase terminal, antesala del desastre definitivo en cuanto una piedra precisa fragmente la débil base. Ahora contemplamos un horizonte colmado de ellas: problema catalán, corrupción generalizada, disfunción ideológica, excesivos líderes megalómanos, divergencias irreconciliables, desvanecimiento social amén de descrédito político.
Tras décadas de dictadura autárquica, los españoles perseguíamos un sistema democrático que prejuzgábamos cuasi ilusorio. Sin embargo, la dificultad del cambio -de por sí extraordinario- recayó sobre el método que obstaculizó los inicios, la andadura. Recuerdo aquella disyuntiva beligerante entre partidarios de la ruptura y los de la reforma. Al final se impuso el camino reformista por juzgarlo más seguro al pilotarlo un sólido carácter armonizador, cooperativo. Asimismo, surgirían contrapesos que desterraran cualquier enfrentamiento supuestamente adscrito a la ruptura. Esta nueva restauración monárquica trajo como condición sine qua non una democracia consensuada por todos los partidos políticos. Exigencia y consentimiento fueron aires, rumbos, que gestaron el Título Octavo de la Constitución. Igualmente, Carta Magna y Monarquía resultaron piezas inseparables del nuevo régimen. 
Una izquierda temerosa, sin arraigo, escarnecida -junto a la derecha sin crédito, dudosa, inane- desplegó comportamientos generosos a fuer de necesarios. Había sembrado su situación de renuncia a medio camino entre el castigo adeudado y la asechanza abusiva. Aquella derecha antañona -comandada por Gil Robles- no se decantó por el franquismo, pese a una tenaz propaganda todavía viva. Mientras, el socialismo de Largo Caballero se aferró al estalinismo totalitario en un intento suicida de ganar la guerra. Digo suicida porque la socialdemocracia europea y anarquistas temían a la Tercera Internacional más que al propio fascismo. Así se deduce de las actitudes gubernamentales de Francia e Inglaterra, democráticas, respecto al franquismo; de la purga Esquerra-Comunista al POUM e incluso de la batalla de Madrid entre casadistas y cenetistas contra comunistas estalinistas. A la muerte de Franco, todos limaron (a medias) malos entendidos, acercaron posturas y contribuyeron al nacimiento de nuestra democracia; débil, deforme, pero muy deseada.
Hubo errores de bulto originados quizás por desazones autocensurables, apremio o inexperiencia. Probablemente aquellos tiempos advirtieran otras secuelas durmientes, extemporáneas. El empecinamiento de aunar democracia y monarquía permite poner en tela de juicio la legitimidad monárquica que es la parte indefensa del constitucional artículo uno. Si se hubiese votado por separado no cabría duda alguna sobre el formato del sistema. Ciertamente fue el yerro menos nocivo. Lo que inspiró un régimen inviable fue la dilapidación del Estado Autonómico. Hubiera sido diferente descentralizar administrativamente, pero instituir diecisiete gobiernos, doblar competencias u obstaculizarse unas a otras aumentando el gasto público -mientras se diluye la eficacia legislativa- resulta indigesto e inoperante. De aquí surgió este escenario ruinoso e inaceptable.
Visto con amplia perspectiva, el triunfo socialista en mil novecientos ochenta y dos obtuvo éxitos fabulosos y fracasos groseros, de conciencia laxa. Los socialistas conformaron un diseño paradójico, avieso, ambiguo. De aquel: ”Otan de entrada no”, pasaron al referéndum mercadotécnico para entrar en ella. Aceleraciones postergadas y retrocesos inexplicables condujeron fatigosamente a modernizar un país con siglos de atraso. No obstante, pese a abandonar aquellos caducos dogmas marxistas (Congreso XXVIII), quedaron sueltos algunos tics antidemocráticos que quebraron la separación de Poderes. “Montesquieu ha muerto” oficializaba el control del poder judicial. Después vino Aznar, Zapatero y Rajoy sin que cambiara nada. Hoy, truecan justicia por impunidad ante distintas corrupciones, abusos de poder y desobediencia de altas instancias a la ley. Es un hecho cotidiano, notorio e intolerable. El pueblo, sitiado, nutre tan mísero escenario en una virtualidad tutelada por algunos medios de difusión. 
Mientras, la sociedad deserta. Abandona una defensa numantina de la democracia a cambio de dudoso bienestar. Se afirma sin reflexión, a la correprisa, que vivimos mejor que nunca. Nos hemos ubicado en el concierto europeo, cierto, pero estamos pagando un peaje excesivo. Vivimos, y no todos ni mucho menos, con cierto desahogo más allá de toda previsión futura. Ignoro quién se hará cargo de la deuda que pesa como una losa letal e inevitable. Espera un amargo despertar. Millones de compatriotas e inmigrantes ya están sufriendo las primeras secuelas de esta estructura horrenda que permite necias  alegrías.
Sí, llevamos cuarenta años de democracia; la más vieja del lugar aunque adolezca de serias ausencias e incluso magulladuras. Entre todos, políticos, medios y ciudadanos, levantamos un ídolo anhelado, esperanzador, mas -unos por otros- nos hemos pasado de prepotencia, puede que autoengaño debido a grosera satisfacción. Con estos antecedentes, hemos realizado una efigie con pies de barro. ¡Lástima!
 
 

viernes, 13 de enero de 2017

BELLACOS Y CANTAMAÑANAS


Acudiremos al DRAE para precisar ambos vocablos sin que ello agote cualquier matiz popular enriquecedor, concluyente. Bellaco significa malo, pícaro, ruin. A su vez, cantamañanas -desde un punto de vista coloquial- se refiere a persona informal, fantasiosa, irresponsable, que mueve a desdoro. Ninguno deja entrever propósito insultante ni vejatorio sino guía de atributos más o menos certeros y ajustados. Bien es cierto que a este país le enloquecen las etiquetas, mejor cuando se cuelgan sobre personas que destacan no exactamente por su esfuerzo personal.

El éxito ajeno e injustificado engendra rechazo, bien por modesta compensación bien por sentimiento impreciso pero natural. ¿Por qué fulano y no yo? inquirimos sin tener en cuenta alguna virtud, aun vicio, que el tal exhibe como la tinta invisible (solo apreciada aplicando dispositivos diversos). Qué sabemos de sus facultades organizativas o de su peculiar carácter dúctil, tal vez pelota, volatinero, vasallo. Las cosas no acontecen porque sí; siempre, a poco que escarbemos, encontraremos el motivo que explique un determinado proceder pese al aspecto ininteligible u oscuro.

Tales estereotipos -bastante comunes en la fauna humana- son propios, o impropios, de cualquier colectivo más allá de escalas sociales. Podemos localizarlos entre harapos pero también se adosan a entornos dorados, rutilantes, escasos de lustre. Pensamos, razonablemente, que las clases humildes generan bellacos perversos mientras la exquisitez nutre desenvueltos cantamañanas. Craso error, estos distintivos admiten cualquier suelo, fertilizante y clima. Sin embargo, consiguen mayor notoriedad cuando sus protagonistas, quizás huéspedes parasitarios, pertenecen u ostentan algún poder. Voy a olvidarme de sindicalistas, financieros, empresarios y cargos eclesiásticos para centrar mis análisis en políticos sin excepción, fuera de adscripciones ideológicas, provistos además de particularidades específicas.

Evitaré citar nombres concretos para que el amable lector, con plena autoridad, ponga cuantos desee donde crea oportuno. Seguro que coincido con él de forma total e incluso es probable que su relación gane en riqueza y justicia a la que yo pudiera brindarle. Olvidaría, ante tanto exceso, episodios importantes, fundamentales. Deja de preocuparme el efecto pernicioso de tales ausencias porque, reitero, los amables lectores completarán con éxito descuidos e incorrecciones. Pretendo examinar solo el quehacer político porque la extraña relación representante/representado conforma el papel habitual de nuestra cadavérica democracia.

Advierto, antes de deslindar los atributos expuestos en el epígrafe, que no son antagónicos ni excluyentes. Puede que, por el contrario, concurran con frecuencia en prebostes ambiciosos o se destapen precarios de otros rasgos. Dentro del PP abundan los bellacos. Sin ser especialmente malignos en sentido moral, adquieren cotas notables cuando el sinónimo es inepto o inútil. Encuentran su grado de maldad cuando intentan seducir al ciudadano con argumentos inciertos, adulterados. Sobre todo a la hora de ensalzar logros económicos tan falsos como aquellos que callan por discreción o temor a ser descubiertos. Veamos. ¿Hay algo sobre la reforma del Estado Autonómico (irrefutable desaguadero económico), de la consolidación democrática, del avance en derechos y libertades, de la separación de poderes, de la moralidad pública? ¿Qué se ha hecho, pues? ¿Cambiar ciclo, regulación y modelo económicos? Tampoco. Nos mantenemos gracias a la inseguridad del Mediterráneo afro-asiático. El resto, pompas de jabón.

Pocas o ninguna esperanza ofrece el PSOE cara al futuro. Aquí, la proporción de unos y otros (bellacos y cantamañanas) se va nivelando día a día. En algún caso personal están por mitad. Un refrán, atinado, certero, detalla: “Favorecer a un bellaco, es echar agua en un saco”. ¿Qué más puede decirse? Pues todavía quedan muchos empeñados en utilizar cubo y saco. Dejan apartados, en entredicho, títulos y crédito para hacer de la bellaquería su tarjeta de presentación. A veces es difícil -casi imposible- casar temores y certidumbre. Uno, pese a los años, al escepticismo ejerciente, se asombra de tanta ruindad moral e intelectiva. Recalco, demasiados sujetos bellacos y cantamañanas, a la par, embisten esta sigla centenaria e imprescindible en España.

Ciudadanos, de momento, depara virginidad y frescura supeditadas a algún desliz contradictorio. Hasta el presente, su catálogo de lacras muestra pecados nimios y pasos confusos, casi ebrios. Una insignificancia comparada con los tics inquietantes, extraordinarios del resto. Podemos se lleva la palma, el récord, de cantamañanas hasta el punto de sufrir tal notoriedad prácticamente toda su casta dirigente. Ser bellacos forma parte de su esencia y, por consiguiente, deja de ser atributo azaroso para convertirse en sustrato doctrinal. La historia constata de forma rotunda e inexorable su evidencia. Diferente es que aún alguien ansíe falsear vicisitudes representando papeles simplones, seductores, quiméricos, así como personal que los admita.

Sé que el objetivismo es una rémora. Con todo y con ello, mi voluntad aspira a la crítica política, jamás personal, y a exigirme imparcialidad plena. A este detalle debo mi última admonición. Me resulta arduo calificar a la sociedad española de bellaca y cantamañanas, pero franqueza obliga. Sí, nosotros, los españoles tenemos altas dosis de aquello que imputamos a quienes nos gobiernan pues de otra forma sería imposible llegar al extremo donde nos encontramos. Nuestra pereza lleva al escenario ruinoso que nos rodea. Cuánta ingenuidad desplegada, cuánta energía perdida por la boca y cuánta propuesta de bar pierde fuelle a la salida. Nadie vea en estas, aun aquellas, lucubraciones desesperanza, insidia o triunfalismo. Expongo casos, dichos y hechos, que nuestros próceres avientan o exhiben personalmente. Nosotros, con el proceder habitual, somos cómplices necesarios por omisión. Ni más, ni menos.

 

 

viernes, 6 de enero de 2017

ACUERDOS, DISENSIONES Y DIVORCIOS

Niños, maduros y longevos, atraídos por renovadas ilusiones que fomentan estas mágicas fechas, escriben o piden (tanto monta) a sus majestades -trío esperanzador, excitante- que les otorguen sus sueños lúdicos o compensadores. Unos y otros, guiados por candor infantil, tal vez por madura inhabilidad, por empirismo infecundo, necesiten el recurso misterioso de la dádiva fantástica. Luego, el arraigo de la ortodoxia ingrata rompe todo hechizo; más en el infante, sometido al embrujo de las mil y una noches. Los mayores porfiamos sin inocencia, pero también sin fe, porque la vida borra cualquier pretensión alentada solo por emociones. Se impone una realidad fea, deforme, abominable. Tal escenario motiva a creyentes, a individuos juiciosos, de pasiones fraternas, a clamar para que nuestros gobernantes encuentren caminos cuyas metas sea la prosperidad ciudadana. Desde luego, referente a nuestro país, Melchor, Gaspar y Baltasar, deben exhibir mucho denuedo para que los políticos que sufrimos hallen el derrotero correcto.
Los medios, la intelectualidad, el ciudadano de a pie, reclaman acuerdos al conjunto de partidos para llevar a buen puerto legislatura y unidad territorial. Estos convenios entre dos o más partes (así los define la Academia), suelen centrarse en los Reyes de Oriente -potentados desde que apareció petróleo- o en el azar. Curiosamente, pocos los atribuyen a quienes debieran hacer algún esfuerzo, al sentido común y menos a un intenso patriotismo. Pese a todo, fuera de cualquier influencia sacra, Rajoy echa un cable al PSOE de forma exquisita, cuidándolo, sin forzar la máquina, mientras prioriza contactos con el PNV. De rebote, desajusta sibilinamente los pactos con Ciudadanos sin que se note demasiado porque no le interesa una ruptura definitiva. Por vez primera, y única, lo descubro estadista. Me gustaría presentirlo menos prudente con el independentismo catalán, pero no pidamos peras al olmo. Advierte que el PSOE es imprescindible a la hora de mantener el statu quo y equilibrio nacional. Esta razón le lleva, con la probable contribución del nacionalismo vasco, a no sacrificarlo en el ara. Debe, además, tener diligente al partido bisagra, Ciudadanos.
Rehuyendo el acercamiento que propicia todo espíritu navideño, y de la virtuosa armonía exigible al quehacer humano, tiempo atrás aparecieron señales claras de disensión política contra cualquier querencia natural. La Real Academia, en su acepción primera, indica que disensión significa “oposición de varias personas en los pareceres o en los propósitos”. Otra, la cuarta, añade: “contienda, riña, altercado”. Sin llegar a los últimos excesos, tal actitud se viene dando desde siempre. Sin embargo, el finiquitado dos mil dieciséis alcanzó una amplitud difícil de superar; constituyo la madre de todas las disensiones. Primero entre PP y PSOE, para ser exactos entre PP y Pedro Sánchez. Luego, menos notables, se observaron divergencias PP-Ciudadanos para terminar con la traca protagonizada por un PSOE vacilante y un Podemos desmedido. Añadan ustedes, y no les será laborioso, cuantas discordias consideren para completar esta síntesis quizás demasiado parca.
Acotado el apunte de desavenencias, la exageración se adueñó pronto del entorno político afectando a diferentes siglas y personajes notables. Mediáticamente la bomba cayó en el PP cuya marejada llegó a conjeturar la tragedia de Rita Barberá. Meses antes empezaron a tejerse diferencias nocivas, destructoras, entre la ejecutiva socialista y el comité federal. A poco, y rota cualquier posibilidad de arreglo, Sánchez fue descabalgado tomando una gestora al efecto decisiones sobre estrategias futuras, según ellos, para salvar a España y al partido. Superadas abundantes insidias, creo que su labor puede tasarse de encomiable. Ciudadanos navega en aguas procelosas al cesar de su ejecutiva, y ser crítica despiadada, Carolina Punset que apunta un cambio de valores por eslóganes y frases huecas. El apogeo lo despliega Podemos con el enfrentamiento Iglesias-Errejón y sendas corrientes. Ignoro qué ocurrirá tras el despliegue plebiscitario de Vista Alegre II, pero Monedero y su frase “Si cae Iglesias, cae Podemos (y tú te jodes)” deja al descubierto lo que aseguré hace tiempo: Podemos es una oficina vip de colocación. El personal le sirve como motor para alimentar un staff elitista e insaciable.
El mismo DRAE enseña, en su acepción segunda, que divorcio es “separar, apartar personas que vivían en estrecha relación o cosas que estaban o debían estar juntas”. Sin más, ahora mismo tenemos dos divorcios ya consumados y un tercero que se otea en el horizonte inmediato. Rajoy se ha divorciado de Aznar aunque la prole queda a cubierto de cualquier fiasco o malquerencia. Sánchez ha roto con Susana legando graves secuelas para una descendencia huérfana, dividida, desorientada. Algunos hijos pródigos reclaman toda herencia ideológica aunque se haya impuesto, vía jurídica, la legitimidad estatutaria. Puede terminar en ruptura traumática. Podemos, que alguien pretende verlo como su alter ego, lleva parecida trayectoria. Enseguida comprobaremos si se corroboran ambos presupuestos o terminan siendo el parto de los montes.
Sea cual fuere la conclusión, tras el largo periodo de gobierno en funciones -roto por todos hace cuatro días en legítima defensa- los Reyes Magos han dejado una España expectante, ensombrecida, en un ¡ay! Contrasta con esa otra que ministros y prebostes del partido dibujan desmadejadamente, debilitados, sin crédito. Confiemos que, bajo tanta negrura carbonífera, emerja una realidad distinta, alegre, transformadora. Esperemos.