Niños, maduros y longevos,
atraídos por renovadas ilusiones que fomentan estas mágicas fechas, escriben o piden
(tanto monta) a sus majestades -trío esperanzador, excitante- que les otorguen sus
sueños lúdicos o compensadores. Unos y otros, guiados por candor infantil, tal
vez por madura inhabilidad, por empirismo infecundo, necesiten el recurso misterioso
de la dádiva fantástica. Luego, el arraigo de la ortodoxia ingrata rompe todo
hechizo; más en el infante, sometido al embrujo de las mil y una noches. Los
mayores porfiamos sin inocencia, pero también sin fe, porque la vida borra
cualquier pretensión alentada solo por emociones. Se impone una realidad fea, deforme,
abominable. Tal escenario motiva a creyentes, a individuos juiciosos, de
pasiones fraternas, a clamar para que nuestros gobernantes encuentren caminos cuyas
metas sea la prosperidad ciudadana. Desde luego, referente a nuestro país,
Melchor, Gaspar y Baltasar, deben exhibir mucho denuedo para que los políticos
que sufrimos hallen el derrotero correcto.
Los medios, la
intelectualidad, el ciudadano de a pie, reclaman acuerdos al conjunto de
partidos para llevar a buen puerto legislatura y unidad territorial. Estos
convenios entre dos o más partes (así los define la Academia), suelen centrarse
en los Reyes de Oriente -potentados desde que apareció petróleo- o en el azar.
Curiosamente, pocos los atribuyen a quienes debieran hacer algún esfuerzo, al
sentido común y menos a un intenso patriotismo. Pese a todo, fuera de cualquier
influencia sacra, Rajoy echa un cable al PSOE de forma exquisita, cuidándolo, sin
forzar la máquina, mientras prioriza contactos con el PNV. De rebote, desajusta
sibilinamente los pactos con Ciudadanos sin que se note demasiado porque no le
interesa una ruptura definitiva. Por vez primera, y única, lo descubro estadista.
Me gustaría presentirlo menos prudente con el independentismo catalán, pero no
pidamos peras al olmo. Advierte que el PSOE es imprescindible a la hora de
mantener el statu quo y equilibrio nacional. Esta razón le lleva, con la probable
contribución del nacionalismo vasco, a no sacrificarlo en el ara. Debe, además,
tener diligente al partido bisagra, Ciudadanos.
Rehuyendo el acercamiento
que propicia todo espíritu navideño, y de la virtuosa armonía exigible al
quehacer humano, tiempo atrás aparecieron señales claras de disensión política
contra cualquier querencia natural. La Real Academia, en su acepción primera,
indica que disensión significa “oposición de varias personas en los pareceres o
en los propósitos”. Otra, la cuarta, añade: “contienda, riña, altercado”. Sin
llegar a los últimos excesos, tal actitud se viene dando desde siempre. Sin
embargo, el finiquitado dos mil dieciséis alcanzó una amplitud difícil de superar;
constituyo la madre de todas las disensiones. Primero entre PP y PSOE, para ser
exactos entre PP y Pedro Sánchez. Luego, menos notables, se observaron divergencias
PP-Ciudadanos para terminar con la traca protagonizada por un PSOE vacilante y
un Podemos desmedido. Añadan ustedes, y no les será laborioso, cuantas discordias
consideren para completar esta síntesis quizás demasiado parca.
Acotado el apunte de desavenencias,
la exageración se adueñó pronto del entorno político afectando a diferentes
siglas y personajes notables. Mediáticamente la bomba cayó en el PP cuya
marejada llegó a conjeturar la tragedia de Rita Barberá. Meses antes empezaron
a tejerse diferencias nocivas, destructoras, entre la ejecutiva socialista y el
comité federal. A poco, y rota cualquier posibilidad de arreglo, Sánchez fue
descabalgado tomando una gestora al efecto decisiones sobre estrategias
futuras, según ellos, para salvar a España y al partido. Superadas abundantes insidias,
creo que su labor puede tasarse de encomiable. Ciudadanos navega en aguas
procelosas al cesar de su ejecutiva, y ser crítica despiadada, Carolina Punset
que apunta un cambio de valores por eslóganes y frases huecas. El apogeo lo despliega
Podemos con el enfrentamiento Iglesias-Errejón y sendas corrientes. Ignoro qué
ocurrirá tras el despliegue plebiscitario de Vista Alegre II, pero Monedero y
su frase “Si cae Iglesias, cae Podemos (y tú te jodes)” deja al descubierto lo
que aseguré hace tiempo: Podemos es una oficina vip de colocación. El personal
le sirve como motor para alimentar un staff elitista e insaciable.
El mismo DRAE enseña, en
su acepción segunda, que divorcio es “separar, apartar personas que vivían en
estrecha relación o cosas que estaban o debían estar juntas”. Sin más, ahora
mismo tenemos dos divorcios ya consumados y un tercero que se otea en el
horizonte inmediato. Rajoy se ha divorciado de Aznar aunque la prole queda a
cubierto de cualquier fiasco o malquerencia. Sánchez ha roto con Susana legando
graves secuelas para una descendencia huérfana, dividida, desorientada. Algunos
hijos pródigos reclaman toda herencia ideológica aunque se haya impuesto, vía
jurídica, la legitimidad estatutaria. Puede terminar en ruptura traumática.
Podemos, que alguien pretende verlo como su alter ego, lleva parecida
trayectoria. Enseguida comprobaremos si se corroboran ambos presupuestos o
terminan siendo el parto de los montes.
Sea cual fuere la conclusión,
tras el largo periodo de gobierno en funciones -roto por todos hace cuatro días
en legítima defensa- los Reyes Magos han dejado una España expectante,
ensombrecida, en un ¡ay! Contrasta con esa otra que ministros y prebostes del
partido dibujan desmadejadamente, debilitados, sin crédito. Confiemos que, bajo
tanta negrura carbonífera, emerja una realidad distinta, alegre, transformadora.
Esperemos.
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