viernes, 28 de junio de 2013

ERROR, VOLUNTARIEDAD Y CONVICCIÓN


 

Los últimos tiempos son pródigos en noticias que escapan al límite considerado normal; es decir, ajustaríamos el atributo si las calificamos de prodigiosas. Entre todas, destaca aquella que reseña el informe fiscal, remitido por Hacienda al juez Castro, sobre el patrimonio de la infanta Cristina. Según se desprende del mismo, la señora de Urdangarín  enajenó trece fincas -rústicas y urbanas- por un importe total cercano al millón y medio de euros. Queda oculto el piso, garaje y trastero sitos en Pedralbes. Con gran asombro, no exento de escándalo, la infanta negó que fuera propietaria de esos bienes transferidos, al parecer, únicamente por Montoro. Por el contrario, sí era poseedora del que había vendido en Pedralbes e ignorado por la Agencia Tributaria. 

Tamaña metedura de pata -quizás enjuague lisonjero, tosco y antiestético- comporta un serio atropello a la Ley. Desde obstrucción a la justicia y falsedad en documento público hasta presunta o probable complicidad en evasión fiscal (incluso blanqueo de capitales), los responsables políticos de Hacienda, asimismo, han tomado el pelo a los sufridos contribuyentes. Sin embargo, todo acaba reducido a trece errores; cifra que genera gran recelo popular auspiciado por altas dosis de superstición. Dos yerros  asume esta institución que proclamaba, hace años,  ser de todos y once atribuye  a unos cabezas de turco que merodeaban por allí: notarios y registradores. Hacienda, “nuestra Hacienda”, nos chalanea, exprime, persigue, subestima y maltrata, pero no miente; se equivoca un poco. Bueno, en realidad lo hace Rita. La existencia de “agujeros negros”, inmunes al protocolo asiduo de inspección, son maledicencias de gente suspicaz y desinformada. ¿Captan la ironía?

Ante la alarma social que generan estas noticias -más en el tramo final de la declaración del IRPF- los responsables políticos del ministerio -escondiendo el rostro, perdón quiero decir la cara-  difunden una nota. Expedida con nocturnidad y alevosía (marco tópico de crímenes que conforman el paradigma del relato policiaco), procuró serenar unos ánimos ciertamente revueltos. Su contenido ayudaba poco a conseguir el objetivo. La incidencia, decía, vino de un error  desencadenado por un deneí perverso y con evidente inclinación a repetirse, cual cromo coleccionable, contrariando versiones policiales. Técnicos de este cuerpo, han corroborado la imposibilidad de encontrar dos documentos identificativos con numeración gemela. Doctores tiene la Iglesia. Sea como fuere, la Agencia ha roto no digo ya aguas sino su virginidad. Perdido el juicio que contraviene la pauta que se reconoce como válida (definición de error), según propio testimonio, Hacienda queda deslegitimada para suponer deseo o propósito voluntario los errores de los demás, salvo prueba irrefutable alejada de cualquier estimación subjetiva.

El error es humano, inclusive cuando haya indicios claros de equipararlo -sin maldad- a una actitud descarada de camuflaje. La voluntariedad, siendo personal e intransferible, es un dictamen que realiza alguien ajeno y, por tanto, queda al descubierto, supeditado a conducta (tal vez acomodo) del árbitro. Desde hace meses, mi concepto de la Hacienda Pública arrastraba ciertas dudas respecto a su imparcialidad e higiene. Nuestra mente contributiva anida la idea de que el rasero utilizado, cuando ha de calibrar realidad y declaración, debe aproximarse mucho a la varita del mago que suele aturdir mediante un ocultismo peregrino, advenedizo. Los errores del ciudadano, por nimia que sea la cantidad,  acarrean expedientes sancionadores. Conservo alguna experiencia cercana. Algo más de cuatrocientos euros, provocaron la multa de ciento cinco a consecuencia de un error natural. Creo innecesario examinar las diferencias de proceder con unos y otros. Inadmisible. No pongo en cuarentena, proclamo la dejación de estos políticos que se muestran enérgicos con los débiles y pusilánimes ante los poderosos

Convicción, enseña el diccionario, implica seguridad que tiene alguien sobre la verdad o certeza de lo que piensa o siente. Por crédulo y necio que apunte un ciudadano, con las noticias que sirve el desayuno cada día,  ha de cambiar de actitud y opinión referida a aquellas instituciones que le afectan en su vida ordinaria. Sin duda, una de las que más rechazo produce tiene connotaciones dinerarias. Hoy, percibe informaciones que hablan de enredos, misterio, trato diferenciado. Las conjeturas se truecan certidumbres. El crédito se gana o pierde al compás de acciones concretas, algunas repugnantes. Mal está que el individuo sea engatusado por aventureros que tienen por costumbre inveterada incumplir sus promesas y transacciones. Esto, lo acepta aun de mala gana. Tocarle el bolsillo de manera usurera, ladina y desigual, no tiene escapatoria ni perdón.

Quien posea información, incluso ayuno de suspicacia, tiene el convencimiento, asegura -como lo hago yo- que donde pone la mano un político corrompe su naturaleza y comportamiento. Ha ocurrido con la justicia, educación, Cajas de Ahorro, sentimiento nacional y, por lo intuido, Hacienda. En fin, el orbe institucional. Encima, son soberbios seguramente porque es la forma de expresión más refinada que tiene la estupidez. Ante esta convicción, el pueblo debe oponer una dignidad rocosa, innegociable. No queda otra escapatoria; pundonor frente a exceso, latrocinio y miseria.

 

viernes, 21 de junio de 2013

PP Y PSOE LE VEN LAS OREJAS AL LOBO


Cuando alguien intuye un problema cercano, al acecho, el refranero popular -siempre sabio- proclama que le ve las orejas al lobo. Parece probable que la implicación temor y lobo arranque de una España perdida en los tiempos (ahora apenas quedan lobos, aparte algunos bípedos, que causen estragos importantes). De ahí el fundamento empírico del que surge nuestro proverbio. Sin embargo, la actitud del individuo presa de semejante infortunio, encierra un amplio abanico de respuestas. Los más turbados e irreflexivos, dominados por pulsiones poderosas, emprenden una temeraria huida hacia adelante. Resta el pequeño porcentaje que se somete al influjo ávido de la adrenalina y se prepara para una disputa incierta.

El PP masca el fracaso que acopia su política económica. En la oposición proporcionaba soluciones con aire de suficiencia. Hoy, un PSOE indigente, olvidadizo, cínico, recomienda recetas que no quiso o no supo utilizar meses atrás. Cronos muestra tajante, resoluto, la desvergüenza, el fraude continuo, a que nos somete esta caterva de indocumentados (por utilizar un epíteto suave) que se autodefinen políticos. Recuerdo, dominando la ira, cuando “expertos” prohombres -ubicados a la derecha del hemiciclo- impartían doctrina económica al ejecutivo de un Zapatero nefasto, tragicómico, que dejó un país para el arrastre. Pobre.

Don Mariano, Rajoy, ahonda la crisis y deja al descubierto una ineptitud extraordinaria. Todavía pretende sobrevivir del pasado, de un engaño heredado después del “ejemplar” traspaso de poder, allá por la Navidad de dos mil once. Esgrimir a estas alturas legados ruinosos para ocultar torpezas propias, tiene corto recorrido y termina por aparecer el peligroso efecto búmeran. En menos de dos años, la economía se ha deteriorado enormemente. Paro, deuda, déficit y consumo presentan índices descontrolados o, a su vera, una temperatura gélida. Si añadimos otras cifras coyunturales, asimismo bajo un presunto aderezo culinario, constataremos el agravamiento paulatino de la situación global. Sirva como apunte significativo, particular e inmediato, el hecho de que, de mis cuatro hijos, dos (economistas ambos) están parados. Uno lleva varios años; el otro, es incipiente.

Dicho lo expuesto, la situación –dicen- mejora con ese añadido contradictorio, casi explícito, de que tan esperanzadores presupuestos hay que tomarlos con prudencia. Algunos responsables en la materia: Montoro, de Guindos, Báñez, etc. sustituyen aquellos “brotes verdes” de antaño, tan efímeros que morían sin apenas iniciar su ciclo vital, por señales nuevas pero igual de quiméricas. Aunque las siglas sean diferentes (aun opuestas) la inoperancia, las mentiras, los métodos, los abusos, hasta el afán de apurar la caja común, son idénticos, clónicos. Es una demostración inconcusa -a pesar de los ímprobos esfuerzos que realizan determinados comunicadores para demostrar lo contrario- del escaso denuedo con que nuestra clase política, casta para muchos, afronta la ética social.

Tan afrentoso escenario ha abierto los ojos al contribuyente (antes ciudadano) que despliega, día a día, un desafecto definitivo -lo merecen, cuanto menos- hacia los partidos mayoritarios. Todas las prospecciones electorales evidencian caídas inusuales de PP y PSOE. Puede colegirse, con estos resultados, que el bipartidismo pasa a mejor vida. No sería exagerado predecir la desaparición de los dos, a medio plazo, si no emprenden con urgencia su total restablecimiento. Los retoques resultan insuficientes. El señuelo encandila pero, a la larga, agota cualquier prestigio. Para nada, es mejor abstenerse de hacer algo porque este escenario camaleónico pudiera mantener salvas futuras expectativas. 

Confío poco, mejor dicho, recelo totalmente en la inteligencia del político. Cálculo e incentivos son lastres que enturbian el natural discernir y proceder. PP y PSOE le han visto las orejas al lobo. Inquietos, empiezan a tomar medidas para defender sus privilegios (patente de corso, para algunos) y alejar ulteriores competidores a esa carroña en que han convertido el país. El aumento exponencial de IU, UPyD, incluso C’s (Ciudadanos) si diera el salto al ámbito nacional, amén del batacazo que se pronostica a ambos partidos mayoritarios, ha conseguido lo que jamás logró el interés general: alcanzar acuerdos plenos. Deben reconocer la dificultad que entrañará formar gobiernos estables, tranquilos. Uno y otro temen colaboraciones con la exigencia firme de cambios en la Ley Electoral y el consiguiente reparto de la tarta.

Ayer se escenificó el primer acto de esta defensa mutua. La excusa fue el apoyo institucional del PSOE al ejecutivo para fortalecer la posición de España en el próximo “tour de force” europeo. Sospecho que el verdadero fondo tiende a confundir al personal, levantar una cortina de humo que difumine u oculte la realidad. Pretenden, al final, llegar a acuerdos de legislatura, sin levantar sospechas, para que Rajoy y Rubalcaba (totalmente amortizados) sigan, pese a todo, en sus respectivas poltronas protagonizando gobiernos que prodiguen viejas y nuevas concesiones. Tras el hallazgo espectacular de la autarquía democrática, sólo les queda -al estilo del sabio griego- entonar a dúo un armónico y glorificador: ¡Eureka!

Días de vino y rosas, en este entorno dramático para muchos españoles, suelen traer inesperadas tormentas políticas. Ándense con cuidado, ciegos y sordos que viven del erario.

 

sábado, 15 de junio de 2013

PENSIONES Y CRISIS



Desde hace un tiempo, los medios de comunicación centran sus programas serios (incluso los no tanto) en el vano empeño de aclarar qué atributos mostrarán las futuras pensiones. Desconocen si la tormenta venidera afectará o no a las actuales. Todo son dimes y diretes, opiniones fundadas en otras -es decir, infundadas- y análisis rigurosos hechos por expertos que apetecen hacer digerible un sistema indigesto. Nadie parece dispuesto a sustituirlo; evaluar al menos, otras perspectivas del conflicto. Lo lógico es arrinconar aquello que observamos pernicioso, obsoleto, inoperante, para reemplazarlo por algo nuevo previo ajuste facultativo para que el cambio sea ajustado y proporcional. Seguir sujetos al anacronismo es ubicarse permanentemente cerca de la angustia.

Se comenta la naturaleza timadora de este solidario pero complejo y desequilibrado sistema. Pareciera razonable confirmar uno mixto, paliativo e interino, hasta concluir el postrimero totalmente privado. Su eficacia y rentabilidad ofrecen pocas dudas en países donde ya se ha instituido. Restaría para el Estado una función importantísima: garantizar mediante leyes precisas, asimismo arbitrajes, las aportaciones del ciudadano en general, sea o no trabajador “stricto sensu”. Así, entidades financieras y aseguradoras se guardarían muy mucho de expoliar capitales ajenos con apalancamientos perversos u otras aventuras contables.

Me pregunto, quizás impetuoso, si las informaciones manan de forma espontánea o provienen de una fuente interesada, ladina. No excluyo ninguna probabilidad, pues la experiencia aconseja poner en cuarentena hasta las apreciaciones más sensatas a priori, si es que alguna debiera considerarse tal sin rozar el infantilismo. Mientras, siete millones (más o menos) de jubilados dormitan, a lo peor velan, bajo ruidosos compases que acompañan a mensajes alarmantes. Olvidamos, al tiempo, el eco -de igual vigor- que alimenta el paro; pasto tóxico cuyo principio activo afecta lentamente a una sociedad que, a poco, va perdiendo la robustez heredada de sus ancestros.

El gobierno (digo) voluntarioso, populista, a lo mejor contrito, ha reunido un “comité de expertos” con el objetivo de enmendar, enderezar, el ocaso de la norma que se prevé cercano. Hay coincidencia en que la explosión demográfica de los años setenta, la involución posterior y el aumento progresivo de la esperanza de vida, sumadas al paro coyuntural (que deviene estructural por largo tiempo), hace inviable el actual sistema. Sin embargo, obcecados como pocos, seguimos amarrados al mismo remo y, a través de un confuso Factor de Revalorización Anual, dicen los sabios que podemos hallar un milagroso “factor de sostenibilidad”. Aparte, el ejecutivo -en un alarde semántico- se inventa la “desindexación” para definir un IPC descafeinado y aplicable sólo a los intereses del cocinero jefe. Llegados a este punto, recuerdo la censura que expresó Eugenio d’Ors a un camarero que le derramó parte de una botella de cava, al intentar abrirla de forma espectacular: “Los experimentos con gaseosa, joven”.

La crisis se conlleva gracias a los pensionistas junto a una tupida red de economía sumergida. Esta, en principio, sufre la suave presión de un gobierno que considera negativo tensar seriamente la cuerda. Por este motivo aplica advertencias retóricas sin pasar a la acción. Realiza una táctica injusta pero necesaria para mantener una paz social bastante precaria. El statu quo es suficiente razón de Estado. Su quiebra, en estos momentos críticos, supondría la mayor irresponsabilidad que gobernante alguno pudiera asumir.

Es conocido el papel que vienen desempeñando las clases pasivas desde hace años. Quién no conoce casos en que la pensión, complementada a veces por los ahorros atesorados a lo largo de toda una vida laboral, sirvió a hijos y nietos para aguantar los embates de una crisis dramática. Incluso, como último e ingrato remedio, algunos abuelos tuvieron que abandonar costosas residencias a fin de subsistir familias enteras. Hoy, el escenario empeora porque apenas quedan ahorros; las pensiones no alcanzar a atender tanto familiar y, encima, hay una merma continua del poder adquisitivo, aparte los probables ajustes que se vislumbran en el horizonte.

 La ambiciosa ceguera de unos políticos indigentes que no quieren limitar sus prebendas, está consiguiendo reducir el colchón que modera los efectos lesivos de una crisis profunda y larga. Al tiempo, tan desmedida asfixia fiscal junto al devaneo con el mundo financiero, extermina la clase media y destruye el tejido industrial, auténticos pilares del Estado que (emulando a Luis XIV) “son ellos”. ¿Serán capaces de matar la gallina de los huevos de oro? ¿Ustedes qué creen?

 

 
 

 

viernes, 7 de junio de 2013

BROTES VERDES VERSUS MOTIVOS PARA LA ESPERANZA


Me gustaría tener plena certidumbre de que no somos los menos afortunados o los más cerriles del orbe. Tal anhelo se debe a la casta política que padecemos y que excluye signos claros de reducir tanto desprecio por quien sufraga sus dispendios. Asimismo, todavía hay especímenes cuyo calificativo se hace tremendamente espinoso. Mantienen con ceguera impúdica (atesorada a base de misericordia, quizás arriendo), la parvedad retributiva que perciben nuestros prohombres. Observando el aprecio al cargo y la sumisión con que se ganan su puesto de salida, evidencian dos conclusiones: Casi todos rebasan sus virtudes (considerando los pobres méritos suscritos por el granel de segundones) o, quienes revestidos con hipotéticas capacidades, advierten magníficos extras. El amable lector coincidirá conmigo en que, al igual que camelo y franqueza, la “vocación” del político y el servicio del misionero son antitéticos.

Tan justa introducción no tiene por objeto descubrir a quien toma la política como medio de vida confortable (un altísimo porcentaje), sino la penosa constatación de que el español (en semejante porcentaje) exhibe unas tragaderas insólitas. Sólo así, el político de turno -da igual la sigla que lo identifique- se atreve a decir las mayores necedades sin perder por ello el crédito postizo que adquieren al compás del cargo. Parece importarles poco tal esquema. Deben pensar que apenas les queda rédito por perder. Su penuria intelectual, ética y estética, pasará a los anales de la insignificancia. Es casi imposible encontrar un país donde cleptocracia  y corrupción hayan llegado a tan alto grado de concierto. Aun así, rechazo la ventura de someter a los políticos al veredicto virtual de tribunales populares, a menudo  arbitrarios y sañudos. Levanto, por el contrario, cimientos informativos que ratifiquen, las próximas elecciones, una severa justicia democrática en las urnas, porque la justicia ordinaria genera abundantes dudas en cuanto a su empeño y equidad.  

Llevamos meses en que la falta de buenas noticias, debido a un gobierno inoperante (probablemente inepto), se contrarresta anunciando reformas cuyas ediciones iniciales tienen fecha aledaña; es decir, los proyectos terminan por ser objetivos sin plazo de caducidad. Son como esas pilas que duran, duran y duran. Por supuesto, ni siquiera se emprenden porque no suelen salvar el análisis previo y “exigible”. Esta estrategia remolona la conoce el vulgo como “marear la perdiz”, sin que para ello se precise ser dueño de una agudeza excepcional. Basta con desplegar cierto desparpajo, dejando traslucir el atrevimiento tópico del ignorante al que aplauden sólo los necios.

Ayer una noticia sospechosamente vaticinada (¿presagio?, ¿filtración?, ¿cocina exquisita?) marcó el hito tras un año largo de sequía; sin ilusión que echarse a la boca. Casi cien mil compatriotas habían abandonado la larga lista del INEM para empezar un trabajo corto -a juzgar por el informe estadístico- y, con mucha probabilidad, magro en retribución. Enseguida, los voceros del ejecutivo lanzaron sus encomios con alboroto. Alguien afirmó, ayuno de pereza y discreción: “Es el mejor dato de la serie histórica”. Otro, menos barroco por tanto más eficaz, dice: “El gobierno no se conforma y está comprometido con la salida de la crisis”. La señora Báñez, contenida, expresó: “Hay motivos para la esperanza”. A renglón seguido, dejó caer que siguen trabajando con firmeza por España y los españoles. Los mensajes me sonaban intemporales, reiterativos; asquerosamente falsos.

PSOE y PP eligen vocablos diferentes para un empeño común: hacer comulgar a los contribuyentes con ruedas de molino, según el léxico popular. En efecto, el gabinete socialista veía brotes verdes cada vez que los datos indicaban una situación económica dramática. Por su parte, y machaconamente, la señora de la Vega nos “aliviaba” con el aviso de un gobierno, sin descanso en la vela, a beneficio de España. Tanta superchería motivó, sospecho, la aspiración de que todo él se tomara un año sabático para ver si esta tesitura favorable suscitaba algún signo positivo. A veces, la esperanza reclama que el azar enmiende lo que la estulticia enmaraña. 

No soy economista, pero tengo información y sentido común. Hoy estamos igual o peor que hace meses. Diferentes indicadores así lo confirman. Un ejecutivo incapaz, olvidadizo, aun cobarde, pretende engañarnos y ya llueve sobre mojado. La balanza comercial (único trofeo que exponer) se equilibra porque el consumo ha bajado afectando a las importaciones. Además, sueldos de miseria permiten manufacturas competitivas y el aumento consiguiente de las exportaciones. Sin embargo, esta síntesis (eficiente en apariencia) junto a la falta de motor económico (exigua creación de riqueza), una deuda escandalosa y un déficit incontrolado, conforman la débil base sobre la que se asienta el negro futuro de España. Mal si abandonamos el euro. Peor si nos quedamos. Prefiero ser pobre y libre en mi casa, que esclavo deudor en la casa conjunta.

Ni ayer había brotes verdes, ni ahora motivos para la esperanza. Ayer íbamos rectos al precipicio. Hoy nadie puede asegurar con verdad que no hayamos caído en él, que se vislumbre en el horizonte salida alguna.  La corrupción sin freno y la burla permanente a la ley y al Estado de Derecho (además de la terrorífica situación económica), así lo confirman. Optimista por naturaleza, tras el latrocinio y la impunidad generalizados, más allá de la descomposición plena que padecemos y el hartazgo social a punto de reventar, nos encontramos a las puertas de un ¡sálvese quien pueda! Entonces el pueblo despierto, diligente,  cogerá las riendas y emergeremos arrolladores. Históricamente, la decadencia del gobierno avizora el instinto ciudadano. Napoleón, si viviera, reputaría -en todos sus extremos- lo expuesto.