viernes, 24 de abril de 2020

BULOS, EQUIVOCARSE, PENAR


Bulo, nos aclara el DRAE, significa noticia falsa propalada con algún fin. El concepto comporta, sin posible argumento a contrario, la sospecha juiciosa de que este instrumento (inmoral y éticamente mustio) solo interesa al poder o a colectivos próximos a él. En realidad, es una mentira con oficio, encargo o afición. Me cuesta creer que individuos aislados, asimismo inconexos grupos huérfanos de fuerte cohesión ideológica, sean autores de bulos con objetivos distintos a un puro esparcimiento intrascendente. Considero nulo, más allá de sandez supina, un rumor cuyo origen y, sobre todo, contenido se aprecie insustancial por quien sea, incluso popular, el paciente receptor. Bisoño en redes sociales y refractario al chismorreo, considero oneroso, tonto, el bulo con santo y seña particular. Debemos superar aquellos otros -siempre lascivos, extraños de linaje a veces- beneficien o perjudiquen al poder en sus diferentes máscaras, porque son delictivos jurídica y democráticamente. 


Llevamos días en que, bien gobierno, bien medios afines (bastante subvencionados de forma directa, aun con oronda propaganda institucional) vienen anunciando riesgos estresantes que irradian los bulos sobre el personal, como si fuera novicio y necesitara advertencias de cuya pretensión tengo serias dudas. Alguien, yo uno de ellos, teme que el gobierno vaya preparando terreno para sembrar bulos propios, irreconocibles, absurdos e ilógicos -estilo cuco que pone huevos en nido ajeno- para perseguir institucionalmente presuntos infundios, exógenos claro, que recelen de la gestión realizada por el ejecutivo a propósito del coronavirus. Tezanos, movió el campo allanando perspectivas y abonándolo de manera innoble, aunque ineficaz según reacciones posteriores. Las ciencias sociales, él debiera saberlo mejor que nadie, no son exactas; suele cargarlas el diablo y ese “ochenta por ciento” de ciudadanos conformes con el único control informativo por parte del gobierno, se convierte en jauría cuando ve peligrar libertades advenidas tras terribles recuerdos.


El pasado domingo, oprimida la paciente sociedad por un confinamiento que esconde improvisación, arrogancia e ineptitud insólitas, temerarias, el general Santiago de la Guardia Civil suscribió un mensaje en verdad alarmante. Dijo que pretendían identificar noticias falsas y bulos “susceptibles de provocar estrés social y desafección a instituciones del gobierno”. Todo el equipo testigo se adjudicó esas palabras con un aplauso patético. No sé si las circunstancias angustiosas que también ellos adosan, sea excusa suficiente para disculpar tan grave fiasco porque, en fondo y forma, constituía una quiebra inaudita de la Constitución. Pasó casi desapercibida, sin pena ni gloria salvo algún titular escrito o digital, porque quien ostenta el poder, según los medios audiovisuales (auténticos creadores de opinión), son exquisitamente respetuosos con las libertades democráticas.  Con otro partido gestionando el coronavirus, se hubiera pedido de manera inexcusable la cabeza del grupo presente y de bastantes políticos ausentes.


Pero que nadie se engañe, ni siquiera el general, porque estos comunicadores y medios no le defienden a él, ¡qué va!, defienden al gobierno. Y si cambiaran las tornas -la misma reserva con que hoy desgranan, a lo sumo, alguna objeción- se convertirían en látigo implacable, sanguinario. Pasaría a ser único infractor constitucional porque, al parecer, su firma aparece en la orden enviada a todas las comandancias. Con estos oportunistas hay que atarse bien los machos. Muchas veces, el enemigo se encuentra dentro de casa. Deduzco que, tras la tormenta, el señor Santiago tuvo esa inspiración redentora imprescindible para mantener vivo, al menos, el cuerpo al que representa. A su sombra, conjeturo, matizó las palabras proferidas fechas atrás. Tal vez, aunque algo tarde, despertara un escrúpulo confuso o una indómita rebeldía. Sea como fuere, logró sanear el currículum impecable que le precedía.


Equivocarse, según el diccionario de referencia, comporta tomar desacertadamente algo por cierto o adecuado. Heráclito ya hablaba de unidad en los contrarios; es decir, existe uno porque hemos de presuponer la existencia de su antagónico. Equivocarse implica imprescindiblemente acertar de vez en cuando, sin extralimitarse, puesto que lo mucho importuna y agrede. Sánchez tiene la virtud de no equivocarse nunca, sería milagroso verle consumar un acierto. Además, en las últimas comparecencias parlamentarias, tampoco enmienda; ahora, realiza “rectificaciones en positivo”. Este señor es un insuperable maestro interdisciplinar; incluso a la hora de mentir y enmascarar no tiene rival. A este enojoso fiasco de mandatario hay que añadir veintidós miembros (y “miembras”) tan ineptos como él, salvo alguna imprecisa excepción cuyo papel no supera confirmar la regla.


Constituye un denuedo sobrehumano, desde el punto de vista social y retórico, el esfuerzo titánico que supone llenar diez horas semanales de televisión para no decir nada. Sánchez, muy mermado ya, es el mago resistente, pétreo, que saca de la chistera sin descanso conejos de peluche con apariencia real. Ignoro dónde se encuentra el punto débil del sortilegio; si recae en un pueblo apático, dormido e inconsciente o si el mago falsario toma su escamoteo como predestinación beneficiosa, cuando verdaderamente acarrea caos. Un riguroso análisis nos lleva desazonados a que este gobierno -con la complicidad maquinal, lacia, de una oposición hipnotizada- trae el descalabro institucional, político, social y económico. Remedando a Jaime Carner, ministro de Hacienda en la Segunda República, o “España somete a Sánchez, o Sánchez someterá a España”.


Penar (usando el mismo diccionario que para los anteriores vocablos) en su acepción cuatro dice: “En la religión católica, padecer las penas de la otra vida en el purgatorio”. Claro está que no precisa ser católico, penar físicamente, ni tan siquiera está claro la existencia del propio purgatorio. Los años cincuenta, y anteriores, acostumbraban a ubicar en él a espíritus que todavía estaban ahítos de dicha celestial. La oración, recuerdo, era moneda oficiosa, exclusiva, para aliviar el peaje. ¡Pobres mortales soportando un sinfín de espíritus, deudos o conocidos, con bastantes cargas que purgar! También pobres ánimas retozando sin descanso por los instintos piadosos producto de la época. Ahora el gobierno, transfigurado su cuerpo inoperante en espíritu pérfido, pena un laberinto oscuro, sin salida valedera, gallarda. Advierto una procesión de encapuchados; incluso algunos, extasiados por la coyuntura, perfilan dinamismos fantasmales.  


Termino con tres interrogantes. ¿Por qué un gobierno social-comunista, progre (real o de boquilla) se atreve a recortar derechos sociales, adquiridos en años, a casi novecientos mil funcionarios jubilados? ¿Cómo casan en esta crisis los términos laudatorios del gobierno con la realidad, aislada o comparativa, que emerge cada día? ¿Cree el gobierno que, tras cuarenta y tres días de severo confinamiento, se han conseguido resultados aceptables? A esta, respondo yo si se me permite: NO. Es un biombo y una dispendiosa tomadura de pelo para tapar lo irrefutable.

viernes, 17 de abril de 2020

UNOS PACTOS INNOBLES, SIMULADOS


Tengo un documento gráfico donde se ensalza el utilitarismo como exordio radical de intervención con enfermos por coronavirus. Probablemente sus principios sean muy útiles en diferentes campos del proceder humano, pero cuando hablamos de vida y muerte éticamente son inaceptables. La situación a que nos ha llevado el coronavirus Covid-19, por su novedosa estructura e improvisación injustificable de un gobierno inepto, cuanto menos, ha sido espeluznante. Sin protección adecuada para personal sanitario, sin test que indicaran quien estaba contagiado (y por tanto con posibilidad, a su vez, de contagiar), sin UCIs, sin camas, etc. es comprensible la adopción de medidas extremas. Llegados a este punto, surgen cuestiones cuyo tratamiento puede considerarse improcedente; para muchos, inadmisible, homicida, litigante.


Cuando los casos desbordaron cualquier expectativa, hubo órdenes fundamentadas en un utilitarismo canallesco (aledañas al nazismo) dadas, presumiblemente, por este gobierno “progresista”, de izquierdas. No existe razón alguna para que vivir o morir sea sometido a cálculos reprensibles e inhumanos. Han muerto bastantes ancianos -a veces no tanto- abandonados, solos, en su último viaje y cuya aprehensión, hilachas de tiempo, han rebatido sus familiares. Determinar quién recibe una cama de UCI, tal vez un respirador, significa atribuirse un papel supremo, omnipotente, para cualquier humano, más si por añadidura es fiel lacayo de la ineptitud y del apocamiento. Llegados al extremo, en vez de asumir culpas, recaderos fieles a Sánchez y él mismo, van denunciando a expertos duchos como inductores de consejos, medidas y confinamiento. Así, cobardemente, puede encubrir su dominio arrogante tras un biombo enmascarado por el yerro ajeno. Constituye la forma ignominiosa de alentar una pretendida impunidad judicial y política.


Lo dicho es prueba suficiente para constatar el impudor que exhibe nuestra izquierda patria cediendo a las tesis del siempre reprobado Stuart Mill, uno de los padres del utilitarismo. Aplicar argucias dejando al descubierto intereses marginales, indica con cuan escaso crédito debiéramos computar cualquier pacto o acuerdo. Ocurre -sin apenas duda alguna e históricamente corroborado- cada vez que el PSOE coparticipe del mismo. Advertir almas cándidas en cualquier espacio ideológico significaría pecar neciamente, pero no es óbice para que alguno alcance el cénit. Los partidos inclinados a unir su futuro incierto al calamitoso presente de la coalición social-comunista, deben analizar si quieren mejorar el país o pretenden una añagaza que revitalice un gobierno astroso, desarticulado. Conociendo a los personajes, yo certificaría la segunda opción.


Este gobierno, junto a sus subvencionados medios proclives, lanza diversos mensajes (aparentemente inocentes) para ir cociendo a fuego lento la opinión pública e intentar cambios básicos en nuestro actual sistema, superando cualquier residuo soberano. Ya en dos mil trece, un editorial de El País bajo el epígrafe “Remedio y enfermedad” objetaba al gobierno chipriota por gravar los depósitos asegurando que “sería peor el remedio que la enfermedad”. Iglesias lleva días amenazando con medidas nacionalizadoras sobre la propiedad privada, en aras al interés general, sin ver comentario alguno sobre esta reserva expropiatoria y totalitaria. Tampoco censura rotunda, del presidente. Falta saber si le atenazan desconocidos temores o si comparte, a plena convicción, estas proclamas acordes a una lectura ad hoc de la Constitución. Cabe preguntarse y especular, asimismo, sobre qué objetivo pretende el ministro del interior afinando, un mes después, la normativa expresada en el BOE al declararse el Estado de Alarma.


Varias perlas adornan perversa e inicuamente este gobierno; entre otras, destaca la de un miembro puntero, “soberbio”, anunciando sobre dieciocho mil muertos que hoy es prioritario respaldar la república. No obstante, Tezanos y su CIS comanda el ranking de la maraña, del vacile. Creo que el sociólogo se ha superado (estadio o circunstancia rayana con lo imposible) al incluir en su última prospección la siguiente pregunta: (¿En estos momentos habría que prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social, remitiendo toda la información sobre la pandemia a fuentes oficiales, o si consideran…?). Se me ocurren dos interpelaciones sobre la pregunta en cuestión. ¿Pretende el señor Tezanos gestar una censura previa e incluso cerrar cualquier medio opuesto a la “verdad revelada”? ¿Quién decide qué es bulo y qué no o, mejor aún, quién legitima al legitimador de la verdad?


Ante la invitación que el presidente del gobierno realiza al resto de siglas nacionales para acompañarlo en su viaje al infierno político, debo hacer unas cuantas reflexiones. Si realmente se quiere la “reconstrucción nacional” es imprescindible, vital, que tanto Pedro como Pablo se vayan a su casa. Más diría, con ellos la democracia se encuentra sometida a permanente desgaste (incluso su práctica desaparición en algún aspecto) del que cada vez se advierten mayores menoscabos. Sánchez ha probado insistentemente que a España, si obstaculiza aquello que ambiciona, la traiciona, le importa un bledo. Según lo dicho, Ciudadanos ha tomado el camino inequívoco hacia su desaparición si termina por adherirse a un farsante. Por otra parte, Casado no puede aceptar -sin durísimas previas y contraprestaciones- el abrazo falso, timador, o jamás será presidente del gobierno porque Vox monopolizará a los descontentos e indignados con este gobierno. 


Hallo difícil valorar correctamente a quien rehúya los requerimientos de Sánchez para reconstruir el país, en puridad salvarle a él las vergüenzas. Un señor mentiroso, falsario, arrogante, se ubica en las antípodas de lo provechoso para España y los españoles. Por tanto, cuanto más lejos de él mejor. Mahatma Gandhi, nada sospechoso de inconsciente o botarate afirmaba: “Si hay un idiota en el poder es porque quienes lo eligieron están bien representados”. Este mensaje nos indica dos únicos caminos: rectificamos o seguimos siendo idiotas. Proteger a Sánchez para que pueda eternizarse en el poder implica saciar nuestra estupidez. La solución definitiva de algo adverso es extinguir la causa excusando parches temporales, inoperantes; hay que cortar por lo sano. 


Termino con una indicación. Los medios adquieren un papel extra en la presión sobre la derecha para aceptar las fullerías de Sánchez. ¡A callar!, mandan expresamente. Como aldaba ruidosa, coercitiva, expongo una muestra entre miles. Hace tres jornadas, un progre presunto, matizaba en Tele 5 al experto -de pasada y sin refutar ningún argumento- que criticar de forma poco próvida a Tezanos, al CIS, inducía al descrédito de las instituciones, asimismo de la democracia. Javier Ruiz (desde mi punto de vista comunicador sagaz, agudo, pero con cierto tamiz ideológico) cometió dos errores: desviar el tiro, porque accidente y esencia no son confundibles salvo intención fraudulenta y, a resultas, poner en almoneda la deontología periodística.

miércoles, 15 de abril de 2020

¿PRECINTAR LA MONCLOA?



Conviene siempre, pero más en ocasiones que pudieran resultar incómodas, conceptuar el significado de vocablos con especial alcance, tal vez disputa. El epígrafe -que profiere también mi pensamiento junto a gran parte de españoles, estoy seguro- me lo sugirió un buen amigo ilicitano, Jesús, a instancias mías. Precintar, nos aclara el diccionario, implica “colocar un precinto en un objeto o lugar para evitar que sean abiertos antes de tiempo o por una persona indebida”.  El término tiene una dualidad evidente en sí mismo, fuera de toda intención subjetiva. Utilizamos la misma expresión para resaltar algo beneficioso, pero también como reseña o circunstancia que nos pone, tal vez debiera ponernos, suspicaces. Los tiempos inducen a escudar invariablemente un empleo u otro, en términos generales, porque la coyuntura social así lo requiere. Dicho esto, no es óbice, sin embargo, que paseemos el contrario de puntillas manteniendo idéntico escenario.


Durante casi toda mi existencia, “precinto” tuvo connotaciones garantes, ventajosas, selectas. La exquisitez mostraba invariablemente una etiqueta de calidad bajo precintado adherido, inseparable, que lo autentificaba. Creo extendida la experiencia mayoritaria de todos nosotros. Antes, el precinto indicaba mercancía interesante (al menos) en su interior; además, revelaba pureza, estreno, primera mano. A veces -sin ostentar ningún aditamento externo- superando lo prosaico, lo material, constatábamos sin fórmula concreta la pericia solvente de algún conocido o las castas virtudes de alguna moza en edad requerida. Tal vez, el desliz, la ligereza, el espejismo, fueran concebidos por la cercanía entre lisonjero y elogiado, si bien su fracaso fuera escaso, si no nulo. 


Aunque los tiempos no han envilecido el pretérito don de precinto, se advierte ahora un uso regular con carga semántica muy diferente. Antes había una coexistencia inclinada a favor de lo apreciado. Ahora sigue habiendo el mismo entendimiento, pero sometido a un extravío penoso, presuntamente delictivo. Confinar, en su acepción segunda, expresa: “Recluir algo o a alguien dentro de unos límites”. Razonando un poco, sin esfuerzo, concluiremos el malicioso paralelismo existente entre precintar y recluir (confinar). Si nos atenemos a los hechos, a nosotros nos han precintado dicen para evitarnos males mayores. Algo parecido a la noticia que recoge Informaciones, diario alicantino: “Precintado un juzgado de guardia en Alicante, por un posible caso de coronavirus, para evitar riesgos”. Por cierto, lunes y martes se desprecintaron las actividades laborales para no paralizar la economía, obviando los riesgos humanos. Veremos resultados.


El lector sagaz habrá percibido, en la cabecera, un complemento retórico desgajado de una metáfora y una sinécdoque. Moncloa, metafóricamente, se refiere al gobierno que ocupa sus instalaciones. Aplico, asimismo, la sinécdoque cuando del mismo tomo la parte medular, elitista, con cara (en propiedad, jeta), mientras señalo tácitamente el todo, las numerosas y onerosas yemas que enraman el gobierno a posteriori: artistas, bufones, decenas de miles de entidades lucrativas (autodefinidas sin ánimo de lucro), asesores, medios, periodistas, personas subyugadas, etc. una multitud derrochadora e inútil para reportar al ciudadano el mínimo bienestar o ninguno. Ignoro, y temo que sea un auténtico misterio indescifrable, cuánto dinero cuesta al erario público “las inyecciones” asignadas a esta caterva, cuyo exclusivo cometido consiste en culturizar la propaganda e higienizar con artificio tanta suciedad. Mención aparte merecen los medios entrenados para contrarrestar los débiles hostigamientos de la derecha y conducir, corromper, el dilema social. Sí, los medios han sido germen esencial en esta democracia esperpéntica.


Remedando una frase célebre, ni quito ni pongo rey, pero defiendo mi presente y el futuro de los míos. Nadie duda ya de que este gobierno tuvo un natalicio gestado con frialdad reprimida por ambos progenitores. Sánchez e Iglesias se odian intensamente; tanto, que pretenden disimularlo extremando carantoñas postizas, inexcusables. La pandemia no ha traído ninguna novedad, acaso solo agregue divergencias conocidas de antemano y que sendas egolatrías incrementen afanosas. Más allá de palabras, ajustan una alianza cuyo único elemento común es el apoyo recíproco. No hay otra solución, van juntos o disuelven el artefacto montado contra los españoles y en el que, a marchas forzadas, Iglesias acapara demasiado poder ante la indolencia de un Sánchez engreído, altivo, pero bobalicón.


Verdad es que antes de la pandemia, Sánchez e Iglesias, tuvieron poco tiempo para destapar talantes absolutamente dispares; es decir, para emerger lo adivinado por una sociedad sin aprendizaje ni juicio, porque era evidente: el gobierno de coalición fue una burla, un sostén urgente si deseaban aferrar el poder. Este maldito virus, ha destapado imprevisión, negligencia, abandono del personal sanitario y de orden, incuria, errores; en fin, inutilidad, ineficacia. Resulta irritante la requisa diaria de la TV para, tras horas y horas de arengas ridículas, no decir nada; solo argucias y fraudes, palabras constantemente incumplidas. Faltan UCIs, mascarillas, test, EPIs, respiradores, camas, etc. vemos, crispados, un entorno desalentador, catastrófico. El confinamiento riguroso y la respuesta ejemplar, sacrificada, del personal sanitario, fuerzas de seguridad, ejército, junto al personal de los grandes almacenes, son únicos protagonistas del éxito conseguido hasta ahora. ¿Y el gobierno? Está entretenido pensando cómo ejecutar la próxima propaganda. Por ejemplo, repartiendo pocas mascarillas que no resolverán nada.


No obstante, insisto, los medios audiovisuales, pese a permitir irresponsablemente Liga, acto de Vox y manifestación feminista (madre del cordero y la primera razón del resto), defienden al gobierno que los subvenciona generosamente. Con honrosas excepciones, las TV, públicas y privadas, justifican negligencias y magra gestión del ejecutivo ante lo que aparecía por el horizonte y que la OMS advirtió. Argumentan que los países de nuestro entorno cometieron los mismos descuidos. De acuerdo, pero ¿acaso mal de muchos tiene que ser consuelo de tontos como dice un adagio popular? Por otra parte, nos comparamos con los países adyacentes solo en lo negativo. Todavía no he oído a la Sexta, verbigracia, comparar nuestra democracia con la alemana, danesa o cualquier otra de las que tienen una calidad infinitamente superior contando con menos políticos, asesores y medios públicos. Denunciando estas diferencias es la forma de cimentar aquella deontología primigenia del cuarto poder y contrapeso político, génesis auténtica de un periodismo tan aludido como postergado por los mismos comunicadores.


El gobierno nos tiene recluidos saltándose la normativa, según voces autorizadas de conspicuos constitucionalistas. De facto, estamos en un Estado de Excepción pese a lo anunciado por Sánchez; es decir, está legitimando que el fin justifica los medios. Según esta premisa, ¿es conveniente precintar La Moncloa para evitar el abismo nacional? El interrogante requiere respuestas juiciosas e inflexibles.

viernes, 10 de abril de 2020

CAMBIOS Y REVOLUCIONES


Mucho se viene conjeturando sobre los cambios medulares en el statu quo mundial a consecuencia de la pandemia. Contra toda evidencia, deben existir oráculos agoreros proclives al drama universal -tragedia encubierta- que lanzan llamadas, ininteligibles a una minoría, para corroborar si el hombre confluye o disiente del destino a que le lleva el caos o el azar. Ignoro si hay interés subrepticio, quizás manifiesto, de sembrar alarmas para, quebrantada cualquier probabilidad de aguda reflexión, indicarnos otro atajo aparente y, con todo, llevarnos al mismo asentamiento. Desconozco qué mueve a violentar la dinámica de un mundo difícil, encarnizado, vertiginoso, a la vez que deseable. Ciertamente, siempre hay gente dispuesta a triturar la esperanza desafiando momentos que se desean equilibrados, llenos de sueños compensadores, de sosiego. ¿Es posible que, ora infortunio, ya frenético impulso colectivo, motiven estos supuestos, a priori, tan enojosos? Seguro, contingencia y desazón suelen alejarse de la cautela.


El diccionario define cambio como “acto de dejar una cosa o situación para tomar otra”. Consecuentemente solo hay un cambio en sus dos extremos: vida y muerte. Lo demás son perspectivas que Cronos va despejando sin salirse nunca del espacio marcado. Todo cambio es, por tanto, una concepción adscrita al tiempo. Si nos atenemos a la finitud de la existencia, queda como único recurso el conocimiento fenomenológico conseguido, bien por vivencias personales, bien de forma inducida. 


Hoy, he topado con un ejemplo que, generalizando la vacuidad del aserto (verdadero aluvión en estos tiempos), espanta cualquier concepto. Su autora, campanuda en la tribuna del Parlamento, ha dicho: “Al PSOE no le hicieron callar durante cuarenta años, tampoco lo va a hacer ahora el PP”. Adriana Lastra, portavoz de aquel partido y causante, nació en mil novecientos setenta y nueve; por tanto, carece del conocimiento empírico de lo ocurrido en el franquismo. Asimismo, y es mucho más grave, temo que tampoco haya tenido tiempo de adquirirlo inculcado. Debería saber que su partido, durante tres décadas, hasta iniciarse los años setenta y de manera reservada, se mantuvo mudo salvo que lo suponga invitado intangible a la trinchera interna, díscola y clandestina, del PCE.


No es difícil deducir que el runruneo tiene resonancias de origen ambiguo, al menos. Si tuviera visos legitimadores, se ausentaría de cualquier aventurero que juegue con la noticia intrínseca como si un confidente estricto -antes garganta profunda- se la hubiera susurrado al oído. Desafiar políticas de alta ejecutoria atrae a medios y comunicadores para superar su eterno incógnito casualmente con “el aquel”. En ocasiones, también la multitud arriesga una contribución filantrópica; eso sí, abarrotada invariablemente de oculto fanatismo. Que la balanza caiga del lado chino o americano (no es posible otro cambio), que caigan regímenes consolidados y aparezcan otros novicios, apenas estructurados, importa a la Historia porque al individuo normal, incluso con giro contrario, le pilla fuera de competición. A la gente solo le preocupa un cambio pecuniario; es decir, mejorar su subsistencia. Nada más.


Los políticos, gente anormal, tienen otras prioridades diferentes, contradictorias. Ellos sí codician un cambio aparente, accidental, que los aúpe al pedestal áureo, aunque su base sea arcillosa, providencial para la erosión. Esa lucha interna e inclemente, permite cohabitar una voluntad ciega de servicio, al inicio de su vocación, con el esfuerzo inapelable por extrañar el lastre que supone lo pródigo si busca alcanzar la cima ansiada. No se deshumanizan, porque lo humano solo trasmuta con la postrimería, pero -al igual que un río encajado y sinuoso- su vida, salvo excepciones insólitas, debe transcurrir yerma, asistida por una guardia de tinieblas. La política actual es tosca, inhábil, promueve pocas reformas; únicamente utiliza (añorando extravíos ancestrales) triquiñuelas burdas. Este parece el caso de material sanitario público marcado con logo del PSOE, al objeto de hacerlo pasar como donación propia.


Cualquier disputa política simula adosar a la virtud las mayores iniquidades, incluso estupideces. Constituyen vagas formas de confinar cierta agresividad y agregarle una concordia candorosa, quimérica. Cada cual saca a relucir sus armas más devastadoras, por antiestéticas que pudieran parecer. Días atrás, TVE (con ánimo de sustraer culpas a un gobierno inoperante) puso el foco en la higiene de manos, junto al encierro de tos y estornudos entre brazo y antebrazo, como medida esencial para vencer el coronavirus. Con un par. Donde he advertido el famoso giro copernicano fue en Podemos. No hace tanto, Iglesias agitó el Congreso con aquello de: “Felipe González tiene el pasado manchado de cal viva”. Ahora -dominado por similar afición, desmesura y maximalismo- el ínclito Echenique, mientras le hace carantoñas al PSOE, va y suelta al PP: “Ustedes, como hace cuarenta y tres años, están contra la Constitución”. ¿Ignora, acaso, que el PP nació once años después del referéndum constitucional? No, es un torpe intento de podredumbre deslegitimadora; algo parecido a asegurar que Podemos es la filial del bolchevismo ruso en España. 


Revolución, en su acepción segunda, significa cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional. Tiene, según vemos, parecido linaje que el cambio si desdeñamos algunos matices significativos. Tanto es así que suelen aprovecharse vicisitudes, coyunturas, apocalípticas para alimentar feroces atropellos. George Orwell mantenía que: “Nadie instaura una dictadura para salvaguardar una revolución, sino que la revolución se hace para instaurar una dictadura”. Cuando los pueblos interpretan correctamente el mensaje, quienes perfilan y puntean gigantescos seísmos sociales en papel cuadriculado, quienes aspiran a capitalizar emancipaciones de individuos cautivos en sus propios laberintos, pergeñan desvaríos con frustración asegurada. 


Cada vez más la brutal crisis sanitaria y económica alimenta el pesimismo de amplias capas populares, temerosas de aciagos conflictos sociales. Añaden, al hecho objetivo, el avance velado, metódico, preciso, de la extrema izquierda (y sus postulados) en un gobierno desarbolado, sin timón. Añado esa peligrosa quietud de una oposición superada por la inercia, el paréntesis. A la postre, es innegable que cualquier televisión -pública o privada- une su unilateralidad a las huestes demoledoras. Aparte, las tácticas suaves o adaptadas al hábitat (tipo camaleón) suelen producir narcolepsia; es decir, sopor agradable, paralizador. Pese a todo, deduzco que la controvertida globalización, formar parte de un conglomerado supranacional y alguna otra premisa suelta, hacen imposible vivificar otra involución terrorífica. Sin enmienda ni mitigación por lo ya sucedido, pudiera que el coronavirus precipite la caída de Sánchez y con ella se salve España.

     

miércoles, 8 de abril de 2020

LOS RESPIRADORES DE PEDRO SÁNCHEZ


Estamos sufriendo la peor y más enmarañada pandemia de siglos. Curiosamente, cuando los avances técnicos posibilitan una comunicación copiosa e inmediata, nos topamos con excusadas trabas oficiales que ocultan una censura totalitaria y relegada. “Escenario excepcional”, “evitar alarmismos”, “unidad de acción”, etc. conforman los considerandos que se subrayan, entre otros inextricables, para llevar a la sociedad (con la venia silenciosa del arco parlamentario, excepción hecha de Vox) a un huerto extremo, excesivo, tedioso; tal vez, extemporáneo, inoportuno. Van surgiendo voces solventes que recelan de la legalidad respecto a ciertas medidas no ajustadas, presuntamente, al Estado de Alarma. Paso por alto inquietudes y pronósticos nada halagüeños en materia económica aireados por expertos concienzudos, precisos. Se incorporan, asimismo, informaciones sobre trías, para decidir quién recibe un respirador que separara vida y muerte, realizadas por internistas según órdenes políticas dadas, al menos, en algunas autonomías. 


Todavía tengo fresca aquella frase obscena del Departamento de Seguridad Nacional: (… “y capacidad suficiente para el diagnóstico y tratamiento de los casos”). La irreflexiva, pronta, carcajada se transformó, a poco, en despecho ante la petulancia de un organismo que por su atributo debiera manifestarse con mayor prudencia y pulcritud. Cierto es que, previo a ese mensaje, mencionaba también que el Organismo Europeo comisionado para la epidemia -por entonces- advertía de un riesgo medio-alto de propagación en Europa. Es decir, únicamente Sánchez atesora toda responsabilidad de las iniciativas ordenadas o permitidas (así como de sus consecuencias) desde primeros de marzo. Ciento cuarenta mil quinientos diez contagiados y trece mil setecientos noventa y ocho fallecidos, a día de ayer, es el fruto amargo que recoge una actuación negligente y fatua. Hay, además, cuarenta y tres mil doscientos ocho recuperados, pero esa gran cosecha la aúna el conglomerado constituido por personal hospitalario, fuerzas de orden público y ejército. 


Sí, Sánchez se ha contagiado del virus, uno particular que presenta signos específicos. Ambición desaforada, impostura, ausencia de empleo, ineptitud, desahogo, gestos con poca entidad democrática y otros manifiestos u ocultos, constituyen un inventario parco de los múltiples síntomas que padece. Curarse para él implica desmaterializar su cuerpo político mandándolo a la oposición, si no a su casa. Está tan grave, quizás desahuciado, que quienes están próximos lo arrinconan cual paciente incurso en una cuarentena indefinida e involuntaria. PNV y ERC deben tener elecciones antes de que termine el año y no quieren contaminarse con individuos tóxicos. Iglesias lo mantiene porque le es imprescindible para satisfacer su propio sustento como casta, conseguir tiempo y rédito político. No obstante, en el momento propicio, cuando el huésped se quede sin sustancia que parasitar, lo abandonará desplegando parecido desprecio al que Sánchez le dispensó.


Sin lugar a dudas, el presidente está en la UCI. Pese a ser enfermo joven, excluido del riesgo pandémico, presenta múltiples disfunciones orgánicas previas y otras adquiridas sin pausa. Imprevisión, insensibilidad social, ebrio de rédito político, partidario de la farsa y del biombo espurio cuando el escenario está lleno de despojos mientras se vislumbra una horrenda tempestad económica, constituyen incursiones pretensiosas, torpes, de su acción gubernamental. El país, ayuno del material necesario para proteger las indomables, arriesgadamente desprotegidas y generosas líneas de combate (amén de ciudadanía en general), lleva veinticinco días de prisión preventiva. Por el contrario, este ejecutivo mediático, propagandista, farsante, se pavonea sin parar -ya empalaga- anunciando que las medidas adoptadas están dando los resultados previstos. Imposible reunir tanto cínico ante la indigencia atroz que todavía devasta la sanidad. Es lo mismo que si una plaga de piojos, verbigracia, se cebara en un centro escolar y el gobierno, a falta de remedios eficaces, ordenara afeitar las cabezas de todos los chavales españoles. Seguro que también surtiría el efecto previsto. Sin embargo, el escarnio vendría cuando los chicos tuvieran que soportan encima una explicación estúpida para argüir esa clara tomadura de pelo, nunca mejor dicho.  


Sánchez presenta también una inusitada disnea, pero él -al contrario que otros- sí cuenta con respiradores para aliviar dicha situación exigente, fatídica. El primero y primordial lo conforma el heroico arrojo personal y colectivo del personal sanitario (incluido el específico de limpieza) que se ha dejado literalmente la vida luchando contra esta pandemia inédita. A la iniquidad de un gobierno mínimo, falsario, superfluo, han respondido todos como jabatos dando una portentosa lección de sacrificio, de renuncia, de entrega. Junto a ellos, en tándem admirable y con la misma abnegación, hemos visto a Cruz Roja, Protección Civil, Fuerzas Armadas, amén de numerosos voluntarios, en acertado aditamento. Sería lamentable, injusto, olvidarnos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado: Policía Local, Nacional, Autonómica y Guardia Civil, cuyo concurso ha sido esencial para que todo acaezca con orden y precisión.


Hay un respirador plebeyo, multitudinario, que -más o menos inducido por eslóganes pueriles, obvios: “quédate en casa”, “unidos mejor” “entre todos ganaremos”- está dando muestras infinitas de paciencia, tolerancia y escrupulosidad. Luego dicen que cada sociedad tiene el gobierno que se merece, pero en este caso el pueblo ha estado muy por encima de un gobierno reptante, histrión. Resulta ofensivo que el ciudadano siempre tenga que pagar los errores, a veces conscientes, de políticos aventureros, vividores, sin talla, mientras ellos salen indemnes. Personalmente, este marco lo llevo fatal, con instintos hostiles. Dentro de este conjunto ciudadano, cabe destacar el quehacer de quienes permiten tener a nuestra disposición los productos necesarios para una cómoda existencia, pese a estos gobernantes inútiles, nocivos. Nunca me atrajo participar en rúbricas externas, pero mi aplauso silente, cada noche a las ocho, conlleva un merecido tributo y con rabia aporreo (a las nueve, también sordamente) no una cacerola sino una paellera para treinta comensales; opción sandunguera, festiva, vernácula, del gong chino.


Falta por mencionar un último respirador impuro, dañino, pero sumamente eficaz. Completa dos bifurcaciones tan deplorables para el ciudadano como providenciales para un presidente que se ahoga en su propio naufragio. Una viene determinada por los partidos de oposición cuyo artificio cómplice sigue preocupando, debido a la sintonía mostrada, y ocupando la perplejidad, al menos, de quienes confían que alguno salvaguarde -con firmeza e ímpetu- derechos y libertades puestos, a priori, en precario. Otra, tan ominosa como la anterior, está protagonizada por medios recalcitrantes que reniegan del afamado cuarto poder por un plato de lentejas, poniendo al descubierto una filiación excesiva, infame, miserable. ¡Qué podemos esperar de individuos, aquellos y estos, de moral tan laxa! ¿Cuándo llegará la hora de la verdad? Ya está tardando.

viernes, 3 de abril de 2020

CIUDADANOS: ENTRE BANDERÍAS Y BLOQUES


Días atrás, un articulista de ABC firmaba el siguiente titular: “Arrimadas saca a Ciudadanos de la foto de Colón”. El texto ponía en boca de la mencionada líder, pleno asentimiento y lealtad del partido a las medidas anunciadas por Sánchez. Mientras, deslizaba alguna censura a PP y Vox. Temo que los estrategas de partidos adscritos, con mayor o menor acierto e incentivo, a la derecha se vean superados por el pánico a que les someten las etiquetas de una izquierda cuyas vilezas superaran con creces legendarios, míticos y pomposos valores ético-sociales. Me sorprende, de igual forma, con qué gallardía tropiezan tozudamente algunos políticos patrios en la misma piedra; parecen humanos. Sin embargo, Ciudadanos tiene a su alcance las mejores vivencias para no perpetuarse en el error.  Perder el ochenta y dos por ciento de diputados no solo debe engendrar preocupación sino un firme propósito de enmienda y restablecimiento.


Siempre hay que hablar con rigor y claridad, pero ahora debe juzgarse necesidad irrenunciable. Nadie niega que un país democrático necesita partidos escrupulosos, incorruptibles. No obstante, la Historia divulga graves ausencias, abusos, excesos, que afectan a los nuestros desde sus orígenes. Considero ajustado especular con un nuevo sustantivo para casi todos ellos: bandería. Este vocablo es sinónimo de facción a cuyo enunciado el DRAE dice: “Pandilla o partido violento o desaforado en sus procederes o sus designios”. Es decir, la sigla respectiva actúa como envoltura especulativa, falsa, de su verdadera esencia. Voy a centrarme en dos que pueden ser prototípicos, al menos convenidos a su papel protagonista durante los últimos tiempos: PSOE y PP. 


El PSOE (Partido Socialista Obrero Español) fue fundado por Pablo Iglesias Posse el año mil ochocientos setenta y nueve, siendo presidente hasta mil novecientos veinticinco, fecha de su muerte. Es decir, fue líder del mismo cuarenta y seis años, periodo inusual para una organización presuntamente democrática. Durante esta larga etapa surgieron alianzas con partidos republicanos que le llevaron al Parlamento español. También aparecieron serias diferencias para asistir a la II Internacional Socialista o III Comunista. Esa divergencia propició el nacimiento del PCE. Más tarde aparecieron banderías, más o menos revolucionarias, lideradas por Julián Besteiro, Indalecio Prieto y Largo Caballero. Incluso este formó parte de la dictadura primorriverista para perseguir al sindicato CNT, mayoritario por aquellas fechas. Tras desempeñar un papel esencial, aciago, en la Guerra Civil, su desenlace le llevó a desvanecerse casi tres décadas porque Franco, anticomunista explícito, fue reconocido por países donde socialdemócratas y conservadores se alternaban en el poder.


Felipe González, ya en la transición, consiguió retirar el vocablo “marxista”, esencia del socialismo español, siendo la primera vez que se convierte en auténtica socialdemocracia con aspecto y talante europeos. Consigue el poder en mil novecientos ochenta y dos, renovándolo durante cuatro legislaturas si bien le sobró la última. Ha conformado el periodo, con sus luces y sombras, en que España formó parte de Europa por derecho propio, configurando un país moderno. Fue principio y final del socialismo moderado, realista, patriótico. Después, iniciado el nuevo siglo, obsoletas aquellas banderías antañonas, aparecieron camarillas contrahechas, fraudulentas: las bandas. Eran y son grupos desideologizados, lenguaraces, hambrientos de poder, a cuyo frente se colocaba (por arte de birlibirloque) un jefe sin escrúpulos, farsante; un mago inservible para el mundo real. Primero apareció Zapatero que, desacreditado el socialismo en Europa, extrajo de su chistera la funesta Memoria Histórica junto al Cambio Climático. Produjo así quiebra social y hundimiento económico. ¿Se acuerdan de la “champions league”?


Ahora, aterriza Sánchez que terminará haciendo un estadista a Zapatero. Y, por si fuera poco, en la misma covachuela ha instalado otra banda rival directa. Zapatero era lerdo, pero no tenía maldad; Sánchez, desde mi punto de vista, carece de peros virtuosos o mínimamente compensadores. El coronavirus, y sus secuelas, solo ennegrecerá un poco más las torpezas e ineficacia personal en su gestión. Feminismo y Cambio Climático (para qué renovar embelecos si resultan eficaces) conforman el “adoquín” filosofal al que, con toda seguridad, debe someter cualquier juicio. Acepto y comparto toda preocupación por el deterioro del hábitat porque significaría desatender la higiene y habitabilidad de nuestra propia casa, pero carezco de fe que me lleve a entrever acontecimientos que tardan siglos en definirse. La incapacidad ni puede ni debe esconderse, tampoco excusarse. Ahora mismo, sufrimos al campeón, al que bate todos los récords. Me remito a lo visto y certificaré, ojalá me equivoque, con lo que queda por ver.


El PP (Partido Popular) de recentísimo e impreciso nacimiento, tuvo -a mi entender- dos padres: uno putativo, Fraga, y otro biológico, Aznar. Este, logró gobernar aunando no banderías sino diversas bandas-facciones surgidas tras el desguace de UCD. Supo hacer frente a la deuda que dejó González (67,4%) en mil novecientos noventa y seis, dejándola, pasadas sus dos legislaturas, al 40,2% en dos mil cuatro. Estos porcentajes son engañosos, pues la burbuja (iniciada en mil novecientos noventa y siete) hizo aumentar el PIB y, consecuentemente, con igual o mayor deuda, bajar el porcentaje. Viceversa, cuando la burbuja explota en dos mil ocho el PIB baja y el porcentaje aumenta, aunque la deuda no lo hiciera. Aquel famoso “milagro” consistió en una serie de circunstancias, favorecidas además por el BCE que ofrecía préstamos sin ton ni son. Rajoy, excelente orador y político honrado, dilapidó la confianza que le dio una hastiada sociedad española. Por cobardía o acomodo quiso seguir los pasos de Zapatero instando, sin plantearlo, el nacimiento de Vox y las suspicacias en la derecha española.


Comprendo que Arrimadas sea presa de inmenso rebato tras el gravoso revés sufrido por Rivera y que ella ha asumido. No obstante, desconoce la forma de enfrentarse a lo sustancial: cómo corregir aquella hecatombe. Desde luego, nunca arropándose con un PSOE (mejor dicho, sanchismo) en sus peores horas y vocacionalmente partidario de crear bloques opuestos, combativos, para conquistar el poder escurridizo. Tampoco mostrando actitud desdeñosa hacia PP y Vox. Si tuviera buenos asesores o ella dispusiera del instinto político que se le demanda al líder, intentaría llenar el único espacio político libre hoy en España: la socialdemocracia. Es decir, armar un partido cuyos pilares fueran un pronunciamiento claro de honradez ética, liberal en lo económico y con una exquisita preocupación social. Asimismo, toda disponibilidad a pactos rigurosos junto a quienes velen por el bienestar ciudadano. Llevamos dos décadas sin entrever una izquierda moderada, que pueda convenir políticas de Estado en cuestiones básicas como sanidad, educación, ley electoral, nacionalismos, etc. además de fiscalidad justa y progresiva. Necesitamos urgentemente que alguien ocupe ese hueco. Ahí está el futuro.