Bulo,
nos aclara el DRAE, significa noticia falsa propalada con algún fin. El
concepto comporta, sin posible argumento a contrario, la sospecha juiciosa de
que este instrumento (inmoral y éticamente mustio) solo interesa al poder o a
colectivos próximos a él. En realidad, es una mentira con oficio, encargo o
afición. Me cuesta creer que individuos aislados, asimismo inconexos grupos
huérfanos de fuerte cohesión ideológica, sean autores de bulos con objetivos
distintos a un puro esparcimiento intrascendente. Considero nulo, más allá de
sandez supina, un rumor cuyo origen y, sobre todo, contenido se aprecie
insustancial por quien sea, incluso popular, el paciente receptor. Bisoño en
redes sociales y refractario al chismorreo, considero oneroso, tonto, el bulo
con santo y seña particular. Debemos superar aquellos otros -siempre lascivos,
extraños de linaje a veces- beneficien o perjudiquen al poder en sus diferentes
máscaras, porque son delictivos jurídica y democráticamente.
Llevamos días en que,
bien gobierno, bien medios afines (bastante subvencionados de forma directa, aun
con oronda propaganda institucional) vienen anunciando riesgos estresantes que
irradian los bulos sobre el personal, como si fuera novicio y necesitara
advertencias de cuya pretensión tengo serias dudas. Alguien, yo uno de ellos,
teme que el gobierno vaya preparando terreno para sembrar bulos propios,
irreconocibles, absurdos e ilógicos -estilo cuco que pone huevos en nido ajeno-
para perseguir institucionalmente presuntos infundios, exógenos claro, que
recelen de la gestión realizada por el ejecutivo a propósito del coronavirus.
Tezanos, movió el campo allanando perspectivas y abonándolo de manera innoble,
aunque ineficaz según reacciones posteriores. Las ciencias sociales, él debiera
saberlo mejor que nadie, no son exactas; suele cargarlas el diablo y ese
“ochenta por ciento” de ciudadanos conformes con el único control informativo por
parte del gobierno, se convierte en jauría cuando ve peligrar libertades
advenidas tras terribles recuerdos.
El pasado domingo,
oprimida la paciente sociedad por un confinamiento que esconde improvisación,
arrogancia e ineptitud insólitas, temerarias, el general Santiago de la Guardia
Civil suscribió un mensaje en verdad alarmante. Dijo que pretendían identificar
noticias falsas y bulos “susceptibles de provocar estrés social y desafección a
instituciones del gobierno”. Todo el equipo testigo se adjudicó esas palabras
con un aplauso patético. No sé si las circunstancias angustiosas que también
ellos adosan, sea excusa suficiente para disculpar tan grave fiasco porque, en fondo
y forma, constituía una quiebra inaudita de la Constitución. Pasó casi
desapercibida, sin pena ni gloria salvo algún titular escrito o digital, porque
quien ostenta el poder, según los medios audiovisuales (auténticos creadores de
opinión), son exquisitamente respetuosos con las libertades democráticas. Con otro partido gestionando el coronavirus,
se hubiera pedido de manera inexcusable la cabeza del grupo presente y de bastantes
políticos ausentes.
Pero que nadie se engañe,
ni siquiera el general, porque estos comunicadores y medios no le defienden a
él, ¡qué va!, defienden al gobierno. Y si cambiaran las tornas -la misma
reserva con que hoy desgranan, a lo sumo, alguna objeción- se convertirían en
látigo implacable, sanguinario. Pasaría a ser único infractor constitucional
porque, al parecer, su firma aparece en la orden enviada a todas las
comandancias. Con estos oportunistas hay que atarse bien los machos. Muchas
veces, el enemigo se encuentra dentro de casa. Deduzco que, tras la tormenta,
el señor Santiago tuvo esa inspiración redentora imprescindible para mantener
vivo, al menos, el cuerpo al que representa. A su sombra, conjeturo, matizó las
palabras proferidas fechas atrás. Tal vez, aunque algo tarde, despertara un
escrúpulo confuso o una indómita rebeldía. Sea como fuere, logró sanear el currículum
impecable que le precedía.
Equivocarse,
según el diccionario de referencia, comporta tomar desacertadamente algo por
cierto o adecuado. Heráclito ya hablaba de unidad en los contrarios; es decir, existe
uno porque hemos de presuponer la existencia de su antagónico. Equivocarse implica
imprescindiblemente acertar de vez en cuando, sin extralimitarse, puesto que lo
mucho importuna y agrede. Sánchez tiene la virtud de no equivocarse nunca, sería
milagroso verle consumar un acierto. Además, en las últimas comparecencias
parlamentarias, tampoco enmienda; ahora, realiza “rectificaciones en positivo”.
Este señor es un insuperable maestro interdisciplinar; incluso a la hora de
mentir y enmascarar no tiene rival. A este enojoso fiasco de mandatario hay que
añadir veintidós miembros (y “miembras”) tan ineptos como él, salvo alguna imprecisa
excepción cuyo papel no supera confirmar la regla.
Constituye un denuedo sobrehumano,
desde el punto de vista social y retórico, el esfuerzo titánico que supone
llenar diez horas semanales de televisión para no decir nada. Sánchez, muy
mermado ya, es el mago resistente, pétreo, que saca de la chistera sin descanso
conejos de peluche con apariencia real. Ignoro dónde se encuentra el punto
débil del sortilegio; si recae en un pueblo apático, dormido e inconsciente o
si el mago falsario toma su escamoteo como predestinación beneficiosa, cuando verdaderamente
acarrea caos. Un riguroso análisis nos lleva desazonados a que este gobierno -con
la complicidad maquinal, lacia, de una oposición hipnotizada- trae el descalabro
institucional, político, social y económico. Remedando a Jaime Carner, ministro
de Hacienda en la Segunda República, o “España somete a Sánchez, o Sánchez
someterá a España”.
Penar
(usando
el mismo diccionario que para los anteriores vocablos) en su acepción cuatro
dice: “En la religión católica, padecer las penas de la otra vida en el
purgatorio”. Claro está que no precisa ser católico, penar físicamente, ni tan
siquiera está claro la existencia del propio purgatorio. Los años cincuenta, y
anteriores, acostumbraban a ubicar en él a espíritus que todavía estaban ahítos
de dicha celestial. La oración, recuerdo, era moneda oficiosa, exclusiva, para
aliviar el peaje. ¡Pobres mortales soportando un sinfín de espíritus, deudos o conocidos,
con bastantes cargas que purgar! También pobres ánimas retozando sin descanso por
los instintos piadosos producto de la época. Ahora el gobierno, transfigurado su
cuerpo inoperante en espíritu pérfido, pena un laberinto oscuro, sin salida valedera,
gallarda. Advierto una procesión de encapuchados; incluso algunos, extasiados por
la coyuntura, perfilan dinamismos fantasmales.
Termino con tres interrogantes.
¿Por qué un gobierno social-comunista, progre (real o de boquilla) se atreve a recortar
derechos sociales, adquiridos en años, a casi novecientos mil funcionarios
jubilados? ¿Cómo casan en esta crisis los términos laudatorios del gobierno con
la realidad, aislada o comparativa, que emerge cada día? ¿Cree el gobierno que,
tras cuarenta y tres días de severo confinamiento, se han conseguido resultados
aceptables? A esta, respondo yo si se me permite: NO. Es un biombo y una dispendiosa tomadura de pelo para tapar lo irrefutable.