Conviene siempre, pero
más en ocasiones que pudieran resultar incómodas, conceptuar el significado de
vocablos con especial alcance, tal vez disputa. El epígrafe -que profiere también
mi pensamiento junto a gran parte de españoles, estoy seguro- me lo sugirió un
buen amigo ilicitano, Jesús, a instancias mías. Precintar, nos aclara el
diccionario, implica “colocar un precinto en un objeto o lugar para evitar que
sean abiertos antes de tiempo o por una persona indebida”. El término tiene una dualidad evidente en sí
mismo, fuera de toda intención subjetiva. Utilizamos la misma expresión para
resaltar algo beneficioso, pero también como reseña o circunstancia que nos
pone, tal vez debiera ponernos, suspicaces. Los tiempos inducen a escudar
invariablemente un empleo u otro, en términos generales, porque la coyuntura
social así lo requiere. Dicho esto, no es óbice, sin embargo, que paseemos el
contrario de puntillas manteniendo idéntico escenario.
Durante casi toda mi
existencia, “precinto” tuvo connotaciones garantes, ventajosas, selectas. La exquisitez
mostraba invariablemente una etiqueta de calidad bajo precintado adherido,
inseparable, que lo autentificaba. Creo extendida la experiencia mayoritaria de
todos nosotros. Antes, el precinto indicaba mercancía interesante (al menos) en
su interior; además, revelaba pureza, estreno, primera mano. A veces -sin
ostentar ningún aditamento externo- superando lo prosaico, lo material,
constatábamos sin fórmula concreta la pericia solvente de algún conocido o las
castas virtudes de alguna moza en edad requerida. Tal vez, el desliz, la ligereza,
el espejismo, fueran concebidos por la cercanía entre lisonjero y elogiado, si
bien su fracaso fuera escaso, si no nulo.
Aunque los tiempos no han
envilecido el pretérito don de precinto, se advierte ahora un uso regular con
carga semántica muy diferente. Antes había una coexistencia inclinada a favor
de lo apreciado. Ahora sigue habiendo el mismo entendimiento, pero sometido a
un extravío penoso, presuntamente delictivo. Confinar, en su acepción segunda,
expresa: “Recluir algo o a alguien dentro de unos límites”. Razonando un poco,
sin esfuerzo, concluiremos el malicioso paralelismo existente entre precintar y
recluir (confinar). Si nos atenemos a los hechos, a nosotros nos han precintado
dicen para evitarnos males mayores. Algo parecido a la noticia que recoge
Informaciones, diario alicantino: “Precintado un juzgado de guardia en
Alicante, por un posible caso de coronavirus, para evitar riesgos”. Por cierto,
lunes y martes se desprecintaron las actividades laborales para no paralizar la
economía, obviando los riesgos humanos. Veremos resultados.
El lector sagaz habrá
percibido, en la cabecera, un complemento retórico desgajado de una metáfora y
una sinécdoque. Moncloa, metafóricamente, se refiere al gobierno que ocupa sus
instalaciones. Aplico, asimismo, la sinécdoque cuando del mismo tomo la parte
medular, elitista, con cara (en propiedad, jeta), mientras señalo tácitamente el
todo, las numerosas y onerosas yemas que enraman el gobierno a posteriori:
artistas, bufones, decenas de miles de entidades lucrativas (autodefinidas sin
ánimo de lucro), asesores, medios, periodistas, personas subyugadas, etc. una multitud
derrochadora e inútil para reportar al ciudadano el mínimo bienestar o ninguno.
Ignoro, y temo que sea un auténtico misterio indescifrable, cuánto dinero
cuesta al erario público “las inyecciones” asignadas a esta caterva, cuyo
exclusivo cometido consiste en culturizar la propaganda e higienizar con
artificio tanta suciedad. Mención aparte merecen los medios entrenados para
contrarrestar los débiles hostigamientos de la derecha y conducir, corromper,
el dilema social. Sí, los medios han sido germen esencial en esta democracia
esperpéntica.
Remedando una frase
célebre, ni quito ni pongo rey, pero defiendo mi presente y el futuro de los
míos. Nadie duda ya de que este gobierno tuvo un natalicio gestado con frialdad
reprimida por ambos progenitores. Sánchez e Iglesias se odian intensamente;
tanto, que pretenden disimularlo extremando carantoñas postizas, inexcusables. La
pandemia no ha traído ninguna novedad, acaso solo agregue divergencias
conocidas de antemano y que sendas egolatrías incrementen afanosas. Más allá de
palabras, ajustan una alianza cuyo único elemento común es el apoyo recíproco. No
hay otra solución, van juntos o disuelven el artefacto montado contra los
españoles y en el que, a marchas forzadas, Iglesias acapara demasiado poder
ante la indolencia de un Sánchez engreído, altivo, pero bobalicón.
Verdad es que antes de la
pandemia, Sánchez e Iglesias, tuvieron poco tiempo para destapar talantes
absolutamente dispares; es decir, para emerger lo adivinado por una sociedad sin
aprendizaje ni juicio, porque era evidente: el gobierno de coalición fue una
burla, un sostén urgente si deseaban aferrar el poder. Este maldito virus, ha
destapado imprevisión, negligencia, abandono del personal sanitario y de orden,
incuria, errores; en fin, inutilidad, ineficacia. Resulta irritante la requisa diaria
de la TV para, tras horas y horas de arengas ridículas, no decir nada; solo
argucias y fraudes, palabras constantemente incumplidas. Faltan UCIs, mascarillas,
test, EPIs, respiradores, camas, etc. vemos, crispados, un entorno
desalentador, catastrófico. El confinamiento riguroso y la respuesta ejemplar,
sacrificada, del personal sanitario, fuerzas de seguridad, ejército, junto al
personal de los grandes almacenes, son únicos protagonistas del éxito
conseguido hasta ahora. ¿Y el gobierno? Está entretenido pensando cómo ejecutar
la próxima propaganda. Por ejemplo, repartiendo pocas mascarillas que no
resolverán nada.
No obstante, insisto, los
medios audiovisuales, pese a permitir irresponsablemente Liga, acto de Vox y
manifestación feminista (madre del cordero y la primera razón del resto),
defienden al gobierno que los subvenciona generosamente. Con honrosas
excepciones, las TV, públicas y privadas, justifican negligencias y magra
gestión del ejecutivo ante lo que aparecía por el horizonte y que la OMS
advirtió. Argumentan que los países de nuestro entorno cometieron los mismos
descuidos. De acuerdo, pero ¿acaso mal de muchos tiene que ser consuelo de
tontos como dice un adagio popular? Por otra parte, nos comparamos con los
países adyacentes solo en lo negativo. Todavía no he oído a la Sexta,
verbigracia, comparar nuestra democracia con la alemana, danesa o cualquier
otra de las que tienen una calidad infinitamente superior contando con menos
políticos, asesores y medios públicos. Denunciando estas diferencias es la
forma de cimentar aquella deontología primigenia del cuarto poder y contrapeso
político, génesis auténtica de un periodismo tan aludido como postergado por
los mismos comunicadores.
El gobierno nos tiene
recluidos saltándose la normativa, según voces autorizadas de conspicuos
constitucionalistas. De facto, estamos en un Estado de Excepción pese a lo
anunciado por Sánchez; es decir, está legitimando que el fin justifica los
medios. Según esta premisa, ¿es conveniente precintar La Moncloa para evitar el
abismo nacional? El interrogante requiere respuestas juiciosas e inflexibles.
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