Días atrás, un articulista
de ABC firmaba el siguiente titular: “Arrimadas saca a Ciudadanos de la foto de
Colón”. El texto ponía en boca de la mencionada líder, pleno asentimiento y
lealtad del partido a las medidas anunciadas por Sánchez. Mientras, deslizaba
alguna censura a PP y Vox. Temo que los estrategas de partidos adscritos, con
mayor o menor acierto e incentivo, a la derecha se vean superados por el pánico
a que les someten las etiquetas de una izquierda cuyas vilezas superaran con
creces legendarios, míticos y pomposos valores ético-sociales. Me sorprende, de
igual forma, con qué gallardía tropiezan tozudamente algunos políticos patrios en
la misma piedra; parecen humanos. Sin embargo, Ciudadanos tiene a su alcance las
mejores vivencias para no perpetuarse en el error. Perder el ochenta y dos por ciento de
diputados no solo debe engendrar preocupación sino un firme propósito de
enmienda y restablecimiento.
Siempre hay que hablar
con rigor y claridad, pero ahora debe juzgarse necesidad irrenunciable. Nadie
niega que un país democrático necesita partidos escrupulosos, incorruptibles.
No obstante, la Historia divulga graves ausencias, abusos, excesos, que afectan
a los nuestros desde sus orígenes. Considero ajustado especular con un nuevo sustantivo
para casi todos ellos: bandería. Este vocablo es sinónimo de facción a cuyo enunciado
el DRAE dice: “Pandilla o partido violento o desaforado en sus procederes o sus
designios”. Es decir, la sigla respectiva actúa como envoltura especulativa,
falsa, de su verdadera esencia. Voy a centrarme en dos que pueden ser
prototípicos, al menos convenidos a su papel protagonista durante los últimos
tiempos: PSOE y PP.
El PSOE (Partido
Socialista Obrero Español) fue fundado por Pablo Iglesias Posse el año mil
ochocientos setenta y nueve, siendo presidente hasta mil novecientos
veinticinco, fecha de su muerte. Es decir, fue líder del mismo cuarenta y seis
años, periodo inusual para una organización presuntamente democrática. Durante
esta larga etapa surgieron alianzas con partidos republicanos que le llevaron
al Parlamento español. También aparecieron serias diferencias para asistir a la
II Internacional Socialista o III Comunista. Esa divergencia propició el
nacimiento del PCE. Más tarde aparecieron banderías, más o menos
revolucionarias, lideradas por Julián Besteiro, Indalecio Prieto y Largo
Caballero. Incluso este formó parte de la dictadura primorriverista para perseguir
al sindicato CNT, mayoritario por aquellas fechas. Tras desempeñar un papel esencial,
aciago, en la Guerra Civil, su desenlace le llevó a desvanecerse casi tres
décadas porque Franco, anticomunista explícito, fue reconocido por países donde
socialdemócratas y conservadores se alternaban en el poder.
Felipe González, ya en la
transición, consiguió retirar el vocablo “marxista”, esencia del socialismo español,
siendo la primera vez que se convierte en auténtica socialdemocracia con aspecto
y talante europeos. Consigue el poder en mil novecientos ochenta y dos,
renovándolo durante cuatro legislaturas si bien le sobró la última. Ha
conformado el periodo, con sus luces y sombras, en que España formó parte de
Europa por derecho propio, configurando un país moderno. Fue principio y final
del socialismo moderado, realista, patriótico. Después, iniciado el nuevo
siglo, obsoletas aquellas banderías antañonas, aparecieron camarillas contrahechas,
fraudulentas: las bandas. Eran y son grupos desideologizados, lenguaraces, hambrientos
de poder, a cuyo frente se colocaba (por arte de birlibirloque) un jefe sin
escrúpulos, farsante; un mago inservible para el mundo real. Primero apareció
Zapatero que, desacreditado el socialismo en Europa, extrajo de su chistera la
funesta Memoria Histórica junto al Cambio Climático. Produjo así quiebra social
y hundimiento económico. ¿Se acuerdan de la “champions league”?
Ahora, aterriza Sánchez
que terminará haciendo un estadista a Zapatero. Y, por si fuera poco, en la
misma covachuela ha instalado otra banda rival directa. Zapatero era lerdo,
pero no tenía maldad; Sánchez, desde mi punto de vista, carece de peros
virtuosos o mínimamente compensadores. El coronavirus, y sus secuelas, solo
ennegrecerá un poco más las torpezas e ineficacia personal en su gestión. Feminismo
y Cambio Climático (para qué renovar embelecos si resultan eficaces) conforman el
“adoquín” filosofal al que, con toda seguridad, debe someter cualquier juicio.
Acepto y comparto toda preocupación por el deterioro del hábitat porque significaría
desatender la higiene y habitabilidad de nuestra propia casa, pero carezco de fe
que me lleve a entrever acontecimientos que tardan siglos en definirse. La
incapacidad ni puede ni debe esconderse, tampoco excusarse. Ahora mismo, sufrimos
al campeón, al que bate todos los récords. Me remito a lo visto y certificaré, ojalá
me equivoque, con lo que queda por ver.
El PP (Partido Popular)
de recentísimo e impreciso nacimiento, tuvo -a mi entender- dos padres: uno
putativo, Fraga, y otro biológico, Aznar. Este, logró gobernar aunando no
banderías sino diversas bandas-facciones surgidas tras el desguace de UCD. Supo
hacer frente a la deuda que dejó González (67,4%) en mil novecientos noventa y
seis, dejándola, pasadas sus dos legislaturas, al 40,2% en dos mil cuatro.
Estos porcentajes son engañosos, pues la burbuja (iniciada en mil novecientos
noventa y siete) hizo aumentar el PIB y, consecuentemente, con igual o mayor
deuda, bajar el porcentaje. Viceversa, cuando la burbuja explota en dos mil
ocho el PIB baja y el porcentaje aumenta, aunque la deuda no lo hiciera. Aquel
famoso “milagro” consistió en una serie de circunstancias, favorecidas además por
el BCE que ofrecía préstamos sin ton ni son. Rajoy, excelente orador y político
honrado, dilapidó la confianza que le dio una hastiada sociedad española. Por
cobardía o acomodo quiso seguir los pasos de Zapatero instando, sin plantearlo,
el nacimiento de Vox y las suspicacias en la derecha española.
Comprendo que Arrimadas
sea presa de inmenso rebato tras el gravoso revés sufrido por Rivera y que ella
ha asumido. No obstante, desconoce la forma de enfrentarse a lo sustancial: cómo
corregir aquella hecatombe. Desde luego, nunca arropándose con un PSOE (mejor
dicho, sanchismo) en sus peores horas y vocacionalmente partidario de crear
bloques opuestos, combativos, para conquistar el poder escurridizo. Tampoco
mostrando actitud desdeñosa hacia PP y Vox. Si tuviera buenos asesores o ella
dispusiera del instinto político que se le demanda al líder, intentaría llenar
el único espacio político libre hoy en España: la socialdemocracia. Es decir, armar
un partido cuyos pilares fueran un pronunciamiento claro de honradez ética, liberal
en lo económico y con una exquisita preocupación social. Asimismo, toda
disponibilidad a pactos rigurosos junto a quienes velen por el bienestar ciudadano.
Llevamos dos décadas sin entrever una izquierda moderada, que pueda convenir políticas
de Estado en cuestiones básicas como sanidad, educación, ley electoral, nacionalismos,
etc. además de fiscalidad justa y progresiva. Necesitamos urgentemente que
alguien ocupe ese hueco. Ahí está el futuro.
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