viernes, 28 de febrero de 2020

MEDITACIONES EN TORNO A VOX


Confieso que tengo predilección por ver en la Sexta (al rojo vivo) los debates políticos. Al mismo tiempo, manifiesto que no comulgo con el presentador ni con los tertulianos habituales porque, para ser presuntamente marxistas, la “dialéctica” brilla por su ausencia. Desde luego, niego ser masoquista y pretendo únicamente constatar que ellos, sin otro incentivo, sin propósito de enmienda, abrazan una marcada trinchera absurda, un maniqueísmo necio y contrahecho. Observando cada día el talante del presentador, asimismo polemistas de igual o similar sesgo, podríamos asociarlos a una frase que escuchamos en la película Alacrán enamorado: “No le gustas, pero no te odia. Esa es una diferencia que un nazi como tú no entiende”. Así es, solo nazis, totalitarios, alimentan odios hacia personas ajenas a sus convicciones o afectos. El resto asume con delicadeza discrepancias, inquinas, sin obligarse por ello a triturar la concordia social.


Sin embargo, en este mundo caótico siempre encontramos un porqué; nada sucede porque sí, aferrado al acaso transitorio, contingente. La política, como otros sistemas dinámicos deterministas, tiene como comportamiento rígido, perenne, el ciclo causa-consecuencia por lo que un lance actual determina definitivamente el futuro. La plataforma televisiva mencionada, arremete (retiro embiste, mi primera intención, para ofrecer un vocablo generoso) sin tapujos, mientras utiliza vergonzosas estrategias, contra Vox, PP y Ciudadanos. Vox, sin contar adversidad ni estrella, siempre queda bautizado de extrema derecha con atributos tendenciosos, repelentes. Cuanto menos antidemocráticos, si no le auguran invariablemente cara al ciudadano un futuro aterrador, sangriento, inhumano. Con PP el diapasón baja varios tonos porque sería poco creíble que se le acusase de antidemócrata, u otros epítetos ominosos, cuando su devenir gubernamental ha coronado con suficiencia, sin ostentaciones, el examen preceptivo. Otros, ni por apuesta. 


Ciudadanos, según (con)venga, recibe el aplauso más lisonjero o la andanada menos justificable que socaba su ya hundida imagen. A veces interesa aglutinarlo con la derecha y la “extrema derecha” para envenenar el aura de centralidad que exhibió en su génesis y que sustrajo votos al PSOE, consiguiendo un éxito notable. Coyunturalmente, con el mismo impulso, prodigan, encarecen, sus esencias moderadas para ver si confundiendo envoltura y sustancia abomina de Vox. Si la izquierda consigue ese triunfo se eternizará en el poder porque habrá abierto una fisura de imposible conciliación en la derecha. Mantuve meses atrás, y me sigo manteniendo, que la crisis de Ciudadanos (como airean medios cuyo pie tullido conoce el común) no se produjo por su negativa a apoyar al PSOE, no; fue por asumir un comportamiento displicente con Vox y poner en jaque a gobiernos autonómicos, como lo prueba el aumento de votos conseguido el 10-N por dicho partido.


No hay día en que la izquierda gubernamental, pedrista concluyente o extrema, junto a sus acólitos independentistas (catalanes y vascos), reprima su virulencia dialéctica contra Vox. Decía Tennessee William: “Creo que el odio es un sentimiento que solo puede existir en ausencia de toda inteligencia”. La frase merece hacerse extensiva a cualquier intento de vituperar, deslucir, al rival; incluso ubicándose más allá del presunto eje de simetría, como sucede con Podemos. Al final, ese dardo certero se complementa por la efectividad que producen los complejos de PP y Ciudadanos cuando se les mienta alguna iniciativa de maniobra con Vox. Deduzco que todos, sin exclusión, sienten un temor indomable a que seduzca al electorado, menos afín inclusive, por coherencia; esa cualidad tan extraña, desde hace algún decenio, en el quehacer político. PSOE, PP y Podemos al último segundo, quieren pescar sin mojarse posaderas ni chapotear la ética pública. Tal proceder, y el hartazgo del individuo, traen consecuencias.  


El eslogan tóxico por excelencia, proveniente del PSOE, insiste en que PP y Ciudadanos pierden “su virginidad” cuando pactan con Vox. Sin embargo, Sánchez acepta a Podemos “como animal de compañía” para que no se lleve el juego monclovita. Además, suscribe la comitiva formada por independentistas y Bildu que desempeñan un papel vertebral dentro del escenario gubernativo. Todo esto y más, sin pestañear, haciendo gala de cinismo y palabrería sin límites. Dentro de unos meses cumplirá dos años al frente de la Moncloa y, en puridad, lo único que ha hecho es desenterrar a Franco. EREs, indicios o presentimientos de nepotismo, derroche, bloqueo de diversas comisiones, abusos, oscurantismo, etcétera, etcétera, llegan a calificarse de pequeños escollos propios de cualquier democracia. Incierto. Tal vez lo fueran si confrontáramos lo expuesto con la probable quiebra de la unidad nacional, arrinconar una solidaridad autonómica aventada, acuerdo para romper la caja común de la Seguridad Social y, sobre todo, el abierto intento de controlar las distintas ramas del poder judicial en cualquier actuación o esfera.


Sí, Vox surgió por la indigencia de un PP apático, desideologizado y débil. No es un partido ultra, extremo, ni populista; auspicia una ideología conservadora con el objetivo de oponerse con rigor y firmeza a una izquierda, más o menos socialdemócrata, que ha fracasado en Europa. Encima, a día de hoy, mantiene impoluta la inocencia ética y estética negada para el resto de siglas. Probablemente ahí estribe la razón que les asiste para enlodar su temprana existencia. El aparente aprecio mostrado por Marine Le Pen, presidenta de Agrupación Nacional, y Mateo Salvini, secretario federal de la Liga Norte, felicitando a Santiago Abascal por su éxito electoral, no implica necesariamente ninguna afinidad previa o posterior. Cierto es que medios concretos advierten aproximaciones irrefutables cuando niegan, con mayor vehemencia, acciones de mutua devoción entre siglas oriundas y regímenes iberoamericanos dictatoriales. C´est la vie.


Vox no está contra las agresiones a mujeres, impugna la terminología oficial y los chiringuitos que patrocina, porque hay diferencias astronómicas entre dichos y hechos. Tampoco es verdad que tenga actitudes xenófobas o racistas cuando propone con preferencia una migración razonable, sensata y legal. El mal llamado pin parental es la defensa matizada del derecho a las libertades individuales y familiares, mientras se opone a la dominación y manipulación que intenta llevar a cabo la izquierda materializada aquí por un gobierno social-comunista, totalitario. Tutela y justifica, con entraña democrática, una Constitución que ha traído cuarenta años de paz. Respecto a su pugna contra el Estado Autonómico, le auguro millones de apoyos (al menos tiene el mío) y la prueba taxativa es que ningún partido político se atreve a proponer un referéndum para aprobar o no su supervivencia. Desde mi punto de vista, Vox ni es fascista ni extremado; es un partido que defiende con ardor principios estimados y que algunos desprecian, combaten, porque interesa destruirlos. Esto, y una ambición desmedida, lleva a los autores -en un tótum revolútum- a calificar postiza e indignamente a toda la derecha como el trifachito, que no derecha “trifálica”. Por cierto, ¿qué proceso intelectivo o emocional le llevaría a usar semejante vocablo? me pregunto.

viernes, 21 de febrero de 2020

BIPARTIDISMO Y TRICEFALIA


No existe mejor razón ni enmienda que la propia realidad, a veces tozuda pero siempre clarificadora. Ocho quinquenios de sistema democrático, o su placebo, avalan cierta autoridad para analizar dicho tiempo de convivencia escasamente fructífero y equilibrado. Cierto que pudo ser peor, pero solo el fanatismo sectario ve logros donde hubo, asimismo, notables frustraciones. Muchas, demasiadas; tangibles y -sobre todo- de índole inmaterial. Postergaron e incumplieron aquellos augurios prometidos, cual maná renovador, y que terminarían por llevarnos a una tierra ilusionante, libre. Sin embargo, tardaron poco en perfilar un rumbo tramposo, endeble, corrompido. Desde el primer momento, algunos (aleccionados por la Historia) vimos bruscos movimientos maliciosos, adivinatorios. A costa de infinitas ansias emancipadoras, nos colaron de rondón apartados constitucionales que debieron profundizarse con tiempo y sin ventajas adscritas a supuestos peajes consignatarios.


Mi escepticismo irredento me permite preguntar: ¿puede admitirse que algunos tengan libertad para hablar sin límite de cambios constitucionales mientras a otros se les califique, conculcando la suya, por sugerir algún tema delicado a fuer de atentatorio, según los primeros? La izquierda, extrema o no tanto, refuta, mostrando aparentes fundamentos, cuestiones vertebrales de unidad nacional y monarquía. No obstante, insultantes, corrosivos, escupidores (aquí, todos menos Vox), etiquetan a quienes alegan la inviabilidad económica del Estado Autonómico. Aquello perturba únicamente a espíritus sensibles, patriotas -o patrioteros, al decir de personajes adictos al púlpito- y a una familia con ¿derechos? ancestrales. El marco autonómico, tortura a quienes pretenden refugiarse en el presupuesto público sin importarles a qué costo social. Soy partidario de la descentralización administrativa, pero reniego del atropello y derroche que encierra el autonomismo. Defender la unidad nacional e institución monárquica encaja para conformar un debate de praxis histórica.


“Finalmente aceptamos la realidad acaso porque intuimos que nada es real”, sentenciaba Jorge Luis Borges en algún momento de circunspección y desconfianza. Sospecho que España está plagada de individuos cuyo talante se asemeja, hasta confundirlo, con el del célebre escritor argentino. Nuestro aborigen pudiera, además, encontrarse inmerso en anguloso fatalismo, tal vez acomodada indolencia. Estos polvos habilitaron el fraude consentido cuando nos han dado gato por liebre. Pedimos democracia y la farsa ha dejado una cleptocracia efectiva, incluso carísima, asfixiante. Prefiero evitar nombres porque la lista sería interminable y porque el común es consciente de quienes firman su contribución, especialmente. Como maliciaba en anterior reflexión, no hubo solución de continuidad entre carroñeros extinguidos por un régimen y aquellos que afloraban con el venidero. Cambian los modos, pero penamos parecidos sinvergüenzas.


Suárez, pese a su cimiento ideológico, dio una lección de liberalidad democrática a especímenes que posteriormente exhibieron ascendencias antifascistas -etiqueta entonces y ahora legitimadora- como si democracia y antifascismo no fueran con demasiada frecuencia divergentes. La gente comulga cada vez menos con ruedas de molino y empieza a advertir que fascismo (nazismo) y antifascismo son caras de la misma moneda ideologizada. Él trajo contra viento y marea el pluralismo político preciso para construir una verdadera democracia. Pese a todo, el tiempo degradó su obra y, a poco, aparecieron dos partidos autonómicos de derechas (CiU y PNV) junto al tópico tándem partidario (PP y PSOE) que falazmente representaba a vencedores y vencidos en la Guerra Civil. Ambos concedieron excesivas prebendas a CiU y PNV al tiempo que iban radicalizando sus posturas soberanistas. Por cierto, las izquierdas subsumidas en un bloque de intereses, siguen adscribiéndose al bando perdedor cada día renacido y renovado.


PSOE y PP, PP y PSOE velaron únicamente por sus intereses personales o gregarios olvidando de forma humillante a quienes decían servir. Nos llevaron a la situación actual permitiendo el adoctrinamiento identitario y lingüístico, trasfondo necesario del grave problema separatista que nos acucia. Además de conferir importantes traspasos correspondientes al gobierno central, educación y sanidad marcaron una línea que jamás se debió franquear. Ahora, sobre todo por parte del PP, utilizan un histrionismo inmoderado en vez de confesar su culpa alícuota y acometer un propósito de enmienda riguroso. En su lugar, tienden a lavar iniquidades de todo tipo sin corregir actitudes ni efectos. A lo largo de casi cuarenta años, sin excusa ni pretexto, se han cebado en emponzoñar -con nuestra aclamación estúpida- aquel venero de libertad forjado no sin dificultades, pero ahítos de ilusión.


Este contexto lamentable puso fin al bipartidismo y a la necedad colectiva. Los españoles, no por agudeza sino por desconcierto y desesperación, buscan cual -enfermo desahuciado- soluciones alternativas a las rutinarias, incluyendo aquellas que exaltan medidas desacordes con eso inconcreto que llaman corrección política. Algunos, conocidos a través de la Historia, son temibles porque pretenden tiranizar la sociedad camuflando sus verdaderas intenciones. Cuando escucho a políticos o comunicadores (si son comunistas acérrimos) glosar con arrobo el sistema democrático y sus adyacencias, me entra una amarga hilaridad irrefrenable. Así, en esta coyuntura perpleja, nacieron Ciudadanos, Podemos y Vox. Seguramente, al final, el ciudadano se vinculó a Paul Auster cuando dijo: “La realidad no existe si no hay imaginación para verla”. Personalmente, pese a lo expuesto, desconfío de la imaginación nacional, pero los indicios de engañifa, de latrocinio, eran tan evidentes que pareciera milagroso consignarlos como desapercibidos. 


Semejante escenario, junto al absurdo proceder de líderes mediocres, ha traído la política de bloques y el acoplamiento de gobiernos imposibles. Me recuerda aquella ley física de fuerzas concurrentes cuya resultante era cero. En efecto, hemos conseguido un gobierno tricéfalo; es decir, acéfalo. PSOE, Podemos y ERC totalizan una mezcla heterogénea a expensas de intereses partidarios si no electorales. Los dos últimos jamás debieron llegar al poder. El primero -salvo sus líderes opacos, ya acastados-por esa vocación antisistema y el segundo por repudio a lo español. Cuando alguien manifiesta la unidad del mismo, constata a gritos su divergencia. No llevan dos meses y ya muestran grietas alarmantes. Discrepan en la reforma penal, política migratoria y despenalización de piquetes huelguistas. Lo mismo ocurre con el problema agrario; mientras unos intentan soluciones, otros ofrecen la sensata reflexión: “seguid apretando, lleváis razón”. Curiosamente, mientras se falsea una voz rigurosa en esta unidad quebradiza, hay ministerios que son la casa de “tócame Roque”. Sin ánimo peyorativo, el gabinete tricéfalo constituye otro esperpento nacional.

viernes, 14 de febrero de 2020

ROMA NO PAGA A TRAIDORES


Hace algo más de veintitrés siglos, Roma se veía incapaz de conquistar España por procedimientos ordinarios. Tenía que pelearse con multitud de tribus aborígenes que le infligían derrota tras derrota, desgastando sus imponentes legiones. Esta circunstancia le obligó a plantearse otras estrategias rentables e incluso definitivas. De entre todas esas tribus destacaba Lusitania que ocupaba el oeste de la península y el centro-norte portugués. Su caudillo, Viriato, representaba un auténtico obstáculo para conseguir los objetivos propuestos por pretores y cónsules. Idearon comprar con riquezas y honores a tres lugartenientes del adalid lusitano para que lo asesinaran alevosamente. Audax, Ditalco y Minuro, que así se llamaban los conjurados, mataron a Viriato una noche perversa mientras dormía. Cuando fueron a recoger lo convenido, Quinto Sevilio Cepión (cónsul de Hispania) los despidió con la frase: “Roma no paga a traidores”.


Hoy, pasados dos mil doscientos años, España sigue siendo agredida por individuos con ocultas (cada vez menos) intenciones. Roma equivale al poder cuyo icono máximo es La Moncloa. Ahora las tribus se han agrupado en ciudadanos votantes -y más aún contribuyentes- que diluyen sus emboscadas votando a partidos dispares cuya finalidad estriba en que ninguno sea capaz de auparse a ese palacio por propio impulso, sin necesitar la contribución imprescindible de judas dispuestos a conseguir las treinta monedas de plata. Cierto es que rebeldía e indolencia forman un tándem disparatado, insensato, entre estas huestes subversivas. Las hostilidades, ahora, son planificadas desde medios audiovisuales, sin ninguna solidez deontológica, encargados de conducir ante la urna a enfrentadas partidas combatientes. Cronos cambia, pero los procedimientos, esas fórmulas capaces de generar esperanza, ideal lejano (tal vez quimérico), siguen inmutables.


Aquellos rebeldes mal instruidos y peor pertrechados (ahora pueblo español) se habían conciliado a duras penas con el cónsul Rajoy, pese a numerosas voces calculadoras sobre su falta de integridad y de firmeza. Por este motivo, debía vérselas con varias tribus levantiscas. Sánchez, pretor que destacaba por embustero y fatuo, tenía experiencia constatada en el arte del fingimiento, del fraude. Aprovechó aquel principio jurídico romano de equidad y la traición de legiones peneuvistas, antes copartícipes de los presupuestos consulares, para prosperar en una moción de censura insólita e imposible a priori. Subido a lo más alto de la gobernanza, el ahora cónsul Sánchez, obligado por unos presupuestos rancios, inútiles, tuvo que iniciar nuevas confrontaciones con tribus menos peleonas que en anteriores contiendas. Tras adjudicarse una victoria pírrica, mal aconsejado e impertinente, arguyó la estrategia desconcertante de culpar a otras legiones la porfía combativa que proyectaba en segunda fase.


Así se emprendieron nuevos lances generalizados en los que las legiones de Ciudadanos quedaron casi exterminadas y las del PSOE y Podemos sufrieron bajas importantes. Esto contribuyó a la alianza “siniestra” del conglomerado en liza, a excepción de PP, Vox y Ciudadanos que conformaron el armazón de la “diestra”. Sánchez, cónsul explícitamente preferido ahora sí, tuvo que tragarse aquella arenga despreciativa aireada poco antes para estafar, una vez más, a legiones fieles o no tanto. Dicho escenario propició diversas acusaciones de presunta ilegitimidad debida a falacias innegables y sustantivas, aventadas por rivales con gran predicamento y nutridos partidarios. Sin embargo, la mayoría heterogénea cuyo único aglutinante es posicionarse junto al poder para conseguir prebendas, impide cualquier intento clarificador en las diferentes comisiones creadas aparentemente con ese fin. El porvenir se vislumbra bastante oscuro.


Las actuales legiones amalgamadas de ideología marxista (más o menos extrema) se han quedado sin cimientos consistentes una vez analizado con objetividad el acontecer histórico. Donde han sido hegemónicas solo han cosechado tiranía y miseria, razones de peso para denigrar su doctrina. Semejante sendero les ha encaminado a cambiar los principios originales y difundir otros ad hoc. El primero y trascendental es un odio acerbo, pero encubierto, velado, a las libertades individuales que defiende toda convicción liberal. Viene después, y sin solución de continuidad, la abstracción ribeteada con divergencias punzantes, agresivas, miserables. Cambio climático, feminismo ultra y memoria histórica, forman ese pedestal trípode que se precisa para armar un marxismo atractivo en la España del siglo XXI. Sumaremos, descorazonadamente, todo intento de socavar lo que signifique armazón social.


Aquella moción contra el cónsul Rajoy, apuntalada también por legiones de derechas catalanas y vascas para luego, expresa o tácitamente, apoyar la investidura del maltrecho Sánchez, traerá consecuencias inesperadas para ambas. Podemos advertir a simple vista cómo el cónsul que habita La Moncloa utiliza ambas derechas independentistas solo cuando le conviene. Caso contrario, las somete a una reserva anónima e intrascendente. Se reúne con Torra, gobernador rebelde, porque lo exige la legión ERC para aprobarle el proyecto económico nacional. Algo parecido ocurre con la legión vasca PNV, necesaria para tal fin. El cónsul de la carruca-falcon, no obstante, muestra falta de sintonía al haberse aferrado obsesivamente a dirigir legiones radicalizadas envileciendo la trayectoria discreta, constitucional, de la antañona legión socialista. Esta impronta tóxica es uno de los peajes que debe enjugar por ser un cónsul débil, a la vez que jactancioso.


Poca gente duda ya de las intenciones proyectadas por legiones que se ladean al sistema republicano de izquierdas. Cerrado ya a nivel nacional, con una eficacia y avenencia impensables hace un mes, la coalición se divisa sólida, vigorosa, sorprendente a propios y extraños. Solo cabe un interés crematístico, grosero, para concebir tal grado de concierto. Tan lucrativo acuerdo piensan llevarlo a Cataluña y País Vasco en forma de tripartitos. Legiones PSC, ERC y ECP (podemitas catalanes) desahuciarán a JxCat que, junto a PP, Vox y Ciudadanos, tiritarán largo tiempo en la oposición. Al igual, legiones PSA, Bildu y Podemos arrinconarán a PNV arrojándolo a las tinieblas. La estúpida derecha, nacional y autonómica, no ha sabido calibrar esa estrategia de odio y bloques, hecha política por la izquierda afarolada con un independentismo postizo. Cuando JxCat y PNV pidan al cónsul Sánchez su parte del pillaje, recibirán como aquel entonces la misma respuesta: “Roma no paga a traidores”.

viernes, 7 de febrero de 2020

LOS EXTREMEÑOS SE TOCAN


El epígrafe no viene a humo de pajas. Sabido es que -en este país tan querido, y a la vez tan desdeñado- nuestra idiosincrasia potencia éxitos literarios de gran notoriedad. Prestigio y desprestigio se consolidaron con el Quijote y la novela picaresca. Ya en el siglo XX, Valle Inclán introdujo el término “esperpento” para darle una vena cómica a la tragedia humana (angustia vital) cimentada por el existencialismo. Winston Churchill afirmaba: “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece” y máxima tan inevitable constata que los políticos conforman la fisonomía de una sociedad. A veces, incluso, superan en maldad cualquier apriorismo que pudiéramos formular. Semejante escenario, cuando estas analogías son inobjetables al presente, debiera constituir un acicate impetuoso para cambiar dinámica tan alarmante. Pese a ello, seguimos asidos a un fatalismo destructivo, apático, nada áspero.


Efectivamente, entre aquel diciembre de mil novecientos veintiséis (cuando se estrenó “los extremeños se tocan”) y este de dos mil diecinueve, hay numerosos puntos de encuentro. El autor se llamaba Pedro e imaginó una opereta sin música. En diciembre último, otro Pedro empezó a consolidar un presidente de opereta; esta vez, con fanfarria, con estridencia, sin aseo. Ambos consiguieron popularidad no exenta de crítica más o menos atinada y justa. Aquel encontró crédito como dramaturgo caricaturista, intentando siempre bastardear una realidad cruda, casi ominosa; este objetiva sus desvelos en permanecer ligado a La Moncloa trufando dichos y hechos de fraudes sin fin. Aquel murió por intolerancia y ruindad; este sacia su engreimiento a costa de la estúpida tozudez que atesora el ciudadano español. Nuestros aborígenes, necios rotundos, superan con creces esa marca imperceptible que utilizaban en mi niñez -como magnitud reglamentaria, prescrita- los vendedores de mulos y asnos.


Sánchez necesita engañar a sus apoyos o, peor aún, mínimo romper la solidaridad autonómica en perjuicio de quienes cumplen la ley a rajatabla.  Carece de otras alternativas posibles que se adecuen a la Constitución. Si fuera preciso, hasta sería capaz de buscar salidas que la bordean cuando no prefiriera burlarla. Malicio que, una vez aprobados los presupuestos, el independentismo dejará de marcarle los tiempos. Hoy, todavía desconocemos número y filiación de víctimas que dejará su venganza implacable. Por lógica, él también será víctima de sus propios excesos. Si cometiera un desliz imperdonable, camino lleva, la sociedad (y en su nombre el poder judicial) debiera exigirle responsabilidades monetarias -poniendo al frente su propio patrimonio- y penales si las hubiere. Arruinar un país para después gozar una vida de abundancia, es injusto e insultante además de degradar el sistema democrático, acontecimiento notorio, habitual, en todas las experiencias exploradas hasta ahora. 


Sánchez, digo, actúa como un presidente de opereta por decisión personal, sin que los españoles le reclamen iniciativas específicas. Sigue ejecutando una trayectoria imprecisa, llena de vaivenes, incoherencias y falsedades; manteniéndose en un equilibrio inverosímil, inestable. Temo que sea el presidente cuya falacia no tenga parangón en la política española de los últimos tiempos pese a aquel rentable eslogan salido de las entrañas socialistas: “España no merece un gobierno que mienta”. Ya saben aquello de “en todas partes cuecen habas y en mi casa a calderadas”. Lo bueno o malo, según se mire, es que Cronos desenmascara con el tiempo cualquier farsa. Lo malo o bueno, según se juzgue, consiste en que la sociedad es permeable a toda actividad política por ignominiosa que sea. Este marco permite a algunos vivir como potentados suscribiendo contra los auténticos potentados una diatriba atroz, pero solo de boquilla.  


Hemos visto como Pedro, el político, traspasa no solo las líneas rojas de ámbito nacional sino también las del espacio europeo. Delcy Rodríguez, vicepresidenta venezolana, tiene prohibida la entrada en suelo europeo comunitario. Sin embargo, a finales de enero se le permitió bajar del avión en que viajaba. Sobre el tema se contaron mil y una versiones, incluso que habló con Sánchez por teléfono, extremo que desmintió el interesado de forma rotunda. La sombra más absoluta rige dicho incidente. Conjeturas y sospechas siguen sucediéndose hasta que sea la justicia quien determine qué pasó exactamente. Entre tanto, Zapatero -otro Rodríguez- y Ábalos, casi en única comandita, siguen cosechando presuntas responsabilidades según interpreta la oposición. Al menos, aparecen como actores notables. En cualquier caso, fraude y alarde fueron la única nota cierta. Dijo el presidente: “Ábalos hizo todo lo que pudo para evitar una crisis diplomática y lo logró”. Ábalos, por su parte, se pavoneó: “Vine para quedarme y no me echa nadie”. 


El colmo llegó el viernes día siete. Retorciendo las leyes del parlamento catalán, algo habitual en el independentismo, Torra sigue siendo presidente de Cataluña. Pese a ello, y por presunta imposición de ERC, Sánchez se avino a entrevistarse con el político inhabilitado blanqueando una legitimidad postiza. No obstante, el encuentro deja traslucir una falta de dignidad, insólita en un presidente de España, a la que ya nos tiene acostumbrados. No hay límites éticos ni estéticos con tal de permanecer habitando La Moncloa. Le embriaga representar esa sublime majestuosidad del águila imperial (incluso con exceso) aunque, paradójicamente, tenga que arrastrar su anatomía por el lodo fétido. Esa doble personalidad, esa contradicción vital, permite mostrarse impávido ante cualquiera de ambas facetas. De ahí su cinismo y gesto impenetrable, velado siempre por ceños de complejo análisis.


Calderón expresaba con fina originalidad: “Toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Cierto, impugno todo aserto en su contra. Aunque resulta difícil cumplir las ansias íntimas, los hados (tal vez un azar juguetón, inmerecido e incomprensible, casi milagroso), se ceban con cualquier mentecato y le colman de alborozos. Algunos, asimismo, confunden un destino venturoso creyéndose eje central del universo cuando, en realidad, su estrella les dibuja un pavo real. La parodia, el remedo, historias rocambolescas, ayudan a unos y otros a descubrir que los extremeños se tocan.