Confieso que tengo
predilección por ver en la Sexta (al rojo vivo) los debates políticos. Al mismo
tiempo, manifiesto que no comulgo con el presentador ni con los tertulianos
habituales porque, para ser presuntamente marxistas, la “dialéctica” brilla por
su ausencia. Desde luego, niego ser masoquista y pretendo únicamente constatar
que ellos, sin otro incentivo, sin propósito de enmienda, abrazan una marcada trinchera
absurda, un maniqueísmo necio y contrahecho. Observando cada día el talante del
presentador, asimismo polemistas de igual o similar sesgo, podríamos asociarlos
a una frase que escuchamos en la película Alacrán
enamorado: “No le gustas, pero no te odia. Esa es una diferencia que un
nazi como tú no entiende”. Así es, solo nazis, totalitarios, alimentan odios
hacia personas ajenas a sus convicciones o afectos. El resto asume con
delicadeza discrepancias, inquinas, sin obligarse por ello a triturar la
concordia social.
Sin embargo, en este
mundo caótico siempre encontramos un porqué; nada sucede porque sí, aferrado al
acaso transitorio, contingente. La política, como otros sistemas dinámicos
deterministas, tiene como comportamiento rígido, perenne, el ciclo
causa-consecuencia por lo que un lance actual determina definitivamente el
futuro. La plataforma televisiva mencionada, arremete (retiro embiste, mi
primera intención, para ofrecer un vocablo generoso) sin tapujos, mientras
utiliza vergonzosas estrategias, contra Vox, PP y Ciudadanos. Vox, sin contar
adversidad ni estrella, siempre queda bautizado de extrema derecha con
atributos tendenciosos, repelentes. Cuanto menos antidemocráticos, si no le
auguran invariablemente cara al ciudadano un futuro aterrador, sangriento,
inhumano. Con PP el diapasón baja varios tonos porque sería poco creíble que se
le acusase de antidemócrata, u otros epítetos ominosos, cuando su devenir
gubernamental ha coronado con suficiencia, sin ostentaciones, el examen
preceptivo. Otros, ni por apuesta.
Ciudadanos, según
(con)venga, recibe el aplauso más lisonjero o la andanada menos justificable que
socaba su ya hundida imagen. A veces interesa aglutinarlo con la derecha y la
“extrema derecha” para envenenar el aura de centralidad que exhibió en su
génesis y que sustrajo votos al PSOE, consiguiendo un éxito notable. Coyunturalmente,
con el mismo impulso, prodigan, encarecen, sus esencias moderadas para ver si
confundiendo envoltura y sustancia abomina de Vox. Si la izquierda consigue ese
triunfo se eternizará en el poder porque habrá abierto una fisura de imposible conciliación
en la derecha. Mantuve meses atrás, y me sigo manteniendo, que la crisis de
Ciudadanos (como airean medios cuyo pie tullido conoce el común) no se produjo por
su negativa a apoyar al PSOE, no; fue por asumir un comportamiento displicente con
Vox y poner en jaque a gobiernos autonómicos, como lo prueba el aumento de
votos conseguido el 10-N por dicho partido.
No hay día en que la
izquierda gubernamental, pedrista concluyente o extrema, junto a sus acólitos
independentistas (catalanes y vascos), reprima su virulencia dialéctica contra
Vox. Decía Tennessee William: “Creo que el odio es un sentimiento que solo
puede existir en ausencia de toda inteligencia”. La frase merece hacerse
extensiva a cualquier intento de vituperar, deslucir, al rival; incluso
ubicándose más allá del presunto eje de simetría, como sucede con Podemos. Al
final, ese dardo certero se complementa por la efectividad que producen los
complejos de PP y Ciudadanos cuando se les mienta alguna iniciativa de maniobra
con Vox. Deduzco que todos, sin exclusión, sienten un temor indomable a que
seduzca al electorado, menos afín inclusive, por coherencia; esa cualidad tan
extraña, desde hace algún decenio, en el quehacer político. PSOE, PP y Podemos
al último segundo, quieren pescar sin mojarse posaderas ni chapotear la ética
pública. Tal proceder, y el hartazgo del individuo, traen consecuencias.
El eslogan tóxico por
excelencia, proveniente del PSOE, insiste en que PP y Ciudadanos pierden “su
virginidad” cuando pactan con Vox. Sin embargo, Sánchez acepta a Podemos “como
animal de compañía” para que no se lleve el juego monclovita. Además, suscribe la
comitiva formada por independentistas y Bildu que desempeñan un papel vertebral
dentro del escenario gubernativo. Todo esto y más, sin pestañear, haciendo gala
de cinismo y palabrería sin límites. Dentro de unos meses cumplirá dos años al frente
de la Moncloa y, en puridad, lo único que ha hecho es desenterrar a Franco.
EREs, indicios o presentimientos de nepotismo, derroche, bloqueo de diversas
comisiones, abusos, oscurantismo, etcétera, etcétera, llegan a calificarse de pequeños
escollos propios de cualquier democracia. Incierto. Tal vez lo fueran si
confrontáramos lo expuesto con la probable quiebra de la unidad nacional,
arrinconar una solidaridad autonómica aventada, acuerdo para romper la caja común
de la Seguridad Social y, sobre todo, el abierto intento de controlar las
distintas ramas del poder judicial en cualquier actuación o esfera.
Sí, Vox surgió por la
indigencia de un PP apático, desideologizado y débil. No es un partido ultra,
extremo, ni populista; auspicia una ideología conservadora con el objetivo de
oponerse con rigor y firmeza a una izquierda, más o menos socialdemócrata, que
ha fracasado en Europa. Encima, a día de hoy, mantiene impoluta la inocencia
ética y estética negada para el resto de siglas. Probablemente ahí estribe la
razón que les asiste para enlodar su temprana existencia. El aparente aprecio
mostrado por Marine Le Pen, presidenta de Agrupación Nacional, y Mateo Salvini,
secretario federal de la Liga Norte, felicitando a Santiago Abascal por su
éxito electoral, no implica necesariamente ninguna afinidad previa o posterior.
Cierto es que medios concretos advierten aproximaciones irrefutables cuando
niegan, con mayor vehemencia, acciones de mutua devoción entre siglas oriundas
y regímenes iberoamericanos dictatoriales. C´est la vie.
Vox no está contra las
agresiones a mujeres, impugna la terminología oficial y los chiringuitos que
patrocina, porque hay diferencias astronómicas entre dichos y hechos. Tampoco
es verdad que tenga actitudes xenófobas o racistas cuando propone con preferencia
una migración razonable, sensata y legal. El mal llamado pin parental es la
defensa matizada del derecho a las libertades individuales y familiares,
mientras se opone a la dominación y manipulación que intenta llevar a cabo la
izquierda materializada aquí por un gobierno social-comunista, totalitario.
Tutela y justifica, con entraña democrática, una Constitución que ha traído
cuarenta años de paz. Respecto a su pugna contra el Estado Autonómico, le
auguro millones de apoyos (al menos tiene el mío) y la prueba taxativa es que ningún
partido político se atreve a proponer un referéndum para aprobar o no su supervivencia.
Desde mi punto de vista, Vox ni es fascista ni extremado; es un partido que
defiende con ardor principios estimados y que algunos desprecian, combaten,
porque interesa destruirlos. Esto, y una ambición desmedida, lleva a los
autores -en un tótum revolútum- a calificar postiza e indignamente a toda la
derecha como el trifachito, que no derecha “trifálica”. Por cierto, ¿qué proceso
intelectivo o emocional le llevaría a usar semejante vocablo? me pregunto.