El epígrafe no viene a humo de pajas. Sabido es que -en este
país tan querido, y a la vez tan desdeñado- nuestra idiosincrasia potencia éxitos
literarios de gran notoriedad. Prestigio y desprestigio se consolidaron con el
Quijote y la novela picaresca. Ya en el siglo XX, Valle Inclán introdujo el
término “esperpento” para darle una vena cómica a la tragedia humana (angustia
vital) cimentada por el existencialismo. Winston Churchill afirmaba: “Cada
pueblo tiene el gobierno que se merece” y máxima tan inevitable constata que
los políticos conforman la fisonomía de una sociedad. A veces, incluso, superan
en maldad cualquier apriorismo que pudiéramos formular. Semejante escenario,
cuando estas analogías son inobjetables al presente, debiera constituir un
acicate impetuoso para cambiar dinámica tan alarmante. Pese a ello, seguimos
asidos a un fatalismo destructivo, apático, nada áspero.
Efectivamente, entre aquel diciembre de mil novecientos veintiséis
(cuando se estrenó “los extremeños se tocan”) y este de dos mil diecinueve, hay
numerosos puntos de encuentro. El autor se llamaba Pedro e imaginó una opereta
sin música. En diciembre último, otro Pedro empezó a consolidar un presidente
de opereta; esta vez, con fanfarria, con estridencia, sin aseo. Ambos
consiguieron popularidad no exenta de crítica más o menos atinada y justa. Aquel
encontró crédito como dramaturgo caricaturista, intentando siempre bastardear una
realidad cruda, casi ominosa; este objetiva sus desvelos en permanecer ligado a
La Moncloa trufando dichos y hechos de fraudes sin fin. Aquel murió por intolerancia
y ruindad; este sacia su engreimiento a costa de la estúpida tozudez que
atesora el ciudadano español. Nuestros aborígenes, necios rotundos, superan con
creces esa marca imperceptible que utilizaban en mi niñez -como magnitud reglamentaria,
prescrita- los vendedores de mulos y asnos.
Sánchez necesita engañar a sus apoyos o, peor aún, mínimo romper
la solidaridad autonómica en perjuicio de quienes cumplen la ley a rajatabla. Carece de otras alternativas posibles que se
adecuen a la Constitución. Si fuera preciso, hasta sería capaz de buscar
salidas que la bordean cuando no prefiriera burlarla. Malicio que, una vez
aprobados los presupuestos, el independentismo dejará de marcarle los tiempos. Hoy,
todavía desconocemos número y filiación de víctimas que dejará su venganza implacable.
Por lógica, él también será víctima de sus propios excesos. Si cometiera un
desliz imperdonable, camino lleva, la sociedad (y en su nombre el poder
judicial) debiera exigirle responsabilidades monetarias -poniendo al frente su
propio patrimonio- y penales si las hubiere. Arruinar un país para después gozar
una vida de abundancia, es injusto e insultante además de degradar el sistema
democrático, acontecimiento notorio, habitual, en todas las experiencias exploradas
hasta ahora.
Sánchez, digo, actúa como un presidente de opereta por
decisión personal, sin que los españoles le reclamen iniciativas específicas.
Sigue ejecutando una trayectoria imprecisa, llena de vaivenes, incoherencias y
falsedades; manteniéndose en un equilibrio inverosímil, inestable. Temo que sea
el presidente cuya falacia no tenga parangón en la política española de los
últimos tiempos pese a aquel rentable eslogan salido de las entrañas socialistas:
“España no merece un gobierno que mienta”. Ya saben aquello de “en todas partes
cuecen habas y en mi casa a calderadas”. Lo bueno o malo, según se mire, es que
Cronos desenmascara con el tiempo cualquier farsa. Lo malo o bueno, según se
juzgue, consiste en que la sociedad es permeable a toda actividad política por
ignominiosa que sea. Este marco permite a algunos vivir como potentados suscribiendo
contra los auténticos potentados una diatriba atroz, pero solo de boquilla.
Hemos visto como Pedro, el político, traspasa no solo las líneas
rojas de ámbito nacional sino también las del espacio europeo. Delcy Rodríguez,
vicepresidenta venezolana, tiene prohibida la entrada en suelo europeo comunitario.
Sin embargo, a finales de enero se le permitió bajar del avión en que viajaba.
Sobre el tema se contaron mil y una versiones, incluso que habló con Sánchez
por teléfono, extremo que desmintió el interesado de forma rotunda. La sombra más
absoluta rige dicho incidente. Conjeturas y sospechas siguen sucediéndose hasta
que sea la justicia quien determine qué pasó exactamente. Entre tanto, Zapatero
-otro Rodríguez- y Ábalos, casi en única comandita, siguen cosechando presuntas
responsabilidades según interpreta la oposición. Al menos, aparecen como
actores notables. En cualquier caso, fraude y alarde fueron la única nota cierta.
Dijo el presidente: “Ábalos hizo todo lo que pudo para evitar una crisis diplomática
y lo logró”. Ábalos, por su parte, se pavoneó: “Vine para quedarme y no me echa
nadie”.
El colmo llegó el viernes día siete. Retorciendo las leyes
del parlamento catalán, algo habitual en el independentismo, Torra sigue siendo
presidente de Cataluña. Pese a ello, y por presunta imposición de ERC, Sánchez
se avino a entrevistarse con el político inhabilitado blanqueando una
legitimidad postiza. No obstante, el encuentro deja traslucir una falta de
dignidad, insólita en un presidente de España, a la que ya nos tiene
acostumbrados. No hay límites éticos ni estéticos con tal de permanecer habitando
La Moncloa. Le embriaga representar esa sublime majestuosidad del águila
imperial (incluso con exceso) aunque, paradójicamente, tenga que arrastrar su
anatomía por el lodo fétido. Esa doble personalidad, esa contradicción vital,
permite mostrarse impávido ante cualquiera de ambas facetas. De ahí su cinismo
y gesto impenetrable, velado siempre por ceños de complejo análisis.
Calderón expresaba con fina originalidad: “Toda la vida es
sueño, y los sueños, sueños son”. Cierto, impugno todo aserto en su contra.
Aunque resulta difícil cumplir las ansias íntimas, los hados (tal vez un azar
juguetón, inmerecido e incomprensible, casi milagroso), se ceban con cualquier mentecato
y le colman de alborozos. Algunos, asimismo, confunden un destino venturoso
creyéndose eje central del universo cuando, en realidad, su estrella les dibuja
un pavo real. La parodia, el remedo, historias rocambolescas, ayudan a unos y
otros a descubrir que los extremeños se tocan.
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