La arrogancia busca en vano la sabiduría, dictamina una
clásica reflexión moral. Tras las elecciones andaluzas, aparte los resultados, el
escenario quedó reducido a necia capa de soberbia insoluble con las decisiones dadas
por ciudadanos hartos. Susana Díaz, desarbolada justamente, endulzó la derrota
enseguida afirmando que ella había ganado. Voces amigas, también sumisas tanto
políticas como mediáticas, empezaron a corear lo oneroso de un pacto PP y C,s
con Vox, “ese partido de ultraderecha”. Era evidente que tan burda patraña
(única treta posible para continuar utilizando, o mangoneando, el palacio de
San Telmo) no surtiría ningún efecto. Pero la “virreina” andaluza -me cae bien,
a la postre- sigue afirmando que desea inaugurar la investidura. Nulo esfuerzo.
Pese al ridículo disparate, siempre queda un poso de
esperanza. Ignoro si tal virtud, evocada con delectación, lleva por nombre
Albert Rivera o Juan Marín. Ambos a dos o de manera individual, empezaron negando
pan y sal al partido que había conseguido doce diputados y cuatrocientos mil
votos. Obcecación e indigencia política se adueñaron de titulares y noticieros.
Una falta de acuerdo favorecería, sin duda, los intereses de PSOE y Vox en
perjuicio básicamente de Ciudadanos. No ocurrirá, pero la posible repetición electoral
hundiría al partido naranja a nivel nacional. Valls, el anodino peso político que
esconde su fachada barroca (frágil ornato), deslumbró a un Rivera inseguro y
con torpes complejos ocultos bajo pretendido fondo roqueño.
Desde el día dos hemos asistido a todo tipo de teorías e
hipótesis, algunas ramplonas y muy descabelladas. Nada extraño si tenemos en
cuenta la materia prima que conforma nuestro espacio político. Hasta el nefando
presidente Sánchez (no eres más tonto porque no puedes, le espetó Antonio del
Castillo), mantiene curiosamente ahora -a las vísperas, cuya invocación inicial
reza: “Señor, date prisa en socorrerme”- que debe gobernar la lista más votada.
Susana aspira gobernar por ser primera fuerza. A su vez, Marín lo pretende
porque ha crecido más que nadie. Argumentos hay para calmar y colmar cualquier pretensión,
aunque parezca risible e infantil. Este triste epílogo tiene desconcertados a
propios y extraños con sorprendentes empeños al embeleco.
Ciudadanos, preso de gratuito terror al orquestado infundio que
le mezcla con la ultraderecha, proyectó una decisión salomónica: ofrecer a
todos los partidos representación en la Mesa del Parlamento andaluz. Jugada
perfecta para acallar las voces que le acusaban de cooperación con Vox. Sin
embargo, se impuso una realidad ayuna de pragmatismo y reflexión. Adelante
Andalucía (denominación que la desgaja de Podemos) despreció el aguinaldo
navideño para luego quejarse. Tal renuncia ambiciosa -digo no, pero me gustaría
decir sí y alzo una voz divergente con esa ultraderecha demoniaca- indica que
la madre naturaleza olvidó darles un corazón sabio e inteligente. Quieren
blanquear a toda costa, por supuestas razones a contrario, su propia y más
intranquilizadora radicalidad.
Como mencioné antes, el arrogante busca en vano la sabiduría.
A mayor escarnio, la vida política española se encuentra abarrotada de
arrogantes. Este vicio no tiene protagonistas ni parangón; ocupa cualquier territorio
y envilece a todo el combinado humano. No obstante, donde los efectos experimentan
consecuencias trascendentes es en la gestión inútil, habitual, de políticos ignorantes.
Peor aún, huyen -como alma que lleva el diablo- del sentido común. Exigirles sapiencia,
cautela, aptitud, significaría pedir peras al olmo. Tal vez fuera conveniente
no reclamarles nada porque si exhiben incapacidad, falta de ética, bochornosas patrañas
e instinto delictivo, mejor dejar a ellos que apliquen y se responsabilicen del
ritual.
Ciertamente, para gobernar no se precisa sabiduría pero sí
sentido común. Las elecciones andaluzas carecen de impronta ilustrativa. Mucho
antes de ellas sabemos que nuestro linaje político renunció a dicho sentido.
Pero su inmediatez obliga a analizar ciertas manifestaciones y referencias. Callo
las urgencias, por parte de Iglesias, a tomar la calle -junto a una sutil connivencia
o asentimiento del presidente- al perder Andalucía y que ambos ocultan bajo ese
postizo biombo levantado tras la “victoria ultrajante” de Vox. Aunque representen
algunas decenas de diputados, nunca tuvieron demasiado crédito. Asimismo, Bonilla
asegura que el Estatuto conformará la única línea roja en conversaciones
preliminares; supera la insolencia propia de quien ha logrado mayoría absoluta
para convertirse en dislate. Ciudadanos objeta cualquier acuerdo con Vox y
este, en justicia, exige que se visualice algo su programa. ¡Cuidado!, demasiado
ingrediente incompatible para tan escaso talento.
Ciudadanos, ignoro quien lo asesora, gusta merodear los
abismos con paso vacilante, indefinido. Deduzco, por su trayectoria, que elude inflexible
el papel de bisagra encomendado hoy. Queda lejano, quizás velado, el momento en
que los votos le permitan encabezar una candidatura y necesitar apoyos de otras
siglas, llámense PP, PSOE o Vox; es decir, partidos manifiestamente democráticos.
Todo ello, me lleva a concluir que Rivera debiera sustituir fobias desdeñosas,
puede que filias antojadizas, por madurez y praxis. Parece que el señor Valls -político
paracaidista, intruso- marca estrategias, consignas, que deben cumplirse. Pese
a ser primer ministro de Francia con Hollande, si acariciara una destreza rentable,
provechosa, hoy presidiría dicha nación. Nadie debe olvidar que Macron,
compañero en el gobierno socialista, le impidió formar parte de En Marcha. Él,
sí lo conocía.
Finalizo con dos aberraciones opuestas a cualquier decisión
salomónica, próximas a actitudes fanáticas. Me refiero a la injerencia política
del juez Joaquim Bosch, portavoz de Jueces para la Democracia, respecto a Vox.
Con gesto airado, casi belicoso, en una intervención televisiva, dicho juez
realizó valoraciones excesivas, osadas e inciertas, respecto al partido aludido.
Por su parte, el presidente hizo un balance no solo optimista sino hiperbólico
de su gestión durante los meses que lleva al frente del gobierno. Entresaco una
perla que dice mucho del buen señor: “He hecho yo más en siete meses que el PP
en cinco años”. Delirante, psicótico. El pueblo lleva tiempo tomando nota como muestran
las elecciones andaluzas, Comunidad a la que amenaza tras perderla el PSOE. Si
no es pose, puede considerarse amago radical, autocrático, fascistoide.