Suele decirse con profusión que no hay peor ciego que quien
no quiere ver. Izquierda, incluso moderada, y poder forman un tándem
irrazonablemente indisoluble. Por este motivo, cuando lo pierde genera -aparte
solemnes agonías- maniobras peligrosas si no terribles en ocasiones. La
Historia despliega múltiples argumentos, irrebatibles y perpetuos, que
constatan dicha afirmación. Sobran, por otro lado, ejemplos recientes capaces
de convencer al individuo extraviado. Necesita únicamente juicio crítico junto
a mente abierta y lógica. Absurdo, trivialidad e intransigencia, son
ingredientes ajenos a este apunte; si bien es verdad que aparece con excesiva
frecuencia cualquier término de la terna, si no ella entera. Ello hace que estemos
enlodados por un uso envilecido, infecto, del idioma; aunque, a poco, seamos
capaces de discriminar grano y paja.
Susana Díaz, antaño rival del presidente, ha subido al ara
sacrificial para expiar los innumerables extravíos y falacias que Sánchez ha ido
atesorando. Sin ser tampoco una estadista, acertaba con ese criterio de que
Pedro (me recuerda a aquel mentiroso compulsivo que anunciaba la llegada del
lobo) era maligno para el PSOE. Por tal motivo, quiso adelantar las elecciones
en Andalucía. ¡Vaya descalabro! Baja catorce escaños, recibe una admonición molesta,
pierde la Autonomía -un verdadero chiringuito- y cede el paso a Vox. Imposible
igualar este récord. Ahora, ella no hace autocrítica y el gobierno central le imputa
culpas por su torpe desacierto; asimismo, baraja también la pobre participación
consecuencia de una campaña átona. Todo, menos explorar cierto protagonismo ligado
al presidente rehén, livianamente español.
Los doce diputados electos de Vox en el Parlamento andaluz,
eclosión inesperada, han levantado ronchas. Todas las siglas evidencian motivos
diferentes para poner a caldo al partido novel. Quien más, quien menos, teme
perder parte de una tarta inmensa, por el momento. No asusta qué ideario pueda
exhibir ahora o en un futuro impreciso. Les preocupa solo la competencia, ese trance
irresoluble de añadir comensales al banquete. Porque Vox debe quedarse -por
suerte o desgracia- durante mucho tiempo, asunto que aclarará Cronos. Sí ha
conseguido, desde el primer minuto, crear una polémica artificial no por
razonable. Tanto partidos próximos como antagónicos han iniciado una cruzada
mendaz, agria e inconsecuente. Unos por el “quítate allá que me tiznas” y otros
por hábito de “ver la paja en ojo ajeno”.
Podemos y su estrafalario líder, batiendo cualquier registro,
tildan a Vox de ultraderecha (por cierto, exijo cuatro guardias civiles para
vigilar mi vivienda amparándome en la igualdad de todos los españoles que Pablo
M. pide demagógicamente. Caso contrario, que renuncie a ellos por coherencia.
¡A que no!). También lo hace el PSOE, un pálpito recorre al PP y el sarpullido
asoma en Ciudadanos. Hasta Valls, diseño de alcalde corporativo, sugiere el
peligro electoral que se corre al sucumbir bajo tan aciaga influencia. Considero
un desatino que Podemos -ultraizquierda axiomática, reconocida- tilde a nadie
de ultra. Recuerdo, al efecto, mayo de dos mil catorce cuando esta sigla
consigue cinco eurodiputados. Nadie, ni partidos ni medios (mucho menos estos),
habló de ultraizquierda habida cuenta de su ubicación a la izquierda del PSOE. ¿“Superioridad
moral”? garabateada a fuego en la conciencia social. Penoso.
Ahora mismo, tras las elecciones andaluzas, se ha conformado
un manicomio. Sánchez, a grito pelado o con voz chica, pretende la desaparición
de Susana y adueñarse del cotarro. La ve consolidada y retrocede; no se sabe si
para coger impulso o para huir desangelado, vencido. Iglesias ansía la
desaparición (política, claro) de Teresa Rodríguez, pero se le hace un bocado
excesivo y no está el horno para bollos (ambos -Pedro Sánchez y Pablo M.
Iglesias- antes de pedir tales dimisiones, hace tiempo deberían haber enseñado dicho
camino debido a estrepitosos fracasos o excesos). Ciudadanos, tercera fuerza en
diputados, quiere presidir el gobierno andaluz mientras un PP perplejo exige
ser quien debe presidirlo, marcando ahí línea inaccesible. Por otro lado, a
ninguno le seduce Vox porque temen intoxicarse con la etiqueta maldita que le
han colgado una izquierda cínica, presurosa, y los medios de comunicación adictos.
La política española se ha convertido en una guerra de
guerrillas entre PSOE, PP y Ciudadanos. Sostengo que Podemos y Vox son partidos
populistas, aunque ninguno me alarma; uno porque jamás alcanzará el poder total
y otro “per se”. Sin embargo, la democracia ganaría en salud si se aplicaran
algunos postulados que mantienen de manera tenaz. Podemos preconiza el salario
básico y Vox la desaparición del Estado Autonómico. Veamos. Se dice que las
Autonomías cuestan sesenta mil millones de euros anuales. Una descentralización
administrativa, con funcionarios de carrera, necesitaría menos puestos,
ausencia de encarecidos privilegios y ahorro de capital público que, como
sabemos, “no tiene dueño”. Con seguridad, economizaríamos miles de millones que
permitirían destinar un sabroso salario básico a varios millones de parados,
probablemente a todos. Sumemos estrategias parecidas en empresas públicas y
entes locales. Llegaríamos a cimentar una auténtica democracia. Átense bien los
machos aquellos partidos llamados a gobernar España. Podemos y Vox esperan.
Ayer celebramos cuarenta años de una Constitución vigorosa,
válida, pese a interesadas interpretaciones ampulosas y excesivas. La situación
económica actual impide satisfacer algunos derechos consagrados en la Carta
Magna porque letra e inferencia no siempre encuentran maridaje. El esfuerzo
fiscal es casi confiscatorio depauperando la clase trabajadora. No obstante,
derroche y servicios sociales divergen en proporción inversa. Surge así una
democracia hecha para una minoría elitista mientras el “pueblo soberano” la
aprecia lejana, injusta, ruin. Brotan, poco a poco, sentimientos de rechazo, de
hastío, a la vez que ansias de explorar regímenes inciertos, pero
esperanzadores. No sirve, queda obsoleta, aquella sentencia atribuida a
Churchill “La democracia es el menos malo de los sistemas políticos”. El
individuo necesita una democracia fuerte, resolutiva, satisfactoria. Si no la
consigue transmuta sus emociones llegando a desear no sabe qué, pero algo
diferente, donde no haya tanto desmadre. Casi siempre, el indecoroso quehacer
político genera posturas contrarias, tal vez radicales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario