Orgía,
precisa el diccionario, significa satisfacción desenfrenada de los deseos.
Tiene similar raíz que alergia y energía. Asimismo, estética es una rama de la
filosofía que estudia el origen del sentimiento puro. Ambos vocablos muestran
rotunda divergencia, rechazo e incluso hostilidad. Al primero suele añadírsele
una connotación sexual, libidinosa. Seguramente esta variante explica la sarta
de adjetivos que el individuo añade de forma plástica a gobierno, políticos,
sindicatos y otros personajes. Tienen en común el afán de vertebrar su vida
asidos a la continua, incurable, representación histriónica. Conforman no aquel
Gran Teatro que indicaba Calderón sino el circo prosaico, grotesco, que
caricaturiza este hatajo de indigentes sin límites ni vergüenza.
La
vida política puede enfocarse, vivirse, de dos maneras: recreando un barrizal
nauseabundo donde revolcarse, cual cerdos repugnantes, o hacer de ella continuo
acto de servicio al individuo. Deduzco innecesario manifestar cuál es el camino
emprendido por la mayoría de prebostes que pueblan nuestro solar patrio.
Desgraciadamente disponemos de una clase política (secta según muchos) que se
sitúa en las antípodas del pudor. Pocos, por no decir ninguno, cumplen el
compromiso -más o menos tácito- de servicio al pueblo que dicen representar.
Aquellos
que se excitaban con el final del franquismo y pregonaban las probidades
democráticas propiciando la “libertad sin ira” -tras casi cuatro decenios desde
que se iniciara la transición- han convertido España en una orgía arrebatadora.
El delito impune campa a lo largo y ancho del país sin que, hasta el momento,
nadie haya pisado la cárcel ni devuelto las ingentes sumas distraídas. Apetecen,
dentro del adocenamiento social, arrasar la clase media; única con actitud rebelde.
Alguna sigla evidenció la legalidad del tres por ciento. Convengamos, tasando
por bajo, la justeza del “problema” de Ciu, según Maragall. Si a las comisiones
devenidas por AVEs, aeropuertos, planes E y otros, sumamos subvenciones a
sindicatos, empresarios, cineastas, junto a diversas especies próximas al
extenso elenco zoológico, podemos y debemos cuantificar lo sisado o
despilfarrado en una magnitud sideral.
El
latrocinio generalizado constituye la faceta, con ser despreciable, menos
ostentosa. La configuración Autonómica del Estado alimenta necesariamente un
festín orgiástico. Políticos y tertulianos engañan cuando aseguran la magnanimidad
de esta configuración pseudofederal si se evitaran excesos y se corrigiera la
gestión. Estos condicionantes suponen un brindis al sol. No pueden consumarse porque
el mal va implícito en su propia naturaleza. Las autonomías nacieron, en
esencia, para resarcir favores cercanos y proclamar la componente tribal que
aún domina el temperamento español. Así, se roba en grupo; al tiempo se
incumple toda ley foránea. Está impreso en su ADN. Sobran palabras y gestos
falaces que no resuelven nada. El Estado Autonómico es perverso, oneroso, de
nacimiento.
Hace
años, un político jerezano afirmó que la justicia era un cachondeo. Se quedó
corto. España al completo, hoy, es un cachondeo, una orgía plena. Corrupción e
indignidad anidan por doquier. El partido que gobierna con mayoría absoluta
incumple programa y expectativas. Prepotencia, desprecio, elitismo y fraude conforman
su ideario de estilo. Son, sin embargo, insólitamente
necios. La oposición, altanera, belicosa, a la contra, espolea una calle
receptiva con la pretensión de legitimar un poder que las urnas le negaron. Siglas
noveles repletas de viejos rostros arman las cañas -ignoro sus auténticas
intenciones- para pescar en estas aguas turbias, revueltas. Jueces que
priorizan ambición sobre independencia; financieros acomodados a la sopa boba
de la deuda pública; gentes, en fin, que acometerán por enésima vez una soberana
sandez fortaleciendo un bipartidismo siniestro. Tan lamentable comparsa
completa el escenario. Juegan al escarnio; algunos a conciencia.
Creo
inobjetable el marco expuesto. ¿Estamos atrapados sin remisión en la vorágine?
No, pero casi. Es obvio que sufrimos el rigor de una casta ávida, manilarga,
ubicada en alta torre de marfil. Abramos los ojos. Los que ya conocemos, sin exclusión,
han confeccionado un chiringuito jurídico-político-social (sin desdeñar el bloque
financiero) que, tras indecoroso expolio, nos condenan a pagar deuda de por
vida. Confiar en envolturas, en frases huecas, es un yerro que aplazará la conquista
de soberanía, de libertad. Tenemos la oportunidad de analizar detenidamente
palabras, gestos y resoluciones del PP en la Convención Nacional de Valladolid.
Ayer lo hice yo en referencia a las declaraciones del vicesecretario general de
organización, Carlos Floriano, sobre ETA, las víctimas del terrorismo y las
supuestas intenciones de partidos acuñados en fechas postreras. Penoso. Se les
nota que creen dirigirse a tontos de capirote.
Queda
por examinar a fondo, protegidos con discretas prevenciones, los bienquistos
principios constitutivos de Movimiento Ciudadano y de Vox. Destaca en ellos una
estética hasta ahora oculta, por no decir inexistente. Aquí tenemos alguna
probabilidad de iniciar un camino nuevo hacia la construcción del sistema
anhelado. Aquel en que nos sintamos partícipes, coprotagonistas, soberanos.
Aquel donde justicia e igualdad ante la ley dejen de ser sólo bellos epígrafes
constitucionales.