Denominamos palabra al instrumento que utiliza el hombre para relacionarse
con sus semejantes. Su falta destierra el conocimiento (ignoraríamos hasta
nuestro propio yo), pero asidos a su fingimiento, a su vacuidad, genera
divergencias fatales y daña la convivencia. Un reputado, asimismo típico,
aforismo popular enseña: “Obras son
amores que no buenas razones”. Salvo raras particularidades, pecamos de verbo abundante, terco. Sin
embargo, quienes se funden en el exceso
con ánimo viciado son los políticos y gentes que -bajo la denominación genérica
de comunicadores- esconden un ministerio adoctrinador. Tan
arraigada encontramos esta faceta en el hombre público que político y manipulación pueden considerarse
sinónimos; al menos si nos referimos a este país de ópera bufa. Resulta
sorprendente que la sociedad se muestre seducida por tales activistas del
señuelo, bendiciendo obras y milagros con pleno asentimiento. A veces, el
aplauso oculta una tarea mediocre confundiendo inercia y refrendo o, peor aún,
necedad y loa.
Alexander Pope decía: “Las palabras son como las hojas; cuando
abundan, poco fruto hay entre ellas”. Cualquier español crítico, imbuido
de sentido común, aceptará la vigencia de semejante pronunciamiento. No
obstante, si recurrimos al acontecer diario, proclamo -sin temor al yerro o al
exceso- que resulta difícil encontrar compatriotas que atesoren ambos
atributos. Precisamente de esta indigencia se aprovechan prebostes adscritos a
diferentes siglas, que no ideologías, para eternizarse subidos al machito.
¿Cuántos engrosarían las listas del INEM si se despegaran de la mama ubérrima?
Su apego les origina un alto precio: lucen cifosis atípica a resultas de
practicar una sempiterna curvatura servil e indigna.
Estoy harto de tertulianos que aprovechan el medio
para adiestrar mentes donde anida el candor; incautas, sin ninguna restricción
ni filtro.
Democracia, para ellos, es una bandera asida a un asta que utilizan para
apalear a quienes no comulgan con sus dogmas. Son acérrimos partidarios del
apelativo vejatorio, infamante, cuando se quedan sin argumentos. Todavía siguen
alimentando su discurso de un antifranquismo anacrónico, falso, pero
increíblemente fecundo. Algunos, jóvenes, rozan el esperpento al utilizar la
bicha sin ningún recato. Desconozco qué ilación les lleva a considerar
demócrata con pedigrí sólo a quienes fueran, o se consideraran, oponentes al
régimen anterior. Así, lo eran Largo Caballero y Negrín junto a multitud de
acérrimos defensores de las tesis estalinistas e incluso aristocráticas. Una
cosa es la realidad histórica o actual y otra, muy diferente, obtener de ella
espurias conclusiones.
Quien se lleva la palma, pese a todo, son los
políticos empezando por el gobierno. Viene al pelo una amable circular
recibida hoy mismo. Precisan que mi pensión la “incrementan” un cero
veinticinco por ciento. Callan el IPC real; aun el oficial. ¿No les dará
vergüenza cuando aseguran que el poder adquisitivo de los pensionistas viene
garantizado por ley? Comprendo el famoso “factor de sostenibilidad” que se
gestó tiempo atrás, pero parece una burla el anuncio epistolar. Para qué tanto
derroche. Evidencian la presunción de estupidez hacia el contribuyente (breve
ciudadano). Sospecho, además, la inexistencia de vergüenza que rige tan inicuo
fervor.
Llevamos soportando, varios meses ya, el bombardeo
del quimérico abandono de la crisis. Equivale a los “brotes verdes” de antaño,
notificados por la misma irresponsabilidad. Estos acrecientan su
delirio electoralista con la nueva de que se empieza a crear empleo neto. Entre
tanto aumenta exponencialmente quienes se ocupan en el contenedor. Constituye
un fiel reflejo de la economía real. Peor nos encontramos desde el punto de
vista institucional. Bajo la amenaza del nacionalismo radical, el PP pretende
recuperar un crédito perdido por su propia dejadez. Todavía reclama aquello que
intuye imposible: puntos de encuentro con los independentistas. Tamaño dislate
se encuadra entre la torpeza y el fatalismo inmovilista. Todo se reduce a vana
verborrea. Terrorismo y Ley del Aborto han sido los detonantes para la quiebra
del PP. También de su reputación.
Oposición mayoritaria, PSOE e IU, caminan a la grupa
de un ejecutivo falaz. Parece fortuito, aunque afirmo que no lo es, el hecho
relevante de que todos los gobiernos mientan, en diverso grado y ocasión. El
PSOE, sobre todo, carece de autoridad moral para dar lecciones de economía,
estrategia y largueza. Olvido o desfachatez les viene como anillo al dedo
cuando denuncian deficiencias proclamando soluciones al margen. Izquierda Unida
exhibe un optimismo sacrílego cada vez que alecciona sobre la falta de ética en
los rivales. Observan a la perfección el viejo adagio: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
Sólo los muy confiados ofrecen un margen de duda a
la manipulación que ejercen medios y políticos. Incluso aquellos cuya
doctrina apuesta sin ambages por la libertad plena, fuera de todo poder, son
satanizados con un epíteto suave para sus costumbres: utópicos. Las palabras
que excluyen la verdad matan. Por esto Rudyard
Kipling sentenció: “Las palabras son la más potente droga utilizada por la humanidad”.
Lesionan, desnaturalizan, asesinan, la mente colectiva atrayendo el pensamiento
único, intolerante y totalitario.
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