viernes, 25 de marzo de 2016

DEMÓCRATAS, OBSERVADORES Y XENÓFOBOS


Los últimos tiempos se caracterizan por una pléyade de sociólogos que deslindan desde un punto de vista formal -es decir bastante lejano de la agitada realidad- comportamientos y dinámicas sociales. Sin embargo, el reconocimiento secular, aquello que constituye una lógica arraigada, define nuestro refranero cuya fiabilidad y buen tino acreditan su prestigio. De la extensa colección, uno apunta: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Se ajusta plenamente al fondo embaucador, falaz, de populismos tan inciertos en el siglo veinte y ahora. Describe también a individuos arrogantes o engreídos que, a la postre, despiertan conmiseración más que rechazo. Pese a ello, frecuentemente, ocasionan extravío y caos. Pensemos en cualquier régimen sustentado sobre una plataforma populista, seductora, pero falsa.

Todos los partidos políticos, sin excepción, exhiben maneras tan atractivas, máxime cuando se aproximan comicios. No obstante, debemos distinguir guiños populistas con fines electorales de aquellos que esconden una carga doctrinal, tiránica. Unos pretenden arañar votos inocentes, sin fundamento, mientras otros ansían implantar sistemas totalitarios, fascistas, liberticidas. Si analizamos testimonios, obras y conductas, estaremos en condiciones de diferenciarlos sin grandes dificultades. A poco, practicando un pulcro examen, seremos capaces de distinguir divergencias irreconciliables. Solo quienes evitan -por desidia o incomodo- la reflexión racional, cometen errores cuyas consecuencias, en este campo, suelen ser escalofriantes.

Podemos, disparidad hecha partido, es el paradigma de lo expuesto. Sus líderes más representativos, en particular Pablo Iglesias, acompañan cualquier alegato o discurso con esta cuña que busca efectos reflejos, viscerales: “nosotros, los demócratas”. Semejante identificación implica imputar al resto una obvia hipoteca dictadora, estirpe de la peor calaña. Tan sibilina trampa, hábil argucia hecha soporte, se da únicamente en los populismos con vocación opresora. Podemos se muestra (por estos signos, y otros menos sofisticados) un partido antidemocrático. Lo constatan no ya sus modos ni actitudes sino su encarnadura, puesta de relieve por sucesivos hechos que resultan irrefutables. La brusca destitución de Sergio Pascual, “por gestión deficiente”, comporta una referencia evidente del proceder personalista, arbitrario, a las bravas. Círculos, asambleas, participación, pasaron a mejor vida; queda un caudillaje incontestable, antítesis del marco democrático. Oculto tras eslóganes impíos, huecos, emerge el ordeno y mando. Todo lo demás es comparsa, relleno, camuflaje. Lenin y Stalin realizaban purgas a los “enemigos del pueblo y contrarrevolucionarios”. Del mismo modo, Hitler acusó a Lubbe (un comunista) de incendiar el Reichstag, para terminar con su control y regulación general por “conspiración contra el Estado alemán”. 

Lejos de mi intención está cargar tintas contra Podemos. Ellos no necesitan sardinas para beber vino, según reza un dardo bastante común por mis tierras natales. Es decir, se bastan y sobran para subrayar flaquezas sin el concurso de catalizadores externos. Con motivo del pacto antiyihadista, ya a mediados de noviembre pasado, Pablo Iglesias -o sea Podemos- dijo, cuando no lo firmó, que hacerlo “supone renunciar a derechos civiles y no es eficaz”. Como si a él le importaran mucho los derechos civiles según se desprende de la indiferencia mostrada, entre otros casos, ante la prisión de Leopoldo López. Eso sí, no quiere dar la espantada total y se apresta a asistir a las reuniones protagonizando el papel de observador que queda muy chic. Efectúa esa estrategia, impoluta asimismo, del “ni sí ni no, sino todo lo contrario”. Estoy convencido de que existen demasiadas debilidades e inconsistencias para tapar desequilibrios estratégicos, quizás ideológicos, con el vocablo “observador”.

Últimamente, ha ido tomando cuerpo una explicación mucho más beligerante, agresiva. A los partidos del pacto les atribuyen una naturaleza xenófoba a la hora de converger resoluciones. Su cinismo (personas de Podemos o adscritas a las confluencias) alcanza cotas inmundas al acusar a rivales de un embarazoso pecado social. No solo huyen, además insultan al que actúa correctamente. Pese a la absurda justificación, todavía habrá alguien que considere fidedigno tamaño disparate. Deben confiar en el éxito de su mensaje. Por este motivo, y aun a sabiendas que el país lo puebla un elevado porcentaje de necios, por no decir imbéciles, me asombra la credibilidad que despiertan estos peligrosos aventureros. Uno, entrado en años y conocedor de la semilla social, reconoce (pese a las apreciaciones poco tranquilizadoras) enorme largueza a la hora de tasar los componentes sociales, que Bourdieu fraccionaba en campos; aquí, intelectualmente estériles.

Ese batiburrillo de estridencias en que se sumerge Podemos, promueve lo afirmado por el portavoz de Aranzadi-Podemos en el Ayuntamiento de Pamplona para abstenerse a la hora de condenar los atentados de Bruselas. Afirman no condenar ningún acto violento ni asesinato porque “condena” es un concepto moral/jurídico con el que no se identifican. Tanta exquisitez la abandonan cuando condenan, con diversas expresiones sin alterar su fondo, la casta y corrupción políticas de los demás. ¿Qué seguridad jurídica ofrece esta caterva que prende con papel de fumar los soportes conceptuales de la Justicia? Algunos menos metafísicos, pero igual de sectarios, ven inequívocas razones en la Guerra de Irak. Pasen y vean, todavía colea. Es inmoral, ruin, utilizar argumentos extravagantes, ad hoc, para justificar el terrorismo, menos el indiscriminado. A veces se oyen voces estentóreas y otras veces susurros inaudibles. He ahí el dogmatismo maniqueo.

Termino con palabras de Ernesto Sábato: “Si nos cruzamos de brazos seremos cómplices de un sistema que ha legitimado la muerte silenciosa”.

 

viernes, 18 de marzo de 2016

RIVERA, ENTRE CUERVOS Y GNOMOS






Desde tiempos ancestrales el cuervo se considera un ave que esconde cierta simbología aciaga. Libros sagrados lo describen como ejemplo de impureza o maldad. Asimismo, la mitología ve en él un signo de mal agüero por su color. Algún antropólogo actual -desde una óptica estructuralista, de vivencias personales- lo imagina mediador entre la vida y la muerte. Más cercano a nuestra raigambre cultural, quizás superstición fatalista, existe ese aforismo clarificador: “Cría cuervos y te sacarán los ojos”. No es, por tanto animal que goce de afectos ni reclamos. Curiosamente, desconozco razón alguna para que el criterio general acepte sin dudas dichos atributos córvidos. Querámoslo o no somos un país de etiquetas.

Gnomo, duende o duendecillo, acapara mayor complejidad conceptual. Solemos referirnos a ellos con visión benefactora. Personajes de cuentos infantiles, les damos forma de seres diminutos, simpáticos y algo ácratas -al menos indisciplinados- que pueblan, señorean, un bosque escaso pero laberíntico. Un bosque en cuyo seno seres inocentes, puros, se extravían y quedan indefensos ante peligrosos ogros, brujas desdentadas (repelentes), amén de otra fauna surtida donde destacan las sanguijuelas. Sienten debilidad por succionar aquello orgánico o pecuniario que se ponga a su alcance. Desgraciadamente, la calidad y cantidad de “chupones” que abarrotan el bosque patrio aventaja al poder protector de tan benefactores duendecillos.

Sin embargo, gnomo tiene un sinónimo que encierra significados mezquinos, moralmente detestables. Enano, desde un punto de vista físico es inmune a cualquier matiz despectivo, salvo el hecho, impuesto por las modas, de ir contra corriente y, al cabo, producir cierta tribulación o desdén ante tal rareza natural. Fenómeno lógico, ajeno a connotaciones inhumanas de índole personal o colectiva. Desde un punto de vista moral, el vocablo sufre una estigmatización extraordinaria, identificándolo con todas las menguas y descuidos cercanos o adyacentes a la indigencia más despreciable. En ocasiones, enano desdibuja el carácter suave del personaje para atribuirle, con mayor tino, el apelativo liliputiense.

Albert Rivera, Ciudadanos, se encuentra en el epicentro del terremoto político producido tras el 20 D. PP y PSOE experimentan intensas jaquecas porque aquel toma votos, no tanto reflexionados cuanto consumidos, con absoluto impudor. Tal zozobra les provoca momentos de acaloramiento fundamentados en su adherencia al centro. El bipartidismo se alimentaba de terrenos ideológicos apropiados para ambas siglas, enlazadas en Europa e irreconciliables en España. Por tradición, los españoles conservamos de forma natural o inducida un ADN agresivo, retador, frentista. Por esta causa, PP y PSOE tienen un suelo constante, devoto, definido. Las mayorías provenían del centro político, sucesivamente desequilibrador. Ahora surge Ciudadanos y ocupa ese espacio quebrando usos, amén de lesionar intereses que se consideraban exclusivos. Podemos es un absceso aparecido a la siniestra; de muy difícil tratamiento sin rasgar los “principios” que ella misma ha alegado.

Estimo injusto, burdo, asimismo poco inteligente, el desdén e inquina que el PP aplica a Rivera. Cierto que su estrategia provoca dudas hasta en los propios votantes, pero ninguna sigla posee autoridad moral para denunciar incumplimientos, menos juego sucio. Ante el caos motivado por un resultado electoral confuso, torvo, movido a la vez por un tactismo beligerante, juegan -sin excepción- la baza de explorar posiciones cómodas cara a previsibles nuevas elecciones. Todos son reos y tal escenario ilegitima cualquier intento de procesar a los demás. Rajoy atiborra de obstáculos una salida futura; realiza una maniobra sombría sin apreciar el mal agüero del cuervo que cría y alimenta. 

Pedro Sánchez, otra espiga nacional e internacional, asienta su éxito sobre el pacto PSOE-Ciudadanos. Estos, me consta, son incapaces de incumplirlo, de lanzarlo por la borda. Sánchez, en cambio, espoleado por una ambición desmedida y sin calcular riesgos futuros para España (el PSOE quedaría cadavérico), quiere ser presidente a toda costa. Tantos esfuerzos por pactar con Iglesias -levitando ciego de laurel- e independentistas, le valdrán para lograrlo. Será un presidente disminuido pese a su estatura. De forma inmediata, acreditaría una deslealtad censurable. A corto plazo, es probable que provocara otra mayoría absoluta del PP, sin Rajoy, con el PSOE capitaneando la oposición bastantes legislaturas. La izquierda pura, radical e incluso moderada, jamás puede gobernar en España. Más allá de la socialdemocracia solo existe el abismo. A ver si se enteran que esto es Europa, que estamos en el siglo veintiuno, que nuestra seca piel de toro aborrece a políticos prepotentes y sectarios, que la Guerra Civil terminó hace setenta y cinco años.

Semejante fauna - apartada de cualquier programa para proteger el ecosistema- conforma los cuervos, mezclados demasiadas veces con torpes gusanos. Sin embargo, a Rivera le sonríen los gnomos, esos geniecillos que le abrirán el futuro político. Importan sus pasos firmes, sus afanes de servicio, su integridad. Debe, no obstante, cuidar algún exceso irreflexivo, de tándem, y que enturbia su límpida trayectoria. Servicio y naturalidad son sus mejores armas, aquellas que la sociedad anhela allende los dominios de cuervos y enanos. Cordura y prudencia ante los retos del porvenir.

 
 
 
 

viernes, 11 de marzo de 2016

COLAU, EL EJÉRCITO Y EL ORÁCULO MADRILEÑO


Esta España que sobrellevamos y preocupa, alumbra cada día una chorrada nueva o hecho insólito. Todavía -pese a los habituales procesos que, dosificando solemnes payasadas, intentan vacunarnos contra la parranda- se abren nuestras carnes y tenemos pálpitos por testimonios o actividades de políticos indocumentados. Podemos pensar, yo lo hago, que se empeñan en frenética contienda. Cuando alguno recibe justamente la censura virulenta por irreflexivo, quizás perturbador, enseguida aparece otro que lo supera con destreza. Opinión pública y publicada dejan abierto el registro a la espera de cualquier necedad superior. Sabemos, unos y otros, que no nos defraudará lo venidero porque la costumbre constata semejante evidencia. Sin embargo, seguimos firmes, contumaces, esperando el momento incierto en que tales sombras (o sombrajos) históricas cambien a ilusionante fulgor. 

Veintiún concejales conforman mayoría absoluta en el Ayuntamiento de Barcelona. La actual alcaldesa cuenta con once. Cinco de ERC, cuatro del PSOE y tres de CUP suman dos más, veintitrés. Cualquier deserción le deja en franca minoría. ¡Uy! perdón, quise decir en clara inferioridad. Sí, Ada Colau, por decisión de cuatro partidos, es alcaldesa mínima. Los catalanes -genuino Ayuntamiento- han dispuesto poco, nada. Como siempre, los próceres interpretan el voto según sus intereses. La señora alcaldesa, por tanto, se atribuye un predominio moral que no le corresponde, que no se ajusta al patrón renombre personal/crédito social. Este caso adquiere tintes grotescos por el autobombo, propio de individuos iletrados. Viene al pelo el conocido aforismo “la ignorancia es muy atrevida”. Asimismo, la señora Colau no conforma, menos releva, el Ayuntamiento. Está bien que sea representante máxima aunque, en estos menesteres y a lo que se ve, su gestión quede muy mejorable. Quien estaba en el estand agraviado era el ejército, institución mucho más valorada que la regidora catalana. Algún sabio griego ya anunciaba que “mientras los necios deciden, los inteligentes deliberan”.

La señora alcaldesa, en la inauguración del Salón de la Enseñanza, espetó a dos asombrados oficiales: “preferimos que no haya presencia militar”. Excusa: “hay que separar espacios”. Al parecer, esta providencia fue aprobada por el pleno municipal. La señora Colau, no me extraña, mezcla por desconocimiento enseñanza y sugerencia laboral. El ejército, representado por miembros específicos -imagino expertos- ofrecía en aquel Salón salidas posibles a graduados y bachilleres. La milicia no propone ningún itinerario educativo, tampoco métodos ni técnicas, solo formación militar compatible, más tarde, con la vida civil. Oponer o conjugar educación y armas es pura demagogia, propaganda falaz. Fuera de este lamentable e indecoroso episodio, puede apreciarse el daño que ocasiona la incoherencia, ese intento de conseguir rentas siempre; con algo y con su contrario.  

Le ha ocurrido al PSOE. Los concejales del partido adscritos al Ayuntamiento barcelonés, con su voto, aprueban la resolución municipal que excusa o justifica el papelón de Colau en el mal llamado Salón de la Enseñanza. Solo así pudo salir adelante tal enmienda. A nivel nacional, sus líderes se rasgan las vestiduras por el desaire a la institución militar. Constituye un acto de hipocresía, de jugar con ases bajo la manga, en actitud censurable. Poca gente se ha enterado del juego sucio y quien lo advirtió o no quiere o no puede divulgarlo. Sánchez y adyacentes, loan al ejército sin aprensiones ni límites. Unos abren heridas mientras sus compañeros colocan paños calientes. De esta forma, toda la feligresía (moderados y revolucionarios sutiles) queda satisfecha. No crean ustedes que arrastran un comportamiento coyuntural o alicorto; nos alimentan cada día con parecidos nutrientes buscando la venia cuando no el aplauso.

El País, diario que aprovecha cualquier asunto previsiblemente cercano a la derecha para matizarlo a gusto del lector, publicó un artículo pleno de alabanza y pleitesía al ejército. Fiel a su línea, agregaba: “Nadie duda de todo lo que hicieron los militares en este país durante décadas contra la causa de la libertad”. Recordaría, a la sazón, los ejércitos rojo y blanco en la Rusia de mil novecientos dieciocho. ¿Cuál garantizaba las libertades democráticas? Probablemente ninguno. La Historia, firme, indica que allá, venció el rojo; aquí, el blanco. Lo demás es controvertible. Podemos discernir que al País parece atraerle (presuntamente, igual que a la señora Colau) un ejército colorado en vez de nacional e incoloro. ¿Qué importa más la ley o el derecho natural? Soy consciente de la complejidad que encierra el tema y que se traduciría en miles de páginas u horas de extensos debates.

He hablado de Colau y del ejército. De este, poco porque su exigencia e importancia superan a la palabra. Nos resta el oráculo. Pedro Sánchez, nacido en Madrid, afirmó hace poco rotundamente: “Voy a ser presidente del gobierno y no va a haber elecciones”. Adivinar el futuro corresponde a los oráculos y este nuestro es madrileño. Un pacto PP, Ciudadanos y PSOE (en el papel de opositor, para polemizar con Podemos) se vislumbra imposible. Prefiero entonces que el oráculo sea un bluf, una quimera, un mal sueño, y vayamos de cabeza a nuevos comicios; menos onerosos que el desbarre de noventa mil millones de euros, como mal menor.

 

 

viernes, 4 de marzo de 2016

CADA CUAL, A MAYOR O MENOR GLORIA, INTERPRETÓ SU PAPEL


Una sesión de investidura constituye un espectáculo raro, no por su contenido extraño (que también con frecuencia) sino debido a razones de periodicidad temporal. Suele oler igual que los años bisiestos, a añejo. En este caso, superando ignoro si cierta costumbre impía o malsana intriga, me fui de chuletas y dominó con cuatro compañeros de oficio y sin embargo amigos, como dice el tópico. Sí, desoí la alocución de Pedro Sánchez abriendo tan conocido ritual. No pido, empero, disculpas por establecer unas prioridades ajenas a eso tan manido de lo políticamente correcto. Primero, porque los políticos no deben estimular ni mis sentidos ni mis afectos y a renglón seguido porque me da igual Juana que su hermana. Esta indiferencia sustentada sobre cuarenta años de infidelidades, cuando no felonías, ha ido consumando una costra que a mis años no ablanda paños calientes, emplastos de tomate, ni técnicas innovadoras. Pese a lo dicho, mantuve pacientemente intervenciones al punto y otras a través de diversos medios audiovisuales anexos a algunos diarios de internet. 

Sé que el candidato torturó al Parlamento con noventa y seis minutos de monólogo reiterativo, superfluo, penitente. No me asombraría que la represalia perfilara el sentir casi unánime: decepcionante. Quizás, consciente el candidato de su descalabro final, lo ofreciera en exclusiva a sus conmilitones para enderezar una trayectoria política débil, repelente. Poco antes había ganado confianza al verificar la aceptación que el pacto con Ciudadanos registró entre los afiliados. Imagino que por necesidad táctica quiso aprovechar tan ilustre púlpito para apuntar y apuntalar unas aptitudes veladas. No expuso demasiado, quiso nadar entre el roto y el descosido, pero su caché creció generosamente. Aplacada la contienda con los barones aprensivos, cicateros, los votos le traían al fresco. Solo así se explica un pacto huero, no aditivo, cuyo pláceme por PP y Podemos conocía de antemano. Una jugada perfecta, más aun cuando supo convencer, atraerse, a Ciudadanos, partido y líder caminando en la cuerda floja, con pies de plomo. 

Rajoy, intuyéndose desahuciado, quiso dejar claro que, si bien en su tarea de gobernante reveló excesivas carencias, como parlamentario no solo carecía de rivales sino que abrazaba la élite congresista intemporal. Su discurso -una pieza exquisita, magnífica- resultó ser paradigma indiscutible de excelsitud oratoria. Divertido, ocurrente, cáustico más que socarrón, desmenuzó un memorándum estructurado, sustantivo, ágil, que (obviando premisas programáticas porque no se examinaba él) ridiculizó sin piedad a Sánchez y a Rivera. Vi una apisonadora inmisericorde que planchaba, reducía, a dos líderes vencidos, ahogados, por aquel tsunami retórico. Mientras, una mayoría de televidentes se desternillaba cómoda y segura en sus sofás. Colosal, minucioso, irrepetible, probablemente excesivo. Materializó la expresión “no dejar títere con cabeza”.

A Pablo Iglesias se le puede adivinar, pues -en palabras del propio Rajoy- es tan previsible como los constipados en noviembre y las alergias en marzo. Este chico (hábil, intuitivo, mediático) ha aventado demasiados errores básicos y conceptuales para atribuirle tan sólido asiento cultural. Conociendo el paño, y considerando su edad, podría asegurar sin aventurarme que debe ser medio analfabeto funcional, amén de leído. Un producto de la LOGSE. Salvando el inciso, al señor Iglesias parece interesarle poco la genuina esencia de sus discursos porque levantaría desasosiego entre los individuos que hagan trabajar el sentido común. No obstante, en ocasiones le resulta imposible domeñar la egolatría enfermiza que despliega haciéndole mostrar su vena natural. Como buen populista, fascista, totalitario (tanto monta) gusta del escenario, de la mascarada, del gesto. Anhela saltarse la corriente para protagonizar el show, lo aparatoso. Superfluo, no dijo nada fresco pues rumia  fábulas vetustas. Repartió menoscabos, escaseces, maldades, a diestra y siniestra. Osado e insolente se equiparó al árbol de la ciencia, del bien y del mal. Estomagante.

Albert Rivera desmenuzó un discurso bien trenzado, explicativo, pragmático. Pienso, asimismo también otros analistas, que estuvo más en candidato que el propio Sánchez. Supo, con buen resultado, exponer los puntos importantes del pacto con el PSOE. Gracias a su esfuerzo conocimos pormenores ocultos voluntaria o involuntariamente. Recibió críticas ácidas, sobre todo del PP, pero el acuerdo sirve para apartar al PSOE de Podemos, eventualidad que también deseaba Sánchez, sus barones y un alto porcentaje de españoles. Ahora, esta coalición tiene ocho diputados más que el PP y tal marco cambia el orden de preferencia. El hecho debe anotarse al haber de Rivera; por esto, personalmente, vería justo que la presidencia, al final, fuera para él ante la imposibilidad de acuerdo PP, PSOE.

Visto el lance, nadie puede acusar de nada a los demás. Rajoy vino a decir que el pacto de Sánchez era un curalotodo con intereses particulares. La totalidad, incluido el presidente lenguaraz, ha actuado por interés personal. Quien más quien menos, olvida promesas anteriores para restituir su popularidad cara a unas nuevas elecciones que se vislumbran próximas. Dentro de algunas horas, la cámara repetirá el no a Sánchez. Después quedan dos meses de incertidumbre, tal vez zozobra, en que habrá acuerdos o no en razón de las prospecciones sociométricas. Asumo el riesgo pues no quedé escaldado de la última ocasión en que lo hice con resultados adversos. Pronostico un gobierno a tres donde PP y Ciudadanos pacten un gobierno con la venia del PSOE en la oposición. Seguramente ocurre lo contrario porque España es el país del absurdo.

Ayer, y hasta entonces, cada cual leyó o interpretó el papel asignado. Hoy, enseguida, lo seguirá haciendo.