Los últimos tiempos se
caracterizan por una pléyade de sociólogos que deslindan desde un punto de
vista formal -es decir bastante lejano de la agitada realidad- comportamientos
y dinámicas sociales. Sin embargo, el reconocimiento secular, aquello que
constituye una lógica arraigada, define nuestro refranero cuya fiabilidad y
buen tino acreditan su prestigio. De la extensa colección, uno apunta: “Dime de
qué presumes y te diré de qué careces”. Se ajusta plenamente al fondo embaucador,
falaz, de populismos tan inciertos en el siglo veinte y ahora. Describe también
a individuos arrogantes o engreídos que, a la postre, despiertan conmiseración
más que rechazo. Pese a ello, frecuentemente, ocasionan extravío y caos. Pensemos
en cualquier régimen sustentado sobre una plataforma populista, seductora, pero
falsa.
Todos los partidos
políticos, sin excepción, exhiben maneras tan atractivas, máxime cuando se
aproximan comicios. No obstante, debemos distinguir guiños populistas con fines
electorales de aquellos que esconden una carga doctrinal, tiránica. Unos
pretenden arañar votos inocentes, sin fundamento, mientras otros ansían
implantar sistemas totalitarios, fascistas, liberticidas. Si analizamos testimonios,
obras y conductas, estaremos en condiciones de diferenciarlos sin grandes
dificultades. A poco, practicando un pulcro examen, seremos capaces de
distinguir divergencias irreconciliables. Solo quienes evitan -por desidia o
incomodo- la reflexión racional, cometen errores cuyas consecuencias, en este
campo, suelen ser escalofriantes.
Podemos, disparidad hecha
partido, es el paradigma de lo expuesto. Sus líderes más representativos, en
particular Pablo Iglesias, acompañan cualquier alegato o discurso con esta cuña
que busca efectos reflejos, viscerales: “nosotros, los demócratas”. Semejante
identificación implica imputar al resto una obvia hipoteca dictadora, estirpe
de la peor calaña. Tan sibilina trampa, hábil argucia hecha soporte, se da
únicamente en los populismos con vocación opresora. Podemos se muestra (por
estos signos, y otros menos sofisticados) un partido antidemocrático. Lo
constatan no ya sus modos ni actitudes sino su encarnadura, puesta de relieve
por sucesivos hechos que resultan irrefutables. La brusca destitución de Sergio
Pascual, “por gestión deficiente”, comporta una referencia evidente del
proceder personalista, arbitrario, a las bravas. Círculos, asambleas,
participación, pasaron a mejor vida; queda un caudillaje incontestable,
antítesis del marco democrático. Oculto tras eslóganes impíos, huecos, emerge
el ordeno y mando. Todo lo demás es comparsa, relleno, camuflaje. Lenin y
Stalin realizaban purgas a los “enemigos del pueblo y contrarrevolucionarios”.
Del mismo modo, Hitler acusó a Lubbe (un comunista) de incendiar el Reichstag, para
terminar con su control y regulación general por “conspiración contra el Estado
alemán”.
Lejos de mi intención
está cargar tintas contra Podemos. Ellos no necesitan sardinas para beber vino,
según reza un dardo bastante común por mis tierras natales. Es decir, se bastan
y sobran para subrayar flaquezas sin el concurso de catalizadores externos. Con
motivo del pacto antiyihadista, ya a mediados de noviembre pasado, Pablo
Iglesias -o sea Podemos- dijo, cuando no lo firmó, que hacerlo “supone
renunciar a derechos civiles y no es eficaz”. Como si a él le importaran mucho
los derechos civiles según se desprende de la indiferencia mostrada, entre
otros casos, ante la prisión de Leopoldo López. Eso sí, no quiere dar la
espantada total y se apresta a asistir a las reuniones protagonizando el papel
de observador que queda muy chic. Efectúa esa estrategia, impoluta asimismo,
del “ni sí ni no, sino todo lo contrario”. Estoy convencido de que existen
demasiadas debilidades e inconsistencias para tapar desequilibrios
estratégicos, quizás ideológicos, con el vocablo “observador”.
Últimamente, ha ido
tomando cuerpo una explicación mucho más beligerante, agresiva. A los partidos
del pacto les atribuyen una naturaleza xenófoba a la hora de converger
resoluciones. Su cinismo (personas de Podemos o adscritas a las confluencias)
alcanza cotas inmundas al acusar a rivales de un embarazoso pecado social. No
solo huyen, además insultan al que actúa correctamente. Pese a la absurda
justificación, todavía habrá alguien que considere fidedigno tamaño disparate.
Deben confiar en el éxito de su mensaje. Por este motivo, y aun a sabiendas que
el país lo puebla un elevado porcentaje de necios, por no decir imbéciles, me
asombra la credibilidad que despiertan estos peligrosos aventureros. Uno,
entrado en años y conocedor de la semilla social, reconoce (pese a las
apreciaciones poco tranquilizadoras) enorme largueza a la hora de tasar los
componentes sociales, que Bourdieu fraccionaba en campos; aquí,
intelectualmente estériles.
Ese batiburrillo de
estridencias en que se sumerge Podemos, promueve lo afirmado por el portavoz de
Aranzadi-Podemos en el Ayuntamiento de Pamplona para abstenerse a la hora de
condenar los atentados de Bruselas. Afirman no condenar ningún acto violento ni
asesinato porque “condena” es un concepto moral/jurídico con el que no se
identifican. Tanta exquisitez la abandonan cuando condenan, con diversas
expresiones sin alterar su fondo, la casta y corrupción políticas de los demás.
¿Qué seguridad jurídica ofrece esta caterva que prende con papel de fumar los soportes
conceptuales de la Justicia? Algunos menos metafísicos, pero igual de
sectarios, ven inequívocas razones en la Guerra de Irak. Pasen y vean, todavía
colea. Es inmoral, ruin, utilizar argumentos extravagantes, ad hoc, para
justificar el terrorismo, menos el indiscriminado. A veces se oyen voces
estentóreas y otras veces susurros inaudibles. He ahí el dogmatismo maniqueo.
Termino con palabras de
Ernesto Sábato: “Si nos cruzamos de brazos seremos cómplices de un sistema que
ha legitimado la muerte silenciosa”.