Desde tiempos ancestrales
el cuervo se considera un ave que esconde cierta simbología aciaga. Libros
sagrados lo describen como ejemplo de impureza o maldad. Asimismo, la mitología
ve en él un signo de mal agüero por su color. Algún antropólogo actual -desde
una óptica estructuralista, de vivencias personales- lo imagina mediador entre
la vida y la muerte. Más cercano a nuestra raigambre cultural, quizás
superstición fatalista, existe ese aforismo clarificador: “Cría cuervos y te
sacarán los ojos”. No es, por tanto animal que goce de afectos ni reclamos.
Curiosamente, desconozco razón alguna para que el criterio general acepte sin
dudas dichos atributos córvidos. Querámoslo o no somos un país de etiquetas.
Gnomo, duende o
duendecillo, acapara mayor complejidad conceptual. Solemos referirnos a ellos
con visión benefactora. Personajes de cuentos infantiles, les damos forma de
seres diminutos, simpáticos y algo ácratas -al menos indisciplinados- que pueblan,
señorean, un bosque escaso pero laberíntico. Un bosque en cuyo seno seres
inocentes, puros, se extravían y quedan indefensos ante peligrosos ogros,
brujas desdentadas (repelentes), amén de otra fauna surtida donde destacan las
sanguijuelas. Sienten debilidad por succionar aquello orgánico o pecuniario que
se ponga a su alcance. Desgraciadamente, la calidad y cantidad de “chupones”
que abarrotan el bosque patrio aventaja al poder protector de tan benefactores
duendecillos.
Sin embargo, gnomo tiene
un sinónimo que encierra significados mezquinos, moralmente detestables. Enano,
desde un punto de vista físico es inmune a cualquier matiz despectivo, salvo el
hecho, impuesto por las modas, de ir contra corriente y, al cabo, producir
cierta tribulación o desdén ante tal rareza natural. Fenómeno lógico, ajeno a
connotaciones inhumanas de índole personal o colectiva. Desde un punto de vista
moral, el vocablo sufre una estigmatización extraordinaria, identificándolo con
todas las menguas y descuidos cercanos o adyacentes a la indigencia más
despreciable. En ocasiones, enano desdibuja el carácter suave del personaje
para atribuirle, con mayor tino, el apelativo liliputiense.
Albert Rivera,
Ciudadanos, se encuentra en el epicentro del terremoto político producido tras
el 20 D. PP y PSOE experimentan intensas jaquecas porque aquel toma votos, no
tanto reflexionados cuanto consumidos, con absoluto impudor. Tal zozobra les
provoca momentos de acaloramiento fundamentados en su adherencia al centro. El
bipartidismo se alimentaba de terrenos ideológicos apropiados para ambas siglas,
enlazadas en Europa e irreconciliables en España. Por tradición, los españoles
conservamos de forma natural o inducida un ADN agresivo, retador, frentista.
Por esta causa, PP y PSOE tienen un suelo constante, devoto, definido. Las
mayorías provenían del centro político, sucesivamente desequilibrador. Ahora
surge Ciudadanos y ocupa ese espacio quebrando usos, amén de lesionar intereses
que se consideraban exclusivos. Podemos es un absceso aparecido a la siniestra;
de muy difícil tratamiento sin rasgar los “principios” que ella misma ha alegado.
Estimo injusto, burdo,
asimismo poco inteligente, el desdén e inquina que el PP aplica a Rivera.
Cierto que su estrategia provoca dudas hasta en los propios votantes, pero
ninguna sigla posee autoridad moral para denunciar incumplimientos, menos juego
sucio. Ante el caos motivado por un resultado electoral confuso, torvo, movido
a la vez por un tactismo beligerante, juegan -sin excepción- la baza de
explorar posiciones cómodas cara a previsibles nuevas elecciones. Todos son
reos y tal escenario ilegitima cualquier intento de procesar a los demás. Rajoy
atiborra de obstáculos una salida futura; realiza una maniobra sombría sin apreciar
el mal agüero del cuervo que cría y alimenta.
Pedro Sánchez, otra
espiga nacional e internacional, asienta su éxito sobre el pacto
PSOE-Ciudadanos. Estos, me consta, son incapaces de incumplirlo, de lanzarlo
por la borda. Sánchez, en cambio, espoleado por una ambición desmedida y sin
calcular riesgos futuros para España (el PSOE quedaría cadavérico), quiere ser
presidente a toda costa. Tantos esfuerzos por pactar con Iglesias -levitando
ciego de laurel- e independentistas, le valdrán para lograrlo. Será un
presidente disminuido pese a su estatura. De forma inmediata, acreditaría una
deslealtad censurable. A corto plazo, es probable que provocara otra mayoría
absoluta del PP, sin Rajoy, con el PSOE capitaneando la oposición bastantes
legislaturas. La izquierda pura, radical e incluso moderada, jamás puede
gobernar en España. Más allá de la socialdemocracia solo existe el abismo. A
ver si se enteran que esto es Europa, que estamos en el siglo veintiuno, que
nuestra seca piel de toro aborrece a políticos prepotentes y sectarios, que la
Guerra Civil terminó hace setenta y cinco años.
Semejante fauna - apartada
de cualquier programa para proteger el ecosistema- conforma los cuervos,
mezclados demasiadas veces con torpes gusanos. Sin embargo, a Rivera le sonríen
los gnomos, esos geniecillos que le abrirán el futuro político. Importan sus
pasos firmes, sus afanes de servicio, su integridad. Debe, no obstante, cuidar
algún exceso irreflexivo, de tándem, y que enturbia su límpida trayectoria.
Servicio y naturalidad son sus mejores armas, aquellas que la sociedad anhela
allende los dominios de cuervos y enanos. Cordura y prudencia ante los retos
del porvenir.
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