La patente que ofrece el hecho de juzgarme agnóstico y
beligerante intelectual con la Institución eclesiástica, me faculta para
evaluar el comportamiento de los "indignados" jornadas atrás. Aquella
rebeldía juvenil del 15M, de cuyo nacimiento en Zaragoza fui testigo
presencial, me pareció la respuesta necesaria, obligada, a la crisis económica,
social, institucional y moral que venimos soportando desde hace años. Hoy, al
ocaso de agosto, aquel germen ha evolucionado negativamente; ha surgido un
monstruo heterogéneo, agresivo, delincuente. Salvando las distancias temporales
(confío en otras de más enjundia), su actitud ofrece cierta reminiscencia a
aquellas bandas nazis o bolcheviques que masacraron, con los mismos argumentos
(con la misma sinrazón), a millones de judíos o mencheviques.
Desconozco
y no comprendo qué razones puede aducir con rigor esta muchedumbre, de epíteto
laico, para oponerse tan virulentamente a la visita del Papa. Reclamaban (nunca
mejor dicho, pues era un auténtico reclamo) la autofinanciación de la JMJ como
fundamento de peso para contestarla. Sin embargo las declaraciones del gobierno
confirmando la innecesaria aportación de dinero público, no acalló el griterío
ni evitó ese enfrentamiento chulesco con jóvenes del mundo y una policía a
medio gas. ¡Menudo espectáculo! Los informativos dejaron ver grupos imprecisos
que asustaban a golpe de insulto; ladrando odio y fanatismo. No eran jóvenes
todos. Algunos pisaban la tercera edad. El ardor adolescente quedaba apagado,
recóndito, en oscuros rincones de sus vidas viciadas y sectarias. Sentí
consternación por aquellos, casi imberbes, cuyo alimento doctrinal se adivina
emponzoñado.
Marx, en un
inconsciente rapto de consciencia, se dejó oír: "la religión es el opio
del pueblo", sin calibrar la semejanza que, en esencia, tienen todas las
doctrinas. La verdad real y la aparente se funden en el juicio y se sacralizan
por el otro; a veces, por uno mismo. Así fue, es y será. Hay, empero,
diferencias notables entre religión y teoría política. La primera, pese a
Feuerbach, es connatural al hombre. Su alternativa supone el absurdo una vez
constatada la inviabilidad de la generación espontánea. La segunda surgió, con
largos periodos de desuso en la Historia, tras siglos de sedentarismo humano.
Una lleva, generosa, el germen de la entrega incondicional al prójimo; la otra
conduce a esa demostración sectaria que plasmaron con insistencia las
televisiones. Verdad es que, en ambos casos, interviene una minoría. Tal
motivo, define estos hechos, en principio, como síntoma discriminador. Los
dogmas mantienen una dualidad funcional aunque procedan del mismo, o parecido,
venero.
Siempre
que, por abandono u otra circunstancia, se dejan crecer las malas hierbas, los
cultivos padecen sus efectos nocivos y el agricultor, en ocasiones, tiene
dificultades para extinguirlas. Así ocurrió con los "laicos" de Sol.
El ministro y la delegada en Madrid, solícitos, transigentes, interesados,
permitieron una ceremonia tercermundista, indigna e ilegal, que sufrieron
víctimas inocentes, propiciatorias. Cuando algunos policías, hartos, machacada
su dignidad personal y profesional, tuvieron que reprimir el desorden, lo
hicieron (según sus mandos políticos) con excesiva contundencia. Tres de ellos
están inmersos en expediente sancionador. Una manera insólita de mantener el
prestigio, el ánimo y la moral bien altos. Miopes.
Lo verdaderamente nefasto, a fuer de sincero, es el rédito conquistado por España; un país que cada vez cuenta menos en el concierto internacional por culpa de esta recua de cabestros que nos gobierna. Los sucesos que vio el orbe entero, han dejado una imagen semejante a la de la Bolsa tras el hundimiento de Wall Street. Intolerantes y ruinosos.