sábado, 27 de agosto de 2011

CATERVA INTOLERANTE


La patente que ofrece el hecho de juzgarme agnóstico y beligerante intelectual con la Institución eclesiástica, me faculta para evaluar el comportamiento de los "indignados" jornadas atrás. Aquella rebeldía juvenil del 15M, de cuyo nacimiento en Zaragoza fui testigo presencial, me pareció la respuesta necesaria, obligada, a la crisis económica, social, institucional y moral que venimos soportando desde hace años. Hoy, al ocaso de agosto, aquel germen ha evolucionado negativamente; ha surgido un monstruo heterogéneo, agresivo, delincuente. Salvando las distancias temporales (confío en otras de más enjundia), su actitud ofrece cierta reminiscencia a aquellas bandas nazis o bolcheviques que masacraron, con los mismos argumentos (con la misma sinrazón), a millones de judíos o mencheviques.

Desconozco y no comprendo qué razones puede aducir con rigor esta muchedumbre, de epíteto laico, para oponerse tan virulentamente a la visita del Papa. Reclamaban (nunca mejor dicho, pues era un auténtico reclamo) la autofinanciación de la JMJ como fundamento de peso para contestarla. Sin embargo las declaraciones del gobierno confirmando la innecesaria aportación de dinero público, no acalló el griterío ni evitó ese enfrentamiento chulesco con jóvenes del mundo y una policía a medio gas. ¡Menudo espectáculo! Los informativos dejaron ver grupos imprecisos que asustaban a golpe de insulto; ladrando odio y fanatismo. No eran jóvenes todos. Algunos pisaban la tercera edad. El ardor adolescente quedaba apagado, recóndito, en oscuros rincones de sus vidas viciadas y sectarias. Sentí consternación por aquellos, casi imberbes, cuyo alimento doctrinal se adivina emponzoñado.

Marx, en un inconsciente rapto de consciencia, se dejó oír: "la religión es el opio del pueblo", sin calibrar la semejanza que, en esencia, tienen todas las doctrinas. La verdad real y la aparente se funden en el juicio y se sacralizan por el otro; a veces, por uno mismo. Así fue, es y será. Hay, empero, diferencias notables entre religión y teoría política. La primera, pese a Feuerbach, es connatural al hombre. Su alternativa supone el absurdo una vez constatada la inviabilidad de la generación espontánea. La segunda surgió, con largos periodos de desuso en la Historia, tras siglos de sedentarismo humano. Una lleva, generosa, el germen de la entrega incondicional al prójimo; la otra conduce a esa demostración sectaria que plasmaron con insistencia las televisiones. Verdad es que, en ambos casos, interviene una minoría. Tal motivo, define estos hechos, en principio, como síntoma discriminador. Los dogmas mantienen una dualidad funcional aunque procedan del mismo, o parecido, venero.

Siempre que, por abandono u otra circunstancia, se dejan crecer las malas hierbas, los cultivos padecen sus efectos nocivos y el agricultor, en ocasiones, tiene dificultades para extinguirlas. Así ocurrió con los "laicos" de Sol. El ministro y la delegada en Madrid, solícitos, transigentes, interesados, permitieron una ceremonia tercermundista, indigna e ilegal, que sufrieron víctimas inocentes, propiciatorias. Cuando algunos policías, hartos, machacada su dignidad personal y profesional, tuvieron que reprimir el desorden, lo hicieron (según sus mandos políticos) con excesiva contundencia. Tres de ellos están inmersos en expediente sancionador. Una manera insólita de mantener el prestigio, el ánimo y la moral bien altos. Miopes.

Lo verdaderamente nefasto, a fuer de sincero, es el rédito conquistado por España; un país que cada vez cuenta menos en el concierto internacional por culpa de esta recua de cabestros que nos gobierna. Los sucesos que vio el orbe entero, han dejado una imagen semejante a la de la Bolsa tras el hundimiento de Wall Street. Intolerantes y ruinosos.

 

 

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