Días atrás apareció "Un pozo sin fondo"
artículo que, sombrío para algunos, perfilaba la situación exacta de la
economía española. Acaso la lectura de los párrafos del mismo pudo generar
frustración o impotencia a sus lectores; pero no exageré, ni alteré la realidad
ni puede achacárseme una alícuota parte de culpa en su origen. Cierto es que
tampoco ofrecía salida factible generadora de milagrosa esperanza. No lo hice
por olvido ni armado de mala fe. Tampoco se debió al dulce placer que otorga la
venganza promovida, a golpe de necedad, por individuos crédulos, inocentes y
hasta dogmáticamente autodestructivos. Es tópico corriente la idea extendida de
que cada pueblo tiene los políticos que se merece. Sin embargo, considero que
aquí y ahora la regla se muestra esquiva y nos ha castigado con el rebús.
La
lamentable y angustiosa realidad económica que nos agita y preocupa, se debe al
encuentro planetario (¿quién puso en duda el agudo juicio de Pajín?) de
diversos factores muy complejos con presencia irregular. En suelo patrio
destacan financieros, gobernantes y órganos de inspección como protagonistas
principales. Por ambición, aquellos que gestionan el dinero; por prurito,
mezclado quizás con dosis de corrupción afanosa, quien ordena el BOE; por
acatamiento, cobardía o medra, los que comandan las instituciones de regulación
y vigilancia. Hincar el diente al poder financiero, asimismo empresarial, escapa
a nuestro ámbito de acción democrática y el tremendismo revolucionario parece
extemporáneo e inapropiado; nada operativo.
Son los
políticos quienes deben cargar con honores o vergüenzas por su labor,
representando la soberanía popular. Lo recoge la tradición parlamentaria y la
Carta Magna. Nadie puede erigirse en heredero del éxito ni evadirse plenamente
del fracaso notorio. El político se convierte en fautor del ciudadano. Al
menos, así lo considera el más genuino principio liberal. Con todo, la clase
política (sin exceptuar doctrina o sigla) se ha encastado en un gremio
agresivo, enemigo del juego limpio. El Estado Social y de Derecho tiene como
fundamento filosófico la salvaguarda de los derechos e intereses ciudadanos. No
creo necesario exponer cuán lejos están los prebostes que nos gobiernan, en el
poder o en la oposición, de rendir su acción a este objetivo.
En esta
santa piel de toro hemos padecido, soportado, el mayor oprobio a que pueda
someterse una sociedad. Mentiras, trapicheos, manipulación, corrupciones,
rapiñas, fueron prenda corriente (lo siguen siendo) con la pasividad, si no el
beneplácito, de una mayoría cerril. Imagino que la desventura no se asienta
sólo en estos lares, pero el consuelo de su extensión alimenta únicamente a los
tontos: nosotros. Nuestra sociedad, plena de indolencia, buena fe, actitud
acrítica, dogmatismo disgregador, constituye una pitanza idónea para esta
especie de rapaces con cuello blanco y ademanes timadores
Encontraron
en el reverdecer de las dos Españas la piedra filosofal que les aporta un
privilegio eterno. ¿Qué adormidera utilizarán los intitulados de izquierdas
para convencer a media nación que hay un poder de pobres y otro de ricos? En
serio, ¿alguien conoce algún gobierno de pobres? Ilusos.
Disponemos
de un recurso. No hay otro si utilizamos un método pacífico: el posible. Se
llama voto en blanco o abstención. Por mucho que digan, configura una excelente
respuesta democrática. Aniquilaríamos de una tacada el "chiringuito" articulado
por la casta imperante, todopoderosa, y la crisis que suscitan.
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