El adelanto
electoral, previsible por más que negado, me trajo a la memoria aquel tierno
relato de Leopoldo Alas "Clarín" donde, en perfecta descripción del
entorno asturiano, narra las aventuras de Cordera. Era una vaca muy valiosa
para la familia Chinta. Casi único sustento, Pinín y Rosa, niños de la casa,
encontraban en ella además una compañía simpática en juegos y aventuras. La
libraban, apunta el autor, de las mil injurias a que están expuestas las pobres
reses que tienen que buscar su sustento en los azares del camino. Igual que
algunos políticos acostumbrados a pacer alegremente en las dehesas del poder.
Cierta diferencia, no obstante, se aprecia entre estos y Cordera. La bestia
sustenta una débil hacienda familiar; aquellos, con su caprichoso proceder,
arrasan los recursos colectivos.
Qué tienen
en común Zapatero y el relato, se preguntará el benévolo lector. Bastante,
sobre todo desde la antítesis, porque Zapatero es, superando otro juicio, un
político antitético. Aparte el antagonismo evidente entre la ocupación de
Cordera y del presidente Rodríguez, por citar unas cuantas exclusivas del
personaje, me centraré en el propagandístico, famoso y falaz
"talante"; un producto caducado antes de sacarlo a la venta. Se le
identificó con la esencia democrática cuando sus gestos y actitudes estaban
cercanos al semblante totalitario. Adalid de la justeza, la sociedad pudo
comprobar pronto el impulso intemperante de mentir con reiteración, la
exuberancia y el delirio. Aquella famosa cordialidad comunicativa no pasó jamás
del buñuelo tangible en que se transformó el personaje virtual.
La señora
Chinta, antes de morir por inanición, rogó a su marido e hijos:
"¡Cuidadla, es vuestro sustento!". "¡Vete ya o nos arruinas!" se convirtió en anhelo
agónico de una ciudanía golpeada por la crisis galopante. El amor que irradia
el primer mensaje queda ahogado por el estrepitoso clamor característico del
segundo. El presidente, en un claro (al mismo tiempo extraño) afán de
retrotraer la Segunda República, pierde el tino; introduce a España en ese
túnel intemporal y nostálgico del regreso, la iniquidad y el enfrentamiento
trágico. Madura, así, el fruto lógico del desastre económico, institucional y
ético.
Inciden en
este momento, por vez primera, la historieta y el proceso gubernativo, cuando
el ocaso se acerca a ambos. La familia Chinta, presa, endeudada, comiendo
miseria, debe vender la Cordera y malvivir esperando tiempos mejores. Los
españoles, ociosos, engañados, indigentes, invocan la sustitución de un
ejecutivo (con su jefe al frente) aciago; culpable, en parte, del costo a que
lleva la incompetencia si no la idiocia. Ambos hechos no se someten a precipitación
porque nadie quiere forzar los remedios. Unos por añoranza, otro por apego. Las
circunstancias, empero, obligan a enjugar con tristeza lo inevitable.
"Clarín"
describe lacónico el desierto en que parece convertirse, aquel día funesto, el
prado Somonte sin la Cordera. El pueblo español, mayoritariamente, explota de
júbilo tras el anuncio de elecciones para el próximo veinte de noviembre. Al
igual que el terruño asturiano, el solar patrio queda en silencio, adueñándose
del espacio una calma indolente, no se sabe bien si predecesora de esperanza o
decepción.
Entre
tanto, Pinín, Rosa y más de media España (entre ellos cinco millones de
parados) estrangulan ese lamento afligido y radiante: ¡Adiós Cordera!
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