jueves, 4 de agosto de 2011

ADIÓS CORDERA


El adelanto electoral, previsible por más que negado, me trajo a la memoria aquel tierno relato de Leopoldo Alas "Clarín" donde, en perfecta descripción del entorno asturiano, narra las aventuras de Cordera. Era una vaca muy valiosa para la familia Chinta. Casi único sustento, Pinín y Rosa, niños de la casa, encontraban en ella además una compañía simpática en juegos y aventuras. La libraban, apunta el autor, de las mil injurias a que están expuestas las pobres reses que tienen que buscar su sustento en los azares del camino. Igual que algunos políticos acostumbrados a pacer alegremente en las dehesas del poder. Cierta diferencia, no obstante, se aprecia entre estos y Cordera. La bestia sustenta una débil hacienda familiar; aquellos, con su caprichoso proceder, arrasan los recursos colectivos.

Qué tienen en común Zapatero y el relato, se preguntará el benévolo lector. Bastante, sobre todo desde la antítesis, porque Zapatero es, superando otro juicio, un político antitético. Aparte el antagonismo evidente entre la ocupación de Cordera y del presidente Rodríguez, por citar unas cuantas exclusivas del personaje, me centraré en el propagandístico, famoso y falaz "talante"; un producto caducado antes de sacarlo a la venta. Se le identificó con la esencia democrática cuando sus gestos y actitudes estaban cercanos al semblante totalitario. Adalid de la justeza, la sociedad pudo comprobar pronto el impulso intemperante de mentir con reiteración, la exuberancia y el delirio. Aquella famosa cordialidad comunicativa no pasó jamás del buñuelo tangible en que se transformó el personaje virtual.

La señora Chinta, antes de morir por inanición, rogó a su marido e hijos: "¡Cuidadla, es vuestro sustento!". "¡Vete ya o  nos arruinas!" se convirtió en anhelo agónico de una ciudanía golpeada por la crisis galopante. El amor que irradia el primer mensaje queda ahogado por el estrepitoso clamor característico del segundo. El presidente, en un claro (al mismo tiempo extraño) afán de retrotraer la Segunda República, pierde el tino; introduce a España en ese túnel intemporal y nostálgico del regreso, la iniquidad y el enfrentamiento trágico. Madura, así, el fruto lógico del desastre económico, institucional y ético.

Inciden en este momento, por vez primera, la historieta y el proceso gubernativo, cuando el ocaso se acerca a ambos. La familia Chinta, presa, endeudada, comiendo miseria, debe vender la Cordera y malvivir esperando tiempos mejores. Los españoles, ociosos, engañados, indigentes, invocan la sustitución de un ejecutivo (con su jefe al frente) aciago; culpable, en parte, del costo a que lleva la incompetencia si no la idiocia. Ambos hechos no se someten a precipitación porque nadie quiere forzar los remedios. Unos por añoranza, otro por apego. Las circunstancias, empero, obligan a enjugar con tristeza lo inevitable.

"Clarín" describe lacónico el desierto en que parece convertirse, aquel día funesto, el prado Somonte sin la Cordera. El pueblo español, mayoritariamente, explota de júbilo tras el anuncio de elecciones para el próximo veinte de noviembre. Al igual que el terruño asturiano, el solar patrio queda en silencio, adueñándose del espacio una calma indolente, no se sabe bien si predecesora de esperanza o decepción.

Entre tanto, Pinín, Rosa y más de media España (entre ellos cinco millones de parados) estrangulan ese lamento afligido y radiante: ¡Adiós Cordera!

 

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