Alguien
dijo alguna vez, probablemente bajo los efectos de quién sabe qué, que la política
es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. Al menos me
parece haberlo leído u oído. La frase debió pronunciarse en tiempos de crisis
horrenda y abatimiento nacional. El escenario presente ofrece pocos datos para
el regocijo, la indolencia o el despelote, valga la expresión que mejor
concreta un estado de vehemencia. Siguiendo el paralelismo, no me atreveré yo
en estas circunstancias a dudar del papel o eficacia de economistas y técnicos
afines al prodigioso mundo financiero. Carezco de la autoridad moral (quizás
verborrea, insolencia o despecho) para atreverme a aventurar una afirmación tan
rotunda. Cierto es, sin embargo, que el camino emprendido por la economía
mundial (la española en particular) se angosta preocupadamente día a día.
Los
cálculos y predicciones económicos se ven contestados por esa realidad tozuda,
esquiva a los analistas más cualificados. Una sombra maldita parece
enseñorearse de cuarteles donde la vigilia se convierte en quehacer vertebral.
Ni el BCE ni el FMI advierten salida clara del laberinto en que se halla la
economía del mundo. Cuando el círculo vicioso, esa herramienta rutinaria que
utilizamos para ajustar lo metafísico, deviene en desequilibrio permanente
(desaparecida la fuerza centrípeta) pasa a ser sin solución espiral del horror.
Las finanzas, ahora mismo, están sometidas al rumbo caótico que establecen las
fuerzas centrífugas, dueñas y señoras del momento contable. Es decir, el orden
geométrico, universal, se ha conmutado en aberración azarosa; la ley queda
convertida en desvarío.
Armado
únicamente de hábitos reflexivos y de sentido común, escaso al parecer, me
lanzo con estoicismo y confianza a diseccionar la presente coyuntura, tan
lamentable como forzada. La película que describe los hechos cuenta con
numerosos protagonistas sin que deba cuantificarse entre ellos diferentes
responsabilidades. Los mezquinos conservan la desfachatez de evadir su
intervención al tiempo que acusan al rival de culpas atroces. Las razones, a
veces (como La Tierra), no son de nadie; sino del viento. Otras, de la crisis
internacional y el origen en España siempre del PP. No sé qué pensar de quien
ha gobernado el país durante siete años y conserva aún la virginidad del primer
día. Cuestión de impotencia, sin duda, ya que no de castidad.
Dejando
aparte metáforas lascivas, adyacentes a su vez a otras tentaciones carnales, el
tema se encuentra, o asienta, junto a la bolsa donde no se debe meter la mano.
El derroche ciudadano y familiar -pasándose varios centímetros la raya que
impone sensatez, embriagados por los
estímulos gubernamentales y financieros así como por insignificantes intereses-
permitió una deuda privada difícil de
asumir en circunstancias normales e imposible reembolso con una recesión brutal
y un paro descontrolado. Detraídas las deudas del Estado (exánime, sin
entradas, por tanto en apremio) la Banca es dueña de colosales activos
hipotecarios, envenenados más que tóxicos. Su quiebra se presume segura. En
estas condiciones (Bolsa y prima de riesgo) juegan a una peligrosa noria
mareante, voluble, donde la máquina de hacer billetes intenta evitar el
vértigo, pero no asegura pueda conjurarse el derrumbe de la atracción a medio
plazo.
Los tan
cacareados brotes verdes que detecta el ejecutivo son sólo el adorno estético
que colocan para atenuar este entorno monstruoso. Sí; vamos cayendo
paulatinamente a un pozo sin fondo; nos adosamos al círculo vicioso en que,
rotas las fuerzas que lo conforman, se vislumbra imparable un laberinto de
restricciones, angustias y miseria. Los culpables, como de costumbre, impunes.
Así es porque así lo permitimos.
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