jueves, 11 de agosto de 2011

UN POZO SIN FONDO


Alguien dijo alguna vez, probablemente bajo los efectos de quién sabe qué, que la política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. Al menos me parece haberlo leído u oído. La frase debió pronunciarse en tiempos de crisis horrenda y abatimiento nacional. El escenario presente ofrece pocos datos para el regocijo, la indolencia o el despelote, valga la expresión que mejor concreta un estado de vehemencia. Siguiendo el paralelismo, no me atreveré yo en estas circunstancias a dudar del papel o eficacia de economistas y técnicos afines al prodigioso mundo financiero. Carezco de la autoridad moral (quizás verborrea, insolencia o despecho) para atreverme a aventurar una afirmación tan rotunda. Cierto es, sin embargo, que el camino emprendido por la economía mundial (la española en particular) se angosta preocupadamente día a día.

Los cálculos y predicciones económicos se ven contestados por esa realidad tozuda, esquiva a los analistas más cualificados. Una sombra maldita parece enseñorearse de cuarteles donde la vigilia se convierte en quehacer vertebral. Ni el BCE ni el FMI advierten salida clara del laberinto en que se halla la economía del mundo. Cuando el círculo vicioso, esa herramienta rutinaria que utilizamos para ajustar lo metafísico, deviene en desequilibrio permanente (desaparecida la fuerza centrípeta) pasa a ser sin solución espiral del horror. Las finanzas, ahora mismo, están sometidas al rumbo caótico que establecen las fuerzas centrífugas, dueñas y señoras del momento contable. Es decir, el orden geométrico, universal, se ha conmutado en aberración azarosa; la ley queda convertida en desvarío.

Armado únicamente de hábitos reflexivos y de sentido común, escaso al parecer, me lanzo con estoicismo y confianza a diseccionar la presente coyuntura, tan lamentable como forzada. La película que describe los hechos cuenta con numerosos protagonistas sin que deba cuantificarse entre ellos diferentes responsabilidades. Los mezquinos conservan la desfachatez de evadir su intervención al tiempo que acusan al rival de culpas atroces. Las razones, a veces (como La Tierra), no son de nadie; sino del viento. Otras, de la crisis internacional y el origen en España siempre del PP. No sé qué pensar de quien ha gobernado el país durante siete años y conserva aún la virginidad del primer día. Cuestión de impotencia, sin duda, ya que no de castidad.

Dejando aparte metáforas lascivas, adyacentes a su vez a otras tentaciones carnales, el tema se encuentra, o asienta, junto a la bolsa donde no se debe meter la mano. El derroche ciudadano y familiar -pasándose varios centímetros la raya que impone sensatez,  embriagados por los estímulos gubernamentales y financieros así como por insignificantes intereses- permitió una deuda privada  difícil de asumir en circunstancias normales e imposible reembolso con una recesión brutal y un paro descontrolado. Detraídas las deudas del Estado (exánime, sin entradas, por tanto en apremio) la Banca es dueña de colosales activos hipotecarios, envenenados más que tóxicos. Su quiebra se presume segura. En estas condiciones (Bolsa y prima de riesgo) juegan a una peligrosa noria mareante, voluble, donde la máquina de hacer billetes intenta evitar el vértigo, pero no asegura pueda conjurarse el derrumbe de la atracción a medio plazo.

Los tan cacareados brotes verdes que detecta el ejecutivo son sólo el adorno estético que colocan para atenuar este entorno monstruoso. Sí; vamos cayendo paulatinamente a un pozo sin fondo; nos adosamos al círculo vicioso en que, rotas las fuerzas que lo conforman, se vislumbra imparable un laberinto de restricciones, angustias y miseria. Los culpables, como de costumbre, impunes. Así es porque así lo permitimos.

 

 

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