viernes, 28 de octubre de 2016

VAN DEL CORO AL CAÑO O VICEVERSA


 

 

Me ha costado decidirme por este epígrafe, entre trabalenguas y dicho popular con incierta traducción, para plasmar el sinvivir actual de nuestros representantes, quizás verdugos. Más allá del intento por trabucar sonidos (en ocasiones para caer avergonzados con el desliz y sufrir las chanzas consiguientes) la frase se impone cuando queremos indicar a otro cierta desorientación. Políticos e informadores siguen fielmente una trayectoria tornadiza, de so y arre o de pulga expeditiva. Alarmante. Nos marean mientras pretenden justificar lo que jamás deberíamos admitir. Han desnaturalizado la democracia y encima aparece un líder y un partido urdiendo singularidades liberticidas -bajo máscara fecunda- pero que tienen prodigioso asentimiento y aplauso. Para su desgracia, el acné se cura con la edad como proclamara Bernard Shaw.

Aunque la manifestación contra la LOMCE precisa un análisis específico, pospondré para otra ocasión su tratamiento. Hoy adquiere mayor enjundia la investidura de Rajoy junto a sus peculiaridades, que no son pocas. Rechacé escuchar al candidato porque eran evidentes los temas a exponer con la monótona frialdad de los números. El meollo debería provenir de otras intervenciones, amén de las réplicas en donde cada protagonista exhibe sus dotes debido a la inmediatez y urgencia. El primer Hernando, líder ocasional, esbozó un discurso paralítico, átono, penitente. Rajoy se adaptó a él en una réplica suave, medicinal. La expectación y las cámaras mudaron de plano, de asiento. Atraían los signos, porte y reacciones de un Sánchez todavía engullido por el tsunami mediático. Una pregunta tomaba cuerpo. ¿Esta tarde, se abstendrá, se confiará a un no con eco futuro o renunciará a su acta de diputado? En el último momento ha renunciado al acta. Paga las consecuencias de esa solvencia aparente, hecha a golpe de televisión. 

Sin embargo, y como contestación al margen, el señor Hernando -don Antonio- daba manotazos al PP por la educación, sanidad, “ley mordaza”, reglamentación laboral, etc.; definitivamente, por los recortes y aventado retroceso en conquistas sociales. Bastante más lejos quedaba una presunta restricción de libertades ciudadanas sometidas por el Estado. Rajoy -don Mariano- con talante didáctico enumeró demasiados triunfos, poco ajustados a la realidad, mientras callaba sonoros fracasos. Expuso satisfecho, orondo, la notable disminución del paro, del déficit y de la prima de riesgo. Mentirijillas y cocina aparte, el paro disminuye porque también lo hacen los salarios a la vez que aumentan precariedad y temporalidad. Respecto al déficit, es difícil que case con la deuda final. La prima de riesgo supera los esfuerzos nacionales para depender básicamente del Banco Central Europeo. A cambio, oculta un aumento incontrolado de deuda pública (mientras baja la privada) y el resultado negativo de una balanza comercial animada por salarios míseros, junto a otras minucias macro y microeconómicas. Para qué vamos a hablar de aquellas reformas democráticas, antaño banderín contra el PSOE. Alegrías, las justas.

Folklore y circo vinieron, como no podía ser de otra manera (frase fetiche en política), hermanados con Iglesias, don Pablo. Él fue a hablar de su libro. España y los españoles le importan solo cuando sus votos puedan hacerlo presidente. Nada, antes ni después. Lanzó un mitin a esa feligresía que le sigue ciega, ebria, borreguil, (al resto un sonoro escupitajo). Bien es verdad que no más borreguil que otras manadas de diferentes pastores. Narciso, relumbrón, dado al abalorio gestual -aun doctrinal- dibujó un país de mierda pero se abstuvo, tal vez por inepcia, de ofrecer soluciones viables. El populista puso fin a su arenga prendiendo la siguiente mascletá: “Creo que van a oponer quinientos policías a la manifestación rodea al congreso. Hay aquí más delincuentes potenciales que ahí fuera”. Todo un dechado demócrata.

A consecuencia de una urgencia familiar, apenas pude escuchar a Rivera, don Albert. A posteriori, acopié algo de lo que centraron sus manifestaciones. Creo que desmenuzó una serie de ofertas -también exigencias- para transformar aspectos formales y normativos a fin de vivificar la acción gubernativa haciéndola menos onerosa. Según esto, y pese a los comentarios desabridos, feos, contra PSOE y Ciudadanos (auténticos naderías del debate al decir de la prensa), Rivera hizo un discurso serio, ajustado, de estadista. Interpreto que la gente, hastiada ya, prefiere el espectáculo más divertido e igual de vano. Las frustraciones conforman el mejor sendero para conquistar actitudes insensibles cuando no diabólicas.

Este sábado (son las doce del mediodía) don Mariano será investido presidente. Su apoyo no será el tridente, ni la Triple Alianza, en giro peyorativo de Iglesias quien arrastra un poso antidemocrático. Al nuevo gobierno, que a mí tampoco me gusta, lo avalan ocho millones de votos bastantes de ellos procedentes de la tercera edad que, según Bescansa, es un enorme hándicap para que Iglesias alcance la presidencia. ¿Acaso es una evocación al voto censitario? ¿Perturba hoy el colectivo mayores como ayer lo hiciera el colectivo mujeres? ¿Son estos los patriotas democráticos? Con semejante caterva sobra el giro “del coro al caño” para vincularnos al “apaga y vámonos”.

 

viernes, 21 de octubre de 2016

LUCUBRACIONES EN TORNO AL PODER Y MODALES DE LOS PARTIDOS


Pese a Weber, Foucault o Freire, el poder no puede supeditarse a una concepción semántica tan artificiosa como carente de sustancia. Pura especulación. Conocemos a fondo -de forma empírica- sus efluvios que vienen determinados por los tiempos y, concretamente, por cada especificidad coyuntural. Descubrimos dos ramas esenciales: una temporal y otra trascendente, solapadas ambas durante siglos. Se trata del absolutismo, con rasgos teocráticos, y del poder religioso. Quedan y aparecen en un fluir sempiterno vestigios muy representativos: fortalezas, palacios, catedrales y mansiones. El primero, al paso de los siglos, ha ido diversificándose, diluyéndose, y, por tanto, perdiendo aliento. El segundo sigue inmóvil, intacto, fresco. Deben ajustarse, en cuanto a durabilidad, a muchos presupuestos originales. Así, lo efímero del poder temporal viene como consecuencia de su aceptación racional, cambiante, perecedera. En contraste, el poder religioso trasciende a Cronos por una asunción firme adscrita a la fe, poderosa fuerza alejada de todo concierto lógico, mutable.

La historia se modela a través de cambios en las sensaciones que encauzan la vida pública. Rendidos al despotismo de reyes y señores feudales, surgen despacio colectivos que necesitan explorar nuevas formas de convivencia. Aparecen banqueros, empresarios y obreros. Estos grupos ansían protagonismo, autonomía, poder, para desarrollar una actividad que resulte vertebral en estas dinámicas sociales, hostiles a controles o reglas arbitrarias. Emergen vigorosas organizaciones que exigen derechos y justas apetencias de emancipación, instrumentos necesarios para tutelar un diálogo fructífero que permita al individuo logros impensables ayer. Se otean los sistemas democráticos y con ellos otras perspectivas del poder. Enseguida aparece la necesidad de interrogarse qué papel juegan estrenadas fuerzas: económica, política, sindical, social, y cuáles las formas de articular procesos seductores, propicios, imperecederos.

Transcurridos dos siglos de aquella declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, todavía triunfa una realidad que denuncia, necia, su incumplimiento general. Más aún, podríamos decir -sin temor a pecar de exagerados o inexactos- que fueron mancillados sin compasión en épocas recientes y lo siguen siendo, básicamente, en ese marco despectivo denominado tercer mundo. Ciñéndonos a nuestro entorno (democracias formales), el poder social no pasa de un eslogan para legitimar al jerarca político ataviado de reyezuelo autoritario, con menos contrapesos y más omnipresencia. Pese a tal convicción, me inquietan aquellos que glosan un “poder popular”. Es la insidia histórica, sutil, difusa, de las dictaduras totalitarias. El poder sindical constituye un apéndice momificado del poder político y que la vanguardia pretendidamente obrera, pero liberada, evoca para hacerse perdonar su presente subvencionado. Quien, en definitiva, goza del poder real, sin apenas renuncias, se encuentra incrustado al capital en sus versiones financiera o empresarial. 

Juzgo los partidos apéndices, ramas, del poder político que adecuan su gestión a intereses particulares -tal vez partidarios- nunca a beneficio de quienes los legitiman. Yo, no; desde luego. Pese a ese hipotético adeudo de respuesta, de gratificación (pues viven -¡y cómo!- a expensas del ciudadano), acarrean conflictos extraordinarios porque sus líderes llenan vastos eriales intelectivos y éticos. Al PP podemos censurarle algunos importantes. Indolencia, corrupción, incumplimientos programáticos que pretenden justificar mediante falacias cocinadas, perturban su legislatura. Desafecto y ausencia de diálogo, junto al paradójico apadrinamiento mediático de un credo populista, son estigmas que le originan costosos peajes electorales. Debe asumir la paternidad putativa de ese monstruoso Frankenstein político denominado Podemos.

Ahora mismo, el PSOE está sufriendo las consecuencias letales de dos secretarios generales, de sus yerros. Uno ocultó la propia ineptitud restaurando las dos Españas, el enconado enfrentamiento de una derecha demonizada y una izquierda con escaso bagaje moral. Tan inoportuna como innecesaria, la Ley de Memoria Histórica fue el detonante definitivo. Sánchez, segundo actor, resume su contribución construyendo una conciencia socialista ciega, radical, opuesta a la moderación que gobernó catorce años. Esta coyuntura, procedente de una equivocada estrategia, tuvo dos efectos perniciosos: Aferrarse, con tenaz negativa, a un sendero sin salida benefactora y consentir una simbiosis, de igual a igual, con Podemos. El resultado lógico fue la pérdida del voto socialista y la ganancia podemita en similar medida.

Ciudadanos, impoluto con matices, no estabiliza su discurso. Al menos, no lo parece y, por tanto, confirma tal impresión. Podemos, sin desertar del carácter totalitario, presenta dos trayectorias. Iglesias, víctima de la soberbia, lleva al partido a un pesebre con mayor o menor aforo pero sin alcanzar el paraíso de la gobernanza. Errejón, atinado, fructífero, sucumbirá al final del pulso y con él la posibilidad de alcanzar ese cielo ansiado por su contrincante, lanzado in extremis al purgatorio impío. Solo el PSOE puede ofrecerle la esperanza de asir un poder integral. Mientras, se avizora mala fortuna para los pobres seguidores de don Íñigo que asciende lento al cadalso. Como dice Remy de Gourmont “Los amos del pueblo serán siempre aquellos que puedan prometerle un paraíso”. 

Expresaba Kundera que “la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. Memoria objetiva, imparcial, clarificadora. Instruirnos, reflexionar, es el punto de partida para que nuestro poder inmovilice a aquel que nos destierra, como daba a entender Montesquieu. Nadie comparte ni regala nada de buen proceder. Debe ganarlo la sociedad pacíficamente, sin prisas pero sin pausas, ilegitimándolo cuando sea preciso, y ahora lo es. Que cada cual aporte cuanto pueda al esfuerzo común. Para ello hace falta espíritu crítico y determinación sin esquemas previos. 

 

 

viernes, 14 de octubre de 2016

HEMOS VIVIDO UNA FIESTA NACIONAL PLAGADA DE ESPANTAJOS


Según la Real Academia Española, espantajo en su acepción segunda significa “cosa que por su representación o figura causa infundado temor”. Deja para la tercera, de modo despectivo, “persona estrafalaria y despreciable”. Cualquiera de ellas describe fielmente a especímenes o contingencias de nuestra Fiesta Nacional. Todo país que se precie celebra un día, adscrito a cierto hecho destacado, como evocación entusiasta y enaltecimiento patrio. Así, Francia lo hace el catorce de julio -desde mil ochocientos ochenta- para conmemorar el asalto a la Bastilla. EEUU viene celebrándolo cada cuatro de julio, desde mil setecientos setenta y seis, para evocar la fecha de su independencia. Nosotros hacemos lo propio, en memoria de aquel descubrimiento que alumbró distintos países con idéntico lenguaje. A principios del siglo postrero se denominaba día de la Raza; a partir de mil novecientos treinta y cinco, día de la Hispanidad. Se designa Fiesta Nacional desde mil novecientos ochenta y siete, pese a necios que la atribuyen al periodo franquista.

A veces pienso que es imposible tanta incultura, tanto disparate, tanta vehemencia por lo estrafalario, sin rédito apreciable. Y no existe, ni con requerimientos sutiles. El individuo radical, inflexible, solo se activa a cambio de alguna gratificación, a priori moral, que termine en canonjías políticas o sociales. ¿Cuándo, si no, ciertos agitadores indigentes ocuparían cargos bien remunerados? Los hay a patadas, iletrados la inmensa mayoría. Prueba inconcusa es que utilizan una vara específica, reversible, para medir la conveniencia o no de manifestarse, de provocar. Importa poco qué gravedad tenga el hecho censurado; sin más, les ocupa su origen. No es comparable una lapidación en Irán a que, tal vez, se zahiera un poquito a alguna correligionaria. El primer caso acaba con silencio cómplice; el segundo merece dos meses de escaramuza. ¡Vaya caterva! Su integridad se asemeja a la de un escarabajo pelotero, verbigracia. Me resisto a dar nombres porque alguien se sentiría despreciado al no aparecer en la lista. Tienen, pobres, exquisita sensibilidad y piel muy quebradiza.

Carmena, probable decana de los regidores patrios, junto a otros prebostes atrincherados tras ramplonas coartadas, rehusó asistir a los actos nacionales por un anodino congreso de líderes locales en Bogotá. Previamente dejó colgada del balcón munícipe una enseña tan indescifrable como la piedra Rosetta. Ambigua y de insólita estética, desestimo llamar espantajo para mimar susceptibilidades de personas cuya afinidad o virtuosismo esotérico vean en ella un símbolo afectivo. A todo hay quien gane, indica un viejo refrán popular. Cierto; y en grado superlativo, añadiría yo. El señor Téllez, tercer teniente alcalde en Badalona, ante una resolución judicial que impedía la proclamada apertura del ayuntamiento, se dejó decir: “La resolución judicial es un golpe de Estado contra la soberanía municipal”. Insatisfecho aún de tamaño disparate, hizo trizas el documento y abrió las oficinas municipales. Más allá de quehacer oficial alguno, el buen señor contravino esa cadena vertebradora del imperio institucional dando un ejemplo perfecto para arribar a la ley de la selva y al caos social. Tipos así sobran cuando resolvemos cimentar democracias maduras.

El populismo demagógico, embozo histórico del sucio atropello explotador y liberticida, también ofreció su particular visión. Iglesias tuvo la desfachatez inmensa de definir patriota. Dijo: “Los patriotas de verdad se preocupan de su gente”. Parece claro, pues, que los impostores vienen fijados en la RAE -ese cobijo de obtusos e iletrados- por Pérez Reverte y demás académicos. Sermoneó, asimismo, a quienes se envuelven fingidamente en las banderas cuando su propio patriotismo suele desplegarlo al lado de una bandera rusa o venezolana. Extraño pundonor el de este individuo ascendido, ignoro cómo, al podio de la notoriedad. Vale; objetivamente no merece tanta reseña.

Algunos presidentes autonómicos, en su esperpéntica incomparecencia, ofrecieron (además de patrañas propagandísticas, superfluas y bobaliconas) una incoherencia supina. Prometen o juran su cargo ante la Constitución como marco de actividad política para, a continuación, olvidar toscamente tales compromisos. Unos son nacionalistas, otros independentistas y el resto del PSOE envuelto en un “ni sí ni no sino todo lo contrario”. Es decir, un partido desnortado, confuso y difuso. Desconozco si, afectado por la venia o por la venalidad, queda todavía el lastre oneroso, irracional e insensato -fruto de los dogmas aireados por Zapatero y Sánchez- que exige implacable votar NO en la investidura de Rajoy. Curiosamente tampoco quiere terceras elecciones. ¿Dónde arrinconó su sentido común? Cabe preguntarse si alguna vez lo tuvo.   

Reconozco que el PP, bien por antecedentes bien debido a actitudes juveniles, merece negativas y rechazos sin par. No obstante, puede percibirse una coyuntura compleja, difícil, alarmante. Encima, el PSOE cree que la pérdida de votos le viene por falta de radicalidad cuando ocurre todo lo contrario. Sus vaivenes nacionalistas, el abandono de los rudimentos socialdemócratas y la efervescencia de los últimos años, le ha causado paradójicamente un abandono creciente. Primero hacia el PP y cuando este ofreció un gobierno indigente hacia Podemos y Ciudadanos. Más a aquel porque hoy los medios juegan un papel importantísimo en (de)formar la conciencia social. Aparte, los populismos arrastran si los medios ventean sus propuestas quiméricas y la masa, maltratada, exhausta, se agarra a cualquier clavo ardiendo aunque, en el fondo, pudiera tratarse de un espantajo.

 

 

 

 

viernes, 7 de octubre de 2016

NECIOS, ARROGANTES Y OPORTUNISTAS


Decía Einstein: “Hay dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez humana, y del Universo no estoy seguro”. No seré yo quien lleve la contraria a tan insigne científico, ni mucho menos. Semejante antecedente lleva al convencimiento de que los epítetos vertebradores del título están hilvanados por una semilla común. Aparte percepciones subjetivas, parece evidente que, en relación a la coyuntura política actual, dichos atributos emergen de presupuestos -quizás conductas- estúpidos. Como cualquier axioma, tal inferencia no necesita demostración            que verifique su certeza. La experiencia acopiada sobre el comportamiento ciudadano completa, de forma innecesaria, las incontestables realidades que nos abruman. Generosidad, corrección e incuria, realizan un contubernio para mitigar el encarnizado enfrentamiento que debiera aportar tanta insensatez.

El PSOE, hoy, se encuentra doliente, enfermo, casi moribundo. Se cree que Zapatero promovió los primeros síntomas para avivarse en tiempos de Rubalcaba y explotar, como hemos visto, con Sánchez. Cometieron sendos errores que alcanzaron el clímax cuando este último se hizo cargo de la secretaría general. El PSOE, en palabras del clásico, perdió la color y a poco se hizo irreconocible. Cuando algo se transforma pierde esencia, atractivo, difuminando su sustancia y haciéndolo imperceptible, etéreo. Felipe González, gran estadista, lo condujo a su máximo esplendor relegando todo rasgo marxista mientras le proyectaba marchamo de moderación y universalidad. Europeizó a España sacándola del ostracismo histórico. Zapatero, por el contrario, empezó a extraviar conceptos, abrir heridas cerradas o casi, renacer confrontaciones identitarias e inaugurar una política económica desastrosa. Rubalcaba se acopló a la inercia anterior, para diluirse después ante la mayoría absoluta del PP regalada por el señor Rodríguez.

Sánchez, individuo anónimo, fue recibido con excesivo entusiasmo. Ignoro qué fundamentos percibieron sus panegiristas, salvo vana fachada mediática. Enseguida mostró un talante autoritario, huérfano de todo caudal conciliador, prepotente, incluso sectario. Quiso rodearse de gente ávida, farsante, huera, pero experta en nadar y guardar la ropa. Procedieron a divergir palabras y acciones quebrando el statu quo del partido en un afán antojadizo de dominio elitista. Esta pauta les llevó a enemistarse con diversos secretarios autonómicos y a recrear un partido a su imagen y semejanza. No obstante, la mayor torpeza fue pactar con Podemos -carne de chirigota y delirio- adoptando absoluta querencia al radicalismo populista. Cosecharon, así, una continua pérdida de votos y escaños hasta el punto de hacer saltar todas las alarmas. Séneca ya advirtió que “no sirven de nada las desgracias a aquel que no aprende nada”. Bienvenido, si llega, ese cambio de rumbo esencial para los españoles.

Debido a continuas derrotas sin autocrítica ni asunción de responsabilidades, a asiduas obcecaciones torpes e intransigentes, fue defenestrado mediante una traumática rebelión del Comité Federal para salir del marasmo y en defensa propia. Pablo Iglesias, que tocaba con los dedos ser vicepresidente (algo imposible desde mi punto de vista), viéndose arrojado al averno político y a la indigencia social, amenazó con romper los pactos autonómicos. Vano alarde, pues todo el mundo interpreta fielmente cuál es la procedencia del poder municipal que despliega. Podemos perdería, en justa reciprocidad, Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cádiz, Coruña, amén de otros municipios menos estratégicos. Soltar la ubre, nunca. Ha conseguido, al contrario, que Baldoví y Maestre reprendan molestos a Iglesias por ajustar su arrebatada advertencia al dictado de arrogante infantilismo. Errejón -más cauto, lógico, incluso sólido intelectualmente- señala claras diferencias entre políticas municipales, autonómicas y nacionales. Ambos son vasos comunicantes y se aprecia cómo uno pierde carisma al tiempo que otro lo recupera en la misma proporción. Procede un divorcio nada amistoso. 

Podemos delimitar la hecatombe socialista como coto a tanta sandez o como encubierta lucha por un poder cada vez más exiguo. Aparte conjeturas, Rajoy no puede asfixiar al partido complemento del PP. Los dos son, respecto a un gobierno viable, materia y sombra alternante o nada. Ya ha hecho bastante daño dando sustento mediático a una ideología poco homologable en Europa. ¿Apetecería el PP que se diera gran cobertura a un partido ubicado a su derecha? ¿Sería bueno para España? ¿Por qué ha de serlo quien mora a la izquierda del PSOE? Partiendo de esta reflexión, la gestora quiere suprimir todo vínculo con Podemos, clarificar las diferencias abismales, y el PP debe apoyarlo en lugar de adosarle dificultades pecando de oportunista. Al final, descubriremos qué afán de servicio despliega el PP con los españoles, hoy por hoy en razonable cuarentena.  

Probablemente unas hipotéticas tercera elecciones favorecieran al PP, o no; pero si vaticinaran el derrumbe del PSOE, sería catastrófico para España. Tanto, que yo, abstencionista declarado, quebrantaría mi compromiso personal para inclinarme por un PSOE que, en circunstancias normales, nunca votaría. ¿Por qué no han de pensar igual cientos de miles, tal vez millones, de ciudadanos?  Necesitamos urgentemente un cambio trascendental. Es preciso que los partidos sirvan al interés común y actúen bajo exquisitas exigencias éticas a partir del respeto a las leyes. Tres son los pilares capaces de llevar a cabo esta transformación: PP, PSOE y Ciudadanos. Como dijo Cherteston: “La fatalidad no pasa sobre el hombre cada vez que hace algo; pero pasa sobre él, a menos que haga algo”. Empecemos.