viernes, 28 de marzo de 2014

LAMENTO, ERROR, HIPOCRESÍA Y ENTREGA


El fallecimiento del primer presidente que tuvo nuestro difícil tránsito democrático -todavía sin concluir, a lo que se percibe- pone de manifiesto, una vez más, el entramado de individuos que nutren este escenario luctuoso. Diversos medios dedican horas y horas a la memoria de Adolfo Suárez en continuas analepsias. Subrayamos el cinismo y la deslealtad hechos homenaje por obra de la miseria humana. Protagonistas, secundarios y comparsas, se mezclan en un espectáculo donde los papeles acumulan equívoco cuando no sospecha. Dados los vicios que acopió la Transición (negándole a su impulsor el pan y la sal, ante aquel final provocado),  resulta complejo emparejar, con acierto, guión y preboste en aquel oscuro episodio. Sin embargo, resulta inconfundible la actuación estelar -aunque tardía- del pueblo sincero y soberano.

Hace años plasmaba en un escrito, bajo el epígrafe “Lamento”, la nostalgia por todo lo perdido, y que no supe apreciar a su debido tiempo. Era el recuerdo lacerante de una etapa pretérita a la que contabilizaba menoscabos continuos. Solemos tasar el verdadero valor de algo demasiado tarde; casi siempre cuando lo perdemos. Ignoro qué sutilezas nos arrastran al desencuentro entre seres u objetos y nuestras estimaciones. La televisión descubre largas colas  de ciudadanos que ofrecen un sincero reconocimiento al político. Algo tarde para él y, sobre todo, para España. Fue sincero, honrado y cumplidor. Antepuso los intereses del pueblo español a sus propios y legítimos empeños. Jamás dudó en hacerlo. Tras él, ningún otro mostró semejante vocación de servicio; sucumbieron a ambiciones personales o a réditos partidarios. Aprecio, en el conmovedor homenaje popular, un lamento parecido -culpable- al que expresé en aquel lejano artículo por desperdiciar tanta oportunidad perdida.

Una interpelación se hace inevitable estas fechas. ¿Ha sido Adolfo Suárez el mejor presidente de la España “democrática”? No importa qué respuesta se dé porque la pregunta es inadecuada, tosca. Eficacia tiene correlación con subjetivismo, excelsitud con certidumbre. Más pertinente hubiera sido inquirir sobre la solidez de sus principios democráticos y de servicio al ciudadano. Aquí sí que el dictamen sería firme, hiriente para el resto. Sin duda, ha sido el único que exhibió formas y entraña elocuentemente democráticas. Asimismo sacrificó con denuedo dividendos propios a los del pueblo español a quien juró servir. Un personaje singular. En aras a su compromiso, se enfrentó a los poderes fácticos que lo descabalgaron del poder con la complicidad canallesca de una masa miope. Supuso, aparte el desprecio al político íntegro, un error grave, histórico. Sería descabellado vaticinar cómo viviríamos hoy si el CDS hubiera merecido un apoyo masivo. Personalmente opino que, al menos, dentro de un marco democrático auténtico. El pueblo falló y los errores se pagan caros.

Sus coetáneos (que culminaban el ritual funerario), sin excepción, fueron promotores -en mayor o menor grado- de su desaparición política, sin obviar a un país crédulo, desagradecido, algo dogmático y sectario. Dentro, en el velatorio oficial, la hipocresía se reviste de panegírico. Traición y lisonja materializan -al compás- un espíritu, un halo, que aparenta cierta dignidad. Oír rotundas expresiones por boca de felones olvidadizos e indignos daba vergüenza ajena. Cuanto más destacados, menos contritos. Concebir qué motivaciones llevaron a individuos arteramente malignos al círculo selecto de Suárez, pasa a ser un misterio ininteligible. Actitudes y comportamientos atesoran curiosos sobresaltos.

Lucubrar, preguntarse, si Suárez fue un presidente excepcional -incluso el mejor- desvirtúa la esencia de su gestión. Durante años se cuestionó su preparación e idoneidad para desempeñar tan altos designios. A toro pasado, suele comparársele con Felipe González o Aznar. El resto, por ineptitud evidente o parvedad presidencial, carecen de entidad para aguantar el mínimo cotejo. Cada uno ofrece luces y sombras, pero Suárez obtiene ventaja clara en dos asuntos precisos. En primer lugar, con la Ley para la Reforma Política, promovió las bases de una andadura espinosa, tanto por la procedencia cuanto por el devenir. Después, y aquí estriba lo fundamental, su quehacer tuvo como guía el compromiso, la honradez y el servicio generoso al pueblo español; en definitiva, una entrega incondicional. Concitó patrióticos esfuerzos para devolver las libertades y sacar a España del marasmo. Nunca más. Corrupción e intriga institucionalizada, impunidad, enjuagues, quebrantamientos, entresijos, amén de caos emergente, conforman la nación española ahora. Bastaron treinta años para tirar por la borda el prodigio milagroso de seis.

Hoy, los despojos del hombre descansan donde él quiso. El político vivirá indefinidamente a lomos de la Historia, trono presto para acoger a muy pocos. Un comunicador, culto y polémico, escribió un artículo en el que argumentaba sobre las tres muertes de Suárez. Sin faltarle razón en sentido convencional, considero que su vida tuvo tres incidencias perversas, junto a la fatalidad familiar: Una injusta valoración social (y que paga con el caos reinante, fruto de añeja erosión cuyo fin comporta la quiebra del sistema), una enfermedad terrible (muerte intelectiva) y el final humano (donde aliviar las ingratitudes de quienes tanto le deben). No obstante, me hizo meditar la respuesta ofrecida por una señora cuando le preguntaron sobre sus sentimientos ante la muerte del primer presidente democrático. Dijo: “Estoy arrepentida por no haber confiado en él”. El español siempre atina, pero demasiado tarde.

 

 

viernes, 7 de marzo de 2014

ÁRBOLES CAÍDOS Y TERRIBLE ANIVERSARIO


Dignatarios poderosos, otrora corresponsables de la horrenda situación actual, hoy son árboles caídos; indignos -aunque ricos- despojos sociales que pasean su ineptitud, probablemente su desenfreno, bajo el menosprecio unánime. No persigo hacer leña de semejantes individuos; va contra mis principios y filosofía de vida. Sin embargo, me cuesta soportar actitudes que suponen, en el fondo, grandes dosis de burla a la sociedad. Aventureros malignos, ladrones de guante blanco, estafadores insensibles, delincuentes en suma, vienen ahora (expulsados del edén, exhibiendo su verdadero rostro) a mortificarnos con dichos y hechos insólitos, enojosos, amorales. Soportamos antaño su negra ejecutoria para ahora, libres de ellos, admitir las provocadoras declaraciones de tan nefastos rectores. Constituyen la prueba irrefutable de que bondad y maldad, según quién, cómo y cuándo, conforman un escenario duradero, sempiterno. Tal es la hacienda humana, por lo visto. ¡Qué penitencia!

Pese a panegiristas de turbio venero, de vagos apoyos argumentales, Rodríguez Zapatero pasará a la Historia, siendo caritativo en mi estimación, como un presidente ilusorio, catastrófico, penoso; el peor (se apunta con poquedad) de la Transición. Casi nadie niega ya que su gestión ha  deprimido a España para decenios. Voluntariamente abandono el regodeo de enmarcar al político -nunca a la persona- porque, con rectitud, debiera resaltar defectos cuya definición reprime expresar mi estilo. Merece un chorreo de epítetos sin que ninguno transgrediera su demérito. Sería la justa expiación por el inconmensurable daño promovido. El futuro irá poco a poco tasando los efectos de tanta necedad. Afirmo, asimismo, la corresponsabilidad de un pueblo iletrado y dogmático. No obstante, llevamos unos días en que de nuevo la quimera hace regates a un estadista de pacotilla. Vanidoso, se permite formular ahora consejos sobre política nacional e internacional. No es consciente de su ridícula insignificancia. Azar, ventura y ambición, mezclados con el atraso de un pueblo, no garantizan crédito ni excelencia. Comprobado: la ignorancia es muy atrevida.

Además de políticos escasos de juicio o mesiánicos, hubo -y aún queda- una caterva de indigentes morales cuyos currículos, carentes de sustancia, lucían el altivo cartel de ser amigos del poder. Se equipararon a los próceres en ineptitud, prepotencia y resultados. Así y todo, detentaron puestos directivos. Solos o acompañados de cómplices tan “ilustres” como ellos, participaron de manera vertebral en el desmoronamiento de este país; ideal para perpetrar sus fechorías. Prevalece una genuina bandada, banda, de pájaros (según el diccionario, persona astuta o de malas intenciones). Perdonen el juego de palabras, pero la riqueza del idioma español, tan perseguido a veces, me lo pone en bandeja. Blesa, Serra y otros centenares de “presuntos”, dejaron sin ahorros a miles de jubilados que confiaron en quienes no debieron hacerlo. Alguno, altanero, petulante, sin visos de pedir disculpas, se dejó decir con destemplanza que “los jubilados no eran ignorantes financieros”. Vergonzoso.

Nos acercamos al décimo aniversario del más infame y trágico acto terrorista ocurrido en Europa. Casi doscientos españoles, inocentes, murieron no se sabe a manos de quién ni para qué. Eso sí, cambió el gobierno y el rumbo de la Historia patria sin que ello implique taxativamente relación causa-efecto, pero…. Existe una sentencia, una verdad oficial que diverge de copiosos indicios y evidencias. La mayoría opinamos, no sin lógica, que se nos oculta algo grave, vital para mantener la paz interior y exterior. Extraña tanta inapetencia general por divulgar la verdad. Tesis sustanciales -adelantadas a su época, aparentemente absurdas- sufrieron el ingrato calificativo de delirantes cuando no persecución o la hoguera. Lo padecieron Galileo, Miguel Servet y nuestro contemporáneo Julio Verne.

Cada ciudadano (desde hace tiempo contribuyente) elaboró su propia hipótesis. El sentido común me lleva a afirmar que ninguna se aproxima a la versión judicial, tan ficticia como cualquier otra pese a los esfuerzos de políticos y comunicadores por asentar lo contrario. No voy a rememorar circunstancias y elementos de fricción -en parte reconocidos a posteriori por diversos protagonistas del proceso jurídico- que forman parte del recuerdo imborrable. También yo, invocando las “quimeras” de Julio Verne, forjé mi explicación angustiosa, terrorífica, comprometida, funesta. Renuncio a materializarla pero mediten estos interrogantes y otros que omito por prudencia. ¿Tuvo respuesta marroquí la acción de Perejil? ¿Levantaba sospechas en varios países y quebraba el statu quo de la UE la política anglo-americana de Aznar? ¿Tendrían los islamistas objetivos más definidos que España, incluyendo diversas naciones europeas, por la Guerra de Irak? ¿Cui prodest?

Políticos, sindicalistas, financieros y pueblo llano prorrateamos el ocaso nacional. La diferencia estriba en que nosotros somos mártires; sufragamos sus derroches, su trinque o ambas cosas. Algunos desaparecieron de la escena pero, insisto, mi propósito no es hacer leña ahora. Demandaría un imposible: que devuelvan lo sustraído. Entre tanto, a nadie interesa aclarar qué sucedió aquel once de marzo de dos mil cuatro. Quizás evitemos así padecer más vilipendio, indignidad y muerte. Somos cautivos del abandono, la falta de principios, el cisma. Predomina la ley de la selva.