viernes, 11 de abril de 2014

INICIEMOS EL CAMINO


Soy un profesor jubilado cónyuge de una profesora asimismo jubilada. Tenemos cuatro hijos universitarios. El más pequeño cumplirá en breve cuarenta y un años. Dos de ellos están en paro; uno, separado -con dos hijos y sin recursos- vive en casa. Explico lo antedicho para describir una situación familiar que me faculta a opinar con conocimiento de causa y autoridad moral. Si hablamos estrictamente de mi esposa y yo, sería justo sostener que formamos parte del reducido grupo social que cualquiera calificaría de privilegiado. Sin embargo, aparte esa difícil coyuntura filial, no me gusta el sistema; no ya por propio desafecto, que también, sino por quienes han de seguirnos. Deudos o ajenos. La situación económica actual, y las expectativas de futuro, permiten asegurar (contra vaticinios fantasiosos, ayunos de fundamento, embaucadores) que, sin cambios rotundos, semejante contexto nos deparará un amargo final.

A lo largo de mi existencia, ya bastante dilatada, he conocido dos regímenes: una dictadura formal cuya realidad, mediados los cincuenta del pasado siglo en adelante, puede cuestionarse y una democracia -también formal- cuya materialización, desde los albores de aquellos convulsos ochenta del pasado siglo, resulta altamente discutible por su devenir hasta el momento actual. Un alto porcentaje de la población española ignora los intríngulis de dicha década, crucial para la Transición, para la Democracia, y que Pilar Urbano en su obra “La gran desmemoria” describe con bastante acierto, desde mi punto de vista y superados pasajes novelados con probable sensacionalismo. 

Hagamos un breve compendio de los acontecimientos que gestaron el embrollo de hoy. El príncipe Juan Carlos fue nombrado rey el veintidós de noviembre de mil novecientos setenta y cinco. Mantuvo como presidente del gobierno a Carlos Arias Navarro que lo venía siendo desde diciembre de mil novecientos setenta y tres. Probado que este personaje era incapaz de realizar el apetecido cambio de la dictadura a la democracia, el rey lo cesó y nombró presidente del gobierno a Adolfo Suárez en julio de mil novecientos setenta y seis. Político casi desconocido y procedente del franquismo, Suárez desplegó coraje e hidalguía. Ambicionaba, ligero de codicia y bienes materiales, lo mejor para su país. No tuvo reparos en desafiar a los poderes fácticos de siempre: iglesia, ejército, capital, luchando por las libertades ciudadanas. Sufrió por ello enredos, ofensas y deseos de revancha. Pudo cometer algunos errores, básicamente políticos con esa sinrazón que fue UCD. Tuvo, además, la desgracia de batirse con prebostes ladinos a excepción de Santiago Carrillo que acreditó lealtad al pueblo, a la democracia y al propio Suárez.   

Iniciado el año mil novecientos ochenta y uno, el terrorismo de ETA, la inquietud militar, las prisas de un PSOE ávido de poder, los miedos de un rey presuntamente escaso de aceptación pero habilidoso en la defensa de su corona, sin olvidar intrigas múltiples de correligionarios, forzaron la renuncia de Suárez. Aún ofreció al mundo entero una prueba de recio carácter, junto a Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo que, curiosamente, jamás le traicionaron. Sucedió el veintitrés de febrero. Guardias Civiles asaltaron el Congreso en un oscuro, curioso e inexplicado, golpe que se reduce a simples sospechas. Lo único evidente a su término fue el vigoroso impulso de la monarquía. ¿Pacto? ¿Acaso? Qué más da.

Pudo ser una contingencia, pero la derrota golpista -anómala en comparación con las asonadas ocurridas en el siglo XIX- además del reforzamiento real, anticipó la victoria del PSOE y el inicio de la debacle democrática. En las Elecciones Generales de mil novecientos setenta y siete, el resultado fue: UCD (ciento sesenta y cinco diputados); PSOE (ciento dieciocho); PCE (veinte); AP (dieciséis). En mil novecientos ochenta y dos, los resultados fueron: PSOE (doscientos dos); AP (ciento siete); UCD (once); PCE (cuatro). Es evidente. El golpe sepultó a Suárez y a Carrillo, ensalzó a un PSOE que iba a dejar a España que “no la conocería ni la madre que la parió” y creó una derecha yerma, cómplice de gobiernos bipartitos que se relevarían en el poder con un porcentaje de sesenta y nueve por ciento a favor del PSOE.

Semejante escenario de desequilibrio ha permitido al PSOE incautarse de la justicia, educación, asociaciones vecinales, sindicatos, medios, etc., con el acatamiento de un PP cobarde y acomplejado. Estoy convencido, además, de que en estos años se planifica un miserable proyecto de ingeniería social. ¿Cómo, si no, hemos llegado al disparate presente? Sólo es posible a través de una sociedad inculta y acrítica. Aznar casi logró ser un verso suelto, pero no. Supo conseguir buenos resultados económicos a costa de una dramática burbuja. Zapatero y Rajoy han llevado al país a un estado de descomposición nacional y social. Sin ser padres naturales, estructuraron una corrupción imposible de superar. El paro crece al compás del enriquecimiento de la casta política. A la vez, tienen la responsabilidad de haber dejado una clase media esquilmada, exhausta. ¿Alguien es capaz de discutir tales asertos?

Políticos y resto de afanadores, parásitos del régimen, no creo que superen el quince por ciento del pueblo. ¿Qué podemos hacer nosotros, inmensa mayoría, para cambiarlo? Fácil, proveer una táctica pacífica; conseguir un ochenta y cinco por ciento de abstención. Tenemos en mayo una excelente oportunidad. Así deslegitimaremos el sistema y a los vividores que campan en él. Pese a pronunciamientos interesados, tal medida cabe en los cauces democráticos. Olvidemos afinidades y dogmas. Protestas y violencia suponen un itinerario erróneo, ineficaz. Temen la abstención porque les hace daño, pues descubre su insolvencia. Es el camino correcto. Todo rechazo a recorrerlo traerá el llanto y crujir de dientes. Al tiempo.

 

viernes, 4 de abril de 2014

SIGNOS, INTERPRETACIÓN Y AUSENCIA


Decía Pitigrilli (Dino Segré) “Si das con una buena mujer serás feliz; y si no te volverás filósofo, lo que siempre es útil para el hombre”.  Este profundo razonamiento -que pone en tela de juicio la felicidad familiar del estudioso- enciende el inextinguible infortunio entre ciudadanos y políticos. Basta con imaginar el paralelismo mujer-político en la reflexión del mentado texto. Las mujeres buenas, aparte versiones maliciosas que atraen ocurrencias vulgares, abundan; ello no obstante la existencia de otras contrarias al embeleso. Ocurre igual con el hombre porque bondad o maldad, atractivo o náusea, superan al sexo. Distinta respuesta despiertan los políticos españoles, ellas y ellos. De ordinario, su estima permite pocas reducciones. Se dice, con arriesgada contundencia, que generalizar es injusto. Sin matices, aun tratándose de prebostes hispanos, pudiera tal credo tener visos de pronunciamiento razonable. Sin embargo, la vivencia demuestra que, desde un determinado escalón hacia arriba, todos son iguales. Infaustos, bribones y bellacos. 

Si damos por irrefutable el último aserto, España está ayuna de buenos políticos con facultad de mando. Por este motivo, el ciudadano (ahora contribuyente) no es feliz; cultiva una filosofía popular cual Sancho Panza redivivo. Le fuerzan a ejercitar el ascetismo fisiológico; no como medio para alcanzar la perfección espiritual, el nirvana, sino como carencia vital, pedestre. Hay un recelo sistémico que propicia el desapego hacia el bipartidismo, hasta ahora ritual consuetudinario hecho de siglos. Roto este hechizo, el individuo se viene decantando por la abstención o el castigo a fondo de las siglas mayoritarias. IU, UPyD, VOX, CDs, et., incrementan sus expectativas en las encuestas. Salvo el primero que enseña la patita coaligado con el PSOE en Andalucía, los demás ofrecen la pureza de no haberse manchado jamás con el poder. Su discurso, inclusive, no presenta discordancia entre dichos y hechos; sobre todo porque, alejados de tomar decisiones, perdieron posibilidades para confirmarlo.

PP y PSOE muestran sin alharacas, con sordina, cierta inquietud. Lo que intuyen por las encuestas; el malestar social diluido por el vandalismo certero de una minoría con patrocinio y objetivos oscuros; las polémicas palabras de Rouco Varela y las revelaciones de Pilar Urbano en su libro “La gran desmemoria”, conforman un avispero para ambos. Deben temer, y esto les alarma, que la masa social tenga bastante proximidad intelectual con Rouco y con Pilar Urbano. Por ello, sendos voceros -en insólita conjunción- aúnan consignas para desacreditar a quien descalifique cruelmente (según ellos) la situación actual y divulgue los más que dudosos comportamientos democráticos de personajes ilustres. Advierten una irrefrenable pérdida de entusiasmo a pesar del dogmatismo que desean insuflar reviviendo falsamente enfrentamientos ideológicos. Han abusado del humo y sus respectivos gregarios dan la espalda a cualquier táctica incendiaria. Terminaron aquellas épocas del convencimiento fácil, de la beligerancia permanente, cuando las masas se enconaban ante la mera exposición del demérito rival. Ya no existen adversarios, ahora surge con precisión un culpable definitivo: el político desideologizado, vividor e inepto. Todo lo demás son cuentos infantiles.

El individuo está harto de insensateces, chalaneo y corrupción; anda desencantado del sistema. Apetece aires frescos, políticos virginales, cuya incompetencia sea sólo una sospecha. Los que sufrimos ahora reflejaron ya demasiados vicios. Su habilidad, empero, constata que si no cambian de estrategia perderán a poco tan jugosa posición. PP y PSOE conocen su incapacidad para sacarnos de la crisis. Aparte datos cocinados y espejismos aventados por expertos y medios ad hoc (nacionales y extranjeros), saben que deuda y crecimiento, extinto el ladrillo, son incompatibles dentro del marco comunitario. Sin embargo, saldremos de la UE pobres, cuando nos expulsen debido al lastre de un poder adquisitivo tercermundista y les sea más oneroso mantenernos dentro, pese a la quita que soportarían. Estamos pagando y pagarán ellos una entrada apremiante, inoportuna, política, leonina. Es imposible soportar tanto desequilibrio industrial y tanta veda agropecuaria. Parafraseando una sentencia moralizante, no sólo de turismo vive el hombre. Son signos claros, perceptibles; ocultos exclusivamente a los ciegos que no quieren ver.

Casi ningún dato económico es real, sospecho. Disparatados paro, deuda y déficit; desaparecida la clase media; quebrado el tejido empresarial; sin consumo interno; abocados a impuestos casi confiscatorios pese al anuncio artero y astuto; que alguien me explique dónde se encuentra la realidad. Atisbo maniobras de entendimiento PP-PSOE. Medios y comunicadores, antaño incisivos, rabiosos, empiezan a moderar -asimismo modelar- su sectarismo maniqueo. Me asombra ver giros copernicanos en protagonistas, no ha mucho, de encendida virulencia en fondo y formas. Algunos, incluso, parecen haber adoptado vestimentas reversibles. Me empieza a desazonar tanta hermandad y tantos cambios legislativos, consensuados sin apenas estridencias, porque es la admisión de un horizonte irremediable.

Llegados a este punto sin retorno, interpreto que los dos grandes partidos conocen los hechos. También saben, como decía Clemenceau, que “el hombre absurdo es el que no cambia nunca”, pero temen el caos del hombre inestable. Por este motivo, les aterra la dispersión del voto hasta llegar a la italianización del país. Semejante escenario no les interesa para nada porque su bienestar dependería del capricho individualista de los partidos bisagra. Esta conclusión les obliga a enterrar pretéritos prejuicios artificiales y otorgarse el pacto en defensa de sus intereses, aunque perjuren importarles el bienestar ciudadano. Conseguirán el apoyo de la monarquía, sindicatos, judicatura, banca, medios y grandes empresarios, porque todos ellos comparten mesa y manteles. Adiós al bipartidismo, a IU, UPyD, VOX y CDs. Por supuesto, adiós también a la democracia.