viernes, 26 de diciembre de 2014

DE NUEVO: FELIZ AÑO, IDIOTAS



Permítanme un breve prólogo. Epígrafe y escrito se publicaron en el umbral de 2008. Hoy, siete años después, solo cambiaría nombres, fechas y siglas. Las elecciones generales se deben celebrar el próximo noviembre y los partidos que a partir de ahora adquirirán un protagonismo igual de destructivo que entonces, o más, serán PP, PSOE y Podemos. Lo que contaba en el haber desastroso de Zapatero, sin quitar una coma, puede facturársele actualmente a Rajoy. Hasta la ciudadanía sigue inamovible en su inercial ceguera. Tras este primer párrafo -con las salvedades citadas y alguna otra que me dejo en el tintero de forma escrupulosa- repito el artículo exacto, tal cual se publicó. Los lectores ocasionales juzgarán qué ha cambiado, excluyendo el advenimiento de algunas siglas que no terminan de cuajar y la irrupción de un partido que quiere enterrar casi cuarenta años de paz y libertad.

La frase no es el fruto de un deseo paradójico; tampoco es la cita cargada, a partes iguales, de sarcasmo ácido y de ingenio a lo Groucho Marx; ni tan siquiera puede considerarse un exabrupto impetuoso e insultón. Es, básicamente, el alegato del comportamiento humano para unos congéneres que van a cavar la fosa de su propia desgracia con la alegría del que no sabe, o no quiere saber, las consecuencias de su ingenuidad, de su ligereza o, peor aún, de su mesianismo.

Sí, pronostico, conjeturo, adivino, que en las próximas elecciones del 9 M una gran parte de la sociedad española, quizás a regañadientes, votarán al PSOE a pesar de todo. Empeñan su fidelidad de forma misteriosa, para mí irracional, por un prurito ideológico que en el fondo repudian; son consecuentes dentro de su inconsciencia. A estas alturas parece imposible la existencia de ciudadanos que comulguen con esa inmensa rueda de molino que el gobierno -y sus interesados adláteres- hace rodar permanentemente con el mayor descaro, sin contenciones, a lo largo y ancho del solar patrio. 
Diferente es que la ciudadanía, culpable y sufridora al mismo tiempo de la situación, acepte de buen grado esa bola fabulosa, esa falacia mayúscula inherente al socialismo español.

Veamos. Los socialistas son partidarios del Estado federal cuando la experiencia histórica, maestra irrebatible, enseña que la federación conduce al cantonalismo radical e insolidario. No sé si basándose en este germen federal o por iniciativa particular y exclusiva del Sr. Zapatero, se elaboraron ciertos estatutos de autonomía que potencian el desgajo, la independencia de esas comunidades y, por ende, propician la parcelación del país en claro desacato a la norma constitucional. Sin embargo este es el gobierno que se autocalifica, aún obviedad evidente, como  gobierno de España. El mismo por cuya iniciativa se aprobó una ley de la memoria histórica que vuelve a abrir heridas cicatrizadas y a, lo más preocupante, resucitar de nuevo el enfrentamiento que ha de helar el alma, en palabras sabias del poeta. ¿En serio, es este un gobierno de España?

Se miente en economía cuando se airea su aspecto saludable en relación a los países del resto de Europa. Se dicen baladronadas a costa de un hipotético crecimiento del PIB, del superávit en las cuentas públicas, de emprender mejoras laborales a lo largo de la legislatura, etc.; se oculta el déficit comercial, la deuda exterior consiguiente, el declive en la construcción (motor único y sin alternativas de la producción propia), la pérdida preocupante del poder adquisitivo y por tanto de la inminente disminución del consumo interno, motor virtual. Veremos las consecuencias del paro, descontrolado, en la población indígena -altamente hipotecada- y en la población foránea sin ese colchón protector de la familia. Es ingenuo pensar que, en un marco capitalista, un gobierno de izquierdas -real o revestido-  pueda sortear la crisis económica, visible en el horizonte inmediato, con posibilidades de éxito.

Se miente sobre política antiterrorista cuando el gobierno se deshace en cucamonas con ETA, para de inmediato alardear de ser quien más etarras ha detenido. El señor Zapatero, su ejecutivo, es el menos inflexible para ETA durante toda la época democrática. Sigue pensando puerilmente que es factible la rendición de la banda. A  conseguir tal objetivo fantasioso tenderán las conversaciones que se reanudarán en breve.

 Se embauca en política exterior, en política educativa, en política de infraestructuras; en fin, el espacio mediático constituye una gigantesca patraña porque al PSOE, cara poco agraciada del capitalismo, únicamente le queda la manipulación para engatusar al ciudadano acrítico y candoroso. Ha hecho de la falacia y de la calumnia el hilo argumental, un exquisito puchero envenenado de su dilatada campaña, incluidas ofertas electorales; ¿por qué no rebajas ahora que estamos en ello?

En mi pueblo hay una sentencia popular muy repetida: sólo los idiotas tiran cantos a su tejado.  Menudo año o años nos esperan. Con el mayor respeto y con todo mi afecto, renuevo mi feliz año,  idiotas.    

viernes, 19 de diciembre de 2014

LA DEMOCRACIA DEBE PROTEGERSE DE LOS INTRIGANTES


Un sistema físico se encuentra en equilibrio, es imperecedero, cuando las fuerzas concurrentes a las que se ve sometido originan una resultante de magnitud cero. Carecen de sentimientos y cualidades. A la sazón, los sistemas humanos vienen determinados (aparte leyes comunes, planetarias) por ímpetus subjetivos, morales, inconmensurables. Este marco origina una complejidad desestimada. Los primeros sugieren un orden caótico, inmutable. Aquellos que atañen a las sociedades, sea cualquiera su naturaleza, sufren afectos o aversiones según qué intereses rijan. Un sistema justo debe mantener equidistancias entre beneficios y quebrantos; no debiera priorizar ni distinguir a unos individuos sobre otros. Así se establecería cierta escrupulosidad, no exenta de alarma, para intrigantes con voluntad de quebrantar el statu quo.

Pese a Rousseau, el hombre carece de bondad. Es un animal que pelea, sin restricciones, impelido por su instinto vital. El carácter racional le permite asumir algunos límites, quizás debido al prejuicio y no a la convicción. Sin embargo, pervivencia y fatalidad son caras del mismo azar. El ser ha de aceptar lo arbitrario de cualquier desenlace. Más si se ajusta al código natural; aquel que se adhiere a la persona de forma indeleble y expedita de coyunturas temporales e ideológicas. Conforma un destino hecho de riesgo y grandes dosis de entereza. Porque ser incorrupto consiste en saber discriminar el bien del mal con rectitud, huyendo de privilegios, verificando recompensas y condenas. Quien pretende canonjías pierde todo atributo noble para atiborrarse de oprobio y mezquindad.

Decía Tocqueville: “Habría amado la libertad, creo yo, en cualquier época, pero en los tiempos en que vivimos me siento inclinado a adorarla”. Presiento que, ahora mismo, muchos conciudadanos comulgan con tan rotunda frase. La democracia favorece el individualismo, por tanto salvaguarda los derechos y libertades del hombre. En puridad, solo el liberalismo -sus bases doctrinales- pueden garantizarlos. Por tanto democracia implica liberalismo y viceversa. Engrandece al individuo hasta permitirle recelar de su validez como sistema eficaz de convivencia social, sin declararle enemigo o traidor a la causa. Otras doctrinas populistas, donde el sujeto queda supeditado al clan, fomentan -al menos- el rechazo o la prisión de aquellos que osan discrepar del pensamiento único. Gentes protegidas por la inmunidad del sistema hostigan con violencia a nuestra democracia (desnaturalizada, putrefacta, sucia). Perciben que su felonía no penará, que será tasada con indulgencia. Si la victoria favoreciera a los radicales, sus censores sufrirían, cuanto menos, desprecio y acoso. El resto ahogo.

Quien participa del juego político, quien aventura su apoyo a determinadas siglas que agreden -presunta e históricamente- la convivencia pacífica, debieran asumir los efectos de su yerro. Aquí y ahora nos encontramos en un instante clave. PSOE, PP, IU, UPyD, Ciudadanos y Vox concurren como siglas democráticas. Su crédito, en algunas, viene avalado por años de ejecutoria. Podemos, aparte embozo y máscara, dispensa muchos tics incontestables, demasiados. Sus líderes más representativos, frente a continuas alusiones, exteriorizan gestos, palabras y hechos que la Historia catalogaría de tiránicos. Empresarios, jueces, comunicadores y personajes (personajillos) populares empiezan a sembrar méritos para ocupar un lugar de salida ventajoso, en la hipotética probabilidad de que alcanzaran el poder. Me pregunto qué recompensa espera a quienes reivindican una reforma quirúrgica frente a la ruptura. De momento, pocos medios se alinean con UPyD, Ciudadanos o Vox. Esta realidad orienta el voto, sin escapatoria, al bipartidismo o a Podemos en peligroso reclamo a la estampida por acotación excesiva del panorama. 

“El cielo no se toma por consenso sino por asalto” alberga un método más que una imagen, señala una actitud más que un eslogan, entraña un arrebato agresivo más que la explosión ilusa de un deseo. Adjunta una amenaza encubierta, el aviso iracundo del que salva dificultades u obstáculos sin tasar medios para conseguir los fines propuestos. Sabemos que el sistema democrático, aun putrefacto, indulta a quien lo traiciona o desampara. Por este motivo, debido a tan clamorosa impunidad, resulta fructífera y nada lesiva la cooperación al cambio de régimen. Ponen en tremendo riesgo las libertades individuales, el sosiego, asimismo la paz, a cambio de recibir prebendas del nuevo sistema que ellos perciben desde su miserable sexto sentido. Además de inmoral, es injusto, punible.

Cierto que padecemos un régimen carcomido, corrupto, enmarañado. Es indiscutible que estamos alejados de una democracia auténtica; que urge un cambio de líderes, una limpieza a fondo de la casta, una operación quirúrgica que taje el tejido enfermo, que se aprecia abundante. Hay que renovar personas y modos en el PSOE, PP e IU. Contener el nacionalismo radical -excluyente e independentista- y racionalizar la Administración autonómica supone la segunda prioridad. Lo que no debemos consentir bajo ningún concepto es la desaparición de un sistema que ha traído el mayor periodo de paz y ha transformado España de forma inequívoca. Quienes arremetan contra él, aquellos que codicien su erradicación, conjuran un golpe de Estado.

Reitero, las personas que aceptan el juego político deben asumir altas responsabilidades. No puede ponerse en peligro una sociedad impunemente, de balde. Decía Hilaire Belloc que “el efecto de la doctrina socialista sobre la sociedad capitalista consiste en producir una tercera cosa diferente a cualquiera de sus dos progenitores: el Estado de siervos”. Resultaría equitativo, por tanto, que quien lo propugne y favorezca reciba la repulsa -el castigo- de una sociedad libre. Un sistema democrático riguroso, con principios, debe pronunciarse en relación tanto a seguidores cuanto a disidentes.

Mientras, y a la espera de acontecimientos, meditemos con atención las palabras que Hayek dejó escritas en su Camino de Servidumbre: “Solo si reconocemos a tiempo el peligro podemos tener la esperanza de conjurarlo”.

 

viernes, 12 de diciembre de 2014

APRENDICES Y MAESTROS


Las ciencias, su avance, originan un precipitado opresivo superior al esfuerzo que puede o quiere desplegar el individuo moderno. Aquellos que se encargan de especular sobre estilos, caracteres y comportamientos humanos -sociólogos y psicólogos- en ocasiones pugnan, más allá de los límites descritos, con el incisivo trasfondo que esconden ciertos vocablos. Cualquier operación comunicativa la preside un principio guía: que emisario y receptor sintonicen sin ninguna fractura semántica. Solo así puede haber interacción entre lo que se transmite y la réplica buscada. Desde un punto de vista político, este simple esquema determina el éxito o el fracaso.

Diferentes sondeos, incluidos barómetros (voz horrorosa, desubicada) electorales, desprenden aberraciones tácticas. ¿Cómo interpretamos el que un partido novel, sin oferta razonable, sin estructura, carente de experiencia, se codee con dos veteranos protagonistas que han realizado cambios sustanciales en la España de nuestros anhelos? Pero… ¿adónde vamos a llegar? Podemos hace de la crítica destructiva su modus vivendi. PSOE y PP enmudecen pero necesitan reflexionar con celeridad. Diversas vicisitudes y una atractiva elocuencia populista consentirán que les roben la cartera. ¿Quiénes son aprendices y cuáles maestros?

Mientras aprendiz es persona -por lo general joven- en el primer grado de un oficio, denominamos maestro a quien atesora gran experiencia profesional. Ambas palabras se completan con otras acepciones más o menos oportunas. Sin embargo, estas me son válidas para acomodar mi tesis. Según lo expuesto, a Podemos se le debe acusar de aprendiz por doble motivación: la juventud casi insultante de sus cabecillas y el carácter bisoño aplicado al partido en su totalidad. PSOE o PP acumulan años de gobierno, veteranía y destreza, aunque echamos en falta el talento que debiera suponérseles. Es decir, no siempre empirismo y pericia andan a la par, unidos.

Aquellos que dispusieron  un bipartidismo sólido, impenetrable, erraron; deja entrever una eficiencia cicatera. Puede afirmarse, sin reparos, que ambos muestran -pese a todo- cierta torpeza en su jurisdicción. El aprendizaje, adquirido tras cuatro decenios, refleja exiguos frutos u ofrecen penuria de entendimiento y voluntad. Hay, no obstante, otra actividad donde despliegan aptitudes innegables. Son avezados maestros para concebir un sistema en el que la sordidez constituye su armazón raquídeo. A esto se llega no por azar sino tras un artificioso y complejo proyecto de ingeniería social. Los instigadores, empero, deben profesar habilidades poco comunes, extraordinarias, muy superiores a la media.

Se deduce, apreciando tal escenario, que aprendiz y maestro tienen -pese a la exclusión semántica- competencia multifacética. Un mismo individuo, quizás grupo, despliega pocos méritos al atender aspectos puntuales mientras destaca de forma inigualable en otros distintos. Cualquier persona, desempeñando el oficio o labor que le sea asignada, muestra atajos extraños. Indigente e inepto para algunos menesteres, en otros desarrolla capacidades atípicas que, a veces, jamás deja traslucir. Personalidad y ética propias conforman una parte de tal escenario. Dogma, maniqueísmo, subjetividad, excusan la certeza de modo ciego, turbado; voluntariamente inadvertida.

Entre el aprendiz y el maestro se establece un vínculo progresivo, adyacente. Además intervienen cuantiosos factores incluyendo lo heterogéneo de la sofisticada porfía. Actitud, esfuerzo, dedicación, idoneidad, son dominios esenciales para conseguir un avance que impulse cambios en el estadio inicial. Constituiría un grave desliz considerar banal e innecesaria la ejecutoria de semejantes valores que, junto a desequilibradoras dosis de ambición, catalizan mentes en incurable vigilia. No debemos minimizar ningún peligro aunque coyunturas novedosas nos hagan vislumbrar barreras insuperables. Yo también opino que el actual mundo globalizado obstaculiza definitivamente la toma del poder por cualquier partido montaraz. Hay quienes escasos de currículum, bajo la máscara que pretende proyectar un rostro íntegro, enseñan -sin proponérselo- una patita totalitaria.

Podemos es un hábil aprendiz. Como la materia, pasa a maestro sin fase intermedia. Completan un proceso de sublimación con total inmediatez. Dominan la técnica audio-visual, el arte del embeleso y  despliegan amplias facultades seductoras. Desde el punto de vista político muestra clara desgana por conocer -menos practicar- las virtudes democráticas. Ofrece un genotipo totalitario que no puede fingir. Exige la desaparición, la anulación, de toda discrepancia. ¡Qué no pedirá para la oposición! Detesta a los adversarios. Del sistema -curioso, debido a sus vehementes improperios- siente debilidad, auténtico fervor, por percibir los privilegios de la casta. Al paso que llevan, pronto camparán en tan ubérrimas praderas. Donde han alcanzado el doctorado cum laude, la extrema maestría, es en inventivas manipuladoras. Suelen sintetizarse con dos vocablos: agitación y propaganda. Les añadiría, asimismo, infrecuentes cuotas de atrevimiento porque, al fondo, dejan traslucir carencias atribuibles a la LOGSE. Ya conocen el aforismo: “La ignorancia es muy atrevida”. Fascinante pero postiza quimera.

Sí, el pueblo español -no exento de onerosa inconsciencia- convive, se deja arrastrar por aprendices de ruda virtud y por acreditados maestros del toco-mocho y la farsa. Ahora llegan estos (maestros del disfraz, discípulos del aggiornamento y aprendices de la nada) con el ansia de imponernos una casta nueva. Nos pillan indigentes, exhaustos, desorientados. Por ahora ganan pero, poco a poco, descubriremos su levedad argumental que les conducirá irremisiblemente a una permanente etapa de riguroso aprendizaje. Afinando la vista, ya se otean algunos signos en este sentido. 

 

viernes, 5 de diciembre de 2014

LA MALQUERIDA


Salvando el epígrafe, no hay ningún nexo entre la obra del genial autor (Jacinto Benavente) y este texto que desarrollo a renglón seguido, nunca mejor dicho. Si bien es cierto que ambos dibujan escenarios dramáticos, una fabula la vida mientras otro la palpa. En efecto, don Jacinto plantea una supuesta porfía de sentimientos que parecen divergir; aunque el destino, la propia periferia, su condición humana, lo impidan. El relato queda postergado por la realidad presente. Sojuzga, incluso, al esfuerzo masivo pero indigente del individuo de a pie. Cual sueño de Nabucodonosor, somos gigantes con pies de barro. Pese a la soberanía que ladinamente se nos atribuye, constituimos una excusa perfecta. En esencia es el timo del toco-mocho.

Estos días nos incitan al homenaje. Llevan treinta y seis años haciéndolo; pero ahora parece notarse -debiera al menos- cierto hedor e impostura cuando no una abierta infamia. Siempre hay prohombres que mantienen los pies dentro del tiesto. Supone el peaje normal, un garbanzo negro más que se cuela en cualquier cocido. Hasta resultaba ameno preverlo con anterioridad y juzgarlo posteriormente. Constituye un ejercicio de esparcimiento familiar, asimismo social. Me refiero a la Constitución española; esa joven de enigmática naturaleza que ha traído consigo largo periodo de paz y prosperidad, junto a etapas en que surgieron alarmantes zozobras. Desde su deseado nacimiento, cada cual realizó loas o menosprecio a aquel cuerpo diseñado bajo la égida del consenso; al presente desacreditado, puesto en solfa.

A lo largo de casi cuatro decenios, aguanta oscuros vaivenes provocados por individuos con vocación maquiavélica  o sectores inquietos e inquietantes. Cómo olvidar el aprieto, la zancadilla, que le puso un PSOE montaraz, todavía desperezándose de su radicalismo belicoso pese al escamoteo marxista en septiembre de 1979. La expropiación de Rumasa objetó el reglamento constitucional. Trajo, además de la disfunción del Alto Tribunal, la descarnadura efectiva de nuestro soporte legal. Cierto que concurrieron unas circunstancias especiales, pero la verdad consumó un atraco político-financiero. Cómo ignorar aquella frase atribuida a Alfonso Guerra: “Montesquieu ha muerto”. Configura la sibilina metáfora que menoscababa aún más una Constitución que, poco a poco, abandonaba la color, en sutil lirismo clásico. Consumida por presuntas razones de Estado, se ha visto vejada de tiempo en tiempo por diferentes poderes, instituciones y siglas. Algunos airean su desamor fingiendo balbucir un vade retro apenas audible. Son oportunistas que comienzan su falso “evangelio” con frases que llevan incrustada la coletilla: “los demócratas” para obtener carta de naturaleza, cubrir el ego insidioso y disfrazar su herejía. 

Esta joven denostada conforma un pedestal amplio, generoso, sobre el que legitiman su asiento la caterva de estafadores que dicen servirnos. Vanos sirvientes e indignos señores. Por este motivo le rinden una tímida -quizás zalamera- ofrenda que, cual fariseos, extienden al pueblo para que goce virtualmente las mieles de su soberanía. Qué vergüenza, si la tuvieran, y qué indignidad. No solo a la sociedad, también al máximo ordenamiento. ¿Cómo puede ofrecerse impoluta al ciudadano una Constitución permanentemente obviada, maltratada? Solo un cínico ejemplar, paradigmático, puede plantearse tal atrevimiento.

La Constitución no gusta, cada vez menos. Es un sentimiento común de quienes se apoltronan. Visten su repulsa de vetustez, de incapacidad. A la derecha le parece demasiado rígida con los fuertes y flexible en exceso con los débiles. El PSOE pretende que defina un Estado putativo para ahijar diferentes naciones con conductas lascivas, confesas de asimetría libidinosa. Los nacionalismos independentistas no la quieren de ninguna manera, ni siquiera tras diversas sesiones de cirugía plástica. Claman un desaire lunático e insano. UPyD, Ciudadanos, Vox, junto a otras siglas con poca prestancia, la estiman y respetan; ignoro si por atractivo o por pleitesía a las canas. Sea cual sea el motivo, me atrae la segunda opción. Podemos está lejos del matiz y de la reforma profunda. Anhela su extinción porque ella es el mejor signo de la democracia;  una barrera jurídica, un obstáculo para asaltar ese cielo alucinante, para conseguir “su solución última”.

Transcurren fechas de cumpleaños. Las Cámaras -Parlamento y Senado- se abren al pueblo en un paripé relamido e ineludible, una invitación mecánica, una especie de penitencia condonante. Al fin, una impostura a que obliga la concepción democrática para acallar conciencias desalmadas. Consideran privilegio extraordinario lo que debiera ser práctica permanente; ensalzan los gestos simbólicos para omitir la esencia constitutiva. Usurpan un patrimonio sin derecho; un bien del ciudadano, su legítimo dueño y administrador. Por esto no debemos consentir reformas estructurales y profundas. Exijamos, en todo caso, un cumplimiento exquisito de su articulado, punto que ninguna institución cumplió a pesar del juramento o promesa en tal sentido. Demasiado parásito lampedusiano puebla nuestro solar patrio.

Sospecho que nosotros -la sociedad, quienes sufragan el Estado- seguimos prefiriéndola como al principio, incluso ajada y con arrugas. Nacimos con ella a la democracia y nos hemos acostumbrado a sus males. Dudamos, mejor dicho conocemos a los políticos que quieren cambiarla. No nos satisfacen. Ellos sí han de renovarse porque son máximos responsables de la crisis que padecemos en todos los órdenes. Retocar la Constitución es el último remedo para dejar una misma realidad. Evitémoslo. Ellos acarrean los conflictos, no la malquerida.