Permítaseme, aunque sean
tiempos de fe y espiritualidad, que -yo, nada religioso- analice el prosaico fluir
de una vida material cuajada de penas y glorias. Definir política plantea
tantas dificultades como presenta su compleja actividad. Concepto y práctica revelan
cierta vehemencia (no siempre obvia) pero ocultan con cinismo una tosca falta de
ética. Suele decirse que política es el arte o acción por el que una sociedad
libre resuelve los problemas que plantea la convivencia colectiva. Seguramente ese
sea el objeto, pero ambos vocablos, política y práctica, quedan cortos,
confusos, a lo peor yermos, porque nadie quiere atribuirse apéndices o
atributos que pudieran entenderse reseñas rentables e interesadas. Esto les conduce
a arrostrar el rigor hipócrita de lo políticamente correcto, quizás incorrecto
por aflicción, acomodo o incertidumbre.
Decía Tagore: “No es tarea
fácil dirigir a hombres; empujarlos, en cambio, es muy sencillo. Si ya es humillante
someter la palabra a los dictados de quien quiere viciarla, asearla para
legitimar oscuras maniobras resulta amoral e indecoroso. Los partidos que ostentan
el poder desde mil novecientos ochenta y dos, lo vienen haciendo. Son los
únicos culpables del atropello iniciado por aquellas fechas. Se sabe que las
dinámicas sociales raramente se mueven a la velocidad de estímulos más o menos
seductores. Poner la masa en marcha, emplea parecida energía que para luego
frenarla. He aquí la razón de un adoctrinamiento sólido, consistente, sin
sacrificar tiempos ni tácticas oscurantistas.
Algunos vislumbran supuestos,
calificados por el común de oníricas lucubraciones, que los hace víctimas del
presente y del futuro. Mantengo la tesis de que el escenario actual se debe al proceder
del nacionalismo catalán, permitido desde el gobierno central. Sostenemos una
Ley Electoral a medida que permitió, años atrás, cebar poco a poco el engendro que
nos desafía hoy. PSOE y PP impulsaban una política ajustada a intereses
partidarios -aun personales- para lograr un poder de cuotas, de reparto. Quizás
hubiera bastado con modificar la Ley, pero rechazaron tal recurso para no ver
mermadas sus expectativas electorales. Ninguno estaba dispuesto a sustituir el
modelo favorable. Se conformaron con lo “malo conocido” evitando lo “bueno por
conocer”.
Enigma, en su acepción segunda,
significa realidad, suceso o comportamiento que no se alcanza a comprender, o
que difícilmente puede entenderse o interpretarse. Cataluña ahora se ha
convertido en un enigma de consecuencias impredecibles. Conjeturo que el statu
quo internacional desaprobará cualquier iniciativa secesionista porque las
consecuencias pueden traer desequilibrios indeseados, alarmantes. No obstante,
y considerando que “nunca falta un roto para un descosido”, jamás saboreemos un
manjar antes de catarlo. Existen pocas dudas respecto al pronunciamiento de la
UE, pero otros países, sin adscripción, e instituciones con afectos cruzados,
tal vez indefinidos -quién sabe si promiscuos- son capaces de introducir quimeras
donde, objetivamente, la realidad es incontrovertible.
El independentismo queda hipnotizado,
levita, mientras la ONU acepta a trámite una denuncia que interpone Puigdemont “por
vulnerar sus derechos”. Dos cuestiones. No seré yo quien cierre los ojos ante
determinadas resoluciones efectuadas por dicha institución internacional, así
como el papel desempeñado en diferentes conflictos. Pero, ¿puede considerarse
democrática, justa, impoluta, cualquier organización donde cinco países tengan
derecho a veto? Asimismo, admitir a trámite una querella no entraña sin remedio
fallo favorable; simplemente hay indicios a considerar. En el fondo, solo es un
protocolo mecánico.
Menos de veinticuatro horas
después de ser detenido Puigdemont, Cataluña se convirtió en territorio
rebelde, entregado a desórdenes e ilegalidades. La televisión plasmó los
enfrentamientos entre manifestantes y policía autónoma próximos a la Delegación
de Gobierno en Barcelona. Era notable, proverbial, la “inofensiva”, “pacífica”,
agresividad de supuestos CDR (Comités de Defensa de la República). También
cortaron carreteras y vías de especial tránsito. Dichos cortes se sucedieron a
lo largo de varias jornadas con enfrentamientos varios y variopintos. El
espectáculo era deplorable, clarificador y pernicioso para la imagen de
Cataluña. Pregunto qué prioridades defienden estos aguerridos ciudadanos.
Desearía saber el brebaje
dado por Puigdemont a los independentistas para absorberles el seso. ¿Cómo un personajillo
tan incoloro, inodoro e insípido, puede arrebatar mentes y voluntades del
gentío? Son legión quienes tras estos y otros sucesos le siguen aclamando presidente
legítimo. ¿Es posible tanta necedad? Ya lo vemos. Hasta el presidente del
Parlament asegura: “Ningún juez puede perseguir al presidente de todos los
catalanes”. Semejantes manifestaciones tienen porte de morbosa anormalidad. Sin
ton ni son, Sair Domínguez (TV3) dijo: “La república no se construye con
lacitos y manifiestos sino con sangre y fuego” ¿Acaso estas palabras esquivan
el ilícito penal? Mutismo.
Paripé significa
fingimiento, simulación o acto hipócrita. Tal definición casa perfectamente con
la aplicación del artículo ciento cincuenta y cinco; mejor dicho, con la no
aplicación. ¿Qué eficacia se consigue si cesan al presidente, consejeros y a
alguno más apartado por el sistema de pinto, pinto, gorgorito? Han dejado intacta
la infraestructura gubernamental, los mossos y la televisión catalana. Es
decir, un perfecto paripé. Cierto que Rajoy apechuga con una oposición que
defiende a capa y espada las tesis contrarias, incluso contra intereses
nacionales. Pobre Sánchez y pobre PSOE inmersos siempre en el paripé. ¿No haría
mejor dejar que Rajoy se ahogara en su propia salsa? Esta táctica aneja al “no
es no”, hará que el PP (Partido Picaresco) aliente una nueva legislatura.