El
hombre, desde que tiene uso de razón, se hace una pregunta de forma consciente o
inconsciente. ¿Qué es la vida? Tras milenios de honda reflexión sigue sin
encontrar respuestas satisfactorias. Filosofía y literatura intentan acercarse
al enigma, pero solo consiguen circundar el interrogante. Abrigan pocas
probabilidades de vencerlo dejando su entraña al descubierto. Semejante coyuntura
impulsa al individuo a describir diferentes manifestaciones que, siguiendo a
Husserl y su fenomenología, es lo único que consigue apreciar. Surgió así el
teatro y, más tarde, el cine; veneros de una realidad difuminada.
Con
buena lógica, todo ciudadano ansía resolver como sea aquellos aspectos que le
producen sorpresa, inquietud o indignación. Los últimos tiempos vienen repletos
de visiones tremendistas, de intenso desasosiego social, aunque (pese a hechos
recientes) sean casos que proliferan en América. Me refiero a los secuestros donde
-en sus diferentes versiones- surge soberbia la figura del negociador, aliento policial
para familiares. Tanto es así, que de mil novecientos noventa y siete a dos mil
catorce se han realizado cuatro filmes con dicho título: el negociador. Al
crimen, al desorden, se opone el rigor del experto que procura zanjar
situaciones anómalas y delicadas. Constituye la gestión definitiva antes de llegar
a un lamentable final.
De
parecido modo, nuestro país vive hoy cautivo por constantes extravíos
políticos, económicos, mediáticos e institucionales, cuanto menos. No obstante,
por estos lares de histeria político-social, todavía vemos distantes estos personajes
interpuestos pese a cabalistas de chistera o apocalipsis. Necesitamos -diría
sin prisas, pero sin pausas- alguien (individual o colectivo) capaz de
equilibrar, armonizar, tanto guirigay. Me pregunto cómo hemos llegado hasta
aquí y obtengo la misma incertidumbre que introdujo la pregunta del primer
párrafo. Conocemos las consecuencias y tememos los motivos porque se vienen percibiendo
desde siglos atrás. Se dice que hemos cultivado pocos hábitos democráticos. Sin
embargo, en esta ocasión cabe preguntarse si es primero el huevo o la gallina.
Puede que huevo y gallina, sin que sirva de precedente, vayan a la par. Véase,
si no, las sediciones habidas a partir del siglo XIX sin cuajar sistema
democrático alguno.
Cierto:
realidad y percepción difieren, cuando no divergen. Pese a todo, este país ha
llegado a límites inasumibles. Precisa necesariamente, y cuanto antes, algún
árbitro (mediador) que armonice no ya ideas, sino tácticas diferentes. Existe
una patraña general: todos dicen servir al ciudadano, aunque la experiencia
constata lo contrario. Unos más otros menos, cada cual pretende arramblar votos,
incluso de manera nada ortodoxa. Populismo, exceso y quimera, son vocablos
sinónimos sin matiz diferenciador. Siempre es la oposición quien representa el perverso
papel de denuncia, tal vez envolviéndose en hipocresías e impudores indignos.
Me parece un juego demasiado sucio que debiera concluir con una mayoritaria deserción
popular.
El
PP –embriagado, ególatra, tal vez sumiso a un cesarismo inoportuno e
indignante- descubre deficiencias notables. Corrupción y deslealtad al
ciudadano (también a otras siglas y a distinguidos cuadros) hacen de él un
partido bajo sospecha. Se enorgullece de resultados macroeconómicos indiscutibles,
pero le falta cintura social. Miente, por el contrario, quien mantenga que
favorece a empresas o a la gran banca mientras abandona al ciudadano corriente.
Necesita un árbitro, apeado Rajoy, que equilibre los intereses de una élite,
hasta ahora favorecida, con aquellos de una clase media depauperada y que ha
sufrido como nadie los embates de la crisis. Herido de muerte en su
credibilidad, no es fidedigno ni concluyente cualquier escamoteo, aun embestida,
de PSOE o Podemos. Menuda alternativa.
Parece
claro que, en Europa, los partidos liberales y socialdemócratas se diferencian
solo por sus respectivos acrónimos. PP y PSOE sienten en sus carnes tan
arraigada conclusión. Ello crea molestos, amén de desproporcionados, trastornos.
El PP vive rumiando el complejo de ideología fascista, ladinamente atribuida por
la izquierda más o menos ultra. Mientras, el PSOE lo hace con el sacrilegio de
ser considerado neocapitalista, cuya caricatura debe a la extrema izquierda. Ambos
atributos son tan incisivos como falsos. Peca el PSOE que no asume con
naturalidad su ADN capitalista. Me refiero, claro está, al partido actual
ganado insensatamente por el extravío. Sin citar novedades concretas, ni este
PSOE, ni sus líderes sirven a España. Tampoco en la oposición.
Podemos
podría ser el mayor enemigo de los españoles por su vocación camaleónica. Causa
agrado que la sociedad vaya descubriendo su verdadero rostro pese a ser un pueblo
sin criterio ni sentido crítico. Cualquier populismo, incluso invocando honradez,
democracia, ética, feminismo, etc. acaba en el más tiránico totalitarismo,
según Korstanje. Y conocía bien el fenómeno. Esta máxima pone al descubierto
sus falsedades: “Por sus obras los conoceréis”. Si solo vemos la Sexta o la
Cuatro y leemos Público o El Periódico, daremos -presuntamente- un largo paseo
por los Cerros de Úbeda. Descubramos la diferencia entre dichos y hechos; nada
más, ni nada menos.
Ciudadanos,
de momento, exterioriza menos desequilibrios que los otros llamados a gobernar:
PP y PSOE. Cierto que muestra elasticidad en determinados temas. ¿Acaso no lo
hacen los mencionados en momentos clave? Desde mi punto de vista, presenta una
hoja de servicios menos extensa, pero de una pulcritud estimable. Ahora mismo,
ese valor cotiza al alza. Esperemos a ver qué nos depara el futuro. Sea como
fuere, vislumbro que se lo están poniendo en bandeja. Igual que se lo puso
Zapatero a Rajoy en dos mil once y que ha dilapidado neciamente.
Sí,
España está desequilibrada pese a tener una economía que va saliendo del túnel.
Verdad es que la clase media necesita un rescate urgente, aunque el horizonte
micro se muestre remiso. Ahora mismo no se aprecia árbitro que pueda imponer un
equilibrio serio, que satisfaga esa miseria injusta acumulada durante siglos. El
error surgió con liberales y absolutistas para continuarlo después
conservadores y liberales. Con la Segunda República se alcanzó el paroxismo. Quinientos
mil muertos supusieron una terrible penitencia. Ignoro el final a que nos vemos
abocados por falta de sensibilidad con aquel gran colectivo social. Necesitamos
un buen arbitraje, sincero, apacible y eficaz para ganar paz y tranquilidad.
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