Arrancaban los años
cincuenta del pasado siglo –cumplidos yo los siete años, o a punto de hacerlo-
cuando ocurría el siguiente relato. En mi pueblo conquense, de unos novecientos
habitantes, se conformaba (como en otros muchos del territorio nacional) una
falange local. Niños y jóvenes, algo más de un centenar, formábamos los
domingos en la plaza, columna de tres, para ir a misa. Con las banderas
desplegadas, y cantando canciones al uso, ocupábamos el espacio central de la
iglesia. Después, volvíamos a la plaza en castrense formación. A poco, mientras
el resto bajaba luciendo sus mejores galas, terminadas las arengas, de forma
marcial y con tajantes órdenes, rompíamos filas bajo un cariñoso mohín de
nuestros familiares. No todos compartían ese espíritu, pero yo entonces no veía
miradas esquivas, incluso de ira reprimida, a las diversas autoridades llenas
de orgullo un tanto bastardo.
Cantábamos especialmente
“Prietas las filas”. Nos dijeron que era el himno del frente de juventudes.
Pero había otras en las que, de forma usual, se encomiaba la camaradería y la
afinidad de objetivos irrenunciables; también incomprensibles para nuestra
tierna edad. Imperio, unidad, fortaleza, destino universal… configuraban la
esencia semántica de semejantes proclamas épicas. Al principio de los sesenta,
cumplidos los dieciocho años, terminó mi trayectoria en la OJE (Organización
Juvenil Española). Asimismo, jamás me afilié a ningún movimiento, sindicato o
partido; fue suficiente con aquella participación involuntaria. Tampoco nunca
he evocado tan remotos avatares ni los sucesivos. Excuso su naturaleza;
simplemente -como consecuencia de mi temperamento parco, reacio y escéptico- no
me han atraído las organizaciones de índole laboral, social o política.
Ahora, con la distancia,
frialdad y sensatez que dan los años, veo o vislumbro las razones ocultas de
aquellas celebraciones cuasi militares. Acababa de surgir un nuevo gobierno
personalista, sin base ni estructura doctrinal. Franco, basada su legitimidad
en la victoria, creó un sistema cuartelero donde la obediencia jerárquica era
el elemento aglutinador. Si acaso potenciado con la anuencia de pequeños sectores
dispares pero amalgamados por extraños intereses: terratenientes, burgueses,
falangistas, requetés y profesionales liberales. El régimen no gozó del apoyo
de ningún partido prebélico: nacionalismos, CEDA, u otros de orientación
social-cristiana. Franco necesitaba generar esperanza y aspiraciones a los
españoles que, en su conjunto, solo querían paz y seguridad. Huérfanos de
ideología, aquellas canciones que no aportaban nada en su mensaje solemne,
servían de nutrimento cara a un futuro demasiado diluido. El “generalísimo”
sembraba canciones patrióticas e ilusionaba -tal vez no lo lograra totalmente-
con aquellas filas, recias, marciales. Había intentos claros de ensalzar la
nada al futuro ilusionante sin que nadie osara proferir una palabra más alta
que otra. Era un relleno oportuno, inevitable.
Casi ochenta años
después, nos encontramos en parecida situación. Seguimos teniendo un régimen
sin engarce doctrinal. Presuntamente democrático, gobierna una oligarquía
partidaria; en el fondo, un cesarismo recalcitrante. Los cánticos pretéritos,
caducos, se han transformado en actitud vehemente, pragmática. Un modo de vida
que seduce al silencio vergonzoso, al mimo miserable. Hoy el mensaje sordo, sin
notas musicales, se ha convertido en sustancia presente para asegurarse el
futuro. Vemos esas filas -apestadas de dogma y mutismo espurio- prietas,
recias, marciales. Siguen mostrando la misma, a la vez que distinta, necesidad.
Aquella, para nutrir un embrión malformado; esta, para disfrazar de virtud una
realidad viciosa, prostituida, viciada.
El partido que gobierna
marcha al compás de su jefe, con escasa reciedumbre y menos marcialidad. Eso
sí, tan hermanado -al menos tan calmo- como una procesión de viernes santo.
Nadie rompe la disciplina, cada cual se ajusta al papel asignado, porque quien
se mueve no sale en la foto. Al PP le perjudican los errores de Rajoy y la
permisividad, cuando no complacencia, con la corrupción. Cualquier prospección
social, cada vez más negativas electoralmente para el partido, deja inalterable
su trayectoria amén de descartar cambio alguno. Los prohombres del partido ya
ni se alarman. Creen que tiene cintura; asimismo, dominio de tiempos y
estrategia cuando yo sospecho que le falta elasticidad. Sin embargo, esperan,
armados de un fatalismo estático, su caída política inhibidos y paralizados.
Como mucho se apresuran a suavizar los diferentes escenarios, con tan poco tino
que empeoran su maltrecho crédito. Vean, si no, las declaraciones de Rafael
Hernando en relación a las manifestaciones de jubilados: “La pérdida del poder
adquisitivo en este sexenio ha sido una décima”. Las necedades ya no calan,
aburren e incomodan.
Este PSOE de Pedro
Sánchez un tanto destartalado, mustio, urgió apretar filas. Tal necesidad permite
el bloqueo del secretario general frente a los barones que habían propiciado su
caída. Seguramente tan supuesta conjunción, ese marchar al compás de los
militantes, no ha conseguido el carácter marcial deseable. Las grietas
evidentes lo hacen un partido invertebrado, con exiguo futuro. Carecen de
música y de letra; a lo peor, también de sintonía. Siguen, no obstante,
ansiando presidir un régimen roto por ellos al cincuenta por ciento. Con Franco
había, al menos, esperanza; con PP y PSOE solo vemos oscuridad sin penumbra
posibilista. Sus líderes, impidiendo savias nuevas, renuevan un futuro átono,
inaudito, postrado.
¿Qué decir de Podemos? A
priori se trata de la cara infausta (como mínimo) del franquismo, porque este
tuvo que arrimarse al fascismo, pero el frente popular -sosias de la izquierda
extrema y cuajado de asesores comunistas (estalinistas)- llevaba en sus entrañas
el totalitarismo. Esa circunstancia influyó en el curso de la contienda. Cuando
el PSOE huyó definitivamente de la Tercera Internacional, los comunistas
perdieron la guerra. Francia e Inglaterra reconocieron rápido la España de
Franco. Su fracaso vino del hecho inmutable de que España fuera la llave
occidental del Mediterráneo.
En esta coyuntura,
quieren adueñarse de la calle porque los usos democráticos les niega el poder.
Cocinan una propaganda con diversos ingredientes: “poder popular”, “retroceso
de la libertad de expresión”, “referéndum sobre la monarquía”, “homenaje a chequistas
fusilados”. Perfilan los problemas con extraordinaria destreza, pero jamás
proponen soluciones viables. Estos no cantan, piden unas filas prietas, recias,
marciales, Ochenta años después, han llegado tarde.
Espero que PP, PSOE y
Ciudadanos aprendan la lección y -por fin, tras un pacto de Estado- los
españoles podamos vivir en una democracia real, limpia y soberana. Entonemos,
como entonces, un prietas las filas, recias, marciales. No con ansias épicas,
ni de revancha, sino como ilusionante camino hacia un régimen justo y solidario
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