Las últimas informaciones
y comentarios políticos ofrecen dos hechos contrapuestos cara al ciudadano. Uno
trascendente, cual es el abandono de PSOE y Podemos de la Comisión Educativa.
Otro, subrogado, hiperbólico y teñido de folklorismo, pese a justas, lícitas (pero
desdibujadas), demandas feministas. No seré yo quien mengüe o conmute la
miseria económica ni el carácter frustrante de los contratos laborales, de la
terrible coyuntura, conociendo el paño en un familiar muy cercano. Tampoco soslayar
la deuda escalofriante contraída por esta sociedad con las mujeres en múltiples
facetas de la vida. Deuda adquirida desde hace tiempo y jamás reclamada. Es
hora, pues, del reconocimiento pleno, junto al propósito de enmienda, puesto
que este conflicto supera de largo la reparación institucional.
Sospecho que Antonio
Gramsci era más clarividente, tal vez realista, que los líderes del PSOE y Podemos.
Prejuzgo, sin temor a equivocarme, que mucho más de lo demostrado por Ana
García, veterana secretaria general de los estudiantes. Acaso, fuera un poco
más que el colectivo de periodistas indivisas, uniformes, arrastradas probablemente
por un prurito de progresía irreflexiva, torpe, contagiosa e impersonal. La
muchedumbre acude con la mente lavada; vicio higiénico general cuando se
adoptan actitudes maximalistas, beligerantes.
Ambas decisiones -abandono
e impostura espectacular- tan legítimas como de ardua justificación, chocan con
las tesis de Gramsci sobre el bloque hegemónico. Sus reflexiones referentes a infraestructura/superestructura,
como fundamento del poder, merecen considerarse el ABC metodológico de
cualquier adiestramiento revolucionario. Sin embargo, él concebía una
distinción sustantiva, vertebral, entre poder dirigente y poder dominante. Concluía
que este último, a secas, llevaba a un estado dictatorial. Aquí pudiéramos
encontrar la raíz del eslogan: “venceréis, pero no convenceréis”, curiosamente
patrimonializado por la izquierda más o menos ultra.
Ignoro si ese principio
hegemónico ha empujado a PSOE y Podemos a abandonar la mesa del Pacto por la
Educación. Aunque divulguen que el móvil se encuentra en la negativa gubernamental
de aumentar el presupuesto al cinco por ciento del PIB, la verdadera causa, sin
duda alguna, es otra. Creo que la izquierda, siguiendo las tesis de Gramsci,
pretende la total hegemonía cultural, amén del sentimiento religioso y de los
medios. Podemos, una nota al margen, no cuenta. El PSOE, partido imprescindible
ahora y siempre, jamás estará de acuerdo en elaborar un pacto educativo porque
no quiere ceder la praxis que le dificulte alcanzar sus objetivos. Nuestra
experiencia nos enseña que los sistemas educativos en España, desde la Transición,
se aderezaron a voluntad del PSOE. LOCE y LOMCE han sido leyes perfiladas a la
sombra del PP. Aquella, murió antes de nacer; esta, es un simple apéndice de la
LOGSE. El colectivo “cultural” y los púlpitos audiovisuales se nutren de su
mano. Ya conocimos la repercusión que tuvieron tanto “artista” e “intelectual” de
la ceja.
Nadie duda, yo no, de las
justas reivindicaciones de la mujer en diferentes espacios. Es preciso que la
sociedad sea vanguardia para resolver jurídica e institucionalmente ese clamor
de siglos. Pero, sin discusión, una cosa es una cosa y otra es otra. Hemos sido
testigos de declaraciones y actitudes inmoderadas contra quienes -también mujeres-
deseando lo mismo, glosaban formas diferentes. Ansiar un poder dominante,
excluyente, quiebra cualquier argumento o espíritu de concordia. No persiguen conseguir
metas universales, solo escasos réditos políticos; confunden derechos democráticos
con imperio colectivo, cuando no colectivizado. Huelgas y manifestaciones, de
esta guisa, se han convertido en un proceso histórico porque casi todo el mundo
ha engullido la fullería. Seguir la corriente para no quedarse varadas, les
empujó a correr alocadamente tras el señuelo. Cobardía y recelo incluidos, la
esencia del triunfo ha sido una excelente estética, pasajera a fuer de impostada.
Llevamos demasiado tiempo
consintiendo las inclemencias de una sociedad inculta e incívica junto a una
clase política trincona y abusiva. No obstante, el mayor deterioro viene de
unos medios livianos que únicamente buscan la cuenta de resultados. Dije antes
que ellos conforman la conciencia social y es verdad. Casi todo conocimiento, prácticamente
toda información, entra por los oídos. Sin juicio crítico, cualquier sociedad
se cimienta con los medios. Así, crean un estado de opinión sujeto a vaivenes
políticos o financieros. En definitiva, hoy son el opio del pueblo, el mayor factor
de alienación. Constituyen los púlpitos del siglo XXI, mucho más nefastos que aquellos
de antaño. Quien maneje radiotelevisión tiene en su mano la mejor herramienta para
conseguir el botín hegemónico. Lo vivido el día ocho abona la prueba
irrefutable.
Dirigir es valerse de la
superestructura -inteligencia e ideario- para converger diferentes actitudes
orientadas a alcanzar el poder abstracto. Ese ente colectivo arrastra directo
al estado de bienestar, quizás a la paz que es su feudo querido. Dominar, por
el contrario, es utilizar la infraestructura -fuerza de producción- para
someter al individuo cuando se alcanza un poder total.
Educación y presupuesto
no son, sin remedio, magnitudes directamente proporcionales. Por tanto, el
abandono del pacto educativo excusándolo con una falta de presupuesto, indica
un desinterés absoluto hacia la enseñanza porque priman otros intereses. Del
mismo modo, el éxito numérico de las manifestaciones es el triunfo estéril y
olvidadizo de lo estético. Antes, había divergencias irreconciliables entre mujer
y feminismo radical. Ahora, el frentismo es evidente. Politizar es antónimo de
seducir, al igual que dirigir sitúa en el lado opuesto a dominar. La izquierda,
sumergida en el error totalitario, ansía solo dominar.
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