A propósito del confuso
master de Cristina Cifuentes, he oído a Rafael Mayoral decir algo así: Espero
la respuesta de los naranjas de Aznar. El acento era insolente, tramposo. Huérfano
de proyectos netos, propuestas, planes de actuación para conseguir el bienestar
ciudadano, dicho individuo (a la postre aforado y favorecido con sabrosas subvenciones)
pretende desprestigiar al rival. Cierto que los políticos parecen sacados de
aquella cosecha clónica imaginada por Huxley en “Un mundo feliz”. Sin embargo,
hay cumplidas diferencias; sobre todo de estilo. Jamás escuché a nadie -probablemente
pudiera hacerlo con sobrada motivación- mencionar a “los discípulos bermellones
de Maduro” o, el apurado, “los epígonos de Stalin”, verbigracia. Menciono tales
alusiones porque serían el prólogo ideal, inesperado, del epígrafe.
Asimismo, el periódico de
Ignacio Escolar publica pantallazos que abordan un trato de favor hacia la
presidenta de Madrid. Visto lo visto, arrojan pocas dudas sobre extraños
manejos, al menos. Actuar así confirma la existencia, incluso esencia, de una
prensa libre pese a apreciaciones ruines, sectarias, antipatriotas. Además,
debe ser objetiva, ajena a cualquier límite o nutriente maniqueo. Caso
contrario, se convierte en medio inmundo, éticamente pobre, manipulador. Estoy
convencido de que esta señora no es la única isla en el inmenso océano que
constituye tan insólita tropa, según clamó con añadido grosero el conde de
Romanones. Don Ignacio -a lo que se ve- opina que dicha turba o revoltijo se agita
solo en determinadas aguas ideológicas. Salva, a contrario, otras que merecen
su bendición, no sé si urbi et orbe.
“Ad hoc” es una
proposición latina, de uso frecuente, que significa estar especialmente
diseñado para un fin concreto. “Sui géneris”, también de origen latino, en su
primera acepción significa peculiar, que no coincide con lo que designa. A la
segunda acepción le acompañan original, estrafalario.
Democracia ad hoc implicaría,
por tanto, una consideración positiva, digna, hacia el ciudadano. Sin duda, se
refiere a ese sistema genuino dentro de las múltiples formas en que puede
revestirse. Tanto que, desde un punto de vista estricto, no hay ni hubo un español
capaz de garantizar haber vivido democracia de tales características. España vivió
cortos periodos, salvando el actual, en los que el ciudadano tuviera siquiera
el protagonismo protocolario. El primer periodo plenamente democrático llegó
con el advenimiento de la Segunda República donde se aprobó el voto femenino
pese a la negativa del PSOE. Estos cuarenta y tantos años desde la muerte de
Franco, conforman el mayor periodo de liturgia democrática, no de democracia
porque ella encarna derechos no gestos artificiosos, fraudulentos.
Analizando los siglos XIX
y XX, resulta quimérico encontrar un decenio seguido de plenitud liberal. En el
XIX acontecieron al menos ocho pronunciamientos, pasados los veinte primeros
años. Si excluimos los cinco del reinado de Amadeo de Saboya y los veintiséis
borbónicos, calculen cuánto duraron los sistemas democráticos más o menos
reales. El siglo XX trajo cinco años, correspondientes a la Segunda República,
y cuarenta actuales de los que solo cuatro (Suárez) se asemejaron a una
democracia verdadera, aunque vigilada.
Felipe González, supo
aprovechar rencillas políticas a la vez que atormentadas avideces sociales y se
hizo con el poder absoluto. Creo que este fue el inicio de la “democracia ad
hoc”, pero adulterando peyorativamente sus fines. Mataron a Montesquieu,
maniataron los medios e impusieron el inmovilismo: “Quien se mueva no sale en
la foto”. Del Digo pasaron al Diego y promovieron empresas públicas cuyo
objetivo silenciado era intensificar un nepotismo en ciernes. Por necesidades
del guion, empezaron a conceder réditos demasiado onerosos a los nacionalistas,
enmascarado por entonces su ancestral independentismo. Al fondo, podía
apreciarse en ciertas autonomías un afán de consolidar riquezas y transferencias
que, al final, facilitarían -así lo percibe su insano juicio-la segregación definitiva.
El resto del país asumió el papel de hetaira abonando cama y oficio. He aquí el
venero supremacista o preeminente del soberanismo catalán.
En silencio, de forma
sigilosa, vino lo que conocemos. Inadvertidamente se consolidó la “democracia
sui géneris”, esa que es cualquier cosa menos democracia. El ciudadano pasa a
ser contribuyente, siervo fiscal, con apenas derechos (porque son muy caros) más
allá del pataleo. Entre tanto, políticos y afines campan casi impunes henchidos
de privilegios y adscritos a abusos múltiples. Nada nuevo bajo el sol debido a la
pobreza moral e intelectual que despliega tradicionalmente el individuo patrio.
Sometidos a un estilo grotesco, resulta inevitable aquel estigma ambiguo considerado
tópico tiempo atrás: “España es diferente”. Pudiera apreciarse frase panegírica,
pero no; llevaba una carga despectiva con justeza y justicia.
Sin necesidad de escarbar
mucho, nos topamos con miles de muestras que plasman lo dicho. En la cocina
inmediata encontramos sobrados ingredientes tópicos, privativos. El tema
catalán, que antes provocaría vergüenza, se ha convertido en esperpéntico, irrisorio.
Pecan políticos descerebrados, necios, paranoicos. Peca un gobierno
impertérrito, estéril, cobarde, acompañado de una oposición con escasa
legitimidad para albergar tal término. Un país se gestiona por la acción
vertebradora, conjunta, de gobierno y oposición. Aquí no, aquí la oposición
ejerce de Penélope deshaciendo lo tejido con anterioridad. Damos pasos,
gastamos energías, pero no nos movemos.
Ciudadanos y Podemos,
esas siglas que -en propia confesión de Podemos- vienen a limpiar la vida
pública, empiezan a pringar antes de asar. El patio presenta irregularidades
continuadas, extremas. Lo verdaderamente triste, sin restar gravedad a lo expresado,
son los atributos del individuo español: inculto, cándido, necio, irreflexivo….
Esperando el autobús, un señor mayor (tras echar pestes contra Rajoy, la
derecha y -matizando- la izquierda) defendía aguerrido a aquellos dos partidos
inmaculados. Algo ya visto y oído; pasamos de uno a otro extremo sin solución
de continuidad. Aprecié, no obstante, cierta querencia por Podemos. Sirva el
ejemplo como prueba indiscutible, empírica. Este episodio evidencia que nos
hemos ganado con honores esta maldita democracia sui géneris.
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