viernes, 29 de mayo de 2020

CONTRARREVOLUCIONARIOS Y FASCISTAS


Cronológicamente este fue el orden en que leninismo y estalinismo combatieron con saña a quienes se apartaban del camino doctrinal. Aquel movimiento revolucionario y violento -surgido del desviacionismo marxista- empezó a eliminar, política y físicamente, a quienes rebatían sus postulados. Para ello eran acusados de contrarrevolucionarios, cuando probablemente los acusadores asumieran, ellos sí, posiciones contrarias a la auténtica revolución. No debe olvidarse que Marx propiciaba la toma “transitoria” del poder para instaurar un alzamiento social que implantara una organización proletaria a fin de acometer el control colectivo de la producción. El medio, “la transitoriedad” del poder, quedó convertido en fin y los bienes de producción pasaron a manos de una élite política que acaparó poder arbitrario, perpetuo, y riqueza inmoderada. Rusia, único país influyente donde todavía imperaba un absolutismo zarista, era el caldo de cultivo ideal para experimentar las teorías de Marx.  


Quizás fuera Lenin el primero que utilizó los vocablos contrarrevolucionario y saboteador para excusar la vena sanguinaria del bolchevismo. Ciertamente, fueron dogmáticos marxistas quienes iniciaron crueles métodos para purgar a compañeros y rivales dentro o fuera de la propia ideología. A este respecto debemos recordar que Lenin y Mártov fueron compañeros entrañables en el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, luego escindido en mil novecientos tres dando lugar a “bolcheviques” y “mencheviques”; bloques que llevaron su odio a extremos insólitos. Después de su muerte, Stalin acrecentó hasta lo inimaginable la ferocidad con que quiso aniquilar incluso a estrechos colaboradores, llevándolos a deportaciones y fusilamientos masivos. 


No debe extrañar que países con regímenes neomarxistas utilicen parecidos métodos siempre que desean arrinconar a notorios rivales. Cuba o Venezuela constituyen ejemplos contemporáneos. Resulta inverosímil, sin embargo, que individuos acostumbrados a invocar derechos ciudadanos y darse permanentes golpes de pecho “democráticos”, callen (si no respaldan) parecidas aberraciones aplicadas en países -según ellos- de exquisitas libertades ciudadanas. Únicamente desde la primacía moral pueden subirse al púlpito del dogma; ese púlpito común a sendas doctrinas: iglesia y comunismo con similar afán opiáceo y alienante. Se ha mitigado el terror y su conclusión mortal, táctica leninista de sometimiento, porque el contexto internacional lo exige. No obstante, se siguen practicando actuaciones equivalentes.


Las crisis suelen traer transformaciones no siempre decorosas ni favorables para la sociedad. El crack del veintinueve originó en Europa un movimiento sísmico tan atroz que acarrearía trágicas consecuencias. El fascismo italiano y el nazismo alemán produjeron fractura social y quebranto de su normal convivencia. Exasperados por un nacionalismo salvaje, iniciaron diferentes acciones bélicas cuyo rastrojo fueron millones de muertos. A Mussolini y Hitler también les sobrevino la muerte con aquella locura, sin matices, que se adueñó de Europa. Antes, España había terminado su Guerra Civil con un único perdedor, frente a razones tendenciosas: el pueblo español. Unos fueron victoriosos, nunca vencedores; otros fueron derrotados, jamás vencidos. No obstante, se cometieron intencionados despropósitos dialécticos al objeto de encubrir, como siempre, desenfrenos propios. A la cita anticomunista se oponía el clamor antifascista, alejados ambos de añejas colisiones revolucionarias. En tan venturosa coyuntura, Europa tuvo que desterrar aquel clásico y sanguinario epíteto: contrarrevolucionario.


La victoria no lame sus heridas porque, a priori, carece de ellas. Derrota y contusiones aparecen conjuntadas, utilizando como resarcimiento etiquetas que superan cualquier espacio temporal o lógico. Es frecuente la concurrencia del atributo y el exceso; tanto, que al final surge un eslogan espontáneo, mecánico, desubicado. Hoy denominamos facha, fascista u otro adjetivo hostil, a quienes rechazan nuestro credo, sin advertir que señalamos la cara de una moneda bifacial, con cruz. Es decir, invitan a la respuesta pues son pruritos opuestos dotados del mismo ingrediente. Probablemente sea una táctica de marketing o propaganda, ignoro si digna, aunque yo la calificaría -al menos- de endeble, indigente. Desde luego no pueden esperarse gestos brillantes de nuestros políticos, mucho menos con ese aliento botarate que abarrota el Parlamento Nacional. 


Nunca supe quienes constituían el grupo de intelectuales antifascistas durante la contienda civil y una vez terminada. Tampoco descifré por qué razón los que combatían contra Franco antes, durante y después de la Guerra les llamaban combatientes antifascistas. Todos ellos eran comunistas reales o postizos y diría que, por entonces, comunismo, fascismo y nazismo eran sinónimos. Propaganda y manipulación tienen como interés común desdibujar principios o valores para hacerlos atractivos, asimismo repelentes, según afinidades. Hubo individuos conservadores, liberales (en sus diferentes derivaciones) y aristócratas que lucharon contra Franco, aunque todos ocuparon, más o menos voluntariamente, el cobertizo antifascista. Hoy -como siempre, a excepción de aquel embrión creado por Santiago Carrillo con el nombre de eurocomunismo- comunismo y democracia son antagónicos, incompatibles.


Sabemos que los vocablos tienen perfil descarnado, inofensivo, pero tono e intensidad les añaden un fondo ácido y mugriento. Facha o fascista constituyen la expectoración que arrojan individuos (mayoritariamente de izquierdas) dogmáticos, extremistas, sectarios, sin argumentos rigurosos que oponer a eventuales disidentes. Sin este aspecto afrentoso se convierten en vocablos hueros, neutros. Curiosamente, cuando adolecen de insinuante ofensa, el actor pretende expulsar sus propios demonios ubicándolos lejos, como si quisiera evitar una contaminación fatal. Siguen a rajatabla el viejo dicho deportivo: “la mejor defensa es un buen ataque”. Estos individuos gustan mostrar -rápidos e intensos- el componente grosero, de cartón-madera, porque enseguida se queman.


Más allá de acusaciones que son búmeran para esta izquierda demagoga, populista y totalitaria, el gobierno exhibe o permite inquietantes tics totalitarios. Frases, actitudes y hechos lo constatan. Desde “basta ya de tanto viejo decidiendo el futuro” (Iglesias), pasando por “multar con dos mil euros a quien no acepte las multas con resignación” (Grande-Marlasca), hasta “la jueza del 8-M ha abierto una causa general” (atribuida a diferentes miembros del gobierno y partidos coaligados o en simbiosis, que nunca lo sabremos), si queda alguien bienpensante merece un “nobel a la fe”. El broche de oro lo puso (¡cómo no!) el ínclito (saboreen la ironía) Iglesias, a raíz del cambio en la cúpula de la Guardia Civil: “El general que no esté con nosotros, está contra nosotros”. ¿Necesitas más, Sánchez? ¿Enseña o no la patita este comunista? ¿Socialismo es libertad? Como habría dicho Fernando Fernán Gómez, si viviera: “¡Una mierda!”

viernes, 22 de mayo de 2020

¿FANÁTICOS O HOOLIGANS?


Fanático, según el DRAE, se refiere al individuo apasionado y tenazmente desmedido en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas. Conforma un amplio colectivo -no necesariamente iletrado, pero tampoco erudito- que hace de la cátedra mítica fraude truculento. Se mueve bien en aguas turbulentas y fétidas, hábitat que mejor contribuye a su desarrollo futuro. Es verdad que no reniega de ninguna ideología porque el atributo acompaña al individuo desnudo, sin atuendo doctrinal. Tampoco excluye ministerio, actividad o disciplina alguna. Sin embargo, parece encariñarse con quienes mantienen falsa y dogmáticamente una superioridad moral e intelectiva. He ahí el motivo decisorio para asegurar que nuestra izquierda, radical sanchista y podemita muy extrema, se lleva la palma en fanatismo. Cuestión de crédito real o inventado: a gran “ascendiente” corresponde sumo ajuste.


Creo, asimismo, que el mayor fanatismo no proviene de la semilla política, que también, sino del abono orgánico (estiércol) aportado por los medios audiovisuales expertos en implantar una conciencia social ad hoc. Cuando un país acumula polvo en bibliotecas y librerías, cuando la cultura general suena a chino y la política no existe, surge el enjuague televisivo, la farsa democrática siempre corrupta y corruptora. Lo digo con frecuencia: corromper la sociedad es el mayor y más perverso ataque a las libertades ciudadanas, al Estado de Derecho. Constituye, sin duda, la antesala del totalitarismo, ese régimen que tanto gusta glosar al comunismo histórico, inmutable, aterrador. Espero, con muchas dudas y pocas certidumbres, que la juventud sea capaz de discernir pronto, de tantear, el fatuo voluntarismo retórico enfrentándolo a hechos cotidianos realizados por quienes dicen estar al servicio del bienestar ciudadano. Queda solo esta oportunidad para que, a medio plazo, pueda conseguirse una sociedad madura, insensible a patrañas, zarandeos y propagandas.


Considero lógico asentar cierta correlación entre fanatismo e insolidaridad; es decir, el fanático tiene como objetivo único el bien para sí o, a lo sumo, para su grupo. Sería innecesario buscar argumentos novedosos porque llevamos advirtiendo tal marco desde los inicios democráticos. PNV y la desaparecida CyU -partidos fanáticos- han ido optimizando sus respectivos “cortijos” comerciando votos alternativamente con PSOE y PP. Cada nueva transferencia u óbolo recibidos eran mermados al resto de autonomías sin filiación nacionalista, excitando incluso aplausos rastreros, inmundos, de quienes han ido copando el gobierno nacional durante cuarenta años. La pobreza no se genera solo por variables térmicas o rasgos expeditivos, sino que intervienen concluyentemente otros factores exógenos. Resultaría ocioso referir qué Comunidades arrastran deficiencias pecuniarias y competenciales, es archisabido. No obstante, resulta más rápido y oportuno señalar cuáles reciben (y han recibido en siglos) asiduo afecto gubernamental.


Hemos presenciado -una vez más- el extraordinario nivel de fanatismo, puro y mezclado con grandes dosis de insolidaridad, que abarrota nuestro Congreso. Desdeño banalidades y lugares comunes (recreaciones mágicas, sandeces) afectas a protagonistas diversos, pero tercos en contenidos monótonos, equivalentes. Algún fanático bufo, histriónico, abandona el hemiciclo siempre que su “escrúpulo democrático” le impide escuchar opiniones discordantes, “fascistas”. Luego vuelve al redil para despacharse a gusto con formas pintorescas, presuntamente mafiosas. Tal metodología constituye el apéndice putrefacto de los bloques generados por aquella Ley de Memoria Histórica cuyo objetivo, entre otros, fue difuminar la inutilidad hecha presidente. Este escenario hace imposible regenerar el centro político, fracasado anteriormente cuando la coyuntura era propicia. Arrimadas se ha equivocado y contemplará, casi seguro, cómo sucumbe Ciudadanos. Queda por ocupar, no se olvide, el espacio socialdemócrata.  


La pandemia ha traído una situación especial, preocupante. El fortalecimiento del Estado (estatismo) lleva aparejada la debilidad social y, como consecuencia lógica, pérdida del status democrático y de libertades avistando un totalitarismo encubierto. Primero por la indeterminada duración del Estado de Alarma -más allá de cualquier indispensable servidumbre sanitaria- y segundo el embozo de este como Estado de Excepción al advertir la fiscalía ante cuantiosos impedimentos: “El Estado de Alarma no justifica por sí mismo la prohibición de una reunión o manifestación”.


 Aparte estos rasgos de fanatismo gubernamental, algunos se empeñan en personalizarlos sin hallar ningún porqué salvo congraciarse con el poder. Joaquín Bosch, juez al que honro por huir del lodo político, escribió un artículo contra los manifestantes madrileños adobándolo con fanatismo histórico y clasista pueril que evidencia cierto desdén a la imparcialidad. Una jueza más impulsiva, o menos dotada, imputa a los vecinos de Núñez de Balboa de pretender aniquilar la democracia. Me avergüenza mencionar los argumentos esgrimidos por Rafael Simancas, paradigma del fanático, sobre muertos por coronavirus y Comunidad de Madrid o el caso reciente del pacto PSOE, Podemos, Bildu, para derogar íntegramente la reforma laboral, y PP. ¡Necio! Tal vez, vulgar “listillo”. 


Hooligan es un hincha británico de comportamiento violento y agresivo. Salvando distancias geográficas y deportivas, a la vez que ampliamos el concepto, en política también hay hooligans agresivos, al menos dialécticamente. ¡Qué decir de Enrique Santiago, vicepresidente de la comisión para la reconstrucción social y económica, cuando dice: “Si hubiera un proceso revolucionario iría a Zarzuela a por el rey”! ¡Y de Rodríguez Ibarra al acusar a quienes se manifiestan contra Sánchez “de matar con su saliva cargada de veneno”! A veces, en la saliva real o metafórica, hay elementos infecciosos más dañinos que el coronavirus porque muchas palabras producen más muertes y mayor ruina. Además, estos dos casos expuestos conforman una mínima parte del conjunto excluyendo, por otro lado, los realmente nocivos si bien con menor delirio retórico. Sin concretar ejemplos, el avezado lector completaría mínimo diez.


Aunque parezca disparatado, estamos llegando a situaciones potencialmente graves. Aquel hooliganismo romántico deportivo, incluso quijotesco y consentido de la utopía izquierdista, antisistema, ha sobrevenido en enfrentamiento crematístico donde cada grupo salvaguarda su beneficio. Ahora sobresalen, hostigan, sendos intereses de última hora, producto de la crisis, insólitos. Estos -infortunados, vagos o maltratados por el azar- defienden el subsidio, aquellos (burgueses, pensionistas, trabajadores, parados, gente con familia consolidada) defienden su patrimonio. El gobierno social-comunista ha activado a una turba hastiada mientras él queda al margen de miradas inquisidoras. Inteligente plan si no olvidara toda lección pretérita. Revivir revoluciones significa dar oportunidades a la Historia para repetir, en todas sus contingencias, hechos vividos, despreciados, y que algunos, con vana esperanza, quieren restaurar absurda e inquietamente.

viernes, 15 de mayo de 2020

EXPRIMIR EL LIMÓN


Este dicho, con el tiempo, iba perdiendo querencia y dinamismo. Hoy vuelve a ganar impulso, lozanía; tanto, que ni siquiera lo tuvo muchos decenios atrás. Recuerdo -en mis años infantiles- el uso frecuente del mismo, pero entonces escaseaban los limones y allí, ya enjutos, apenas contenían jugo. No obstante, con mayor o menor empaque, siempre conservó un significado similar: Aprovecharse sin límite ni estética de una situación ventajosa; a veces, incluso traspasando sutilezas presuntamente ilegales. Desde luego, tal lucro carece de patrimonio concreto, específico, asignado. Su prevalencia, empañada por apriorismos maniqueos, parece inclinarse hacia las dictaduras; paraje, perfil, establecido y terminante. Luego, se advierte que intereses múltiples o divergencias unilaterales e imperecederas ponen en cuestión lo que, a primera vista, pareciera indiscutible. Es decir, cualquier régimen de forma más o menos notoria (consecuente con el talante que aparenta representar, sin exclusivismos) proyecta exprimir al ciudadano hasta extremos insólitos.


Noam Chomsky, fuera de cualquier extremismo y autoproclamado socialista libertario, en los diálogos que mantuvo con Michel Foucault sobre Justicia y Poder, mantenía: “Lo fundamental de la naturaleza humana es la creatividad libre; por tanto, una sociedad decente debe llevar al máximo esta característica”. A renglón seguido insiste taxativo: “El poder no implica justicia y tampoco lo correcto; por tanto, lo que pudiera definir como desobediencia civil podría no serlo por error del propio Estado”. Estas consideraciones debieran hacer recapacitar a aquellos que se desgañitan proclamando cierta fruición por los principios democráticos y por La Declaración Universal de Derechos Humanos. Luego llegan al gobierno y sacan a relucir un inmanente talante tiránico, autoritario, agazapados tras máscaras deformadoras, caricaturescas. Tal vez sea la única forma de descubrir, tamizando dichas etiquetas, sus auténticas pasiones. Observemos nuestro presente más inmediato; al mínimo y legítimo plante social oponen una profunda reacción estatista, con evidentes destellos antidemocráticos. 


Muchos españoles solo conocen la democracia como sistema de referencia guardando, asimismo, demasiadas parvedades político-sociales. Manifiestan gran apatía porque el pretérito ni lo conocen ni les importa, languidecen asediados por un presente desabrido y sienten dudas, quizás angustia, ante ese futuro que deviene turbador. Como suele decirse “llegaron con el pan bajo el sobaco” y, sin ton ni son, el azar y un gobierno deleznable nos ha metido a todos -básicamente a ellos- en un laberinto sin salida perceptible. Confrontando experiencias propias con lo oído sobre franquismo a padres y abuelos, sacan de forma intuitiva parecida conclusión que Charles Bukowski: “La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes”. Si el gobierno prosigue su quehacer sanitario, social y económico bajo la perspectiva rentista, sumado al instinto farsante, desmedido e irracional, provocará una reacción dogmática, fundamentalista, de consecuencias fácilmente predecibles.


Sánchez está exprimiendo demasiado el limón o, si lo prefieren, estira la cuerda hasta poner en peligro una elasticidad insólita, inesperada. Empezamos a entrever núcleos de saturación ciudadana debatiendo potestades cívicas con fuerzas de orden público. La divisoria queda marcada por derechos y justicia individuales (aun colectivos) de un extremo; mientras, el otro compendia oscuras órdenes emanadas del escalafón jerárquico. Al final, tomando aquellas palabras de Plauto, el pueblo -una vez perdida toda pusilanimidad- dirá a su tirano/lobo: “Tu peor error fue creer que yo también era una de tus ovejas”. Las dinámicas sociales, al menos en este país, son lentas pero empecinadas; cuando inician la marcha es difícil frenarlas. Se observa, además, una eventualidad que añade un plus singular: abundante presencia de gente joven interesada en cambiar litrona por exigencia. ¡Ah!, y no creo que el poder ahora cuente con un nuevo Podemos para darles otro timo del tocomocho. Juventud y rigor pueden ser perfectamente compatibles.


Renacen, si acaso concluyeron, los tiempos de picaresca asimilados únicamente en los métodos y objetivos, que no en el hábitat de los personajes. Antes, cinco siglos atrás, se mezclaban hidalgos de tercera fila, humanistas impostores, artesanos y bribones, conformando un club variopinto que vivía a salto de mata. Llegaron a representar una muchedumbre, aparte de novelada, significativa. Hoy, sin el ocioso boato literario, sin tanta mezcolanza clasista, existen individuos -huérfanos del ADN típico, diferenciado- con el mismo aliento transgresor. Intelectualmente menguados, en general, y faltos de currículums donde cuajen excelencia y mesura, ocupan instituciones desprestigiadas, profanadas, por la vileza política imperante. Estos gestores insalubres, contraproducentes, mercenarios, quieren perpetuarse en el poder (consolidando los arrabales de la Ley) al tiempo que camuflan, a veces ni se molestan, regresiones democráticas cuando pretenden impedir legítimas objeciones populares. Los viejos pícaros fueron siempre indigentes, estos de ahora viven prósperos encaramados a la miseria moral. 


Sánchez lleva exprimiendo el limón desde las primeras castañas, como dirían en mi pueblo conquense. Ahora -seca hasta la piel- incluso pretende obtener zumo, ¡qué más da cuál!, sin cambiar de limón. El próximo miércoles pedirá al Congreso otra prórroga, pero esta vez será de un mes para dormir tranquilo, si le deja Iglesias, hasta finales de junio. Desea evitar soponcios cada quincena cuando comparte yugo con la máquina de perpetrarlos. Unidas Podemos se ha adueñado del exprimidor, aunque maliciosamente deja al insensato que cargue con su ejecutoria. Así, el altanero y anodino presidente desplegará ese característico ego estúpido; mientras, se verá envuelto en las redes populistas de sus asociados. Irene Montero, hace unos días, vaticinó (o indujo a ello) “una salida antifascista de la crisis”. Ignoro qué medidas apadrinarán los exégetas monclovitas ante este jeroglífico indigesto.


Sabemos que todo proceso se supedita a estadios adventicios, indeseados, difíciles de resolver por falta de aptitud o imponderables que escapan al control. La crisis sanitaria del coronavirus ha venido acompañada de una real, económica, y otra añadida, de libertades. Descarto imprevisión, falta de medios para personal sanitario, ocultaciones, mentiras, incluso el dolor terrible (ya se verá si delictivo) porque ha afectado a una mínima parte de la sociedad. Además, de esta saldremos y el gobierno también, aunque muy tocado. Sin embargo, el Estado de alarma -utilización liberticida del mismo- sumado a la crisis económica, galopante y letal, persistirán en el balance colectivo. Pronto, este sanchismo nulo y su aparejo serán un agujero negro que engullirá toda sigla que se encuentre próxima (PNV, JxCat, ERC o Ciudadanos), arrastrándola consigo al sumidero político. Unos, rumian: “dame pan y dime tonto”; otros, lo van madurando. Entretanto, como cantaba Silvana di Lorenzo, palabras, palabras, palabras.

viernes, 8 de mayo de 2020

LINGÜÍSTICA POLÍTICA


El martes presencié la parte nuclear del debate que terminó por aprobar un cuarto estado de alarma. Como siempre, percibí esa falsa hegemonía moral e intelectual que, de forma exclusiva, se atribuye la izquierda. Contra esta corrupción del conocimiento social al socaire de aquel rotulo postizo, se impone una técnica eminentemente pedagógica. Ante la penuria ideológica de la izquierda -no socialdemócrata- en el marco capitalista europeo, se ha impuesto esta política de bloques para (regulando las emociones) obtener réditos electorales. En España, dicha estrategia ha conseguido un desarrollo inusitado, eficaz, lucrativo, ante la ininteligible candidez de una derecha siempre humillada al trapo. Debe abandonar “el tú más” para rebatir discursos postizos con esa humildad que conlleva reconocer errores y ratificar rigurosos compromisos para subsanarlos. Si quiere convencer, apartar insidias, conseguir el poder, la derecha tiene que “explicar, enseñar” su proyecto sin complejos ni miedos y “dejar las cuentas claras” cuando sea atacada.


Casado y Arrimadas deben exponer, rigurosa e insistentemente, las incoherencias de quienes dicen A y obran Z. Pero necesitan algo imprescindible: dar ejemplo. No menciono a Abascal porque él ya lo hace. De momento, los dos primeros (desde mi punto de vista) han cometido sendos errores. Casado, después del chorreo argumental para no apoyar el cuarto estado de alarma, debiera haberse inclinado por el NO. Le ha pesado excesivamente el voto negativo de Vox ante la futura implicación que esa izquierda medio extrema -sanchismo- y extremísima (Podemos) le hubiera imputado. Un partido de gobierno se obliga a mostrar consistencia, entereza y no indefinición. Arrimadas ha empezado con mal pie. Si sigue esta trayectoria le auguro otro fracaso, ahora definitivo. 


Sánchez es un aventurero temerario, audaz. Su máxima transita, seguramente, por el dicho popular: “De perdidos al río”. Juega fuerte -al todo o nada- y le sale bien porque lo hace con capital ajeno. Empezó con nada y por ello nada puede perder. Como mucho se quedaría en la casilla de salida, pero con asignación pecuniaria. Sabe que no ha conseguido La Moncloa y la desea por tiempo indefinido. El coronavirus ha demostrado su absoluta incapacidad, pero lo superará confinando a todo el país, poniéndolo a su servicio y auxilio. La cuarta prórroga era para él imprescindible porque, en este desastre sanitario y económico, ya le quedan pocos balones que echar fuera. Contará con unos u otros hasta encontrar la salida que le permita saldar esta pandemia como éxito propio, extraordinario; ayudado, claro está, por los medios audiovisuales generosamente subvencionados. La vinculación ERTEs y Estado de Alarma supone otra trampa burda de Sánchez que ha venido bien, como excusa, a PP y Ciudadanos.


Pero concretemos vocablos de uso inexacto cuando no pervertido. Confinar significa recluir a alguien dentro de límites, cuando es “alternativa sanitaria a falta de mascarillas, test y otros accesorios anti pandemias”. Suelen utilizarla de forma rigurosa, plena, países donde los políticos son salvajemente desprevenidos, torpes, desaprensivos; es decir, salvo error u omisión, solo España. Luego, tras dos meses, manifiestan que esta medida (sacrificio para todo individuo y economía) da los resultados previstos. ¿Vais de guasa? Política se refiere a arte con que se emplean los medios para alcanzar un fin, pero deriva en “artimaña emotiva que utilizan abundantes indocumentados para vivir del cuento”. Muchos han prometido dejarla tras un tiempo prudencial y estoy convencido de que se jubilarán políticos. Rufián, verbigracia, aseguró que en dieciocho meses dejaría su acta de diputado para irse a la república catalana. Era diciembre de dos mil quince y las Cortes se constituyeron en enero de dos mil dieciséis. Todavía, “y lo que te rondaré morena”, pulula por el Parlamento español. 


Quizás el vocablo más manipulado, sobre todo por la izquierda totalitaria, sea democracia. Democracia encarna una forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos. Después del espejismo fanático se imponen los hechos y la realidad: Deporte social convocado cada cuatro años, en condiciones normales, cuya aportación consiste en introducir una papeleta -en urna prescrita- al objeto de elegir un partido que te representa segundos y olvida hasta la próxima convocatoria. Evidentemente lo de “poder político ejercido por los ciudadanos” consiste en puro aporte retórico. Delito político es el que establecen los sistemas autoritarios en defensa de su propio régimen. Comprobamos, asimismo, que también en democracias extrañas, de frontispicio, tácita o expresamente, retoman similares (aunque renombrados) delitos o diseños para preservar intereses oscuros y espurios, cuando no pisoteando derechos individuales. Si se diera tal rasgo, democracia y dictadura serían sinónimos. ¿Está claro?


Tal vez el mayor asenso social se halle en la palabra verdad, esa que Platón identificaba con la belleza capaz de arrebatar lo egregio al individuo, incluyendo un alto distingo ético. Verdad indica conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Hoy, no obstante, farsas, trapicheos, corrupciones, mentiras puras y duras, revestidos todos ellos con sayos que pintarrajean -o lo pretenden- una realidad inverosímil, distorsionada, tienen el objetivo de influir en la sociedad para motivarla a determinados fines. Ahora, mentira ha sufrido un cambio eufemístico: posverdad. No saben ya qué innovar para ocultar tanta argucia. Existe un segundo vocablo muy evocado por estos políticos que aguantamos y sufrimos: trabajo. Trabajo, en su acepción sexta, significa esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza, en contraposición a capital. De las doce acepciones, este gobierno social-comunista tiene especial afecto a esta porque cuelan la fábula de la hormiga (ellos) y la cigarra (oposición). Eso sí, nuestros políticos, al menos poco activos, no pierden de ojo el capital. ¡Hasta ahí podíamos llegar! 


Termino con dos vocablos básicos: capitalismo y comunismo. Capitalismo es sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad de mercado. Constituye el sistema ideal, pues exige una sociedad necesariamente libre y economía saneada para evitar su desaparición. A su sombra, y como efectos colaterales, aparecen democracias aparentes cuyos coautores las reprueban maliciosamente porque quieren ser los dueños y señores de su alternativa. Ayer se dio un viernes excepción porque el acuerdo sobre los ERTEs del gobierno con el “capitalismo empresarial” ha merecido el aplauso incluso del comunismo más rancio. Todo vale si nos beneficia, deben pensar. Comunismo es el sistema político basado en la lucha de clases y en la supresión de la propiedad privada de los medios de producción. Conforma, sin rodeos, capitalismos de Estado, dictaduras, que precisan sociedades tiranizadas. El capital lo atesoran las élites gobernantes, mientras viven con holganza sus afines; el resto padece esclavitud, miseria y olvido porque acaban siendo innecesarios. Analicemos la Historia y nuestra propia experiencia. Juzguemos detenidamente mensajes y maneras, dichos y hechos. 


Madrid es ya fijación, una china molesta en el zapato de la izquierda política y mediática.       

viernes, 1 de mayo de 2020

ÉLITES ADVENEDIZAS VERSUS LIBERTAD DE EXPRESIÓN


No necesito convencer a nadie, supongo, de que el bien más preciado en una sociedad clarividente, segura y moderna es la democracia. Dicho sistema suele ocasionar sinsabores varios hasta darle consistencia, no exenta de inseguridades. Como toda entidad, precisa mecanismos autónomos, independientes, compensadores, que al agregarse conformen un todo operativo, rentable, para una colectividad que busca compostura, paz y (a través de ellas) felicidad. Sin embargo, resulta complejo, difícil, conseguir el espíritu; la apariencia se puede obtener de oficio. Democracia presupone, etimológicamente, gobierno del pueblo, de la multitud, a quien debe someterse cualquier élite o lobby. Pese a esto, en nuestro país, venimos observando desde sus inicios que la soberanía popular desfallece sometida a diversos avasallamientos elitistas. Aplaca eso sí, incluso con algunas juntas herrumbrosas, un sinfín de afectos larvados.


Una democracia real, exacta, justa, queda constituida por tres poderes no solo autónomos sino equilibradores: judicial, legislativo y ejecutivo. Utilizaré la inferencia empírica para argumentar mi tesis encaminada a exponer esta orfandad democrática que padecemos desde los primeros años de la Transición. El primer indicio vino a consecuencia de la oscura expropiación de Rumasa en mil novecientos ochenta y tres. Recurrida al Tribunal Constitucional por Ruiz Mateos, el voto cualitativo del presidente permitió al gobierno resurgir indemne. Trasvasar bienes expropiados a su privatización posterior costó al erario casi un billón de pesetas. Aquí empezaron los “chiringuitos”. En mil novecientos ochenta y cinco Alfonso Guerra reformó la Ley del Poder Judicial sometiéndolo a vaivenes políticos al compás de aquella famosa frase: “Montesquieu ha muerto”. El poder judicial quedaba sometido a perversión gubernativa. Mutis total. Empezamos un infecto atajo de corrupción que ha conducido a este escenario actual.


Hago un estruendoso silencio sobre miles de millones derrochados -pitanza ignota incluida- durante la Exposición de Sevilla en mil novecientos noventa y dos. Más tarde, el Caso Filesa (mil doscientos millones de pesetas) demostró la financiación ilegal del PSOE. Cuando llegó al gobierno el PP y Aznar, mil novecientos noventa y seis, consintieron aquella vieja trayectoria iniciada con el PSOE. Diría, incluso, que usaron un silencio cómplice, si no colaborador, para tapar los excesos socialistas cometidos durante cuatro legislaturas. Este cobijo, reafirma la anormalidad democrática que veníamos sufriendo casi desde su inicio. Zapatero, inepto formidable, llegó al poder tras aprovechar vilmente la ilógica terrorista. Planeó, como actividad espectacular, un antagonismo social cuya colisión permanente impedirá -durante generaciones- vertebrar el país y conseguir cotas notables de prosperidad. Tuvo que irse dejando España arruinada.


Rajoy constituiría la última esperanza de una nación inerme, desencantada. Trajo, por el contrario, decepción traumatizante, incumplimientos e inobservancias espurias, punibles, que la propaganda izquierdista tornó imperdonables. Hizo mella “el partido más corrupto de Europa”, eslogan argamasa para gestar una comunión antinatural, retorcida, catastrófica. Así ascendió al poder Sánchez, la mentira hecha hombre político. Luego, tras tragicómicas escenas y nuevas elecciones, se encadenaron dos perdedores para constituir un gobierno falaz e inútil donde la propaganda se asienta como única sustancia perceptible. Quedan aspavientos vanos aderezados de demagogia, onirismo y retórica. El ejecutivo, asimismo, está sometido a dos ególatras insolubles, esperpénticos, que generan vasallos, rebaños lacayunos, necesarios para proveer sus egos ilimitados. Ello, al socaire de un proletariado insulso y una oposición inhibida, roma. Maduremos las palabras de Feuerbach: “El hombre mediocre siempre pesa bien, pero su balanza es falsa”.


Llegados a este punto, debiera parecernos antitéticos el sistema democrático y las élites parasitarias que asoman a su alrededor. ¿Contarán solo países que sean auténticamente democráticos? Seguro, porque en estos lares abunda esa especie contrahecha que enfanga la concordia. Las democracias auténticas, legítimas, garantizan una exquisita división de poderes: judicial, legislativo y ejecutivo. Ahora mismo soportamos un gobierno absurdo, inservible, que ampara castas muy definidas, élites insolventes, cuya existencia (por encima de cualquier esfuerzo intelectual) se fundamenta en crispar cualquier tentativa concomitante. Este ejecutivo sometido -igual que España hasta que surja un movimiento liberador- a dos ególatras estúpidos y neuróticos, pone a prueba, me temo, al ciudadano con intenciones sombrías. De momento, esa manida libertad de expresión -siempre acotada legalmente- sufre vaivenes arbitrarios y hediondos.   


Debe ser muy lerdo el que ignore la vergonzosa persecución del gobierno a quienes aireen sus deficiencias o desmanes. Constituye una censura sibilina, perceptiva, autorregulada; sosias de aquella franquista, pero recubierta a modo del sistema y tutelada por medios audiovisuales con nula ortodoxia deontológica. Sacia el triunfo de la hegemonía gramsciana en su máximo esplendor y rédito. Baste un ejemplo. Tiempo atrás, una señora perteneciente a la casta de UP fue juzgada y condenada a diecinueve meses de prisión. Iglesias, raudo, descalificó la sentencia: “Me invade una enorme sensación de injusticia”. En el colmo del cinismo dijo: “Quien quiera poner una mordaza a los españoles creo que piensa que vive en un Estado Autoritario”. ¡Manda huevos!, que diría aquel. Como plaga, destacados palmeros salieron enseguida certificando tales palabras. 


Aparte esos medios que todos ustedes piensan, amigos lectores, eximios juristas con determinado pelaje, agredieron (desde mi punto de vista) el Sistema Democrático cargando contra el CGPJ por la protesta institucional que trasladó a Iglesias ante las improcedentes críticas de este. “Interferencia inadmisible en un Estado de derecho”, dijeron al unísono con la preeminencia que les otorgaba ser expertos en leyes. Conocer la Ley, señores, no faculta a hablar ex cátedra, menos a causar derechos y libertades inmanentes al individuo, así como tampoco a cuestionar fundamentos sociales que deben protegerse para evitar veleidades, servidumbre o tiranías. La Ley imparte justicia y su requerimiento debe hacerse siempre, aunque otra libertad de expresión irrite al contrincante o refractario, a adheridos y correligionarios. ¿Por qué silenciaron los claros intentos del gobierno por acallar informaciones y “bulos” supuestamente perjudiciales? ¡Callen!, no respondan; advertimos la respuesta.


Alguien opinó que las invectivas al CGPJ no las expuso el vicepresidente segundo del gobierno sino el presidente de UP. Este nuevo quimerismo diluye la simpleza de la señora Calvo porque ya tiene émulos, competidores. A propósito: “No es mi caso, pero puede haber gente que piense que Lesmes opera como actor de la derecha”, dijo el inefable Iglesias. Con análogo guion, digo: “No es mi caso, pero puede haber gente que piense que Iglesias pretende implantar en España una dictadura comunista”. “A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan”. Chesterton.