Fanático, según el DRAE,
se refiere al individuo apasionado y tenazmente desmedido en la defensa de
creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas. Conforma un amplio
colectivo -no necesariamente iletrado, pero tampoco erudito- que hace de la cátedra
mítica fraude truculento. Se mueve bien en aguas turbulentas y fétidas, hábitat
que mejor contribuye a su desarrollo futuro. Es verdad que no reniega de ninguna
ideología porque el atributo acompaña al individuo desnudo, sin atuendo doctrinal.
Tampoco excluye ministerio, actividad o disciplina alguna. Sin embargo, parece encariñarse
con quienes mantienen falsa y dogmáticamente una superioridad moral e
intelectiva. He ahí el motivo decisorio para asegurar que nuestra izquierda,
radical sanchista y podemita muy extrema, se lleva la palma en fanatismo.
Cuestión de crédito real o inventado: a gran “ascendiente” corresponde sumo ajuste.
Creo, asimismo, que el
mayor fanatismo no proviene de la semilla política, que también, sino del abono
orgánico (estiércol) aportado por los medios audiovisuales expertos en implantar
una conciencia social ad hoc. Cuando un país acumula polvo en bibliotecas y
librerías, cuando la cultura general suena a chino y la política no existe,
surge el enjuague televisivo, la farsa democrática siempre corrupta y
corruptora. Lo digo con frecuencia: corromper la sociedad es el mayor y más
perverso ataque a las libertades ciudadanas, al Estado de Derecho. Constituye, sin
duda, la antesala del totalitarismo, ese régimen que tanto gusta glosar al
comunismo histórico, inmutable, aterrador. Espero, con muchas dudas y pocas
certidumbres, que la juventud sea capaz de discernir pronto, de tantear, el fatuo
voluntarismo retórico enfrentándolo a hechos cotidianos realizados por quienes
dicen estar al servicio del bienestar ciudadano. Queda solo esta oportunidad
para que, a medio plazo, pueda conseguirse una sociedad madura, insensible a patrañas,
zarandeos y propagandas.
Considero lógico asentar cierta
correlación entre fanatismo e insolidaridad; es decir, el fanático tiene como objetivo
único el bien para sí o, a lo sumo, para su grupo. Sería innecesario buscar
argumentos novedosos porque llevamos advirtiendo tal marco desde los inicios
democráticos. PNV y la desaparecida CyU -partidos fanáticos- han ido optimizando
sus respectivos “cortijos” comerciando votos alternativamente con PSOE y PP.
Cada nueva transferencia u óbolo recibidos eran mermados al resto de autonomías
sin filiación nacionalista, excitando incluso aplausos rastreros, inmundos, de quienes
han ido copando el gobierno nacional durante cuarenta años. La pobreza no se
genera solo por variables térmicas o rasgos expeditivos, sino que intervienen concluyentemente
otros factores exógenos. Resultaría ocioso referir qué Comunidades arrastran deficiencias
pecuniarias y competenciales, es archisabido. No obstante, resulta más rápido y
oportuno señalar cuáles reciben (y han recibido en siglos) asiduo afecto gubernamental.
Hemos presenciado -una
vez más- el extraordinario nivel de fanatismo, puro y mezclado con grandes
dosis de insolidaridad, que abarrota nuestro Congreso. Desdeño banalidades y
lugares comunes (recreaciones mágicas, sandeces) afectas a protagonistas
diversos, pero tercos en contenidos monótonos, equivalentes. Algún fanático bufo,
histriónico, abandona el hemiciclo siempre que su “escrúpulo democrático” le
impide escuchar opiniones discordantes, “fascistas”. Luego vuelve al redil para
despacharse a gusto con formas pintorescas, presuntamente mafiosas. Tal
metodología constituye el apéndice putrefacto de los bloques generados por
aquella Ley de Memoria Histórica cuyo objetivo, entre otros, fue difuminar la
inutilidad hecha presidente. Este escenario hace imposible regenerar el centro
político, fracasado anteriormente cuando la coyuntura era propicia. Arrimadas
se ha equivocado y contemplará, casi seguro, cómo sucumbe Ciudadanos. Queda por
ocupar, no se olvide, el espacio socialdemócrata.
La pandemia ha traído una
situación especial, preocupante. El fortalecimiento del Estado (estatismo) lleva
aparejada la debilidad social y, como consecuencia lógica, pérdida del status
democrático y de libertades avistando un totalitarismo encubierto. Primero por
la indeterminada duración del Estado de Alarma -más allá de cualquier indispensable
servidumbre sanitaria- y segundo el embozo de este como Estado de Excepción al advertir
la fiscalía ante cuantiosos impedimentos: “El Estado de Alarma no justifica por
sí mismo la prohibición de una reunión o manifestación”.
Aparte estos rasgos de fanatismo
gubernamental, algunos se empeñan en personalizarlos sin hallar ningún porqué
salvo congraciarse con el poder. Joaquín Bosch, juez al que honro por huir del lodo
político, escribió un artículo contra los manifestantes madrileños adobándolo con
fanatismo histórico y clasista pueril que evidencia cierto desdén a la imparcialidad.
Una jueza más impulsiva, o menos dotada, imputa a los vecinos de Núñez de
Balboa de pretender aniquilar la democracia. Me avergüenza mencionar los argumentos
esgrimidos por Rafael Simancas, paradigma del fanático, sobre muertos por
coronavirus y Comunidad de Madrid o el caso reciente del pacto PSOE, Podemos,
Bildu, para derogar íntegramente la reforma laboral, y PP. ¡Necio! Tal vez, vulgar
“listillo”.
Hooligan es un hincha
británico de comportamiento violento y agresivo. Salvando distancias
geográficas y deportivas, a la vez que ampliamos el concepto, en política
también hay hooligans agresivos, al menos dialécticamente. ¡Qué decir de
Enrique Santiago, vicepresidente de la comisión para la reconstrucción social y
económica, cuando dice: “Si hubiera un proceso revolucionario iría a Zarzuela a
por el rey”! ¡Y de Rodríguez Ibarra al acusar a quienes se manifiestan contra Sánchez
“de matar con su saliva cargada de veneno”! A veces, en la saliva real o
metafórica, hay elementos infecciosos más dañinos que el coronavirus porque
muchas palabras producen más muertes y mayor ruina. Además, estos dos casos
expuestos conforman una mínima parte del conjunto excluyendo, por otro lado, los
realmente nocivos si bien con menor delirio retórico. Sin concretar ejemplos, el
avezado lector completaría mínimo diez.
Aunque parezca disparatado,
estamos llegando a situaciones potencialmente graves. Aquel hooliganismo romántico
deportivo, incluso quijotesco y consentido de la utopía izquierdista,
antisistema, ha sobrevenido en enfrentamiento crematístico donde cada grupo salvaguarda
su beneficio. Ahora sobresalen, hostigan, sendos intereses de última hora, producto
de la crisis, insólitos. Estos -infortunados, vagos o maltratados por el azar- defienden
el subsidio, aquellos (burgueses, pensionistas, trabajadores, parados, gente con
familia consolidada) defienden su patrimonio. El gobierno social-comunista ha
activado a una turba hastiada mientras él queda al margen de miradas
inquisidoras. Inteligente plan si no olvidara toda lección pretérita. Revivir
revoluciones significa dar oportunidades a la Historia para repetir, en todas
sus contingencias, hechos vividos, despreciados, y que algunos, con vana
esperanza, quieren restaurar absurda e inquietamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario