Este dicho, con el
tiempo, iba perdiendo querencia y dinamismo. Hoy vuelve a ganar impulso,
lozanía; tanto, que ni siquiera lo tuvo muchos decenios atrás. Recuerdo -en mis
años infantiles- el uso frecuente del mismo, pero entonces escaseaban los
limones y allí, ya enjutos, apenas contenían jugo. No obstante, con mayor o
menor empaque, siempre conservó un significado similar: Aprovecharse sin límite
ni estética de una situación ventajosa; a veces, incluso traspasando sutilezas
presuntamente ilegales. Desde luego, tal lucro carece de patrimonio concreto,
específico, asignado. Su prevalencia, empañada por apriorismos maniqueos, parece
inclinarse hacia las dictaduras; paraje, perfil, establecido y terminante. Luego,
se advierte que intereses múltiples o divergencias unilaterales e imperecederas
ponen en cuestión lo que, a primera vista, pareciera indiscutible. Es decir,
cualquier régimen de forma más o menos notoria (consecuente con el talante que aparenta
representar, sin exclusivismos) proyecta exprimir al ciudadano hasta extremos
insólitos.
Noam Chomsky, fuera de
cualquier extremismo y autoproclamado socialista libertario, en los diálogos
que mantuvo con Michel Foucault sobre Justicia
y Poder, mantenía: “Lo fundamental de la naturaleza humana es la
creatividad libre; por tanto, una sociedad decente debe llevar al máximo esta
característica”. A renglón seguido insiste taxativo: “El poder no implica
justicia y tampoco lo correcto; por tanto, lo que pudiera definir como
desobediencia civil podría no serlo por error del propio Estado”. Estas consideraciones
debieran hacer recapacitar a aquellos que se desgañitan proclamando cierta
fruición por los principios democráticos y por La Declaración Universal de
Derechos Humanos. Luego llegan al gobierno y sacan a relucir un inmanente talante
tiránico, autoritario, agazapados tras máscaras deformadoras, caricaturescas.
Tal vez sea la única forma de descubrir, tamizando dichas etiquetas, sus
auténticas pasiones. Observemos nuestro presente más inmediato; al mínimo y
legítimo plante social oponen una profunda reacción estatista, con evidentes destellos
antidemocráticos.
Muchos españoles solo
conocen la democracia como sistema de referencia guardando, asimismo, demasiadas
parvedades político-sociales. Manifiestan gran apatía porque el pretérito ni lo
conocen ni les importa, languidecen asediados por un presente desabrido y
sienten dudas, quizás angustia, ante ese futuro que deviene turbador. Como
suele decirse “llegaron con el pan bajo el sobaco” y, sin ton ni son, el azar y
un gobierno deleznable nos ha metido a todos -básicamente a ellos- en un
laberinto sin salida perceptible. Confrontando experiencias propias con lo oído
sobre franquismo a padres y abuelos, sacan de forma intuitiva parecida
conclusión que Charles Bukowski: “La diferencia entre una democracia y una
dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las
órdenes”. Si el gobierno prosigue su quehacer sanitario, social y económico bajo
la perspectiva rentista, sumado al instinto farsante, desmedido e irracional,
provocará una reacción dogmática, fundamentalista, de consecuencias fácilmente
predecibles.
Sánchez está exprimiendo
demasiado el limón o, si lo prefieren, estira la cuerda hasta poner en peligro
una elasticidad insólita, inesperada. Empezamos a entrever núcleos de saturación
ciudadana debatiendo potestades cívicas con fuerzas de orden público. La divisoria
queda marcada por derechos y justicia individuales (aun colectivos) de un extremo;
mientras, el otro compendia oscuras órdenes emanadas del escalafón jerárquico.
Al final, tomando aquellas palabras de Plauto, el pueblo -una vez perdida toda
pusilanimidad- dirá a su tirano/lobo: “Tu peor error fue creer que yo también
era una de tus ovejas”. Las dinámicas sociales, al menos en este país, son
lentas pero empecinadas; cuando inician la marcha es difícil frenarlas. Se
observa, además, una eventualidad que añade un plus singular: abundante presencia
de gente joven interesada en cambiar litrona por exigencia. ¡Ah!, y no creo que
el poder ahora cuente con un nuevo Podemos para darles otro timo del tocomocho.
Juventud y rigor pueden ser perfectamente compatibles.
Renacen, si acaso concluyeron,
los tiempos de picaresca asimilados únicamente en los métodos y objetivos, que
no en el hábitat de los personajes. Antes, cinco siglos atrás, se mezclaban
hidalgos de tercera fila, humanistas impostores, artesanos y bribones,
conformando un club variopinto que vivía a salto de mata. Llegaron a
representar una muchedumbre, aparte de novelada, significativa. Hoy, sin el
ocioso boato literario, sin tanta mezcolanza clasista, existen individuos
-huérfanos del ADN típico, diferenciado- con el mismo aliento transgresor.
Intelectualmente menguados, en general, y faltos de currículums donde cuajen excelencia
y mesura, ocupan instituciones desprestigiadas, profanadas, por la vileza
política imperante. Estos gestores insalubres, contraproducentes, mercenarios,
quieren perpetuarse en el poder (consolidando los arrabales de la Ley) al
tiempo que camuflan, a veces ni se molestan, regresiones democráticas cuando pretenden
impedir legítimas objeciones populares. Los viejos pícaros fueron siempre indigentes,
estos de ahora viven prósperos encaramados a la miseria moral.
Sánchez lleva exprimiendo
el limón desde las primeras castañas, como dirían en mi pueblo conquense. Ahora
-seca hasta la piel- incluso pretende obtener zumo, ¡qué más da cuál!, sin
cambiar de limón. El próximo miércoles pedirá al Congreso otra prórroga, pero
esta vez será de un mes para dormir tranquilo, si le deja Iglesias, hasta
finales de junio. Desea evitar soponcios cada quincena cuando comparte yugo con
la máquina de perpetrarlos. Unidas Podemos se ha adueñado del exprimidor,
aunque maliciosamente deja al insensato que cargue con su ejecutoria. Así, el altanero
y anodino presidente desplegará ese característico ego estúpido; mientras, se
verá envuelto en las redes populistas de sus asociados. Irene Montero, hace
unos días, vaticinó (o indujo a ello) “una salida antifascista de la crisis”. Ignoro qué medidas apadrinarán los
exégetas monclovitas ante este jeroglífico indigesto.
Sabemos que todo proceso se
supedita a estadios adventicios, indeseados, difíciles de resolver por falta de
aptitud o imponderables que escapan al control. La crisis sanitaria del
coronavirus ha venido acompañada de una real, económica, y otra añadida, de
libertades. Descarto imprevisión, falta de medios para personal sanitario, ocultaciones,
mentiras, incluso el dolor terrible (ya se verá si delictivo) porque ha
afectado a una mínima parte de la sociedad. Además, de esta saldremos y el
gobierno también, aunque muy tocado. Sin embargo, el Estado de alarma -utilización
liberticida del mismo- sumado a la crisis económica, galopante y letal,
persistirán en el balance colectivo. Pronto, este sanchismo nulo y su aparejo serán
un agujero negro que engullirá toda sigla que se encuentre próxima (PNV, JxCat,
ERC o Ciudadanos), arrastrándola consigo al sumidero político. Unos, rumian: “dame
pan y dime tonto”; otros, lo van madurando. Entretanto, como cantaba Silvana di
Lorenzo, palabras, palabras, palabras.
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