viernes, 30 de diciembre de 2016

LOS OTROS INOCENTES

Estas fechas, a medio camino entre el sentimentalismo y la gula, celebramos desde tiempos milenarios los Santos Inocentes. Al igual que otros días señalados, se caracterizan por ser jornadas contingentes, hermanando religión y festejos paganos -o viceversa- sin converger necesariamente realidad y cronología. Biblia y acontecimiento se divorcian, entre otras razones, porque el libro sagrado deja inconcretas festividades y agendas. Cada veintiocho de diciembre, conmemoramos una tradición pródiga en monigotes adosados a la espalda, bromas e informaciones chocantes. Dorsos amigos, dineros afines u oyentes heterodoxos, padecen chanzas hilarantes, contagiosas. Desde un punto de vista religioso, poco o nada presente, se inmortaliza a los niños que Herodes mandó matar para que no pudiera cumplirse aquella profecía terrible por la que uno de ellos se convertiría en rey. Ya entonces, detentar el poder llevaba consigo los peores excesos, incluido el crimen. Dos mil años después la crueldad sigue gobernando nuestras vidas.
Sin embargo, más allá del aniversario, del pintoresco tributo a los dioses (paganos o cristiano), hoy quedan individuos alejados de cualquier detalle santo, pero inocentes. No solo aquellos capaces de cargar embelecos, de creer lógicas, sensatas, noticias refinadamente absurdas, sino a otros que destapan sus esencias fuera del día señalado, legítimo. Periodistas y medios han afilado tradicionalmente informaciones de soporte falso cuya respuesta, por parte del personal, se acercaba a la aceptación masiva. En ocasiones surgía un retazo de incredulidad, más por automatismo que por discrepancia intelectual. Constituye una constante periódica, universal y eficiente, pues confunde a jóvenes y mayores año tras año. Todavía no tengo claro si este escenario es consecuencia del candor humano o de la maestría exhibida por el bromista. Quizás sea razonable estimar una mitad de cada.
Allende el instante oficial, encomiado, candoroso, a lo largo de los meses abundan inocentes excelsos, contumaces. Se les distingue por su empeño, por ese arrobamiento ante el personaje que engendra su torpeza e inacción sin exigencia alguna. Ni siquiera se corresponde con un acto de fe; simplemente de preferencia emotiva, nula de todo trasfondo racional. He ahí la cobertura sin peajes que atesoran estos políticos españoles aunque su labor y, sobre todo, su actitud rebase los límites máximos que debiera marcar el ciudadano para un gobernante al uso. Pese a todo, muchos parecen tener bula incluso por parte mediática. Estamos llegando a niveles inquietantes, donde corrupciones, negligencias y fantasmadas, se suceden sin contrición ni penitencia. A tragaderas no hay quien nos gane. Constato los frutos derivados de dos aspectos negativos: inocencia y frivolidad. La primera potencia una impunidad política insólita. La segunda alimenta con desahogo a personajes insustanciales y a periodistas (tal vez adheridos) adscritos a revistas o programas nada edificantes.
Con ciudadanos inocentes el PP puede airear sin temor sus ficciones económicas, laborales, territoriales e institucionales. Datos y cocina forman un complejo intrigante, cabalístico. España no va bien, no genera riqueza para pagar deudas, menos para sanear programas educativos, sanitarios o sociales. Se escuchan o leen noticias contradictorias como que la deuda aumenta, por término medio, unos cien mil millones al año mientras el déficit lo hace en un cuatro con dos. Hay quien sostiene que la deuda real no es del cien por cien del PIB sino del cuatrocientos. Lo considero exagerado, pero… Respecto al descenso del paro ocurre algo parecido, pues se ocultan consideraciones fundamentales propias del mundo laboral y otras que afectan a la seguridad social. Si la inocencia forma parte de nuestra sociedad, los partidos alimentan cuentos, intrigas, fraudes. Expiamos dos coyunturas explosivas
El PSOE reclama bienestar ciudadano cuando únicamente sobresale una lucha personal por el poder. No hay nada más, ni proyecto, ni programa, ni intenciones de conseguirlos. Cualquier poder -encarnado por un propósito seductor, ambicioso- se consigue venciendo, desarbolando, al rival; no ofreciendo favores que recorten su omnipotencia. Es sinónimo de dominio, arbitrio, exención. Quien pretenda recortarlo -bien individuo, bien grupo- padecerá en sus carnes tamaña osadía. Ciudadanos, con su iniciativa de expulsión a opositores del credo oficial, es la muestra palpable de cuanto antecede. ¿Olvido alguna sigla? No, para mí existen tres partidos y una aventura muy nociva en un terreno plagado de irresponsabilidad, de inocencia.
Uno puede ser liberal, socialdemócrata o comunista. No importa, siempre que estas doctrinas respeten los derechos y las libertades individuales. Justicia Social y Estado de Bienestar no necesariamente tienen que estar reñidos con ambos. Aquella dictadura del proletariado imprescindible para alcanzar una sociedad justa, sin explotadores, sin clases, constituyó un eslogan caduco, vano y cautivador. Cien años son clarificadores para que, incluso ahítos de inocencia, volvamos a comulgar de nuevo con aquellas piedras de molino. Verdad es que PP, PSOE, Ciudadanos y nacionalistas, más o menos radicales, como ocurriera en tiempos pretéritos están dinamitando el sistema democrático. Pero, ojo, los otros vienen a pescar en río revuelto. Abandonemos nuestros buenos instintos, nuestra ingenuidad -valga la redundancia- y demos rienda suelta a la abstención o busquemos en Ciudadanos, pese a todo, salidas dignas, airosas. Lo demás ya lo veis: guerras internas,  purgas, revanchas, tiranía; en definitiva, malos modos aderezados de buenas palabras mientras acechan al inocente.
 
 

viernes, 23 de diciembre de 2016

DOCTRINA Y LOTERÍA

Ortega aseveraba con solidez “yo soy yo y mis circunstancias”. Siempre defendí la certidumbre del sabio, de sus lucubraciones, porque era consecuencia del esfuerzo sereno, del afán por sintetizar el mundo, su percepción, para hacerlo inteligible al resto. Mi confianza quedó certificada cuando llegó a mis oídos una anécdota ocurrida años ha por tierras de La Manchuela. Ocurrió que a un señor de Madrigueras (pueblo importante de Albacete), comunista para más señas, le tocaron veinticinco millones de pesetas en la lotería de Navidad y en el acto abjuró del marxismo. Fuera del suceso, probablemente cierto, es evidente que uno es, o se siente, esclavo de su propia particularidad personal, mudable tanto como las adscripciones ideológicas. Ley natural de vida o recreada por la índole quebradiza, voluptuosa, del individuo.
Antes, el sorteo -junto al ritual que conlleva- y el epílogo jubiloso, casi siempre impostado por exigencias del guion, abría mi Navidad. El veintidós conllevaba mañana de televisión y jornada de solidaridad entusiasta. Conseguí, a lo sumo, algún reintegro o “pedrea” consoladora, lenitiva. Ahora, Cronos y Montoro me han ahuyentado de la práctica, del atractivo y del sentimiento. Hoy, Navidad empieza con la cena familiar y esa Misa del Gallo que retomo, incluso lejos de la praxis católica, como costumbre añeja, casi olvidada. Sigo, con cierto arrobo inconsciente, las escenas que airean diferentes programas sobre el azar y su trasfondo humano. También cuando, cada vez menos, los villancicos se adueñan del ruido callejero, solo superado por sirenas u otras estridencias que anteceden a malaventuras. Ignoro qué interpretación esotérica pueda esconder pero, entrados en años, evocamos episodios pretéritos refrescando tiernas emociones y afectos.  
No obstante, cada Navidad apunta perfiles que la hacen diferente, señalada, genuina. En ocasiones somos nosotros quienes imponemos el sello característico, pero suelen ser aspectos atípicos o prebostes insensatos los que protagonizan cambios curiosos cuando no rocambolescos. Carmena y su corte municipal, verbigracia, el pasado año sacudieron viejas raíces dando a la Cabalgata de Reyes un giro copernicano, entre modernista y provocador, que originó el desconcierto en el pueblo madrileño hecho a la costumbre, enemigo de experimentos llamativos, nebulosos, incomprensibles, que afrentan nuestra iconografía secular. Estas navidades, a falta de otros episodios, anuncia un belén en la Gran Vía. Está visto y comprobado que a la señora alcaldesa estas fechas le causan muchos quebraderos de cabeza. Pobre, pero si parece la Virgen de la Buena Leche. Confirma que la esperanza se hace efímera y largo el propósito de enmienda.
Pese a todo, ocurre algo espectacular, melodramático. La noticia surge de unos décimos malditos que aparecieron en la sede socialista de Ferraz y que resultaron premiados con el gordo. Al parecer eran cinco (dos millones brutos) pero solo se repartieron dos. Los otros andan de boca en boca -quiero decir de mano en mano- creando desasosiego, desconfianza y desencuentro. Algún destacado miembro de los trabajadores que atienden la sede central, pretende erigirse en administrador único del premio. Desde el primer instante, semejante escenario monopoliza la crónica por divergencias, querellas y falta de ejemplaridad manifiesta. Predicar se hace fácil, dar trigo no tanto; deplorable siempre, más cuando a personajes públicos los suponemos orlados de virtudes que resultan inexactas o falsas. Estos aconteceres serían menos sorprendentes si los protagonistas guardaran prudencia y discreción en lugar de exhibir bondades que se alejan de la realidad al ser pura filfa propagandística. Dos millones han bastado para desenmascarar qué ética adorna a determinados socialistas. No han resistido la prueba del algodón ni es asombroso. Confucio ya dijo: “El mejor indicio de la sabiduría es la concordancia entre las palabras y las obras”. El premio, además, era una guinda; llevaba aparejado a partes iguales liberación y castigo.  
En Pinos Puente, Granada, el PCE ha repartido cincuenta y seis millones del segundo premio. El eco me lleva a aquella anécdota del principio. La noticia económica, excelente, puede convertirse en nociva desde el punto de vista ideológico. Estoy convencido de que el aumento de individuos ricos entre militantes traerá consigo, en parecida proporción, la fuga de comunistas. El azar, a veces, termina por elevar a categoría lo que no pasa de ser en puridad un simple accidente. La esencia no es el premio sino el colectivo y las presuntas consecuencias doctrinales. Declino valorar ni examinar cualquier decisión que tomen los comunistas agraciados debido a mi estilo personal que trasciende a la humana incompetencia. Nadie, ni el más exquisito analista, tiene fuerza moral para juzgar comportamientos o decisiones privativas. Plasmar un hecho no implica hacer juicios de valor sobre el mismo. Desde luego, yo no me siento legitimado.
Hobbes afirmaba: “Esa norma privada para definir al bien no solo es doctrina vana, sino que también resulta perniciosa para el Estado”. Por esto, distante de la crítica maniquea contigua a la aclaración del bien o de su opuesto, no paso de considerar cuán débiles son nuestras concepciones sometidas al elemento diluyente, desvertebrador, que supone el desajuste personal. Memoria, entendimiento y voluntad, son juncos -o robles- sometidos al vendaval, ciclón, a que nos encadenan las coyunturas. Nadie se libra de ellas y hemos de advertir este hecho inevitable sin necesidad de discernimiento previo o posterior. Ya hay suficiente hipocresía, no la aumentemos.
Feliz Navidad aunque, para algunos, sea solo un poso consuetudinario; tal vez, ni eso.
 

viernes, 16 de diciembre de 2016

DIÁLOGO, SEDICIÓN E INDECENCIA


Pese a gigantescos esfuerzos de augures políticos y mediáticos, percibimos tiempos revueltos, alarmantes. Pudiera pensarse que soy cautivo de un pesimismo atroz, proceloso, maligno. ¡Quiá!, simplemente expongo hechos y escenario exactos, inobjetables. Ya me gustaría otear otros horizontes más halagüeños; pero esconder la cabeza, ponerse cristales aparentes o rendir el espíritu a un placentero caleidoscopio, lleva a eternizar los conflictos y a alimentar frustraciones estériles. Al toro hay que cogerlo por los cuernos, dice un popular dicho en declive debido al afán poco claro de colectivos ¿animalistas? No humanitarios ni respetuosos con libertades, derechos o raíces, que aseguran salvaguardar. Su coherencia les lleva a exigir aborto libre y a rentar argumentos ad hoc que contrastan al extremo con principios vertebrales de su ideario. Parecido “animalismo” social forma parte exigua del bosque político.

Diálogo se define como conversación entre dos o más individuos con el propósito de conseguir acuerdos. Así lo enmarca la Real Academia. Colegimos, por tanto, que no puede entenderse tal si interviniese un solo individuo (grupo) o se rehuyera lograr algún acuerdo. Semejante supuesto conduciría a un diálogo de besugos; es decir, a realizar la escena del sofá sin otro objetivo que procurar percepciones huecas, engañosas. Nuestro gobierno plasma, acerca, el diálogo con los políticos catalanes poniendo despacho en Barcelona a doña Soraya. Por el contrario, aquellos se desternillan con la pueril esperanza que despliega Rajoy, a cuya estrella dormita plácido. El diálogo lo marco yo, parecen decir sin asomo de compostura ni signos de rectificación. Aceptáis las reglas propuestas u os dejamos con la palabra en la boca. Prepotente irracionalidad aderezada con algún maquiavélico interrogante: ¿vais a sacar los tanques a la calle? En situación análoga, contenidamente similar, Batet fue preciso. Quien incumple las leyes, se entrega a sus consecuencias.

Es imposible dialogar con aquel que repugna cualquier contingencia opuesta a su credo delirante, virtual. Marco Levrero daba a entender que con los árboles siempre hay un diálogo. ¿En qué especie viva encontrarían acomodo personajillos cuyos nombres advierte cualquier español medianamente informado? ¿Constituirán, acaso, parte de algún reino desconocido? Alguien dijo que el feto de vientre femenino es un ser vivo pero no humano. ¿Qué sois, pues, vosotros? No os moleste la pregunta cuasi científica porque, al menos yo, ignoro dónde integraros. Vivos, quizás vivales, sí; pero aparecéis lejos de la casuística humana por un argumento a fortiori, según Levrero. Ni vegetales, ni animales (con perdón), os queda el éter como probable adscripción en vuestro periplo vital.

El espectáculo cómico-circense, plagado de figurantes, a cuyo frente marchaban corifeos con cargo público, era de vergüenza ajena. Conformaba el sublime acto de coacción al poder judicial. La señora Forcadell debía declarar esta mañana ante el Tribunal Superior de Cataluña por presuntos delitos de desobediencia y prevaricación. Una multitud aguerrida, insólita, subversiva, cortaba la vía pública bajo la silueta de una democracia oclusiva hecha con cartón-piedra. Gerifaltes del novel Partido Demócrata y de Esquerra Republicana, reiteran una pedorreta a la Constitución, al Gobierno y a la justicia mientras sostienen desaforadamente que el próximo año harán un referéndum para después proclamar la independencia. Tras semejantes bravatas, el único diálogo posible lo determina el marco constitucional. Reclaman, en su absurda huida hacia adelante, libertad de expresión; esa que no consienten a emprendedores insurgentes, que rotulan sus negocios en castellano. Avistan una situación descontrolada, aviesa, con la complicidad necesaria de individuos que tutelan el dogma o están sometidos al acomodo colectivo. Se da la paradoja de que, para los políticos catalanes, libertad de expresión significa incumplimiento de cualquier ley nacional, pero la norma catalana es incontestable. O sea, libertad de expresión -desde su punto de vista- configura un aura de quita y pon. Ya lo dijo Jiménez Ure: “No es libertad de expresión la que debe tener límites sino el fundacionismo de la barbarie frente a ella”.

Desconozco qué calificación jurídica tiene la actuación incívica, ilegal, del establishment catalán. ¿Sedición, rebeldía? Da igual, ambas formas conllevan penas de cárcel e inhabilitación de diez años, al menos. También son delitos penales, por mucho que los socialice la CUP, las injurias al rey con ánimo de menoscabar su persona o prestigio de la Corona. Distinto es que un juez determinado aprecie irresponsabilidad cuando enjuicia los hechos con exquisita laxitud. Lo expresa claro el artículo 491 del Código Penal. Quien pretenda someter a la ley, blandiendo argumentos arteramente democráticos, está sembrando la semilla totalitaria. He ahí la convergencia de siglas que hermanan y complementan, sin ninguna duda, sus objetivos políticos. Pergeñan aquel talante absolutista que encerraba “el Estado soy yo”. Tal vez un poso autócrata al camuflar, desdibujado, “yo o el caos” en distinta esfera pero análoga propensión.

Existen infinitos casos de indecencia política y personal. No obstante, opto por uno vejatorio a fuer de folklórico, chabacano, hiriente. Me refiero a la cena que se dieron periodistas y políticos antes de Navidad; por supuesto, previa a los Santos Inocentes. Aparte el extravío que infringen al personal por sus devaneos emotivos, sentiría pecar de mal pensado pero sospecho quien sufragó tan improcedente cena empresarial. Unos y otros trabajan -es un decir- en el Parlamento, por tanto es lógico pensar que tal patrón corriera con los gastos. No sé cuál fue la asistencia ni el monto total, pero estoy seguro que cualquiera de ellos, todos, puede pagarse el ágape. Así, risas, fraternidades incomprensibles (dado el marco aparente de relaciones personales) y demás explosiones, más o menos afectivas, servirían al tiempo para que, con el mismo desembolso, algunos ciudadanos experimentaran algo de atención, desvelo y solidaridad, por quienes los reclaman solo en ocasiones concretas. ¿Demagogia? Ellos manejan el término con auténtica pericia; pero no, sería un gesto, una salvedad, un instante de crudo realismo.

 

viernes, 9 de diciembre de 2016

SEGUIMOS EN EL CHARCO Y CHAPOTEANDO


 
 
Todavía continúa siendo ilusión renovada de cada niño, chapotear en cualquier charco que dejan estas jornadas una lluvia pertinaz, cansina. Destaco, no obstante, enormes diferencias entre aquella lejana niñez mía y la percibida por infantes actuales. Entonces llevábamos zapatos de goma (quien los llevaba) todo el año, con escaso complemento para abrigar crudos e interminables, inviernos. En nuestros días van pertrechados con botas de agua, amén de diferentes prendas que aguantan cualquier rigor temporal. Antes, éramos  niños pobres; ahora, también indigentes pero satisfechos una minoría al menos. Bien es cierto que la práctica tiende a restringir diferencias a edades tempranas al aparecer pasatiempos divertidos, sugestivos, didácticos. Curiosamente, cosa de los tiempos, quien suele divertirse en un chapoteo generalizado, vehemente, eficaz, son nuestros prohombres que no pierden ocasión de demostrar sus insensatas habilidades. Escandalosa realidad.
Seguimos en el charco; un charco genérico, seco, que abarca todas las facetas sociales, incluyendo novísimos descubrimientos, tan increíbles como esenciales para la moderna teoría política. Se empeñan en decir A cuando saben de antemano que harán Z. ¿Chapotean al tiempo de avivar semejante fuego, tal vez juego, de artificio? Sin duda, pues todos resultamos salpicados por esa actividad cuyo origen no alcanzo a discernir, pero que se ha convertido en hábito ignominioso, arbitrario, antidemocrático, letal. Que el marco aparecido no acabe generando inhibiciones ilegitimadoras de cualquier proceso o facilite la voladura del sistema, resulta cuanto menos enigmático. Somos la paradoja hecha individuo. O aguantamos carros y carretas o calcinamos sin reparos esta desconcertante piel de toro. Como decía el clásico, “nosotros somos así, señora”. Perseveramos plácidos, pese  tener los pies mojados, en una permanente y ridícula cohorte permisiva, inconexa.
Rajoy chapotea a mayor velocidad, muy ejercitado por las húmedas y umbrosas tierras gallegas. Parece haber entrado en cavitación a caballo de un turbador paroxismo pueril. Lo hace con pies que calzan aquellas “siete leguas” de Montoro y los principesco-domésticos de Cenicienta que ajusta Soraya, la virreina catalana. El primero, embustero enfermizo, sube impuestos a todo el mundo en un “vivo sin vivir en mí”. Obviando los que están al caer para evitar frágiles litigios, pero que están al caer, de momento acrecienta el impuesto de sociedades (repercutirá en el comprador, nosotros), los especiales del alcohol y tabaco (solo afectará a todos), el IBI (quedarán exentos quienes aniden bajo un puente o similar) y alguna otra menudencia. Es decir, el statu quo político intocable; el económico-social al garete. Lo mollar, no obstante, viene gestionado por una “lincesa”. Porque acallar el ruido independentista, lograr apoyos parlamentarios específicos y convencer a los catalanistas de que España los quiere y no les roba, sin que se note -o se sepa- lo que cuesta el “milagro”,  es de ser “lincesa”. Como mínimo, casi. Menudo charco pisamos en ambos casos. Lo peor, a la postre, es que estamos acondicionando el terreno para originar múltiples charcos.
Pedro Sánchez, junto a conmilitones insensatos, ilusos, endebles, promueve un charco de renacuajos, sin realizar el trascendente protocolo de la metamorfosis. En mi pueblo conquense, cuando algo va mal o no se le ve salida satisfactoria, se emplea la expresión “esto es un charco de ranas”. Imagínense el futuro de don Pedro, que importa un rábano si no fuera por tanta erosión ocasionada al partido y a España. Precisamos un PSOE sólido, con un líder claro, capaz de aunar voluntades, de ensamblar criterios. Por sentido común y por patriotismo, este grupo debería dejar de chapotear porque su juego infantil, candoroso, impide una catarsis sosegada, pronta. Urge un proyecto inteligente, visible, exclusivo, para reconquistar un terreno que jamás debió perder. España lo necesita cuanto antes y así evitar avernos con apariencia de charco divertido, sucedáneo, potencialmente malsano. Mucho cuidado en rearmar el bipartidismo sin corregir un ápice las formas, reglas y vicios del anterior. Llevaría consigo el riesgo real de impulsar los extremismos. No hay mejor llamada que dejar la puerta abierta.
Ciudadanos empieza a mostrar pies de barro. Podemos no nos sorprende porque es una marca conocida desde hace más de un siglo. Miremos la Historia, reflexionemos y concluyamos. Un calco, una fotocopia del pasado. Nada nuevo. Ciudadanos sí tiene fresco, novedoso, casi virginal, su ADN. Extraña que se deje cautivar por provocaciones que le llevan al pecado, contra sus propios presupuestos. Se diluye inconsciente en principios y actuaciones distintas de sus objetivos genéticos. Transporta, desde mi punto de vista, excesivos complejos y esto condiciona cualquier interacción con otras siglas básicas para alcanzar el Estado de Bienestar. Debe afirmar o negar con la fuerza no que representa en el Parlamento sino con la de su programa. Así, será respetado por todos, incluyendo de forma esencial, al ciudadano. Como dice su presidente con insistencia y fortuna, primero ideas, proyectos, después personas. No lo olvide él mismo, Arrimadas, Carolina Punset, u otras personas.
Entre tanto, inundan los noticieros de humareda, señuelos seductores, cuyo fin es adormecer mentes y voluntades para emborronar los asuntos que preocupan.  Hoy aparecen, al efecto, futbolistas -supuestos defraudadores- perseguidos por su popularidad y consiguiente eco. Mañana, el nuevo informe PISA que suaviza el efecto tremendista de recortes, no demasiado condicionantes, y que niegan u ocultan factores enjundiosos. Desde el punto de vista local, la semipeatonalización de la Gran Vía madrileña, difumina cuestiones alarmantes para Madrid y España entera. Pese a todo, seguimos en el charco con los pies mojados y pocas opciones de dejar atrás la miseria que algunos optimistas, cuasi farsantes, consideran superada.
 
 
 
 

viernes, 2 de diciembre de 2016

ESPAÑA, PLAYA Y ALPUJARRA

 
No sé si es hartazgo, esterilidad o simplemente ausencia. El asunto me produce cierta inquietud; pues, en corto periodo, esa nota característica de escribir sobre política queda relegada a segundo plano. Tal vez, de forma instintiva, llegue a la conclusión de que (pese a los síntomas graves) nuestros políticos sigan disputándose lentejuelas mientras desatienden al ciudadano. Luego se sorprenden por tanta desafección y abstinencia. Ignoro si yo también devuelvo el mismo desaire, aunque -si así lo hiciera- desconozco la causa exacta. Puede deberse a mi estancia en Almuñécar, alejado de telediarios, prensa y con Cronos congestionado. Inmerso en este escenario, borracho de placidez y apatía, sin tiempo para un intelecto raptado por sentimientos excelsos, surge poderoso el lirismo que ahoga cualquier tentación materialista, prosaica. Sí, con esta son dos veces en que me inclino por huir del mundanal ruido, al decir de Fray Luís de León.
Disfruto, digo, unos días en Almuñécar a la vela de Zaida, simpática, dulce, dispuesta y entrañable recepcionista del hotel donde nos alojamos. Ahora, más allá del verano cosmopolita, soberbio, pleno, el turismo lo representamos gente jubilada, variopinta, multiautonómica. El paseo marítimo, desde Cotobro a Velilla, se entrega solícito, sugestivo, a individuos inactivos, gastados por la vida, pero que aún tienen fuerzas (quizás de flaqueza) para gozar libres de cualquier servidumbre si exceptuamos sus barreras corporales. Se respira paz, cordialidad, bonhomía. Un acuerdo tácito de inquina a los problemas impregna cualquier rincón de este fastuoso enclave tomado hoy por vanguardias de la tercera edad. No hay heridos ni prisioneros. Sin embargo, no representamos lo añejo de este pueblo mil milenario. Quedan restos anteriores -no a nosotros, pobres- a muchas generaciones que, con toda seguridad, se desvivieron para hacer bella la zona.
España, toda, queda representada en esta tierra andaluza y mora. Tesón, sacrificio, esperanza, junto a otras palpitaciones, mueven al español. Las crisis despiertan valores, virtudes o vicios, dormidos; luchar por la vida se convierte en necesidad, deja de ser un eslogan tópico a fuer de estéril. No caben excentricidades ni exquisiteces semánticas, el momento lo excluye. Puede parecer un alegato huero, injustificado, pero los contrastes vividos aquí me llevan de golpe a una identificación plena con el estado y devenir actual de España. Quisiera evitar cualquier remoquete que pusiera a prueba, mejor dudara, lo riguroso del análisis, sobre todo de su culminación. Admito el error proveniente de un enfoque subjetivo, subyugado quizás por las rarezas admirables que atesoran estos lugares. Garantizo fidelidad plena entre mis sensaciones y palabras.
Centrándome en la costa, distingo dos planos bien diferenciados: Almuñécar y Málaga. Aquella, ya descrita, salva el derrumbe hotelero con una tercera edad que ocupa durante la época baja, fuera del verano, los hoteles a precios insólitos. Constituye un proverbial sostén turístico compensando el retraimiento invernal. Málaga, abarrotada de turismo internacional, dinámico, efectivo, tiene en él un sólido motor económico. Observé mucho chino y japonés que contrastaba con el europeo imperceptible, salvo por ese requisito gregario de todo grupo. Me pregunté si habrían descubierto España o era al revés. Llevaban la respuesta adscrita a la naturalidad con que recorrían calles y callejuelas. Constituían conjuntos informados, no muchedumbre desorientada. Aprecié contrastes tan injustos como la vida misma. Cerca de la catedral estaba aparcado un Mercedes S 500 del cuerpo consular y próximo a él un taxi bici, biplaza, que pedaleaba un alemán, como después supe, al estilo indochino. Costaba treinta y cinco euros noventa minutos de recorrido. Constatamos que varias parejas utilizaron este transporte atípico, limpio y relajante. Pudiéramos considerarlo todo un emprendedor. Me resultó curioso el reclamo callejero, casi libidinoso, en bares, tascas y freidurías concentradas a lo largo de las calles adyacentes a la famosa Larios.
Sensacional, casi mágico, fue el viaje que Paco, conductor, y Ángel, guía hecho crónica, nos proporcionaron por La Alpujarra. Una carretera, escalera de Jacob, nos llevó al cielo de Trevélez, a casi mil quinientos metros del remanso playero. Abajo quedaban Pampaneira, Bubón y Capileira colgadas de la misma vertiente a distintas alturas que superaban los mil metros. Solo manos que se confunden con el volante, junto a mentes especiales, pueden serpentear la ruta empinada, imposible. Daba pánico ver por donde deberíamos subir, sin quitamiedos físicos ni espirituales. Chimeneas y suelos se yerguen de forma inverosímil en líneas que dibuja un paisaje vertical, rompe cuellos. Sueño imbricado en pesadilla, envuelto en jarapas multicolores, artesanales como su entorno físico. A la vista ni magos ni psiquiatras, únicamente pared salpicada de nidos color blanco cal, nubes y, más arriba, cielo.
Estas tierras, sin duda, reflejan la España actual. Playas cuidadas, poblaciones plácidas, vida relajada, halagüeña, cómoda. Las restricciones van por barrios, unos con mayores apreturas, otros mejor pertrechados aunque sin grandes alharacas ni dispendios. La costa vive, se acompasa, a las modernas vicisitudes provenientes de modas y adelantos técnicos. La Alpujarra luce antaña, medieval, sometida a una agricultura de subsistencia, a un turismo ágil, alpinista, paisajístico. Proporciona poco. Compensa el espíritu ascético del alpujarreño. Prefiere paz a pan; su indigencia material queda satisfecha con creces por esa idiosincrasia construida con tiempo, sacrificios y valor. Igual que esta España seccionada por una crisis aguda, reciente e intempestiva.