Todavía continúa siendo
ilusión renovada de cada niño, chapotear en cualquier charco que dejan estas
jornadas una lluvia pertinaz, cansina. Destaco, no obstante, enormes
diferencias entre aquella lejana niñez mía y la percibida por infantes
actuales. Entonces llevábamos zapatos de goma (quien los llevaba) todo el año,
con escaso complemento para abrigar crudos e interminables, inviernos. En
nuestros días van pertrechados con botas de agua, amén de diferentes prendas
que aguantan cualquier rigor temporal. Antes, éramos niños pobres; ahora, también indigentes pero satisfechos
una minoría al menos. Bien es cierto que la práctica tiende a restringir
diferencias a edades tempranas al aparecer pasatiempos divertidos, sugestivos,
didácticos. Curiosamente, cosa de los tiempos, quien suele divertirse en un
chapoteo generalizado, vehemente, eficaz, son nuestros prohombres que no
pierden ocasión de demostrar sus insensatas habilidades. Escandalosa realidad.
Seguimos en el charco; un
charco genérico, seco, que abarca todas las facetas sociales, incluyendo
novísimos descubrimientos, tan increíbles como esenciales para la moderna
teoría política. Se empeñan en decir A cuando saben de antemano que harán Z.
¿Chapotean al tiempo de avivar semejante fuego, tal vez juego, de artificio?
Sin duda, pues todos resultamos salpicados por esa actividad cuyo origen no
alcanzo a discernir, pero que se ha convertido en hábito ignominioso,
arbitrario, antidemocrático, letal. Que el marco aparecido no acabe generando
inhibiciones ilegitimadoras de cualquier proceso o facilite la voladura del
sistema, resulta cuanto menos enigmático. Somos la paradoja hecha individuo. O
aguantamos carros y carretas o calcinamos sin reparos esta desconcertante piel
de toro. Como decía el clásico, “nosotros somos así, señora”. Perseveramos plácidos,
pese tener los pies mojados, en una
permanente y ridícula cohorte permisiva, inconexa.
Rajoy chapotea a mayor
velocidad, muy ejercitado por las húmedas y umbrosas tierras gallegas. Parece
haber entrado en cavitación a caballo de un turbador paroxismo pueril. Lo hace
con pies que calzan aquellas “siete leguas” de Montoro y los
principesco-domésticos de Cenicienta que ajusta Soraya, la virreina catalana.
El primero, embustero enfermizo, sube impuestos a todo el mundo en un “vivo sin
vivir en mí”. Obviando los que están al caer para evitar frágiles litigios,
pero que están al caer, de momento acrecienta el impuesto de sociedades
(repercutirá en el comprador, nosotros), los especiales del alcohol y tabaco
(solo afectará a todos), el IBI (quedarán exentos quienes aniden bajo un puente
o similar) y alguna otra menudencia. Es decir, el statu quo político intocable;
el económico-social al garete. Lo mollar, no obstante, viene gestionado por una
“lincesa”. Porque acallar el ruido independentista, lograr apoyos
parlamentarios específicos y convencer a los catalanistas de que España los
quiere y no les roba, sin que se note -o se sepa- lo que cuesta el “milagro”, es de ser “lincesa”. Como mínimo, casi. Menudo
charco pisamos en ambos casos. Lo peor, a la postre, es que estamos acondicionando
el terreno para originar múltiples charcos.
Pedro Sánchez, junto a
conmilitones insensatos, ilusos, endebles, promueve un charco de renacuajos,
sin realizar el trascendente protocolo de la metamorfosis. En mi pueblo
conquense, cuando algo va mal o no se le ve salida satisfactoria, se emplea la
expresión “esto es un charco de ranas”. Imagínense el futuro de don Pedro, que
importa un rábano si no fuera por tanta erosión ocasionada al partido y a
España. Precisamos un PSOE sólido, con un líder claro, capaz de aunar
voluntades, de ensamblar criterios. Por sentido común y por patriotismo, este
grupo debería dejar de chapotear porque su juego infantil, candoroso, impide
una catarsis sosegada, pronta. Urge un proyecto inteligente, visible,
exclusivo, para reconquistar un terreno que jamás debió perder. España lo
necesita cuanto antes y así evitar avernos con apariencia de charco divertido,
sucedáneo, potencialmente malsano. Mucho cuidado en rearmar el bipartidismo sin
corregir un ápice las formas, reglas y vicios del anterior. Llevaría consigo el
riesgo real de impulsar los extremismos. No hay mejor llamada que dejar la
puerta abierta.
Ciudadanos empieza a
mostrar pies de barro. Podemos no nos sorprende porque es una marca conocida
desde hace más de un siglo. Miremos la Historia, reflexionemos y concluyamos.
Un calco, una fotocopia del pasado. Nada nuevo. Ciudadanos sí tiene fresco,
novedoso, casi virginal, su ADN. Extraña que se deje cautivar por provocaciones
que le llevan al pecado, contra sus propios presupuestos. Se diluye
inconsciente en principios y actuaciones distintas de sus objetivos genéticos. Transporta,
desde mi punto de vista, excesivos complejos y esto condiciona cualquier
interacción con otras siglas básicas para alcanzar el Estado de Bienestar. Debe
afirmar o negar con la fuerza no que representa en el Parlamento sino con la de
su programa. Así, será respetado por todos, incluyendo de forma esencial, al
ciudadano. Como dice su presidente con insistencia y fortuna, primero ideas, proyectos,
después personas. No lo olvide él mismo, Arrimadas, Carolina Punset, u otras
personas.
Entre tanto, inundan los
noticieros de humareda, señuelos seductores, cuyo fin es adormecer mentes y
voluntades para emborronar los asuntos que preocupan. Hoy aparecen, al efecto, futbolistas -supuestos
defraudadores- perseguidos por su popularidad y consiguiente eco. Mañana, el
nuevo informe PISA que suaviza el efecto tremendista de recortes, no demasiado condicionantes,
y que niegan u ocultan factores enjundiosos. Desde el punto de vista local, la
semipeatonalización de la Gran Vía madrileña, difumina cuestiones alarmantes
para Madrid y España entera. Pese a todo, seguimos en el charco con los pies
mojados y pocas opciones de dejar atrás la miseria que algunos optimistas,
cuasi farsantes, consideran superada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario