Pese a gigantescos
esfuerzos de augures políticos y mediáticos, percibimos tiempos revueltos, alarmantes.
Pudiera pensarse que soy cautivo de un pesimismo atroz, proceloso, maligno. ¡Quiá!,
simplemente expongo hechos y escenario exactos, inobjetables. Ya me gustaría
otear otros horizontes más halagüeños; pero esconder la cabeza, ponerse
cristales aparentes o rendir el espíritu a un placentero caleidoscopio, lleva a
eternizar los conflictos y a alimentar frustraciones estériles. Al toro hay que
cogerlo por los cuernos, dice un popular dicho en declive debido al afán poco
claro de colectivos ¿animalistas? No humanitarios ni respetuosos con
libertades, derechos o raíces, que aseguran salvaguardar. Su coherencia les
lleva a exigir aborto libre y a rentar argumentos ad hoc que contrastan al
extremo con principios vertebrales de su ideario. Parecido “animalismo” social
forma parte exigua del bosque político.
Diálogo se define como
conversación entre dos o más individuos con el propósito de conseguir acuerdos.
Así lo enmarca la Real Academia. Colegimos, por tanto, que no puede entenderse
tal si interviniese un solo individuo (grupo) o se rehuyera lograr algún
acuerdo. Semejante supuesto conduciría a un diálogo de besugos; es decir, a realizar
la escena del sofá sin otro objetivo que procurar percepciones huecas,
engañosas. Nuestro gobierno plasma, acerca, el diálogo con los políticos
catalanes poniendo despacho en Barcelona a doña Soraya. Por el contrario,
aquellos se desternillan con la pueril esperanza que despliega Rajoy, a cuya
estrella dormita plácido. El diálogo lo marco yo, parecen decir sin asomo de
compostura ni signos de rectificación. Aceptáis las reglas propuestas u os
dejamos con la palabra en la boca. Prepotente irracionalidad aderezada con
algún maquiavélico interrogante: ¿vais a sacar los tanques a la calle? En situación
análoga, contenidamente similar, Batet fue preciso. Quien incumple las leyes,
se entrega a sus consecuencias.
Es imposible dialogar con
aquel que repugna cualquier contingencia opuesta a su credo delirante, virtual.
Marco Levrero daba a entender que con los árboles siempre hay un diálogo. ¿En
qué especie viva encontrarían acomodo personajillos cuyos nombres advierte
cualquier español medianamente informado? ¿Constituirán, acaso, parte de algún reino
desconocido? Alguien dijo que el feto de vientre femenino es un ser vivo pero
no humano. ¿Qué sois, pues, vosotros? No os moleste la pregunta cuasi
científica porque, al menos yo, ignoro dónde integraros. Vivos, quizás vivales,
sí; pero aparecéis lejos de la casuística humana por un argumento a fortiori,
según Levrero. Ni vegetales, ni animales (con perdón), os queda el éter como
probable adscripción en vuestro periplo vital.
El espectáculo
cómico-circense, plagado de figurantes, a cuyo frente marchaban corifeos con
cargo público, era de vergüenza ajena. Conformaba el sublime acto de coacción
al poder judicial. La señora Forcadell debía declarar esta mañana ante el
Tribunal Superior de Cataluña por presuntos delitos de desobediencia y
prevaricación. Una multitud aguerrida, insólita, subversiva, cortaba la vía
pública bajo la silueta de una democracia oclusiva hecha con cartón-piedra.
Gerifaltes del novel Partido Demócrata y de Esquerra Republicana, reiteran una
pedorreta a la Constitución, al Gobierno y a la justicia mientras sostienen
desaforadamente que el próximo año harán un referéndum para después proclamar
la independencia. Tras semejantes bravatas, el único diálogo posible lo determina
el marco constitucional. Reclaman, en su absurda huida hacia adelante, libertad
de expresión; esa que no consienten a emprendedores insurgentes, que rotulan
sus negocios en castellano. Avistan una situación descontrolada, aviesa, con la
complicidad necesaria de individuos que tutelan el dogma o están sometidos al
acomodo colectivo. Se da la paradoja de que, para los políticos catalanes, libertad
de expresión significa incumplimiento de cualquier ley nacional, pero la norma catalana
es incontestable. O sea, libertad de expresión -desde su punto de vista- configura
un aura de quita y pon. Ya lo dijo Jiménez Ure: “No es libertad de expresión la
que debe tener límites sino el fundacionismo de la barbarie frente a ella”.
Desconozco qué
calificación jurídica tiene la actuación incívica, ilegal, del establishment
catalán. ¿Sedición, rebeldía? Da igual, ambas formas conllevan penas de cárcel
e inhabilitación de diez años, al menos. También son delitos penales, por mucho
que los socialice la CUP, las injurias al rey con ánimo de menoscabar su
persona o prestigio de la Corona. Distinto es que un juez determinado aprecie irresponsabilidad
cuando enjuicia los hechos con exquisita laxitud. Lo expresa claro el artículo
491 del Código Penal. Quien pretenda someter a la ley, blandiendo argumentos arteramente
democráticos, está sembrando la semilla totalitaria. He ahí la convergencia de
siglas que hermanan y complementan, sin ninguna duda, sus objetivos políticos.
Pergeñan aquel talante absolutista que encerraba “el Estado soy yo”. Tal vez un
poso autócrata al camuflar, desdibujado, “yo o el caos” en distinta esfera pero
análoga propensión.
Existen infinitos casos
de indecencia política y personal. No obstante, opto por uno vejatorio a fuer
de folklórico, chabacano, hiriente. Me refiero a la cena que se dieron
periodistas y políticos antes de Navidad; por supuesto, previa a los Santos
Inocentes. Aparte el extravío que infringen al personal por sus devaneos emotivos,
sentiría pecar de mal pensado pero sospecho quien sufragó tan improcedente cena
empresarial. Unos y otros trabajan -es un decir- en el Parlamento, por tanto es
lógico pensar que tal patrón corriera con los gastos. No sé cuál fue la
asistencia ni el monto total, pero estoy seguro que cualquiera de ellos, todos,
puede pagarse el ágape. Así, risas, fraternidades incomprensibles (dado el
marco aparente de relaciones personales) y demás explosiones, más o menos
afectivas, servirían al tiempo para que, con el mismo desembolso, algunos
ciudadanos experimentaran algo de atención, desvelo y solidaridad, por quienes
los reclaman solo en ocasiones concretas. ¿Demagogia? Ellos manejan el término
con auténtica pericia; pero no, sería un gesto, una salvedad, un instante de crudo
realismo.
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