Decía
Pitigrilli (Dino Segré) “Si das con una buena mujer serás feliz; y si no te
volverás filósofo, lo que siempre es útil para el hombre”. Este profundo razonamiento -que pone en tela
de juicio la felicidad familiar del estudioso- enciende el inextinguible infortunio
entre ciudadanos y políticos. Basta con imaginar el paralelismo mujer-político
en la reflexión del mentado texto. Las mujeres buenas, aparte versiones maliciosas
que atraen ocurrencias vulgares, abundan; ello no obstante la existencia de
otras contrarias al embeleso. Ocurre igual con el hombre porque bondad o maldad,
atractivo o náusea, superan al sexo. Distinta respuesta despiertan los
políticos españoles, ellas y ellos. De ordinario, su estima permite pocas reducciones.
Se dice, con arriesgada contundencia, que generalizar es injusto. Sin matices,
aun tratándose de prebostes hispanos, pudiera tal credo tener visos de
pronunciamiento razonable. Sin embargo, la vivencia demuestra que, desde un
determinado escalón hacia arriba, todos son iguales. Infaustos, bribones y
bellacos.
Si
damos por irrefutable el último aserto, España está ayuna de buenos políticos
con facultad de mando. Por este motivo, el ciudadano (ahora contribuyente) no
es feliz; cultiva una filosofía popular cual Sancho Panza redivivo. Le fuerzan
a ejercitar el ascetismo fisiológico; no como medio para alcanzar la perfección
espiritual, el nirvana, sino como carencia vital, pedestre. Hay un recelo sistémico
que propicia el desapego hacia el bipartidismo, hasta ahora ritual consuetudinario
hecho de siglos. Roto este hechizo, el individuo se viene decantando por la
abstención o el castigo a fondo de las siglas mayoritarias. IU, UPyD, VOX, CDs,
et., incrementan sus expectativas en las encuestas. Salvo el primero que enseña
la patita coaligado con el PSOE en Andalucía, los demás ofrecen la pureza de no
haberse manchado jamás con el poder. Su discurso, inclusive, no presenta
discordancia entre dichos y hechos; sobre todo porque, alejados de tomar
decisiones, perdieron posibilidades para confirmarlo.
PP
y PSOE muestran sin alharacas, con sordina, cierta inquietud. Lo que intuyen
por las encuestas; el malestar social diluido por el vandalismo certero de una
minoría con patrocinio y objetivos oscuros; las polémicas palabras de Rouco
Varela y las revelaciones de Pilar Urbano en su libro “La gran desmemoria”,
conforman un avispero para ambos. Deben temer, y esto les alarma, que la masa
social tenga bastante proximidad intelectual con Rouco y con Pilar Urbano. Por
ello, sendos voceros -en insólita conjunción- aúnan consignas para desacreditar
a quien descalifique cruelmente (según ellos) la situación actual y divulgue los
más que dudosos comportamientos democráticos de personajes ilustres. Advierten
una irrefrenable pérdida de entusiasmo a pesar del dogmatismo que desean insuflar
reviviendo falsamente enfrentamientos ideológicos. Han abusado del humo y sus
respectivos gregarios dan la espalda a cualquier táctica incendiaria.
Terminaron aquellas épocas del convencimiento fácil, de la beligerancia
permanente, cuando las masas se enconaban ante la mera exposición del demérito
rival. Ya no existen adversarios, ahora surge con precisión un culpable definitivo:
el político desideologizado, vividor e inepto. Todo lo demás son cuentos
infantiles.
El
individuo está harto de insensateces, chalaneo y corrupción; anda desencantado del
sistema. Apetece aires frescos, políticos virginales, cuya incompetencia sea
sólo una sospecha. Los que sufrimos ahora reflejaron ya demasiados vicios. Su
habilidad, empero, constata que si no cambian de estrategia perderán a poco tan
jugosa posición. PP y PSOE conocen su incapacidad para sacarnos de la crisis.
Aparte datos cocinados y espejismos aventados por expertos y medios ad hoc
(nacionales y extranjeros), saben que deuda y crecimiento, extinto el ladrillo,
son incompatibles dentro del marco comunitario. Sin embargo, saldremos de la UE
pobres, cuando nos expulsen debido al lastre de un poder adquisitivo
tercermundista y les sea más oneroso mantenernos dentro, pese a la quita que soportarían.
Estamos pagando y pagarán ellos una entrada apremiante, inoportuna, política,
leonina. Es imposible soportar tanto desequilibrio industrial y tanta veda
agropecuaria. Parafraseando una sentencia moralizante, no sólo de turismo vive
el hombre. Son signos claros, perceptibles; ocultos exclusivamente a los ciegos
que no quieren ver.
Casi
ningún dato económico es real, sospecho. Disparatados paro, deuda y déficit;
desaparecida la clase media; quebrado el tejido empresarial; sin consumo
interno; abocados a impuestos casi confiscatorios pese al anuncio artero y astuto;
que alguien me explique dónde se encuentra la realidad. Atisbo maniobras de
entendimiento PP-PSOE. Medios y comunicadores, antaño incisivos, rabiosos,
empiezan a moderar -asimismo modelar- su sectarismo maniqueo. Me asombra ver
giros copernicanos en protagonistas, no ha mucho, de encendida virulencia en
fondo y formas. Algunos, incluso, parecen haber adoptado vestimentas
reversibles. Me empieza a desazonar tanta hermandad y tantos cambios
legislativos, consensuados sin apenas estridencias, porque es la admisión de un
horizonte irremediable.
Llegados
a este punto sin retorno, interpreto que los dos grandes partidos conocen los
hechos. También saben, como decía Clemenceau, que “el hombre absurdo es el que
no cambia nunca”, pero temen el caos del hombre inestable. Por este motivo, les
aterra la dispersión del voto hasta llegar a la italianización del país. Semejante
escenario no les interesa para nada porque su bienestar dependería del capricho
individualista de los partidos bisagra. Esta conclusión les obliga a enterrar
pretéritos prejuicios artificiales y otorgarse el pacto en defensa de sus
intereses, aunque perjuren importarles el bienestar ciudadano. Conseguirán el
apoyo de la monarquía, sindicatos, judicatura, banca, medios y grandes
empresarios, porque todos ellos comparten mesa y manteles. Adiós al
bipartidismo, a IU, UPyD, VOX y CDs. Por supuesto, adiós también a la
democracia.
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