Quizás el
epígrafe que corona este artículo de hoy presente una reseña dudosa o ligera,
sobre todo porque responde al análisis consumado sin concluir los cien días que
la costumbre suele conceder al gobernante bisoño; a aquel surgido tras el
pleito electoral. No descarto el efecto malsano que propicia la inactividad
veraniega. Más en esta comunidad seca, acaso referida a otros aspectos
distintos de la propia pluviometría. Con un poco de cordura, se vedará el duelo
electoral desde mayo a septiembre para que ese margen de confianza (los famosos
cien días) no lo agote el tórrido sesteo de la canícula. Aprovechando la
coyuntura, aunque fomente iras "indignadas", yo lo plasmaría sin
costo adicional en la Constitución. Una
reforma ad hoc que populares y socialistas realizan para tasar el límite del
déficit público, maniobra trilera para contentar a Europa.
Debo
aclarar, por otro lado, el concepto de político. Sin que sirva de precedente, y
contra un hábito establecido, prescindiré del matiz peyorativo con que se suele
obsequiar acertadamente a este colectivo. En verdad, los políticos no necesitan
el concurso de escépticos para ganarse a pulso el descrédito, incluso
desprecio, de la sociedad. Así lo confirman los estudios de opinión del CIS.
Hoy, digo, aceptaré barco como animal de compañía. Veré en el político,
vislumbraré más bien, un conciudadano que ha dispuesto su vida al servicio del
prójimo; alejado de ese congénere sinvergüenza, aventurero, estafador, huérfano
de principios éticos y estéticos, que pulula por despachos oficiales. El
político cobra poco, se comenta con frivolidad en tertulias desiguales. Dado el
currículum de un alto porcentaje, en la vida civil difícilmente serían
mileuristas. Con todo, ¿alguien cree que si ganaran el cuádruple, verbigracia,
la excelencia coparía las siglas patrias? No es cuestión crematística sino de
vergüenza torera.
Alejado
físicamente de mi comunidad castellano-manchega de origen, conquense para más
señas, se me escapan ciertas tonalidades propias de su política. El vuelco
electoral de Mayo permitió un cambio en, al menos, cuatro comunidades que
pasaron a manos del PP. Por necedad, azar o impudicia La Mancha (eso parece)
sufrió la práctica devastadora de un presidente y sus secuaces relativa a
consumir el ochenta por ciento del presupuesto, en cinco meses, y la
destrucción masiva de documentos "sensibles". En solitario, padece
con agudeza el problema farmacéutico y su consecuencia: la huelga de
veinticuatro horas, a excepción de Albacete, que mantuvo en vilo a la sociedad
residente y veraneante.
María
Dolores de Cospedal, política de raza en la oposición, ilusionante, exhibe exiguo
nivel en el gobierno. Ha empezado con mal pie su presidencia sin advertírsele
lesión o deficiencia alguna. La respuesta al plante, una prueba de fuerza,
sobrepasó con creces el grado de la injuria. Aunque sea un colectivo
privilegiado, efecto que no viene al caso, los farmacéuticos no han de costear
la jeta de quien debe abandonar el cargo y la desorientación inoperante de los
sustitutos. Las postreras fechas traen, presuntamente, sosiego, paz y
raciocinio suficiente para abrir una mesa de negociación, imprescindible más
que necesaria. Con todo, dudo de su valor como lo hago de la pericia que ponga
en juego la novel Administración. El viernes, la señora Cospedal anunció (a
bombo y platillo) las medidas que tomará para ahorrar mil setecientos millones
de euros. Sin oponerme a ellas, aparte
el voluntarismo que desprenden, me parecieron poco válidas (cargadas de
populismo) las relativas al aumento de dos horas lectivas en la actividad del
profesorado no universitario. Esta norma contenta al personal hostil al
funcionario, que padece mala prensa, pero se posterga la llave que debe abrir
el futuro de España.
Quien había
prometido, abrazados a su política social, dejar intactas las partidas en
Sanidad y Educación, mostraron un talante olvidadizo, embaucador. El PP, menos
diestro en técnicas demagógicas,
pretende ser discípulo aventajado. Le importa, igualmente, un bledo el
costo, la rentabilidad, de cualquier cantidad presupuestada. A la presidenta,
un pelín visceral, se le olvida la ruina de su televisión autonómica, junto a
otras locales, y sobre todo de empresas públicas cuyo logro es ser centro
neurálgico de enchufes, regalías, sobresueldos; corrupción en suma. Privatizar
alocadamente no permite acceder a la piedra filosofal ni encontrar soluciones aceptables.
El poder,
su responsabilidad, su gestión; su naturaleza personal e intransferible, impide
diluir ineptitudes, fracasos, engaños. Delata a quienes son sólo políticos de
oposición
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