Napoleón
dijo: "La educación de un niño comienza veinte años antes de su
nacimiento, con la educación de su madre". Daba a entender la
trascendencia de los progenitores en el proceso educativo del individuo, al
tiempo que priorizaba el deber y derecho de llevarlo a cabo. Sin llegar a
extremos tan bondadosos, nadie pondría en duda la función cardinal del enseñante
desde el nacimiento mismo; tanto que todo sujeto se verá condicionado, en su
desarrollo posterior, por los primeros pasos. Con estas palabras pretendo
encomiar el prestigio y deferencia que merecen la escuela infantil y primaria.
Cuarenta años de profesión avalan tal aserto. El dicho castellano formula su
sentencia definitiva: "con el paso del tiempo es imposible enderezar un árbol
torcido".
La insólita
norma, bagatela dictada por algunas comunidades, que obliga al profesorado no
universitario a impartir dos horas semanales más de clase, ha levantado
polémicas interesadas desde todos los ángulos. No es cierto, malicio, que dicha
medida pretenda mitigar el déficit y aminorar la deuda. Al menos no es la única
forma de hacerlo, ni mejor en cuantía. Sin proponernos un análisis exhaustivo,
quizás concluya siendo la menos gravosa
para sus intereses políticos y la más cobarde para los líderes nacionales,
incapaces de enfrentarse a un Estado Autonómico hambriento, voraz, que (como es
de dominio público) hace saltar por los aires presupuestos aquilatados y
sentencias ajustadas a derecho. Todo ello sin contar con el concurso de unos
sindicatos anclados en velar intereses espurios, impidiendo una reforma laboral
moderna, eficaz. Probablemente esta actitud (a lo largo de varias legislaturas)
junto a otros beneficios de gestión y formación, pueda tasarse en pérdidas cien
mil millonarias para las arcas públicas. Esto ya es harina de otro costal.
Tampoco es
verdad que se atente contra la enseñanza pública, en favor de la concertada.
Una y otra han llegado a un status estructural que impide cualquier
desequilibrio. Fue la LOGSE, con el método constructivista y la escuela
comprensiva, quien (de hecho) hizo degradarse hasta extremos insospechados el
sistema público. Poca gente debe recordar (veinte años atrás) aquella
prohibición de mandar ejercicios para casa; impuesta, con propia voz, por un
ministro pésimo cuyo segundo era un tal Rubalcaba. Se perdió el espíritu de
sacrificio, el esfuerzo personal, la responsabilidad, la disciplina; en fin,
aquello que permite alcanzar una formación idónea si no excelente. Hoy,
inmersos en dichos vicios, el analfabetismo funcional pulula por calles y
universidades. Estos lodos provienen de aquellos agasajados polvos.
Menos
objeción presenta la mengua en calidad que pudiera llevar aparejada tan necia
medida. Aparte carencias profesionales comunes a cualquier colectivo, es
evidente que detraer un número considerable de profesores tenga consecuencias
negativas, en mayor o menor grado. Aunque la acogida social sea óptima, creo
que la orden es inoportuna, desde un punto de vista táctico, e indigente desde
una inferencia puramente económica. En las condiciones actuales, no debemos
permitirnos polémicas desviacionistas y estériles. La educación, a pesar del
oneroso sistema que invita irremediablemente a la mediocridad, debe ser
objetivo puntero de quien pretenda, con rigor, sacar a España de esta ruina
agobiante.
Las huelgas
y manifestaciones anunciadas para mediados de mes, constituyen el ritual
plástico, sonoro, que fluye de unos sindicatos, sin afiliados, clamando
sustento moral. Se unen (oportunos) profesores sensibles al trato vejatorio y
habitual como injustos y venerables cabezas de turco. Les arrastra, asimismo,
un punzante doble problema: el aumento del paro en compañeros interinos y la
notoria disminución de la calidad docente.
A mí, para
terminar, me sorprenden dos cuestiones. Los políticos alegan su preocupación
total por el ciudadano, cuando sólo les importan sus intereses de clase. Un
alto porcentaje de enseñantes que se jactan de defender la enseñanza pública,
aplauden la LOGSE (verdadero caballo de Troya) y llevan a sus hijos a centros
privados. Ambos entonan una voz alta, pero cínica.
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