viernes, 9 de septiembre de 2011

HABLEMOS CLARO


Napoleón dijo: "La educación de un niño comienza veinte años antes de su nacimiento, con la educación de su madre". Daba a entender la trascendencia de los progenitores en el proceso educativo del individuo, al tiempo que priorizaba el deber y derecho de llevarlo a cabo. Sin llegar a extremos tan bondadosos, nadie pondría en duda la función cardinal del enseñante desde el nacimiento mismo; tanto que todo sujeto se verá condicionado, en su desarrollo posterior, por los primeros pasos. Con estas palabras pretendo encomiar el prestigio y deferencia que merecen la escuela infantil y primaria. Cuarenta años de profesión avalan tal aserto. El dicho castellano formula su sentencia definitiva: "con el paso del tiempo es imposible enderezar un árbol torcido".

La insólita norma, bagatela dictada por algunas comunidades, que obliga al profesorado no universitario a impartir dos horas semanales más de clase, ha levantado polémicas interesadas desde todos los ángulos. No es cierto, malicio, que dicha medida pretenda mitigar el déficit y aminorar la deuda. Al menos no es la única forma de hacerlo, ni mejor en cuantía. Sin proponernos un análisis exhaustivo, quizás  concluya siendo la menos gravosa para sus intereses políticos y la más cobarde para los líderes nacionales, incapaces de enfrentarse a un Estado Autonómico hambriento, voraz, que (como es de dominio público) hace saltar por los aires presupuestos aquilatados y sentencias ajustadas a derecho. Todo ello sin contar con el concurso de unos sindicatos anclados en velar intereses espurios, impidiendo una reforma laboral moderna, eficaz. Probablemente esta actitud (a lo largo de varias legislaturas) junto a otros beneficios de gestión y formación, pueda tasarse en pérdidas cien mil millonarias para las arcas públicas. Esto ya es harina de otro costal.

Tampoco es verdad que se atente contra la enseñanza pública, en favor de la concertada. Una y otra han llegado a un status estructural que impide cualquier desequilibrio. Fue la LOGSE, con el método constructivista y la escuela comprensiva, quien (de hecho) hizo degradarse hasta extremos insospechados el sistema público. Poca gente debe recordar (veinte años atrás) aquella prohibición de mandar ejercicios para casa; impuesta, con propia voz, por un ministro pésimo cuyo segundo era un tal Rubalcaba. Se perdió el espíritu de sacrificio, el esfuerzo personal, la responsabilidad, la disciplina; en fin, aquello que permite alcanzar una formación idónea si no excelente. Hoy, inmersos en dichos vicios, el analfabetismo funcional pulula por calles y universidades. Estos lodos provienen de aquellos agasajados polvos.

Menos objeción presenta la mengua en calidad que pudiera llevar aparejada tan necia medida. Aparte carencias profesionales comunes a cualquier colectivo, es evidente que detraer un número considerable de profesores tenga consecuencias negativas, en mayor o menor grado. Aunque la acogida social sea óptima, creo que la orden es inoportuna, desde un punto de vista táctico, e indigente desde una inferencia puramente económica. En las condiciones actuales, no debemos permitirnos polémicas desviacionistas y estériles. La educación, a pesar del oneroso sistema que invita irremediablemente a la mediocridad, debe ser objetivo puntero de quien pretenda, con rigor, sacar a España de esta ruina agobiante.

Las huelgas y manifestaciones anunciadas para mediados de mes, constituyen el ritual plástico, sonoro, que fluye de unos sindicatos, sin afiliados, clamando sustento moral. Se unen (oportunos) profesores sensibles al trato vejatorio y habitual como injustos y venerables cabezas de turco. Les arrastra, asimismo, un punzante doble problema: el aumento del paro en compañeros interinos y la notoria disminución de la calidad docente.

A mí, para terminar, me sorprenden dos cuestiones. Los políticos alegan su preocupación total por el ciudadano, cuando sólo les importan sus intereses de clase. Un alto porcentaje de enseñantes que se jactan de defender la enseñanza pública, aplauden la LOGSE (verdadero caballo de Troya) y llevan a sus hijos a centros privados. Ambos entonan una voz alta, pero cínica.

 

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