Cuando el drama, más
bien tragedia, se cierne sobre la cabeza del hombre, tomamos casi siempre una
salida ciega. Irremediablemente, el individuo (preso de sus limitaciones, de su
impotencia) suele desviar la mirada o, peor aún, esconder la cabeza en un rapto
lógico que le lleva a esa conclusión nociva de creer que existe sólo lo que
vemos, aquello que advierte nuestro empirismo vital. Así, hoy pretendo
difuminar el presente, en su más amplia competencia, para enfocar el objetivo
sobre algo baladí, tranquilizador. No se trata de ironizar la "crónica
rosa" elevándola a caricatura, ni alterar su esencia ahormándola en
artículo de opinión. Quiero, aparte degustar esa válvula escapatoria, dirigir
el mensaje hacia eventos que acaparan una reflexión tenue, a la sombra del
relato descocado que me ocurrió días atrás.
Las princesas aledañas, prosaicas, sin
título, surgen de una recreación en la factoría Disney. Junto a gnomos,
dragones y hadas, aquellas destacan por su esbeltez y cabellera, cual reseña de
indubitable autenticidad. Cercanos, en segundo plano, paladines incógnitos
(asimismo de incógnito) protagonizan hazañas hechas a la medida. El final,
reiterado, previo, consiste en la boda principesca con el héroe victorioso que
siempre resulta ser un infante evocador. Estos cuentos inocentes siguen
formando, construyendo, millones de quimeras en chicas impúberes, adolescentes
y jóvenes, con el beneplácito de progenitores, probablemente equivocados, que
se empecinan en ocultarles un mundo ingrato; a veces sugestivo.
Mujeres ya (madres o no) abducidas por
aquella rémora instalada en sus vidas (demérito social), siguen apeteciendo esa
patraña que enraizó como yerbajo parásito, indestructible y voraz. Sujetas a su
influjo inconsciente, se convierten en firmes consumidoras de programas
televisivos y revistas del corazón. Publicaciones insustanciales y emisiones
anodinas siguen conformando su alimento (in)formativo; administrándoles, al
tiempo, adefesios; prototipos que destacan generalmente por hipotéticos
desenfrenos sexuales o estudiadas y chabacanas poses de estilo. Surgen, al
cabo, inmerecidos mitos, princesas del papel couché o de las ondas, que exhiben
como mérito común, usual, no sólo un analfabetismo paradigmático sino, con excesiva
frecuencia, una necedad notable. Exiguo e inicuo currículum.
Estos personajes carecen además de mesura,
equilibrio y humildad. Al igual que sus panegiristas, andan escasos de juicio
crítico o ahítos de codicia. Supeditan cualquier límite ético a la gloria
momentánea. Pese a sus méritos irrisorios, mantienen con el resto (pobres
gentes anónimas) una lejana cercanía necesaria pero molesta. Peaje obligado a
la turba que no perdona desapegos ofensivos. La paradoja entre querencia y
altanería, es el efecto hipócrita que facilita cualquier rédito crematístico.
Encarna el único credo que anima unas vidas opulentas en la miseria moral e
intelectiva.
Hace días tuve que realizar una gestión en
la entidad financiera de costumbre. Jubilado el anterior director, una joven
oronda ocupaba su despacho. Habituado a resolver las cuestiones no dinerarias,
administrativas, en la sección interior, solicité el oportuno turno para que me
atendiera uno de los cuatro empleados, incluida la nueva directora. El azar me
llevó ante ella. Referido mi problema, acto seguido (displicente, molesta,
vana, sublimada) me remitió a los que atendían en caja con la siguiente frase:
"esto se lo pueden resolver los compañeros de la entrada; no es tema para
nosotros y menos para la directora". Las formas aparecieron improcedentes,
mejorables. Yo, armado de los pobres argumentos que reflejaba mi cuenta, opté
por la disculpa y el mutis.
Como puede observar el amable lector, la
impertinencia, el engreimiento (ese mirar por encima del hombro), la estupidez,
se encuentran a la vuelta de la esquina. Son maneras propias de personas
puestas, con mayor o menor merecimiento, en el Olimpo; princesas de papel
couché, tal vez de papel moneda.
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