martes, 20 de septiembre de 2011

PRINCESAS DE PAPEL


Cuando el drama, más bien tragedia, se cierne sobre la cabeza del hombre, tomamos casi siempre una salida ciega. Irremediablemente, el individuo (preso de sus limitaciones, de su impotencia) suele desviar la mirada o, peor aún, esconder la cabeza en un rapto lógico que le lleva a esa conclusión nociva de creer que existe sólo lo que vemos, aquello que advierte nuestro empirismo vital. Así, hoy pretendo difuminar el presente, en su más amplia competencia, para enfocar el objetivo sobre algo baladí, tranquilizador. No se trata de ironizar la "crónica rosa" elevándola a caricatura, ni alterar su esencia ahormándola en artículo de opinión. Quiero, aparte degustar esa válvula escapatoria, dirigir el mensaje hacia eventos que acaparan una reflexión tenue, a la sombra del relato descocado que me ocurrió días atrás.

 
Las princesas aledañas, prosaicas, sin título, surgen de una recreación en la factoría Disney. Junto a gnomos, dragones y hadas, aquellas destacan por su esbeltez y cabellera, cual reseña de indubitable autenticidad. Cercanos, en segundo plano, paladines incógnitos (asimismo de incógnito) protagonizan hazañas hechas a la medida. El final, reiterado, previo, consiste en la boda principesca con el héroe victorioso que siempre resulta ser un infante evocador. Estos cuentos inocentes siguen formando, construyendo, millones de quimeras en chicas impúberes, adolescentes y jóvenes, con el beneplácito de progenitores, probablemente equivocados, que se empecinan en ocultarles un mundo ingrato; a veces sugestivo.

 
Mujeres ya (madres o no) abducidas por aquella rémora instalada en sus vidas (demérito social), siguen apeteciendo esa patraña que enraizó como yerbajo parásito, indestructible y voraz. Sujetas a su influjo inconsciente, se convierten en firmes consumidoras de programas televisivos y revistas del corazón. Publicaciones insustanciales y emisiones anodinas siguen conformando su alimento (in)formativo; administrándoles, al tiempo, adefesios; prototipos que destacan generalmente por hipotéticos desenfrenos sexuales o estudiadas y chabacanas poses de estilo. Surgen, al cabo, inmerecidos mitos, princesas del papel couché o de las ondas, que exhiben como mérito común, usual, no sólo un analfabetismo paradigmático sino, con excesiva frecuencia, una necedad notable. Exiguo e inicuo currículum.

 
Estos personajes carecen además de mesura, equilibrio y humildad. Al igual que sus panegiristas, andan escasos de juicio crítico o ahítos de codicia. Supeditan cualquier límite ético a la gloria momentánea. Pese a sus méritos irrisorios, mantienen con el resto (pobres gentes anónimas) una lejana cercanía necesaria pero molesta. Peaje obligado a la turba que no perdona desapegos ofensivos. La paradoja entre querencia y altanería, es el efecto hipócrita que facilita cualquier rédito crematístico. Encarna el único credo que anima unas vidas opulentas en la miseria moral e intelectiva.

 
Hace días tuve que realizar una gestión en la entidad financiera de costumbre. Jubilado el anterior director, una joven oronda ocupaba su despacho. Habituado a resolver las cuestiones no dinerarias, administrativas, en la sección interior, solicité el oportuno turno para que me atendiera uno de los cuatro empleados, incluida la nueva directora. El azar me llevó ante ella. Referido mi problema, acto seguido (displicente, molesta, vana, sublimada) me remitió a los que atendían en caja con la siguiente frase: "esto se lo pueden resolver los compañeros de la entrada; no es tema para nosotros y menos para la directora". Las formas aparecieron improcedentes, mejorables. Yo, armado de los pobres argumentos que reflejaba mi cuenta, opté por la disculpa y el mutis.

 
Como puede observar el amable lector, la impertinencia, el engreimiento (ese mirar por encima del hombro), la estupidez, se encuentran a la vuelta de la esquina. Son maneras propias de personas puestas, con mayor o menor merecimiento, en el Olimpo; princesas de papel couché, tal vez de papel moneda.

 

 

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