Estamos sufriendo la peor
y más enmarañada pandemia de siglos. Curiosamente, cuando los avances técnicos
posibilitan una comunicación copiosa e inmediata, nos topamos con excusadas
trabas oficiales que ocultan una censura totalitaria y relegada. “Escenario
excepcional”, “evitar alarmismos”, “unidad de acción”, etc. conforman los considerandos
que se subrayan, entre otros inextricables, para llevar a la sociedad (con la
venia silenciosa del arco parlamentario, excepción hecha de Vox) a un huerto extremo,
excesivo, tedioso; tal vez, extemporáneo, inoportuno. Van surgiendo voces solventes
que recelan de la legalidad respecto a ciertas medidas no ajustadas,
presuntamente, al Estado de Alarma. Paso por alto inquietudes y pronósticos
nada halagüeños en materia económica aireados por expertos concienzudos, precisos.
Se incorporan, asimismo, informaciones sobre trías, para decidir quién recibe
un respirador que separara vida y muerte, realizadas por internistas según
órdenes políticas dadas, al menos, en algunas autonomías.
Todavía tengo fresca
aquella frase obscena del Departamento de Seguridad Nacional: (… “y capacidad
suficiente para el diagnóstico y tratamiento de los casos”). La irreflexiva, pronta,
carcajada se transformó, a poco, en despecho ante la petulancia de un organismo
que por su atributo debiera manifestarse con mayor prudencia y pulcritud.
Cierto es que, previo a ese mensaje, mencionaba también que el Organismo
Europeo comisionado para la epidemia -por entonces- advertía de un riesgo
medio-alto de propagación en Europa. Es decir, únicamente Sánchez atesora toda
responsabilidad de las iniciativas ordenadas o permitidas (así como de sus
consecuencias) desde primeros de marzo. Ciento cuarenta mil quinientos diez
contagiados y trece mil setecientos noventa y ocho fallecidos, a día de ayer,
es el fruto amargo que recoge una actuación negligente y fatua. Hay, además, cuarenta
y tres mil doscientos ocho recuperados, pero esa gran cosecha la aúna el
conglomerado constituido por personal hospitalario, fuerzas de orden público y
ejército.
Sí, Sánchez se ha
contagiado del virus, uno particular que presenta signos específicos. Ambición
desaforada, impostura, ausencia de empleo, ineptitud, desahogo, gestos con poca
entidad democrática y otros manifiestos u ocultos, constituyen un inventario parco
de los múltiples síntomas que padece. Curarse para él implica desmaterializar
su cuerpo político mandándolo a la oposición, si no a su casa. Está tan grave,
quizás desahuciado, que quienes están próximos lo arrinconan cual paciente
incurso en una cuarentena indefinida e involuntaria. PNV y ERC deben tener
elecciones antes de que termine el año y no quieren contaminarse con individuos
tóxicos. Iglesias lo mantiene porque le es imprescindible para satisfacer su
propio sustento como casta, conseguir tiempo y rédito político. No obstante, en
el momento propicio, cuando el huésped se quede sin sustancia que parasitar, lo
abandonará desplegando parecido desprecio al que Sánchez le dispensó.
Sin lugar a dudas, el
presidente está en la UCI. Pese a ser enfermo joven, excluido del riesgo
pandémico, presenta múltiples disfunciones orgánicas previas y otras adquiridas
sin pausa. Imprevisión, insensibilidad social, ebrio de rédito político,
partidario de la farsa y del biombo espurio cuando el escenario está lleno de
despojos mientras se vislumbra una horrenda tempestad económica, constituyen incursiones
pretensiosas, torpes, de su acción gubernamental. El país, ayuno del material
necesario para proteger las indomables, arriesgadamente desprotegidas y generosas
líneas de combate (amén de ciudadanía en general), lleva veinticinco días de
prisión preventiva. Por el contrario, este ejecutivo mediático, propagandista,
farsante, se pavonea sin parar -ya empalaga- anunciando que las medidas
adoptadas están dando los resultados previstos. Imposible reunir tanto cínico ante
la indigencia atroz que todavía devasta la sanidad. Es lo mismo que si una
plaga de piojos, verbigracia, se cebara en un centro escolar y el gobierno, a falta
de remedios eficaces, ordenara afeitar las cabezas de todos los chavales españoles.
Seguro que también surtiría el efecto previsto. Sin embargo, el escarnio vendría
cuando los chicos tuvieran que soportan encima una explicación estúpida para argüir
esa clara tomadura de pelo, nunca mejor dicho.
Sánchez presenta también
una inusitada disnea, pero él -al contrario que otros- sí cuenta con
respiradores para aliviar dicha situación exigente, fatídica. El primero y primordial
lo conforma el heroico arrojo personal y colectivo del personal sanitario (incluido
el específico de limpieza) que se ha dejado literalmente la vida luchando
contra esta pandemia inédita. A la iniquidad de un gobierno mínimo, falsario, superfluo,
han respondido todos como jabatos dando una portentosa lección de sacrificio,
de renuncia, de entrega. Junto a ellos, en tándem admirable y con la misma abnegación,
hemos visto a Cruz Roja, Protección Civil, Fuerzas Armadas, amén de numerosos
voluntarios, en acertado aditamento. Sería lamentable, injusto, olvidarnos de
las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado: Policía Local, Nacional, Autonómica
y Guardia Civil, cuyo concurso ha sido esencial para que todo acaezca con orden
y precisión.
Hay un respirador
plebeyo, multitudinario, que -más o menos inducido por eslóganes pueriles,
obvios: “quédate en casa”, “unidos mejor” “entre todos ganaremos”- está dando
muestras infinitas de paciencia, tolerancia y escrupulosidad. Luego dicen que
cada sociedad tiene el gobierno que se merece, pero en este caso el pueblo ha estado
muy por encima de un gobierno reptante, histrión. Resulta ofensivo que el
ciudadano siempre tenga que pagar los errores, a veces conscientes, de
políticos aventureros, vividores, sin talla, mientras ellos salen indemnes.
Personalmente, este marco lo llevo fatal, con instintos hostiles. Dentro de este
conjunto ciudadano, cabe destacar el quehacer de quienes permiten tener a
nuestra disposición los productos necesarios para una cómoda existencia, pese a
estos gobernantes inútiles, nocivos. Nunca me atrajo participar en rúbricas
externas, pero mi aplauso silente, cada noche a las ocho, conlleva un merecido tributo
y con rabia aporreo (a las nueve, también sordamente) no una cacerola sino una
paellera para treinta comensales; opción sandunguera, festiva, vernácula, del gong
chino.
Falta por mencionar un
último respirador impuro, dañino, pero sumamente eficaz. Completa dos bifurcaciones
tan deplorables para el ciudadano como providenciales para un presidente que se
ahoga en su propio naufragio. Una viene determinada por los partidos de
oposición cuyo artificio cómplice sigue preocupando, debido a la sintonía
mostrada, y ocupando la perplejidad, al menos, de quienes confían que alguno salvaguarde
-con firmeza e ímpetu- derechos y libertades puestos, a priori, en precario.
Otra, tan ominosa como la anterior, está protagonizada por medios recalcitrantes
que reniegan del afamado cuarto poder por un plato de lentejas, poniendo al descubierto
una filiación excesiva, infame, miserable. ¡Qué podemos esperar de individuos,
aquellos y estos, de moral tan laxa! ¿Cuándo llegará la hora de la verdad? Ya
está tardando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario