martes, 15 de marzo de 2011

TIEMPOS MILAGROSOS


Convencido escéptico, la duda preside cualquier enfoque, propuesta y análisis realizados a lo largo de mi vida. Me encuentro inmerso en ese estadio que la  norma, para soslayar susceptibilidades, denomina tercera edad; como si el adjetivo mayor -incluso viejo- supusiese descubrir un repelente tapujo, quizás confesión forzosamente inevitable. No descarto que una minoría frívola establezca, a la sombra de tan falaz e inexacta frase (eufemismo superfluo), algún plan donde el optimismo alimenta sueños que terminan abriendo paso a las pesadillas y con ellas a la frustración. Este doble atributo, escéptico y vivido, me brinda una prerrogativa muy útil cuando disecciono la realidad sin coraza.

El carácter receloso (insisto) que identifica mi estilo, logra separar filfa -escandalosamente abundante- y sustancia (escasa, casi imperceptible). No piense el atento lector que dicho quehacer resulta fácil. Ni mucho menos. En ocasiones, el manipulador ofrece una verdadera filigrana. Solapa realidad e invención con pericia tan sublime que sólo un examen prolijo, riguroso, faculta -no sin riesgos- discriminar ambas. Desde hace años sufrimos asiduas embestidas procedentes de acreditados diestros en el arte del birlibirloque, aunque ignaros e iletrados. Es innegable que el resurgimiento de esta exótica fauna se debe exclusivamente a un entorno oportuno. La especie humana con quien cohabita manifiesta espléndidas dotes de indulgencia, candor y desidia.

Nadie negará que vivimos de milagro; es decir, de prestado. Llamamos milagro, además del hecho enigmático, a aquel suceso raro, extraordinario y pasmoso. Cuando le damos un tono exclamativo, señalamos la maravilla que suscita algo. Llegados a estos tiempos de disloque, nos han impuesto (hemos aceptado impotentes) como patrón el frenesí, la reserva, el esperpento. Nada causa estupor, no existe ningún acontecimiento inaudito; la mayor depravación salva el límite -bastante laxo- que exige el relativismo reinante. Espanto, fantasía y escrúpulo pierden a poco la riqueza semántica de antaño. Constituyen, junto a otros vocablos en desuso, un grupo con valor simbólico, una antigualla obsoleta. Pocas noticias nos alertan aunque el estímulo aparezca extraordinario. El umbral perceptivo alcanza cotas de nulidad monumentales.

Algunos, sin embargo, intentamos mantener intactos principios y sensibilidades. Los cánticos de sirena no nos atraen, tampoco aquellas doctrinas que favorecen lo uniforme. Un espíritu rebelde, quizás ansias de libertad, impide el sometimiento a la corrección social; ese objetivo opiáceo que el gobierno (los gobiernos) persiguen con saña saltándose leyes y derechos, burlando impulsos democráticos; estos que, curiosamente, ellos aseguran amparar. Sin duda consiguieron pervertir la mente colectiva.

Durante años encaucé mis lucubraciones al intento (fallido, lo reconozco) de razonar los lances ocurridos en España durante la Transición. Escapa a mi capacidad comprensiva que Andalucía, Extremadura y Castilla la Mancha, verbigracia, no hayan desarrollado su naturaleza democrática al truncar una alternancia política. Me descoloca el caso repetido de priorizar las palabras a los hechos. Excluyo argumentos concluyentes que corroboren, sin asomo de dudas, la independencia judicial. Alcanzo un alto grado de perplejidad con las respuestas que dan políticos, judicatura y colectividad a la rapiña -un caso de tantos- efectuada (al parecer) por altos responsables de la Junta Andaluza.

Lo expuesto, a fuer de sincero, ocupa una insignificancia en la cuota de incredulidad. Los esfuerzos para encontrar el acople entre lógica y acontecimiento alcanzan el clímax crítico al analizar qué razones poderosas proporcionaron a Zapatero la presidencia del gobierno. Al igual que los antiguos hebreos, mi mente infecunda encuentra una sola exclamación: milagro, milagro.

 

 

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