El personaje público, máxime quien acusa ciertos
niveles de barbarie, suple determinadas carencias explotando aquellas
facultades en que demuestra una destreza óptima. Pretende, de este modo,
conseguir nota -no siempre meritoria- ante cualquier valoración o examen.
Surgen así, en la pradera política, ejemplares orlados siempre con opaca venda;
mientras otros, de catadura similar, les hacen cucamonas. Goya, sin
proyectarlo, se adelantó al presagiar la ejecutoria de nuestro país cuando
dibujó con insólito acierto "La gallina ciega"; lienzo premonitorio
del extraño juego que (prebostes, apátridas y voraces por intereses
particulares) ejecutarían celosos dos siglos más tarde.
La escena
costumbrista se limita a un corro, probablemente gente noble ataviada al estilo
popular. Sabedor, quizás, el genial pintor aragonés oculta a los espectadores,
que a ciencia cierta habría. Pareciera el tributo de su mente, conmovida por un
impulso lacayo, quien restara protagonismo a la masa; esa clase necesaria,
vertebral, pero asidua expulsada de todo papel estrella. Hoy, seguimos igual.
Los protagonistas (políticos, sindicatos, financieros, medios, etc.) no dejan
al albur ningún rol del juego, nada escapa a su control. Los espectadores
(simples ciudadanos o viceversa) son excluidos de la escena. Sus dimensiones
divergen indefinidamente, sin posibilidad de incidir -incluso coincidir- en el
mismo plano. Goya no pinta, vierte sobre la tela el ánimo que embarga al hombre
de la calle, una nulidad sometida al poder; una comparsa deslucida, ubicada
fuera del foco.
Pedro
Crespo (alcalde de Getafe y homónimo curiosamente del de Zalamea que personificara el honor y la dignidad) me asombra. Dudo si su personaje, en esa pradera
jugosa de la política nacional, lleva venda o hace cucamonas. Personalmente, lo
veo preparado para encarnar cualquier papel con soltura, con eficiencia. Me
inclino, sin embargo, por asignarle el segundo, que borda desde mi humilde
opinión. Es una actuación compleja. Pasar del carácter sobrio, riguroso,
discreto (sin hipérbole), integrado -cual chip androide- en la mente del
regidor a ese otro fresco, directo, pelín chabacano (casi barriobajero), sólo
podemos admitirlo en auténticos prodigios naturales; en monstruos de Talía.
Pulsado por su halo espirituoso, centrado y concentrado en la representación,
evacuó aquella frase para los anales: "quien vota al PP es un tonto de los
cojones". He aquí, aparte el exabrupto, su primera contribución importante
a la lengua. Conjuga, al tiempo, definición y atributo identificando PP y
tonto; descubre un código empírico a dicho epíteto, de sustancia inconmensurable.
De los cojones, no pasa de complemento preposicional con ribetes toscos: un simple apéndice rústico.
No ha
mucho, el anómalo actor -pedante- quiso sentar sus reales en los mullidos
asientos de un Audi ocho. Para acallar críticas incipientes, que no su mala
conciencia (me temo), el señor alcalde de Geta (recorte futbolero) declaró,
blandiendo simbólico justificante, un costo de cuarenta y dos mil euros.
Tácitamente puso en circulación otra vez el aparte genital. Ahora ajustaba con
exactitud la gente a quien dirigía tan pertinaz invectiva. Ya no se refería al
PP como sujeto paciente; sus convecinos totalizaban el grupo receptor y
adjetivado, sin consideración a siglas. Los electores del PSOE portaban la
mayor carga por su responsabilidad gestora. El Audi ocho más barato cuesta
setenta y ocho mil euros. Por tanto, caben tres soluciones: se compró de
segunda mano; un admirador donó medio desinteresadamente o calificó, pródigo, a
sus administrados al enarbolar tan ridículo importe. Sospecho que esta última
probabilidad presenta la máxima avenencia.
Espero y
deseo que -en adelante- los políticos locales, autonómicos o nacionales
abandonen el perverso entusiasmo de emitir definiciones refiriéndose, por lo
común, a rivales. Reclamo realicen esfuerzos con el fin de encauzar voluntad e
imaginación en aquello que debiera ser objetivo primordial, único: hacer
política. Nadie está legitimado para enmascarar ineptitudes y pruritos
usurpando competencias lingüísticas que les son ajenas. Evitemos ese interrogante
a caballo entre lo grotesco y lo mágico, ¿pero usted de dónde desciende,
criatura de dios?
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