Aparte de fruto -cuya noción hoy no me resulta útil- “pero”
contrapone, como conjunción adversativa, un concepto a otro diverso o
ampliativo del anterior. Eso, al menos, esgrime el DRAE. La acepción cuatro, y
de forma coloquial, indica defecto u objeción. Esta, sin ninguna duda, persiste
todavía en ciertas áreas rurales donde se oye con frecuencia que una
determinada persona tiene “muchos peros”. Políticos y medios, más bien
tertulianos o comentaristas, prefieren el primer significado como refugio eficaz
para restaurar la coherencia perdida ante argumentos irrebatibles. Su tenacidad
dialéctica jamás deja torcer el brazo, incluso armado de vacuidad cuando no de
absurdo. Demasiadas veces, en el transcurso del debate (y antes de pronunciarse
un determinado interviniente) podemos advertir, sin desplegar apenas agudeza,
qué trayectoria va a tomar mientras pervierte el análisis con verdadera habilidad.
Son los bufos del litigio.
Aunque nuestros políticos (por sus obras los conoceréis) me
resultan una élite nada recomendable, he de admitir -en este caso- que quienes
se llevan la palma al respecto son los tertulianos. Hay unos cuantos sectarios,
aferrados al tren progre, cuya impronta deja momentos de estupor pese a que
uno, gastados muchos años, está acostumbrado a vivir rodeado de incontinencias
estúpidas. Con harta frecuencia elijo debates, más o menos equilibrados, para
interiorizar sobre todo qué contertulios merecen crédito y cuáles se adosan al
poder o a doctrinas estereotipadas. Ahora mismo, aunque en continuo descenso
popular, Podemos seduce a rostros relativamente notorios de los medios
audiovisuales. Son consumidores asiduos del “pero” adversativo, axiomático, intransigente.
Otros, los comunicadores gurús, la excelencia, sobrevuelan la conjunción y se
adueñan del alegato rotundo, inapelable, ex cátedra.
Los reconozco a la legua. Cuando un tertuliano
-hipotéticamente liberal, objetivo, huérfano de doctrina concreta- expone un hecho
o aseveración inapelables, su/s interlocutor/es adictos a la izquierda, extrema
o no tanto, se ven incapaces de oponer argumentos lógicos. Contiguo al
asentimiento, a esa adhesión constreñida, aparece bravucón, reiterativo,
oportuno, el “pero” de rigor. Es un pero que inhabilita, rompe el hilo,
mientras deja aparecer un mensaje distinto, casi siempre opuesto. Verbigracia.
Si se comentan los “escraches” sufridos por PP o Ciudadanos, aquellos
tertulianos “progres” de linaje o baratillo, no tienen más remedio que
claudicar; sería necio negarlo. Sin embargo, a poco, surge el “pero” de la
provocación, u otro pretexto endeble, y al final los “escracheados” son
culpables de su propio sacrificio en el ara afrentosa, radical. Se necesita una
encarnadura única, detestable, para sobrellevar esa carga injusta, insolidaria,
disparatada, sobre un dorso presuntamente ético y estético.
Sorprendida, expuesta, la caterva cavernaria, contradictoria,
fanática, hemos conocido la farsa comunicadora en estado puro. No pretendo, ni
mucho menos, argüir verdad absoluta si manifiesto que el dogma católico se
vence a la derecha y el doctrinal encaja con la izquierda. El primero, pese a
aquella famosa frase de Marx: “La religión es el opio del pueblo”, puede
considerarse nocivo -si acaso- para los católicos, vinculados a cualquier camarilla
del amplio abanico ideológico. Asimismo, el segundo constituye un hándicap
nefasto, espeluznante, para el conjunto. La gnosis popular se conforma, de
manera parasitaria, manipulando cuanta información le llega al individuo,
básicamente a través de los medios audiovisuales. El acto electoral, única
participación democrática, queda así muy viciado. Cuando no sirve al ciudadano,
el papel de la prensa acaba maltrecho, mustio. Muestra ostensible, TVE.
Los españoles transitamos por caminamos abarrotados de
señales informativas. “La izquierda se nutre de ética”. “El bienestar social
solo acaece cuando gobierna la izquierda”. “No hay progreso fuera del PSOE”.
“El PP es el partido más corrupto de Europa”. “Si gobierna la derecha, España retrocederá
al siglo XIX”. “PP y Ciudadanos se asimilan a Vox conformando una derecha extrema”.
Todas malinforman, son mentira; algunas, exhalan certidumbre con matices.
Quizás leídas en sentido opuesto evocaran más la realidad. Izquierda y ética no
siempre se ubican en el mismo plano. Las pautas económicas marxistas traen
miseria, según constatan los hechos históricos. El marxismo es la única
doctrina nacida a finales del siglo XIX. Extrema, totalitaria, tiránica,
siempre la izquierda jamás el liberalismo; al menos, no existen reseñas
históricas que indiquen lo contrario.
Cualquier sigla suele huir del “pero” adversativo porque
ellas son el pero objeción, defecto. Se dice, con sentido común, que los
partidos son la espina dorsal del sistema democrático. Pero si son defectuosos,
originan democracias defectuosas al estilo de la nuestra. Podría pensarse que
envueltos en plena campaña electoral, quien más quien menos comete excesos de
todo tipo. Semejante razón sería insuficiente para justificar añejos vicios
porque los políticos siempre se encuentran practicando análogos esfuerzos; las
campañas hoy son tan intensas, tan ignominiosas, que omiten momentos de calma. Actúan
como son y tenemos la democracia cuya esencia dista mucho del imaginario exigible.
Nos han tomado la medida, estamos a su merced, y seguimos respondiendo gozosos a
cualquier requerimiento, aunque sugiera capricho o trivialidad. Falta cultura a
la vez que sobra indolencia, desatino.
Expongo, a renglón seguido, algunos juicios sembrados por
próceres, representativos o no, pero que sintetizan a un mínimo porcentaje en el
número de lenguaraces. Miriam Nogueras, diputada del PDeCAT en el Congreso, manifiesta:
“Nosotros queremos la independencia de Cataluña”. Bien, pero me temo que el
resto de españoles no. Este es un pero que se le viene indigestando a Sánchez
desde que se animara a adelantar las elecciones. Es que no le apetece ni mencionarla,
lo mismo que tampoco apetece nombrar la soga casa del ahorcado. Iglesias, al
respecto y a pregunta sobre las afirmaciones de Miriam, expresó: “Me parece
previsible; si un independentista pide la independencia es lo normal, igual que
el PP diga que va a bajar los impuestos a los ricos”. Esto, Pablo, es mentira
manipuladora, antidemocrática. Tú sí has dicho con frecuencia y reiteración:
“los que somos demócratas…”. ¿Demócrata un comunista que vive además como un
potentado? A lo que se aprecia, ¡menudo rédito material e ideológico debe
producirle el populismo totalitario (valga la redundancia) que forma parte de su
esencia política
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