Decía Bacon que nada
induce al hombre a sospechar mucho como el saber poco. Tal frase ratifica su
certidumbre en momentos históricos. Análisis y conjetura se imbrican, a veces
funden, a la hora de advertir qué ocurre, por qué tanta expectación. Una plaga
de incauto cotilleo se vislumbra en la ciudadanía ahíta de argumentos que le
lleven a conciliar sentido común y actos ininteligibles. Vano intento, pues entrevemos
complejo acceder al retorcido mundo dirigente. No debido a dificultad objetiva
sino porque la dinámica política esconde trayectorias diversas marcadas todas
ellas con el sello de la coyuntura, de la paradoja, tal vez del descalabro.
Ahora, el analista rebosa espejismo -empapado de sed- pareciéndose al viajero perdido
en el desierto.
Semejante extravío, este
caminar por el erial informativo, no surge de forma mágica o milagrosa. Hay que
atribuirlo a despierta voluntad, a cruel rechazo, de quienes debieran
clarificar el itinerario para alcanzar la Tierra Prometida. Todo Estado, su
gobernanza, tiene como origen y fundamento salvaguardar derechos e intereses
ciudadanos. En este sentido -a lo que se ve- principio rector y tarea ocupan ámbitos
antagónicos, divergentes. Cierto es que el escenario está plagado de oportunistas
trincones o, en su caso, de necios indocumentados, oportunistas. Tanto monta
monta tanto, unos y otros transitan beodos, vacilantes, sin conferir impulso;
cuánto menos, esperanza futura. La actual situación arrastra al exégeta a conformar
un oráculo atrabiliario, acre; asimismo, expuesto a aturdimiento permanente.
Si bien su andar es sibilino
y acarrea confusión, el político se va desenmascarando. Por afinidad con un
popular aforismo, podemos asegurar que quien miente tiene las patas muy cortas.
Además, mentira y paripé carecen de embalaje sugestivo para vestir un tosco papel
de estraza. Muestran tanta necedad que ya ni ocultan un talante agreste, mediocre.
La confianza da asco, suele asegurarse, y estos individuos ya no se molestan en
guardar las apariencias. Ignoro si es bellaquería, arrogancia o burla, pero su estilo
y actitud rozan, más allá de la insolencia, el desprecio. Siento no concretar ninguna
excepción porque están confeccionados con el mismo patrón al estilo de aquellas
“hornadas” que retrata precursoramente “Un mundo feliz”.
El común, pese a
diferencias filosóficas, identifica nada y oquedad vocablos sinónimos; pues, en
un espacio no infinito, ambos enuncian lo mismo. Nuestros próceres -ayer, hoy y
mañana- adolecen de vacíos profundos, integrales, hasta el punto de constituir
su distintivo vertebral. Don Mariano, presidente sin iniciativa, cabalga a
lomos de una inactividad proverbial e indecisión arraigada. El séquito silente
se esfuerza por convertir semejante carencia en plenitud. Dice, a coro, que está
curtido en gestionar los tiempos, pero pasa olímpicamente de Cronos. Pudiera insinuarse
(sin temor a errar) que el tiempo, los tiempos, ajustan su quehacer definido siempre
por dudas y zozobras. Personifica lo inadvertido, no ya como táctica sutil sino
como encarnadura sustantiva. Despliega un muestrario de abalorios con el que encandila
a la desolada feligresía ahíta de jovialidad, de optimismo. En los últimos meses
hace malabares lanzando al aire la bonanza económica y el artículo ciento
cincuenta y cinco.
Pedro Sánchez es un buñuelo
de viento. Tras Felipe González, PSOE, desorientación y anemia, trajeron caos,
división e inmundicia a la izquierda moderada. Zapatero fue el principal
responsable gestando aquella nefasta Ley de Memoria Histórica y el Estatuto
Catalán. Hoy, el secretario general -perdidos brújula y sextante- vive sin vivir
en él reclamando un Estado Federal invertebrado; es decir, sin sustancia programática.
Su proyecto político, su vena de estadista, dejo ayer aquella impronta
imperecedera de “no es no”. Actualmente acaricia el éxito su “sí, pero…”. Es
perito de lo virtual zambulléndose en todo aquello que pueda significar un
voto. Menudo zascandil.
Nadie, sin embargo, se acerca
al récord de don Carlas (perdón por mi fonética). El señor Puigdemont, sepulturero
de la autonomía catalana, no personifica el vacío político, lo borda. Extraño,
a fuer de singular, creador y contestatario de una independencia irrisoria, cómica,
este personaje -si pasa a la Historia- vivificará a alguno de “La venganza de
don Mendo”, sainete de Muñoz Seca. Acompañado, quizás complementado, por Ada
Colau para concluir el sinsentido, se muestran empeñados en despeñar Cataluña
de forma cruel y definitiva. Utilizan sin recato la demagogia junto al populismo
con ajustadas dosis de tácticas fascistas. Por cierto, esta señora protagonizó
una entrevista en la que, tras media hora, ofreció un vacío indecente. Navegaba
gris, a la deriva, con proposiciones comunes, triviales, sin aporte alguno. “Bendito
ser quien calla cuando no tiene nada que decir” apuntó Ben Jonson, dramaturgo renacentista
inglés. Vaya dúo; para enmarcar.
Cataluña se hunde
irremisiblemente. Queda poco margen de maniobra, por no decir ninguno. Y lo
peor no sobrevendrá por su empobrecimiento, qué va; lo agotador será revertir la
fractura social, su belicosa ceguera. El adoctrinamiento educativo y mediático
debido a intereses concretos, constituye un caldo de cultivo extraordinario
para sucumbir hechizado bajo el populismo oneroso. Estoy convencido de que la
autonomía más próspera y moderna pasará momentos terribles por mor de un
independentismo fanático, iracundo, irracional. Como dice la Biblia, luego
vendrá el llanto y crujir de dientes, mas levantar lo hundido será misión de
titanes, casi imposible. Intuyo pocas ganas de razonar pese a signos notables,
evidentes, clarificadores. Por el contrario, quedan fuerzas para aventar
falacias, para ahondar diferencias. Aún existen individuos con la quimera de
que se confunda, incluso fuera de nuestras fronteras, patraña y realidad. Mientras,
entre todos la mataron y ella sola se murió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario