Desde “panem et
circenses”, la ejecutoria político-mediática ha ido transmutando a lo largo de
los siglos pero siempre con un objetivo único: aquel al que, con tino sutil,
alguien calificó de agitprop. Parece evidente que cuando un gobernante carece
de talento para solventar coyunturas enrevesadas acuda a subterfugios insólitos
a fin de difuminar tal inepcia. Es la constante que alberga tiempos e
ideologías. Intuyo que los pormenores de cada país conforman el epílogo. No
concibo a Reino Unido, Alemania y España, verbigracia, atesorando respuestas
similares ante debates separados por matices nimios, inapreciables. Los grupos
sociales se dotan de conductas muy particulares y vigorosas, en mayor o menor
grado, según la esencia de cada lugar. Así viene ocurriendo desde la irrupción
del hombre en este mundo, bastante psicótico, que hemos preferido sin evaluar a
fondo sus alcances.
Mencionaba países de
nuestro entorno para diferir estilos de concepción. Ortega teorizó sobre el
peso del hecho accidental. Unamuno lo enfatizó en el proceder español. Aquel
“en lugar de europeizar España, habría que españolizar Europa” es la respuesta
pragmática de nuestra idiosincrasia forjada con jirones de pueblos, culturas y
milenios. Es verdad que España es diferente, lo cual no mejora ni empeora nada;
al menos, no lo mejora. Ignoro si hemos llegado con excesivo optimismo o si se
ha cruzado por el camino cierta dosis de melancolía intimista, quizás
desbordamiento antisocial. Lo que admite reserva es nuestro talante específico,
escaso de patrimonio moral pero sin peajes intemperantes. Somos un pueblo de
tropel, diverso, tal vez fraguado por el fatalismo trascendente que nos agrupa
o disuelve en momentos cruciales.
España es raza de exequias,
de pasión, de Semana santa. Asimismo, de vida, de caos, de libertinaje; en
suma, de contrastes. Días atrás, vivimos un sentimiento festivo-religioso
multitudinario, masivo, demoledor y, al mismo tiempo, confortante. Más allá de
la presencia física, nos aglutinaba una fuerza emocional, incontrolada, casi
tiránica. Porque a nosotros nos impulsa el sometimiento, la servidumbre, sin
importar a qué o a quién. Constituye el rescoldo vivencial de ese fatalismo que
rige inexorable nuestros actos. Sin embargo, tal escenario no debe permitir
indolencias, irreflexiones u otros ademanes poco ejemplares y nada
aconsejables. Raptados por tales emociones, por veleidades frívolas e
imperativas, caemos en ataduras gravosas, arduas. “Sarna con gusto no pica”
recuerda inoportuno un refrán molesto porque mantiene remolones, diligentes,
anacronismos que hemos colocado ya en la papelera de reciclaje.
Semejante actitud
colectiva se da, por desgracia, a nivel individual sin perder cualidad ni
potencial penetrante. Cada individuo somos un elemento de la tramoya social,
pero acrecentamos los defectos porque, en esta piel de toro, resuenan con mayor
eco. La miseria moral e intelectiva, nutrida en general, desde el punto de
vista particular bate (en los últimos tiempos) no solo récords conocidos sino
que su magnitud supera el guarismo concreto para conquistar el espacio
inconmensurable del absurdo. Eso parece cuando observamos dichos y
comportamientos de egregios personajes, a priori adornados con una cultura
digna de mejor causa. Nos van destapando poco a poco el desvarío a que lleva la
síntesis fraudulenta gestada por dogmas y prejuicios maniqueos.
Podemos, ejemplo
insuperable de peligroso reclamo, malgasta tiempo y quehacer parlamentario en
mostrar excesos pretenciosos, aun méritos estériles, por mor de un infantilismo
chapucero. El numerito del “trole” metafórico -revestido de ética falaz,
variopinta y cadenciosa- conducido por una catenaria iconoclasta que le lleva a
un itinerario rastreramente planificado, sui generis, configura el formato
idóneo para exhibir pública y notoriamente la necedad política con efecto
bumerán. Las prédicas regadas con agua putrefacta, aunque se intente depurar, dejan
un aroma repelente que castiga a sus intereses. Poco importa que el lobo se disfrace
pues su instinto le llevará a enseñar la patita, afirma el cuento infantil. Este
requerir la atención a toda costa, deja al descubierto aciagas grietas en el
edificio doctrinal así como vacíos funcionales. Defender a ultranza la
inocencia de individuos juzgados y suponer culpables a personas no juzgadas, advierte
a ciudadanos sensatos qué puede esperarse de quienes se decantan por tanto
esperpento estrambótico. El que se abastece de maniqueísmo bebe, se emborracha,
de tiranía. No hay retorno ni salidas diferentes.
Si el tramabús ha causado
estupor, la pregunta del senador Mulet (absténganse de prever cualquier elipsis
jocosa) sobre qué protocolos ha dispuesto el gobierno en caso de “apocalipsis
zombi”, pasará a los anales de esta Cámara Territorial. Dudo que exista en
ningún registro parlamentario una pregunta con tanta enjundia e interés para el
común. Dicho senador, adscrito al grupo valenciano Compromís, ha materializado
su adeudo maridando sigla y vela política. ¿Alguien puede perfilar preguntas
con más sustancia? ¿Puede demostrarse mayor preocupación e inquietud por el
ciudadano? ¿Existe algún político en el orbe parlamentario tan precavido y
preciso? Si, como se dice, era una forma de llamar la atención, hubiera debido
hacerlo sin confundir Senado y rincón de la comedia. Yo lo nombraría “protector
universal del género humano”. Me parece ilícito que solo nosotros gocemos de
prócer tan despierto. Los talentos no debieran tener patria ni usufructuarios
concretos. Alterando lo justo el mensaje de otro erudito ilustre: “El genio no
pertenece a nadie, salvo al viento”. Así sea.
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