Tras importuna apatía, retomo el sendero
que me lleva a escudriñar la horripilante actualidad española. Desconozco si el
fundamento se debe al rebelde proceder de los “estros”, abordando un mayo
lluvioso, o al aluvión de comunicados y pormenores (a caballo entre lo
apocalíptico y lo mordaz) que impiden focalizar la atención, asimismo el
interés. Durante un tiempo (a semejanza de ese proverbio turco que afirma sin
reparo “quien para ir a rezar duda entre dos mezquitas, termina por quedar sin
rezar”) elegir título y materia anuló mi capacidad creativa llevándome a una
suerte de aturdimiento paralizante.
Roto el hechizo maligno, he decidido
hablar de los peajes (en su más amplia acepción) padecidos y de aquellos que
penden amenazadores, cual espada de Damocles, a días o rachas. Sólo el acaso y
la reserva permiten acertar cuál encandila al ciudadano; cuál protagoniza su
afecto, quizás su desvelo. Creo firmemente que los costeados o aquellos que no
se acompañan por un reintegro colectivo, parecen inocuos; al menos cuajan
livianos. Salvo excepciones muy concretas, la gravedad suele calibrarse con
unidades monetarias. Los valores morales cada vez revisten mejor la cicatería
humana. Hoy pecamos con los frutos perversos del relativismo que no sustenta con
rigor el árbol de la ciencia social.
Meditar a estas alturas sobre
debilidades manifiestas de ejecutivos pretéritos, sobre los peajes que suponen
las expropiaciones de REPSOL y REE por la señora Kirchner y Evo Morales,
respectivamente, así como el “envite” de Serrat y Sabina, aporta a la gente parecido
galardón al que percibiría un astronauta subido a una nave de cartón.
Irrepeefes, copagos, ivas que se vislumbran cercanos y otros “atracos”
especiales (alcohol y tabaco), los vamos digiriendo a dosis progresivas para
minimizar los efectos y evitar así su letalidad. Paso de puntillas, a
propósito, sobre las conversaciones con ETA, la Ley del Aborto y demás aspectos
éticos, prometidos e incumplidos, para no hurgar en sentimientos y conciencias
sobradamente contrariados.
Sí, este es el gobierno de “lo verás
pero no lo catarás”; aquella monserga con que avasallábamos a nuestros feudos.
Siempre, a mayor proximidad más saña. Concurría una constante digna de
psiquiatra. ¿Preconizábamos usos políticos o seguíamos el dictado de nuestra
propia crueldad? Llevo cuatro meses furibundo. La única primicia firme (aparte
promesas, previsiones y propagandas) se sintetiza en los esfuerzos por
esquilmar el depauperado bolsillo de trabajadores y pensionistas sin que se
note; con propuestas, desmentidos, medias verdades, al estilo de quienes cavaron
esa fosa fatal de la desafección con herramientas capciosas y humillantes.
Recomiendo a aquel que atesore un dedo de frente (aludo a políticos, claro) la
sentencia de Panchatantra: “Quien dejando lo seguro se va en pos de lo dudoso,
pierde lo seguro y no alcanza lo dudoso”.
Insisto, estoy harto y presiento no ser
la única voz que clama en el desierto. Pero donde mi capacidad de aguante se
quiebra sin duda, donde se dibuja el límite de cualquier paciencia (la mía por
supuesto), lo encontramos en esa amenaza -desmentida y afirmada
alternativamente- de cobrar peaje en la autovías con la extraña excepción a
camiones. El PP (ventajoso alumno del PSOE en “enderezar” entuertos,
supuestamente) comete en las evasivas -hechas a estajo- que justifican la
onerosa medida una contradicción evidente. Aclara que lo recaudado servirá para
mejorar el servicio y exime de ello a grandes vehículos, especiales
potenciadores de su deterioro. ¿Se atreverán? No, si son inteligentes. Sin
embargo, casi con total seguridad tendremos peaje y ellos se despedirán con una
legislatura conflictiva. Una sola, ¡eh!
En medio del desastre, una noticia vino
a compensar este sentimiento trágico de la vida, que diría el clásico. Zapatero
desdeñó al personal con el anuncio de sacar enseguida un libro sobre economía
escrito por él mismo. Esto sí es una charlotada; un peaje burlón, aciago,
esperpéntico. No es para tomarlo a broma. Después de hundir a España, merece un
desprecio hilarante, una carcajada universal. Pobre… (añada, amable lector, el
epíteto de su complacencia; será, sin duda, más tibio que el que yo aplicaría)
Para contraer la deuda no es preceptivo
acrecentar impuestos, ni recurrir a peajes insólitos. Puede conseguirse también
disminuyendo gastos improductivos a la sociedad, aunque aprovechen a próceres
en particular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario