Con harta frecuencia
reputamos optimista solo a quien se ubica en los mundos de Yupi. Si el momento
resulta adverso, ponemos coto -quizás nos satisfaga la simple pretensión- a que
alguien asiente los pies al suelo para no desmoronar atributo tan apetecible.
Yo, jovial por naturaleza, pienso que encubrir la realidad bajo un cristal
optimista nos acerca al avestruz. Pese a ciertas conclusiones infundadas, aquella
no depende de color o ánimo; carece de adornos, de vestimentas cautivadoras o
repulsivas. Por muchos abalorios que le colguemos, lo que es, es. Así de simple
y de evidente. Para cambiarla, si nos disgusta, primero debemos conocerla.
Cometemos un error imperdonable cuando centramos los denuedos en disimularla.
Trabajo inútil además de oneroso. Ni el
Mito de la Caverna ni Husserl merecen urdir controversia; menos desconcierto.
Andaríamos por un sendero abarrotado de escollos.
Hoy, cuantiosos medios
audiovisuales divulgan la situación alarmante que vivimos. Con ser cierto, enseñan
-a quien quiera verlo- un talante subjetivo y maniqueo. Achacan al gobierno
responsabilidades, asimismo culpas, exclusivas. Nadie niega, al menos yo no,
que la corrupción moral y material campan a sus anchas. Nadie niega
incumplimientos de programas, incluso excusas infamantes para justificar
promesas rotas. Nadie duda que la crisis haya caído sobre espaldas débiles,
depauperadas en estos momentos de suma y sigue. Pocos conservan la esperanza de
que los delincuentes devuelvan lo sustraído y penen cárcel. Pero tanta maldad y
rapiña tienen varios autores. Para ser justos, cada cual: gobiernos, oposición,
partidos emergentes, sindicatos, y sociedad, deben asumir su alícuota parte.
Así ha de ser, sin olvidar al mundo empresarial amén de amplias vetas
sectarias. No podemos desnudar a un santo para vestir otro de igual santoral.
Desde mi punto de
vista, la primera instantánea le cabe al PP. Concederle a Rajoy todo el
protagonismo es engañoso. Él desarrolla un papel destacado, vertebral.
Reconozco mi dificultad para clasificarlo. A veces parece la encarnación de
Zapatero, con cabeza mejor amueblada pero de análogo proceder. Ambos tienen en
común un daño irreparable a sus respectivas siglas y a España. Los hados conjuntaron
su malevolencia para destruir aceleradamente renuncias y tribulaciones. A mayor
escarnio, el cesarismo antidemocrático impuesto por la partidocracia, junto al
desasosiego del postergado defendiendo el privilegio, ahoga cualquier intento de regeneración. Son
faraones del siglo XXI. A su ocaso, han de purificarse las mentes que
constituían la “inteligencia”, sometida al azar cuando no a la discrecionalidad.
Por ello, los sustitutos -aparte de empeorar la especie con frecuencia- carecen
de asensos legítimos para constituir el recambio verdadero. Continúa la misma
farsa con distinto farsante. Hacer mutis llega a ser un ejercicio saludable, seguro,
pero improductivo.
Otra instantánea de
parejo tenor y calidad -algo más ajada, macilenta, color sepia- representa al
PSOE. Un partido anciano, con luces y sombras, que ha modernizado el país.
Zapatero marcó un punto de inflexión, tanto que desde entonces no da ningún
paso a derechas (sirva la expresión espontánea que alguien entenderá
maliciosa). Le auguro, remitiéndonos al camino iniciado, un futuro incierto,
adverso. Las expectativas puestas sobre Pedro Sánchez, se desvanecen
clamorosamente. ¡Vaya fiasco! ¿Por qué
hemos de glosar o identificar juventud e impoluto? Casi siempre el ardor abraza
al dogma que acompaña a la parca. Seguramente tal verificación llevó a Oscar
Wilde a exclamar: “La estupidez es el principio de la seriedad”. Parece un
proceso necesario a cada estadio vital. Solo alguien impulsivo, febril, alejado
del estadista, puede aseverar: “Jamás haré pactos con el PP y Bildu”. Esa
inspiración programática, reforzada por su praxis posterior, le inhabilita para
liderar un partido que sea alternativa de gobierno. Partido y líder van rectos
al despeñadero.
Una tercera describe los
medios audiovisuales. Cierto es que la corrupción abarca todos los rincones.
Verdad es que, en época de crisis, produce hartazgo e inquina notables. Pese a
esto, existe una podredumbre aún más mísera e impúdica: pervertir la conciencia
social. Pocos se ajustan al cumplimiento deontológico procurando
manifestaciones objetivas y huérfanas de sectarismo. Quien más, quien menos,
antepone pecunia a ética, lentejas a dignidad. Conocemos a tertulianos pegados
(quizás pagados) a sus anteojeras, sin excluir adscripción ni circunstancia.
Para ellos, repletos de carencia, existe únicamente blanco o negro. Me asombra
que a más marxismo menos dialéctica. Siguen la corriente desconociendo el
lecho. Abundan quienes ponen alfombras rojas a expertos manipuladores capaces
de, con los mismos argumentos, defender algo y lo contrario. Incluso algún
“demócrata” preconiza el incumplimiento o quiebra de la ley como medio para
fortalecer la propia democracia. Promueven la cuadratura del círculo. Sofismo,
demagogia y tergiversación hacen carantoñas al individuo para atraparlo en una
tupida red opresiva.
La última instantánea -a
la vez que preocupante- representa una sociedad desvertebrada, ignorante y
ofensiva; adscrita al dogma por indolencia. Aquí surge el verdadero dilema de
España. Corrupciones, abusos, manipulaciones, ineptitudes y deméritos
constituirían una menudencia si tuviéramos un pueblo que guardara en el juicio
su rumbo de vida. Debemos evitar las garras de esta chusma que ha ocupado el
poder e incluso de quien lo pretende entonando seductores cánticos de sirena. El
futuro se vislumbra inquietante. Empieza a observarse movimientos y hechos poco
tranquilizadores porque los envuelve una atmósfera de odio irracional.
Lo que ayer se
prodigaba para moralizar la vida pública, ahora se excusa con los argumentos
más peregrinos. Quieren instalarnos una democracia muy particular. Un alto
porcentaje defiende la nuestra que se construyó imperfecta; una minoría ambiciona
modificarla. Nos convertimos en sus enemigos e intentarán acabar con nosotros.
La Historia alecciona cómo reconocer a estos salvapatrias. No pretenden
redistribuir riqueza, sino socializar la miseria. Son dictadores disfrazados. Según
el sabio, “Si alguna vez votar sirviera para algo, no nos dejarían votar”.
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